Hace una semana escasa, con motivo de la conmemoración (que no “celebración”, no
confundamos) del Día Mundial de los Refugiados, la ONU proclamaba que
En torno a 70,8 millones de personas en todo el mundo se han visto obligadas a huir de sus
hogares. Sin duda una cifra sin precedentes. Entre ellas hay casi 25,9 millones de personas
refugiadas, más de la mitad menores de 18 años. Además, se estima que hay 10 millones de personas apátridas a quienes se les ha negado
una nacionalidad y acceso a derechos básicos como educación, salud, empleo y libertad de
movimiento. En la actualidad, en todo el mundo, cada dos segundos una persona se ve obligada a
desplazarse como resultado de los conflictos y la persecución. En el Día Mundial de los Refugiados, que se celebra cada 20 de junio, conmemoramos su
fuerza, valor y perseverancia. Esta celebración nos brinda la oportunidad de mostrar nuestro
apoyo a las familias que se han visto obligadas a huir. En junio de 2016, ACNUR, el organismo de las Naciones Unidas para los refugiados, lanzó
la campaña #ConLosRefugiados para pedir a los gobiernos que colaboraran y cumplieran
con su deber en relación a las millones de personas que precisaban ser acogidas.
…
Pero, como dice el refrán, una cosa es predicar y otra dar trigo, y con estos mimbres, resulta,
cuando menos, preocupantemente llamativo que, menos de una semana después de esta
declaración, ayer, 25 de junio, en la sede del Consejo General de la Abogacía Española, en
el Paseo de Recoletos, en Madrid, tuviera lugar la presentación del informe con el impactante
nombre de La vida en la necrofrontera elaborado por el colectivo Caminando Fronteras1, que,
aparte de su crudeza, desmonta algunos lugares comunes usados como arma política para
crear opiniones y reacciones interesadas. El uso del término “necrofronteras” (que se extiende
a “necropoder” y otros en el documento) ya es todo un catálogo de intenciones habida cuenta
de que el prefijo necro, que no es una palabra castellana, tiene etimológicamente origen griego
bajo denominación «νεκρο» (nekro), significa “muerto” y abarca a todas las palabras y
expresiones relacionados con muerto, cadáver, difunto, fiambre, exánime o fallecido, cualquier
cuerpo muerto o también en estado o condición de descomposición, sea cualquier ser vivo en
particular. Es un elemento radical que es usado en palabras compuestas, como necropsia,
necrología, necrofilia, necromancia, etc. La lectura de algunos extractos del Prólogo del informe ya nos proporcionan elementos de
reflexión, empezando por la de que los testimonios recogidos son reales, no fruto de una
novela de ficción: En este momento, decenas, cientos, miles de personas están intentando atravesar alguna
frontera. Van con sus niños y niñas a cuestas, con su impulso de vida, con la determinación de
encontrar nuevos motivos para mantener la esperanza. Mientras ello ocurre, el necrocapitalismo
está poniendo en marcha toda su maquinaria de muerte para apresarles, esclavizarles y
convertirles en mercancías. En las fronteras resulta evidente la complicidad y articulación con la que actúan los gobiernos
europeos y el poder corporativo -legal e ilegal- para alimentar e incrementar las ganancias
millonarias que resultan de controlar a las personas migrantes. Como el informe detalla, toda
una industria de violencia y muerte se beneficia de vigilar, detener, encarcelar y deportar,
traficar y esclavizar e incluso rescatar y asistir a quienes intentan atravesarlas. En las
fronteras se hace evidente la renuncia de los Estados a su obligación de garantizar los
derechos humanos no importa cuántos tratados se hayan firmado, ni cuantos acuerdos se
logren en Naciones Unidas.. En las fronteras, el neoliberalismo avanza velozmente, externalizando, privatizando,
recortando presupuestos a los servicios públicos. En ellas ocurre lo que luego se generaliza
en todos los territorios, gobiernos e instituciones. Los derechos de los que son despojados
las personas migrantes son los mismos que poco a poco van siendo arrebatados al resto de
la población. Porque la voracidad del necrocapitalismo no tiene ningún límite, ni pretende
respetar ningún pacto que haga posible unos mínimos de justicia social. En las fronteras se
hace visible el debilitamiento de la democracia y el retroceso autoritario. El uso del sistema de justicia para levantar falsas acusaciones contra activistas con la
finalidad de restringir su derecho a defender los derechos humanos es una acción cada vez
más común por parte de gobiernos que presumen de gozar de una democracia y estado de
derecho sólidos. Migrar siendo pobre, mujer, negra, trans, indígena, migrar sin papeles, sin el permiso y
beneplácito de quienes controlan el poder, es transgredir el orden establecido y desafiar al
necrocapitalismo. El derecho inalienable al libre tránsito, la determinación de buscar mejores
condiciones de vida y la lucha por la libertad es más fuerte que todas las fronteras con sus
violencias.
(pen)Última imagen de hoy mismo, ahogados al intentar entrar en territorio estadounidense ¿Son o no son necrofronteras? |
“Las personas migrantes y sus familias constituyen la base de la resistencia al necropoder”,
ellas son las portavoces legítimas de su propia situación, quienes saben cuales son las
soluciones y están alzando la voz por quienes desaparecen o mueren en medio del mar y
constituyen un movimiento global que ha desenmascarado la impunidad, complicidad y falta
de humanidad de gobiernos y grupos criminales en muchas parte del mundo. Superando un
indescriptible dolor y con todo el sistema en su contra buscan justicia, dignifican la memoria
y exigen narrativas que pongan el énfasis en los perpetradores y dejen de exhibir a las
víctimas. Todas las personas hemos sido migrantes o hemos tenido familiares migrantes, y estamos
vivas hoy gracias a que alguien nos ha procurado cuidados durante esas experiencias de
tránsito y movilidad. Que no se nos olvide nunca, que esa experiencia colectiva grabada en la
memoria de nuestros ancestros sea una fuerza que nos ayude a terminar con esta política
de muerte que pretende arrebatarnos la esperanza. “Hacer morir y dejar morir”, afirma el informe, una denuncia, en definitiva, contra “toda una
industria de violencia y muerte que se beneficia de vigilar, detener, encarcelar y deportar,
traficar y esclavizar e incluso rescatar y asistir a quienes quieren atravesarlas”. La contundencia de sus cifras echa por tierra todo intento de disfrazar de éxito estas políticas:
1.020 víctimas entre 2018 y el primer cuatrimestre de 2019. Resultado de 70 naufragios y de
12 embarcaciones desaparecidas, en tres rutas distintas: la del Estrecho, la del Mar de
Alborán y la ruta de las Canarias. “La zodiac no era buena, pero subimos. De repente empezó a perder aire. La noche era tan
oscura y hacía tanto frío que no puedo decir cuándo caía la gente al agua. Pedíamos socorro,
pero no llegaban. Iban cayendo y yo pensaba que sería la próxima. Me abrazaba a mi bebé.
No recuerdo el rescate, solo el hospital. Las familias llamaban y nos preguntaban quiénes
estábamos vivos y por qué habían muerto. Yo les decía ‘los mató la frontera’, porque si no
hubiésemos estado ahogándonos en una frontera, hubiesen venido a salvarnos. A mí me ha
llevado años aprender lo que significan las fronteras en nuestras vidas migrantes”, explica la
camerunesa F.S.
Para el Comité Internacional de Cruz Roja, “debe presumirse que las personas desaparecidas
siguen con vida hasta que se determine la suerte que han corrido”, y tienen el derecho a ser
buscadas por las autoridades pertinentes y a que se investiguen las circunstancias de su
desaparición. Es lo que se denomina “pérdida ambigua”. No hay un cuerpo y por ende no hay
un funeral, ni ritos que ayudan a aceptar la pérdida permanente. “Así la pérdida puede
prolongarse indefinidamente, agota a las personas física y emocionalmente, sufren una
confusión generalizada, viven con la ilusión de que un día aparezcan con vida”. “A veces se recurre a los marabús, a nuestras creencias ancestrales. Estos dicen que les ven
en algún lugar, en islas, pero con vida. Puede parecer una locura, y creeréis los europeos que
tal vez lo decimos por estar “retrasados”, pero es una forma de proteger a la familia y a la
comunidad de esa pérdida tan dolorosa”, cuenta el líder comunitario S.P. El informe se centra en poner voz a las supervivientes y sus familias y que sean ellas, sus
palabras y sentires las que sirvan de hilo conductor para contar los efectos de la frontera en
sus vidas, y las resistencias que crean para luchar contra esas zonas de excepción
democrática. El primero en acuñar el término de “necropolítica” fue el pensador camerunés Achille Mbembe,
quien se refirió a regímenes políticos actuales que “obedecen al esquema de hacer morir y
dejar vivir a cuerpos concebidos como mercancías susceptibles de ser desechadas”. Y es
Andrés Fabián Henao Castro, quien enmarca el término en los contextos fronterizos. “Pensaba que la frontera era una línea, pero era mucho más: son los bandidos, los policías,
los militares, los perros, las vallas, la moto mafia, las armas. También es el miedo, el corazón
que se acelera, el cuerpo que tiembla, los ojos que se cierran, la voz que se apaga. En ese
momento tu cuerpo está a merced de todo. La primera vez fue de Mali a Argelia. Por mi cuerpo
pasaron varios militares, eso era la frontera. Pasaron, follaron y dejaron un bebé dentro. Mi
bebé de frontera. Después fue la de Argelia y Marruecos. Los perros de los militares argelinos
me mordieron las piernas y me partí un brazo al caer en la zanja”, relata F.S. Empresas que se lucran, el negocio del armamento, la militarización de las fronteras y la
externalización del control de movimiento forman parte de esta necropolítica a la que resisten
las vidas migrantes. “Se nos rompieron los zapatos de tanto correr aquella noche. Es así como
empezaron las redadas más grandes en Marruecos. Nunca había visto tantos militares juntos,
ni tantas esposas para atarnos, ni tantos autobuses. Para hacer detenciones tan masivas hay
que hacer una gran inversión de material”, destaca el camerunés C.G. Su compatriota, S.M. vivió una experiencia similar en Libia. “Nos rescataron los guardacostas
libios. No sé cómo calificar la palabra “rescate”, porque cuando llegas a la orilla, llegas vivo,
pero en la mayoría de las ocasiones, esclavo. Estuve en uno de esos centros que han creado
para encerrarnos. Llamaron a mi familia para enviar dinero de la liberación que eran unos 200
euros y como no les pareció suficiente me vendieron como esclavo. Durante cinco meses
trabajé en la construcción siendo esclavo, literalmente, y un día, cuando ya no podía trabajar
más y no rendía como antes, me soltaron”, detalla. El guineano L.S. logró saltar la valla, pero otra vez “la ley” en la frontera operó en forma de
devolución en caliente. “Habíamos entrado por la valla. Muchos estábamos ensangrentados,
pero no sentíamos dolor. Es pensar que dejas atrás tanto sufrimiento. Fue todo muy rápido,
como una película. El corazón va a mil, es entrar o morir. Sabes que es peligroso, pero debes
seguir adelante. No sé cómo explicarlo, tú no puedes entenderlo porque no estás en mi piel, en
mi sangre. Había traductores, pero solo de francés y yo no hablo bien francés, así que no
entendía nada. Lo que allí estaba pasando no estaba hecho para protegernos, estaba hecho
para hacernos daño. Eso se notaba, no comprendía lo que firmaba, pero sabía que lo firmaba
con dolor. Estaba en un gran shock. Me vi en el lado marroquí de nuevo. Después, en la cárcel
y deportado al sur”, recuerda.
Marruecos hace parte del trabajo sucio con dinero de la Unión Europea. Para ello, son
fundamentales los discursos de odio: hablar de efecto llamada, invasiones u oleadas, de la
“lucha contra las mafias”, “contra el terrorismo” o la “trata de seres humanos”, termina
justificando y normalizando, incluso, hechos como los sucedidos el 6 de febrero de 2014 en
la playa ceutí de El Tarajal. Especial violencia se ejerce en las fronteras contra las mujeres migrantes, que pese a todo
encuentran estrategias para sobrevivir y cuidar, aún a costa de su cuerpo. “Me duele el pecho,
más cuando no sé qué dar de comer a mis dos hijas. A veces me prostituyo por dos euros para
prepararles el Cerealac de las mañanas. Muchas mujeres lo hacen. No sé quién es el padre de
una de mis hijas porque me violaron entre cuatro al cruzar la frontera de Argelia. La segunda
es de un maliense al que me entregué para un matrimonio del camino”, desgrana. Un “marido”
que algunas mujeres buscan para sobrevivir. La violencia de un solo hombre, que protege de
la violencia de otros muchos. Una violencia que no cesa de este lado de la valla. “Cuando intenté montar en otra zodiac, no
pude hacerlo, me detuvieron en mitad de la playa. Mi hermana iba con mi hijo y ella se quedó
dentro de la embarcación que arrancó sin nosotras. Se lo quitaron al llegar. Llegué a España
cansada, pero solo pensando en él. A cualquier persona blanca que me encontraba le decía
que buscaba a mi hijo. A la policía le decía que lo buscaba, ellos solo me preguntaban cosas
de la embarcación, y de las veces que había cruzado y que a quién había llamado. Solo les
decía que dónde estaba mi hijo. Me llevaban de un lugar a otro, nos ponían en fila. Yo era una
madre desesperada, pero ellos no me entendían. Me dieron la ropa, me interrogaron, pero no
les interesaba escucharme. Así que lo que hice fue llorar y llorar. No sé, si lloraba mucho tal
vez me escuchasen… Me sentí como una negra, con todo lo que eso significa. A veces era la
pobrecita negra, otras simplemente la negra”, narra la camerunesa R.G. La necrofrontera se extiende a todo un sistema de acogida en el que se crean nuevos tipos de
centros que reproducen viejas prácticas en las que imperan criterios de control. Cuerpos
cosificados, que nada más llegar se convierten en un número, que no tienen más derechos que
a un reparto “en función de su situación de vulnerabilidad y victimización”. “Había sufrido al principio del verano los desplazamientos al sur tras las redadas en Tánger, y
ahora veía los desplazamientos al norte de España. No soy tonto, seré inmigrante pero tonto
no. Al final, que Marruecos nos desplace al sur da dinero y que España nos desplazara al
norte también les daba dinero. ¿O es que España no recibe dinero de la UE? ¿Es que todo
esto no es un negocio?”, pregunta el guineano A.B. En efecto, si un hecho marcó la situación
migratoria en 2018 fue el desplazamiento —y abandono— de centenares de personas desde
las ciudades del sur hacia tres destinos fundamentales: Madrid, Barcelona y Bilbao. Un
sistema de acogida organizado como un país de tránsito. Una especie de huida hacia
adelante justificada, otra vez, por el relato hegemónico de que “todos se quieren ir”. Difícil
querer quedarse cuando es imposible tener un espacio donde descansar y pensar en rehacer
sus vidas. “Cogimos un autobús y llegamos a Málaga, pero no había nadie esperando. Dormimos en la
estación y le mandamos un vídeo a Helena (de Caminando Fronteras). Cuando lo lanzó por
Facebook, la Cruz Roja nos recogió y nos llevó a un sitio donde nos pudimos duchar. Nos
dieron 80 euros y nos dijeron que nos fuéramos. Me vine abajo porque arriesgué mi vida por
venir aquí y me vi en esa situación, donde no podía estar en ningún sitio”, cuenta el marfileño
R.O., y agrega que una vez devuelto de Francia conoció “a gente de una red ciudadana que
estaba ayudando a las personas migrantes como yo. Pude tranquilizarme, me explicaron, me
ayudaron… Pensé que en Irún estaba bien y decidí pedir asilo. Ahora vivo aquí en Hondarribia,
ayudo en la red a otra gente en las mismas circunstancias, Mi percepción de Europa ha
cambiado desde que estoy aquí, he encontrado mi sitio”, concluye. Las redes que plantan cara al necropoder y que tienen a las propias personas migrantes y sus
familias como las primeras defensoras de sus derechos, lo hacen a través de lazos comunitarios
creados en los países de origen, tránsito y destino.
Paralelamente, y de forma complementaria, otro informe imprescindible, el del Comité Español
de Ayuda al Refugiado (CEAR) que, por cierto, cumple 40 años, y fue creado de forma
unitaria (PP-PSOE-IU-CCOO-UGT-USO-Cáritas, en una muestra de que hubo una época en
la que los políticos no se dedicaban a sembrar crispación y llegaban a consensos en temas
de bien común, ideologías aparte) para tratar de forma colectiva los asuntos del asilo y el
refugio de personas; dice que 100.000 expedientes de solicitudes de asilo se acumularon el
año pasado y que el “Mare Mortum” se tragó en 2018 2.299 personas. En lo que va de año 7.839 personas han llegado a las islas griegas y 2.513 han cruzado la
frontera desde Turquía. A tres años del tratado de la UE con Turquía, 72.000 personas
permanecen atrapadas en campamentos en Grecia. 35.597 era la cifra horrorosa y creciente
de las personas ahogadas en el Mediterráneo. Era porque ayer morían otras 22 personas en
el mar de Alborán, pese a los avisos de los activistas. Y este año ha continuado en el control
y la limitación de Salvamento Marítimo, el proyecto de expulsión de miles de personas en
situación irregular o de deportación de la infancia migrante, el bloqueo del barco Open Arms
y Aita Mari mientras siguen muriendo decenas o centenares de personas en el Mediterráneo,
la continuidad sin vergüenza de las devoluciones en caliente, entre otras vulneraciones. 300 activistas se encuentran encausados en Europa por ayudar a migrantes. 15 de ellos en
nuestro país. Bomberos, defensores de derechos humanos, o gente del común que no quiere
dejar morir mirando para otro lado. Desmontando ese tópico falaz de que la rica Europa carga con la mayoría de refugiados y se
tiene que "defender", las cifras evidencian que la mayoría de ellos optan por quedarse en
territorios limítrofes con el suyo, y que, de nuestro entorno, Turquía sigue siendo el primer
país de acogida de refugiados en términos absolutos, con una población de 3,5 millones de
personas, principalmente sirios, en tanto que Líbano acoge el mayor número de refugiados
respecto al tamaño de su población nacional.
¿Seguimos? Pero, hablemos de personas, no de números.
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1Precisamente
estos días se publica el carpetazo a la persecución judicial sobre
Helena Maleno, fundadora e integrante del colectivo Caminando
Frontera (en un caso parecido al de Oscar Camps, de Open Arms, los
bomberos sevillanos y otros) ya que, siete años después de
comenzar a ser investigada por la policía española, de ser acusada
por un juzgado de Tánger de un "delito de tráfico de seres
humanos y favorecimiento de la inmigración" irregular, se
acaba la pesadilla porque la justicia marroquí archiva
definitivamente la causa abierta contra la defensora de derechos
humanos al no encontrar ningún indicio de delito y queda acreditado
que su labor de auxilio de inmigrantes en dificultades a bordo de
pateras no supone ningún acto ilegal
Llamar a Salvamento Marítimo o la Marina
Marroquí para dar aviso de una patera en dificultades no es delito
ni en España ni en Marruecos, ni favorece de ninguna manera que la
gente se eche al mar. Se acabó la coartada policial de algunos
mandos de los cuerpos de seguridad españoles que durante 7 años ha
perseguido a esta defensora de los de derechos de los migrantes. El
Tribunal de Tánger, que desde 2017 investigaba a Helena Maleno por
su labor en la ayuda a las personas que le pedían auxilio en El
Estrecho, ha archivado definitivamente el procedimiento.