domingo, 16 de junio de 2019

La manipulación con cuescos.

Decía Fellini1, a propósito de unas feroces críticas a su película Giulietta degli spiriti, a la que 
acusaban de inmoral, que “la obscenidad no está en lo que se ve, sino en los ojos de quien 
mira”, dando pie a admitir que las reflexiones en torno a lo que se ve (o lo que se puede ver 
o no, lo que se hace ver, etc.) están cargadas de equívocos  porque es normal que se plantee 
una dialéctica que traduce la incompatibilidad entre lo que se quiere ver (que siempre es una 
ilusión, o bien algo que ilusiona) y lo que uno prefiere no ver (lo real, curiosamente) pero cuya 
negativa –“no me lo muestres, no quiero saber nada de eso”– uno se niega a reconocer como 
tal, de tal modo que la reacción ante lo real no se nos aparece como tal negación sino como 
afirmación: esto que me muestras es obsceno. El considerar, con frecuencia, algo como 
obsceno expresa el rechazo a ver lo real, al tiempo que es la afirmación de que algo nunca 
figura en la escena porque está fuera del campo de la mirada; o bien que toda mirada 
productora de una escena es la ocultación de eso real que, quien mira, no quiere ver. Lo 
obsceno, así, es el producto de una determinada manera de ver, nunca una entidad en sí 
misma. (Damos vueltas en torno a un asunto que no podemos/queremos/sabemos ver; y, si 
lo vemos, lo rechazamos por obsceno.) 
 
 
Esto lo saben bien los manipuladores, que usan todos los medios y técnicas imaginables 
para que veamos o interpretemos algo precisamente como a ellos les interesa. Para crear un 
marco común de reflexión, definamos a qué nos referimos: una persona manipuladora es 
aquella que intenta recrear todo a su alrededor a su gusto y semejanza, o sea, que quiere 
que su visión del mundo, que se desvive en imponer como sea a los demás, sea la única 
aceptable. Esa es la persona más manipuladora que te puedes encontrar, pero por supuesto 
también hay muchos grados de manipulación. Es cierto que todos nos comportamos de 
manera manipuladora en algún punto de nuestras vidas, pero también lo es que lo que 
definimos como una persona manipuladora ha hecho de este comportamiento un hábito, una 
parte sustancial de su carácter.

Más allá del concepto en las imágenes y de Fellini, otras formas como el uso del lenguaje 
como arma de manipulación es, probablemente, tan antiguo como el ser humano. Y en la 
actualidad, debido al impacto mediático que se necesita para mantener el poder, es una 
estrategia imprescindible. En nuestro tiempo, en ejemplos de todos conocidos, los "de arriba" 
llaman “indemnización en diferido” a una nómina que se sigue pagando a un tesorero 
despedido que amenaza con contar secretos; “tiquet moderador sanitario” a pagar por ir al 
médico de la sanidad pública; “cese temporal de la convivencia” a un divorcio en la familia 
real; “desaceleración” a una crisis económica brutal; “medidas excepcionales para incentivar 
la tributación de rentas no declaradas” a las amnistías fiscales para los ricos; “Ministerio de 
Defensa” al que se encarga de mandar al ejército a otros países y “devaluación competitiva 
de los salarios” a las bajadas de sueldo. La elección de las palabras sigue siendo decisiva: 
los que nombran la realidad controlan cómo entendemos el mundo.
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No sólo es el ámbito de la política. En los ámbitos intelectuales, por ejemplo, se usa mucho lo 
que el gran Cantinflas denominaba “inflación palabraria”, es decir, el lenguaje pomposo como 
forma de mantener estatus. El físico y matemático estadounidense Alan David Sokal ideó a 
finales del siglo pasado un experimento de campo para demostrar el efecto persuasor de 
este tipo de léxico absurdo. Escribió un artículo para la revista norteamericana Social Test 
con un título memorable que ha pasado a la historia de la pedantería: «Transgressing the 
boundaries: Toward a transformative hermeneutics of quantum gravity» («Transgredir los 
límites: Hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica»). En él pontificaba 
con lenguaje críptico acerca de todo lo que se venía a la cabeza: psicología, sociología, 
antropología,... A pesar de que se trataba de un pastiche sin sentido alguno, copiado y 
pegado de textos que hablaban de temas diferentes, el artículo pasó la criba del Comité de 
Selección. Recibió críticas muy elogiosas de los lectores, que alababan, entre otras cosas, 
su “claridad de expresión”. Sólo tras ser publicado, Sokal reveló el engaño en otra publicación 
(Lingua Franca), citando, entre otros, al lingüista Noam Chomsky para plantear que las 
ciencias sociales no siempre basan sus trabajos en la razón. 

Casos reales así nos hacen pensar en la otra cara de la moneda, en que el manipulado lo es 
porque (¿por desidia o comodidad mental?) quiere serlo porque, en muchas ocasiones, la 
manipulación a través del lenguaje implica ignorancia de quien recibe el mensaje acerca del 
significado real de lo que le están transmitiendo acompañado de la nula voluntad de conocerlo; 
es lo que pasa cuando los políticos repiten hasta la saciedad amplificado por sus medios 
afines vocablos y conceptos en los que quieren imponer como único válido el significado e 
interpretación que a ellos les interesa2: golpista, democracia, ley, nazi3, supremacista, etc. 
Pero no dramaticemos; a veces la voluntad de ignorar da lugar a episodios, simplemente, 
chuscos. Supongamos que alguien publica que “en casa de X (que cada quien identifique esta 
X a su gusto) nunca falta a la mesa un recipiente para los cuescos”; si algún lector se siente 
asqueado al sentirse herido en su sensibilidad por esta muestra de mal gusto protagonizada 
por flatulencias es porque no sabe, ni tal vez quiera saber que cuesco es el nombre que 
reciben los huesos de la fruta como el de la ciruela, la cereza, la nectarina,... aunque también 
se llama de este modo a la ventosidad (pedo) ruidosa, debido a que esa flatulencia recuerda 
al sonido de uno o varios huesos caer al suelo y ese nombre, etimológicamente, es la 
onomatopeya. 
 
 
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El uso con el significado de “hueso” (que es la primera acepción de las siete que contempla el 
DRAE para la palabra) lo encontramos incluso en Cervantes:

Oyendo lo cual Altisidora, mostrando enojarse y alterarse, le dijo:¡Vive el Señor, don bacallao, alma de almirez, cuesco de dátil, más terco y duro que villano 
rogado cuando tiene la suya sobre el hito, que si arremeto a vos, que os tengo de sacar los 
ojos! ¿Pensáis por ventura, don vencido y don molido a palos,que yo me he muerto por vos? 
Todo lo que habéis visto esta noche ha sido fingido; que no soy yo mujer que por semejantes 
camellos había de dejar que me doliese un negro de la uña, cuanto más morirme.
(Miguel de Cervantes – Don Quijote de la Mancha, 2ª parte, capítulo 70)

y en un libro actual mexicano de cocina, podemos leer, a propósito de la preparación del 
guacamole:

« Según la sabiduría popular, el guacamole se conserva verde si se introduce en él un cuesco 
de aguacate. McGee pensó que era una tontería, y puso manos a la obra. Descubrió que, con 
o sin cuesco, el aguacate machacado tarda unos 90 minutos en adquirir un color gris poco 
apetitoso, y sin embargo conserva bajo el cuesco su color verde. »

Otra cosa es la reacción que quiera provocar en el lector el redactor de la noticia, jugando y 
manipulando con el vocablo. El psiquiatra escocés James Alexander Campbell Brown, en su 
libro Técnicas de persuasión: de la propaganda al lavado de cerebro afirma que “los intentos 
de cambiar las opiniones de los demás son más antiguos que la historia y se originaron, debe 
suponerse, con el desarrollo del lenguaje. Antes de que los hombres hablaran no parece 
probable que tuvieran opinión alguna que cambiar. Los pensamientos se crean y modifican 
fundamentalmente a través de la palabra hablada o escrita, aunque en el llamado lavado de 
cerebro las palabras pueden ser suplidas por malos tratos físicos y en la publicidad comercial 
por música o imágenes agradables, es evidente que, incluso en estos casos, las principales 
armas son de naturaleza verbal, o en cualquier caso simbólica, y que los resultados 
perseguidos son de índole psicológica”. 
 
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Una de las funciones del lenguaje es la persuasión: hablamos o escribimos, en muchas 
ocasiones, para convencer a los demás de nuestras teorías. Y es muy fácil que esa necesidad 
acabe acaparando nuestro discurso y haciéndonos olvidar otras funciones importantes, como 
la de trasmitir información o la de empatizar con el otro. Es en ese momento cuando el lenguaje 
se convierte en un arma de manipulación. Por eso es importante estar en alerta y saber 
cuándo estamos escuchando o leyendo a una persona cuya mayor motivación es 
hacer cambiar nuestras ideas. Tener presentes algunos rasgos del lenguaje manipulador 
puede ayudarnos a despertar nuestra mente en esos momentos.

Si hemos de resaltar aspectos característicos de ese tipo de comunicación maquiavélica, 
algunos (sin ser exhaustivo) serían:

- Esconde los hechos. Se trata de una jerigonza en la que la realidad desaparece. A veces, 
el efecto se logra usando tecnicismos que hacen desaparecer el acto en sí: los ejércitos y los 
grupos terroristas, por ejemplo, suelen llamar “bajas colaterales” a los asesinatos de 
inocentes que cometen. En otras ocasiones se acude a variaciones que llevan las palabras 
polémicas a lugares donde apenas se perciben. Un ejemplo clásico es la importancia de 
poner delante lo aceptable y en segundo término lo que queremos ocultar, en una actitud 
que ya sabemos y usamos desde niños: tenemos más posibilidades de éxito si le 
preguntamos a nuestros padres “¿Puedo estudiar mientras como chuches?” que si la 
pregunta es “¿Puedo comer chuches mientras estudio?”. Y sigue funcionando: en el 
referéndum de 1986 para la permanencia de España en la OTAN el gobierno jugó con la 
estrategia de “Lo bueno delante” logrando dar un vuelco a la opinión pública.

 
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- Convierte todos los temas en viscerales. Decía el escritor y filósofo inglés Aldous Huxley 
que las palabras pueden ser como Rayos X, ya que si se usan apropiadamente lo atraviesan 
todo. Para lograr este efecto, es necesario que tengan connotaciones emocionales. La 
neurocientífica, fisióloga y filósofa inglesa Kathleen Taylor nos recuerda  en su libro  
Brainwashing: La Ciencia de Control del Pensamiento (uno de los libros clásicos sobre lavado 
de cerebro) que “cuando algo provoca una reacción emocional, el cerebro se moviliza para 
lidiar con ella, dedicando muy pocos recursos a la reflexión”. El lenguaje manipulador está 
preñado de emociones. Un ejemplo es el abuso de palabras como libertad, independencia, 
creatividad: los anuncios de ropa juvenil, los medios de comunicación y los libros de 
autoayuda están poblados de frases que utilizan estos vocablos en cualquier contexto porque 
son muy efectivos a la hora de activar nuestras emociones y acercarnos a quienes las 
pronuncian. Aunque parezca paradójico que los que quieren convencernos de algo apelen a 
nuestra creatividad, libertad o independencia, si estamos sintiendo (y no pensando) nos 
pueden convencer de ello.

- Dispone de un metalenguaje propio. Escuchar nuestras propias palabras nos hace 
ponernos en marcha… aunque no sepamos para qué. Y eso es lo que busca el manipulador: 
los adeptos son aquellos que redoblan los esfuerzos aunque hayan olvidado el objetivo. Por 
eso todos los grupos utilizan un léxico propio que los distingue, una jerga que sólo usan los 
miembros del grupo y prueba su fidelidad a él. Además, esas palabras tienen que ayudar a 
dividir el mundo en los otros, los malos, los de fuera, y nosotros, los buenos, los de dentro. 
Por ejemplo: todos los subgrupos juveniles tienen palabras que definen a los que no son 
como ellos. Aprenden a llamar a los demás “pijos, guarros, frikis, perroflautas” o “empollones” 
ayuda a crear camaradería y sentimiento de pertenencia. No importa que el manipulado no 
sepa explicar por qué esos nombres van asociados con ciertos conceptos negativos: lo 
importante es su uso como activador de la conducta del grupo. A partir de esas etiquetas, se 
rompe la posibilidad de empatía y se consigue convencer a la persona de que los malos son 
siempre los demás.

- El mensaje carece realmente de contenido. Sólo hay una manera de no ser criticado: 
hablar sin decir nada. Por eso, el lenguaje manipulador recurre frecuentemente a frases 
humo, expresiones vacuas que parecen afirmar algo pero en la que ninguno de los receptores 
entiende lo mismo. Asociaciones de palabras bonitas del tipo “siempre he intentado que mi 
forma de actuar no sea simplemente vivir día a día. Mis actos se han guiado siempre por 
valores éticos que son importantes para el ser humano” son ejemplos de frases así, que 
pueden ser suscritas tranquilamente por asesinos en serie, políticos corruptos o 
maltratadores. Su ambigüedad permite que el que la escucha crea estar de acuerdo aunque 
en realidad no comparta nada con el que emite el mensaje. En esta categoría entran 
también las expresiones no refutables, que tienen la ventaja de ser irrebatibles. Por ejemplo: 
“El mundo se encuentra dominado por poderes ocultos” es una frase utilizada, en diferentes 
versiones, por todos aquellos que buscan manipular. Pase lo que pase es imposible rebatir 
esa idea conspirativa. Y eso les permite a aquellos que intentan imponer miedo pedirnos que 
dejemos de hacer cosas aunque no sepamos cuál es la amenaza real. Esta estrategia es la 
que utilizan, por ejemplo, muchos padres de hijos adolescentes: “estás rodeado de gente 
que te quiere convencer para que vayas por el mal camino”, les dicen para justificar muchas 
de sus prohibiciones.

- El manipulador no argumenta. La mejor forma de manipular a los demás es utilizar 
estrategias retóricas que permitan convencer sin dar razones para ello. Hay miles de trucos 
oratorios o escritos destinados a ese fin. Un ejemplo es la ironía. Repetir lo que ha dicho otra 
persona mientras se esboza una sonrisa sarcástica permite quitarle puntos a ese individuo 
sin necesidad de argumentar. Por escrito, tiene el mismo efecto el uso de las comillas: “El 
presidente del “gobierno” afirma que… “cuestiona la capacidad de dirigir del susodicho”, al 
igual que la afirmación “El escritor que acaba de sacar una novela…” echa por tierra las 
habilidades literarias del citado. Y todo eso sin exponer una sola razón para establecer un 
juicio crítico. El lenguaje manipulador evita el razonamiento. Por eso, en última instancia, 
cuenta siempre técnicas antiargumento por si falla todo lo anterior. Un ejemplo es el uso de 
la palabra demagógico: en el discurso maquiavélico se llama así a todo argumento con el 
que el manipulador no está de acuerdo. Usando únicamente esa palabra (“eso es 
demagógico”) se intenta desmontar lo que dice el contrario sin entrar ni siquiera a discutirlo. 
Es la última vuelta de tuerca: el lenguaje que sirve para que los otros no puedan utilizar el 
lenguaje.  
 
 
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No son teorías; en su libro LTI: La lengua del Tercer Reich, el filólogo, escritor e historiador 
alemán Víctor Klemperer (que, por ser de origen judío, solo su matrimonio con una mujer 
clasificada como «aria» le permitió sobrevivir en la Alemania nazi) analizó la importancia que 
tuvieron las palabras a la hora de imponer el nazismo en la sociedad alemana. En su texto 
da numerosos ejemplos que muestran como la elección de determinadas palabras o frases 
y su continua repetición se convirtió en una de las principales técnicas de manipulación en la 
época. La LTI (Lingua Tercii Imperii) envenenó las mentes convirtiendo gradualmente ideas 
que el imaginario colectivo consideraba repulsivas en conceptos aceptables (ver nota 2).. 
 
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1Federico Fellini (1920 - 1993) fue un director de cine y guionista italiano; considerado el cineasta de la post-guerra más importante de su país a nivel mundial. Ganador de cuatro premios Óscar por mejor película extranjera, en 1993 fue galardonado con un Óscar honorífico por su carrera.A lo largo de su carrera, Fellini dio vida a personajes y escenas que se han incorporado al imaginario colectivo cinematográfico. De sí mismo decía que era "un artesano que no tiene nada que decir, pero sabe cómo decirlo" Lo cierto es que Fellini siempre tomó inspiración de lo que vivía para su trabajo artístico.
Sus inicios fueron como guionista en tiras cómicas clásicas extranjeras de la prensa, que habían dejado de ser distribuidas en Italia, ante el bloqueo comercial impuesto por el gobierno fascista encabezado por Benito Mussolini. Curiosamente, los métodos del gobierno impulsaron al cine italiano, que ante el incremento en la demanda, comenzó a requerir profesionales en aéreas paralelas a la producción cinematográfica. Fellini fue uno de ellos, contratado para trabajar como dibujante publicitario. Ese fue el primer contacto que Fellini tuvo con el cine. Ahí conocería al cineasta Roberto Rossellini y al músico Nino Rota, quien lo acompañaría por el resto de su carrera.
Poco después, Fellini debutó en el cine con el guion de Lo vedi come sei? , de Mario Mattoli, y posteriormente, de Apparizione, de Jean de Limur, Chi l’ha visto?, de Goffredo Alessandrini, L’amore, de Rossellini y, especialmente, Roma, citta aperta, también de Rossellin, considerada como una de las máximas obras del neorrealismo italiano. La película, inspirada en la historia del sacerdote italiano Luigi Morosini, torturado y asesinado por los nazis por ayudar a la resistencia, fue reconocida por la Palma de Oro del Festival de Cine de Cannes y le dio a Fellini la confianza necesaria para llevar a la pantalla una de sus historias.
En 1951 debutó en la dirección con la sátira Lo sceicco bianco, protagonizada por Alberto Sordi y escrita en colaboración con Michelangelo Antonioni, y desde entonces, Fellini se convirtió en uno de los nombres más importantes del cine italiano y del mundo, conquistando a la prensa europea y al público con películas como La Strada, Le notti di Cabiria, La Dolce Vita, Otto e mezzo, Satyricon y Amarcord.
Giulietta degli spíriti, interpretada por su esposa, Giulietta Massina, originó cierta polémica, que se repetiría en otras películas, por el erotismo que la atraviesa y por la ironía con que se trata a sí mismo y a la sociedad italiana, especialmente la Iglesia. Películas como Roma o E la nave va marcan la posterior producción de este cineasta, dueño de un universo muy personal y de un estilo extremadamente libre. Al respecto, Fellini confesó en una de sus últimas entrevistas “Tengo la impresión de habérmelo inventado todo: infancia, personalidad, nostalgias, recuerdos, por el placer de poder contarlos

2Un ejemplo es la connotación positiva que fue ganando la palabra fanatismo. Antes de la llegada de Hitler al poder, el vocablo se usaba peyorativamente. Sin embargo, los nazis consiguieron que el fanatismo acabara resultando positivo usándolo en expresiones que sugieren audacia y compromiso. Se hablaba de “valentía fanática”, de “juramento fanático”, de “amor fanático por el pueblo”…En los últimos momentos, cuando ya la palabra había perdido fuerza, Goebbels (el ministro de Propaganda, diseñador de las técnicas de manipulación nacionalsocialistas) empezó a hablar de “fanatismo feroz” para añadirle potencia al concepto. 

3Este vocablo merece un inciso: se cumple a rajatabla la regla de Godwin o regla de analogías nazis de Godwin, que es un enunciado de interacción social propuesto por Mike Godwin en 1990 que establece que: A medida que una discusión en línea se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno.
Por otra parte, la Knesset, el Parlamento de Israel,, dando forma a la idea de que el nazismo no es un insulto sino un delito. estudia una nueva ley que convertirá en delito penalmente castigable llamar a alguien “nazi” con el fin de “bloquear la tendencia creciente de banalización del Holocausto” y para evitar que se usen “palabras terribles como si fueran tonterías sin entender su verdadero significado o, lo que es peor, olvidándolo”

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