Decía Fellini1, a propósito de unas feroces críticas a su película Giulietta degli spiriti, a la que
acusaban de inmoral, que “la obscenidad no está en lo que se ve, sino en los ojos de quien
mira”, dando pie a admitir que las reflexiones en torno a lo que se ve (o lo que se puede ver
o no, lo que se hace ver, etc.) están cargadas de equívocos porque es normal que se plantee
una dialéctica que traduce la incompatibilidad entre lo que se quiere ver (que siempre es una
ilusión, o bien algo que ilusiona) y lo que uno prefiere no ver (lo real, curiosamente) pero cuya
negativa –“no me lo muestres, no quiero saber nada de eso”– uno se niega a reconocer como
tal, de tal modo que la reacción ante lo real no se nos aparece como tal negación sino como
afirmación: esto que me muestras es obsceno. El considerar, con frecuencia, algo como
obsceno expresa el rechazo a ver lo real, al tiempo que es la afirmación de que algo nunca
figura en la escena porque está fuera del campo de la mirada; o bien que toda mirada
productora de una escena es la ocultación de eso real que, quien mira, no quiere ver. Lo
obsceno, así, es el producto de una determinada manera de ver, nunca una entidad en sí
misma. (Damos vueltas en torno a un asunto que no podemos/queremos/sabemos ver; y, si
lo vemos, lo rechazamos por obsceno.)
Esto lo saben bien los manipuladores, que usan todos los medios y técnicas imaginables
para que veamos o interpretemos algo precisamente como a ellos les interesa. Para crear un
marco común de reflexión, definamos a qué nos referimos: una persona manipuladora es
aquella que intenta recrear todo a su alrededor a su gusto y semejanza, o sea, que quiere
que su visión del mundo, que se desvive en imponer como sea a los demás, sea la única
aceptable. Esa es la persona más manipuladora que te puedes encontrar, pero por supuesto
también hay muchos grados de manipulación. Es cierto que todos nos comportamos de
manera manipuladora en algún punto de nuestras vidas, pero también lo es que lo que
definimos como una persona manipuladora ha hecho de este comportamiento un hábito, una
parte sustancial de su carácter. Más allá del concepto en las imágenes y de Fellini, otras formas como el uso del lenguaje
como arma de manipulación es, probablemente, tan antiguo como el ser humano. Y en la
actualidad, debido al impacto mediático que se necesita para mantener el poder, es una
estrategia imprescindible. En nuestro tiempo, en ejemplos de todos conocidos, los "de arriba"
llaman “indemnización en diferido” a una nómina que se sigue pagando a un tesorero
despedido que amenaza con contar secretos; “tiquet moderador sanitario” a pagar por ir al
médico de la sanidad pública; “cese temporal de la convivencia” a un divorcio en la familia
real; “desaceleración” a una crisis económica brutal; “medidas excepcionales para incentivar
la tributación de rentas no declaradas” a las amnistías fiscales para los ricos; “Ministerio de
Defensa” al que se encarga de mandar al ejército a otros países y “devaluación competitiva
de los salarios” a las bajadas de sueldo. La elección de las palabras sigue siendo decisiva:
los que nombran la realidad controlan cómo entendemos el mundo.
No sólo es el ámbito de la política. En los ámbitos intelectuales, por ejemplo, se usa mucho lo
que el gran Cantinflas denominaba “inflación palabraria”, es decir, el lenguaje pomposo como
forma de mantener estatus. El físico y matemático estadounidense Alan David Sokal ideó a
finales del siglo pasado un experimento de campo para demostrar el efecto persuasor de
este tipo de léxico absurdo. Escribió un artículo para la revista norteamericana Social Test
con un título memorable que ha pasado a la historia de la pedantería: «Transgressing the
boundaries: Toward a transformative hermeneutics of quantum gravity» («Transgredir los
límites: Hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica»). En él pontificaba
con lenguaje críptico acerca de todo lo que se venía a la cabeza: psicología, sociología,
antropología,... A pesar de que se trataba de un pastiche sin sentido alguno, copiado y
pegado de textos que hablaban de temas diferentes, el artículo pasó la criba del Comité de
Selección. Recibió críticas muy elogiosas de los lectores, que alababan, entre otras cosas,
su “claridad de expresión”. Sólo tras ser publicado, Sokal reveló el engaño en otra publicación
(Lingua Franca), citando, entre otros, al lingüista Noam Chomsky para plantear que las
ciencias sociales no siempre basan sus trabajos en la razón. Casos reales así nos hacen pensar en la otra cara de la moneda, en que el manipulado lo es
porque (¿por desidia o comodidad mental?) quiere serlo porque, en muchas ocasiones, la
manipulación a través del lenguaje implica ignorancia de quien recibe el mensaje acerca del
significado real de lo que le están transmitiendo acompañado de la nula voluntad de conocerlo;
es lo que pasa cuando los políticos repiten hasta la saciedad amplificado por sus medios
afines vocablos y conceptos en los que quieren imponer como único válido el significado e
interpretación que a ellos les interesa2: golpista, democracia, ley, nazi3, supremacista, etc.
Pero no dramaticemos; a veces la voluntad de ignorar da lugar a episodios, simplemente,
chuscos. Supongamos que alguien publica que “en casa de X (que cada quien identifique esta
X a su gusto) nunca falta a la mesa un recipiente para los cuescos”; si algún lector se siente
asqueado al sentirse herido en su sensibilidad por esta muestra de mal gusto protagonizada
por flatulencias es porque no sabe, ni tal vez quiera saber que cuesco es el nombre que
reciben los huesos de la fruta como el de la ciruela, la cereza, la nectarina,... aunque también
se llama de este modo a la ventosidad (pedo) ruidosa, debido a que esa flatulencia recuerda
al sonido de uno o varios huesos caer al suelo y ese nombre, etimológicamente, es la
onomatopeya.
El uso con el significado de “hueso” (que es la primera acepción de las siete que contempla el
DRAE para la palabra) lo encontramos incluso en Cervantes: Oyendo lo cual Altisidora, mostrando enojarse y alterarse, le dijo: –¡Vive el Señor, don bacallao, alma de almirez, cuesco de dátil, más terco y duro que villano
rogado cuando tiene la suya sobre el hito, que si arremeto a vos, que os tengo de sacar los
ojos! ¿Pensáis por ventura, don vencido y don molido a palos,que yo me he muerto por vos?
Todo lo que habéis visto esta noche ha sido fingido; que no soy yo mujer que por semejantes
camellos había de dejar que me doliese un negro de la uña, cuanto más morirme. (Miguel de Cervantes – Don Quijote de la Mancha, 2ª parte, capítulo 70) y en un libro actual mexicano de cocina, podemos leer, a propósito de la preparación del
guacamole: « Según la sabiduría popular, el guacamole se conserva verde si se introduce en él un cuesco
de aguacate. McGee pensó que era una tontería, y puso manos a la obra. Descubrió que, con
o sin cuesco, el aguacate machacado tarda unos 90 minutos en adquirir un color gris poco
apetitoso, y sin embargo conserva bajo el cuesco su color verde. » Otra cosa es la reacción que quiera provocar en el lector el redactor de la noticia, jugando y
manipulando con el vocablo. El psiquiatra escocés James Alexander Campbell Brown, en su
libro Técnicas de persuasión: de la propaganda al lavado de cerebro afirma que “los intentos
de cambiar las opiniones de los demás son más antiguos que la historia y se originaron, debe
suponerse, con el desarrollo del lenguaje. Antes de que los hombres hablaran no parece
probable que tuvieran opinión alguna que cambiar. Los pensamientos se crean y modifican
fundamentalmente a través de la palabra hablada o escrita, aunque en el llamado lavado de
cerebro las palabras pueden ser suplidas por malos tratos físicos y en la publicidad comercial
por música o imágenes agradables, es evidente que, incluso en estos casos, las principales
armas son de naturaleza verbal, o en cualquier caso simbólica, y que los resultados
perseguidos son de índole psicológica”.
Una de las funciones del lenguaje es la persuasión: hablamos o escribimos, en muchas
ocasiones, para convencer a los demás de nuestras teorías. Y es muy fácil que esa necesidad
acabe acaparando nuestro discurso y haciéndonos olvidar otras funciones importantes, como
la de trasmitir información o la de empatizar con el otro. Es en ese momento cuando el lenguaje
se convierte en un arma de manipulación. Por eso es importante estar en alerta y saber
cuándo estamos escuchando o leyendo a una persona cuya mayor motivación es
hacer cambiar nuestras ideas. Tener presentes algunos rasgos del lenguaje manipulador
puede ayudarnos a despertar nuestra mente en esos momentos. Si hemos de resaltar aspectos característicos de ese tipo de comunicación maquiavélica,
algunos (sin ser exhaustivo) serían: - Esconde los hechos. Se trata de una jerigonza en la que la realidad desaparece. A veces,
el efecto se logra usando tecnicismos que hacen desaparecer el acto en sí: los ejércitos y los
grupos terroristas, por ejemplo, suelen llamar “bajas colaterales” a los asesinatos de
inocentes que cometen. En otras ocasiones se acude a variaciones que llevan las palabras
polémicas a lugares donde apenas se perciben. Un ejemplo clásico es la importancia de
poner delante lo aceptable y en segundo término lo que queremos ocultar, en una actitud
que ya sabemos y usamos desde niños: tenemos más posibilidades de éxito si le
preguntamos a nuestros padres “¿Puedo estudiar mientras como chuches?” que si la
pregunta es “¿Puedo comer chuches mientras estudio?”. Y sigue funcionando: en el
referéndum de 1986 para la permanencia de España en la OTAN el gobierno jugó con la
estrategia de “Lo bueno delante” logrando dar un vuelco a la opinión pública.
- Convierte todos los temas en viscerales. Decía el escritor y filósofo inglés Aldous Huxley
que las palabras pueden ser como Rayos X, ya que si se usan apropiadamente lo atraviesan
todo. Para lograr este efecto, es necesario que tengan connotaciones emocionales. La
neurocientífica, fisióloga y filósofa inglesa Kathleen Taylor nos recuerda en su libro
Brainwashing: La Ciencia de Control del Pensamiento (uno de los libros clásicos sobre lavado
de cerebro) que “cuando algo provoca una reacción emocional, el cerebro se moviliza para
lidiar con ella, dedicando muy pocos recursos a la reflexión”. El lenguaje manipulador está
preñado de emociones. Un ejemplo es el abuso de palabras como libertad, independencia,
creatividad: los anuncios de ropa juvenil, los medios de comunicación y los libros de
autoayuda están poblados de frases que utilizan estos vocablos en cualquier contexto porque
son muy efectivos a la hora de activar nuestras emociones y acercarnos a quienes las
pronuncian. Aunque parezca paradójico que los que quieren convencernos de algo apelen a
nuestra creatividad, libertad o independencia, si estamos sintiendo (y no pensando) nos
pueden convencer de ello. - Dispone de un metalenguaje propio. Escuchar nuestras propias palabras nos hace
ponernos en marcha… aunque no sepamos para qué. Y eso es lo que busca el manipulador:
los adeptos son aquellos que redoblan los esfuerzos aunque hayan olvidado el objetivo. Por
eso todos los grupos utilizan un léxico propio que los distingue, una jerga que sólo usan los
miembros del grupo y prueba su fidelidad a él. Además, esas palabras tienen que ayudar a
dividir el mundo en los otros, los malos, los de fuera, y nosotros, los buenos, los de dentro.
Por ejemplo: todos los subgrupos juveniles tienen palabras que definen a los que no son
como ellos. Aprenden a llamar a los demás “pijos, guarros, frikis, perroflautas” o “empollones”
ayuda a crear camaradería y sentimiento de pertenencia. No importa que el manipulado no
sepa explicar por qué esos nombres van asociados con ciertos conceptos negativos: lo
importante es su uso como activador de la conducta del grupo. A partir de esas etiquetas, se
rompe la posibilidad de empatía y se consigue convencer a la persona de que los malos son
siempre los demás. - El mensaje carece realmente de contenido. Sólo hay una manera de no ser criticado:
hablar sin decir nada. Por eso, el lenguaje manipulador recurre frecuentemente a frases
humo, expresiones vacuas que parecen afirmar algo pero en la que ninguno de los receptores
entiende lo mismo. Asociaciones de palabras bonitas del tipo “siempre he intentado que mi
forma de actuar no sea simplemente vivir día a día. Mis actos se han guiado siempre por
valores éticos que son importantes para el ser humano” son ejemplos de frases así, que
pueden ser suscritas tranquilamente por asesinos en serie, políticos corruptos o
maltratadores. Su ambigüedad permite que el que la escucha crea estar de acuerdo aunque
en realidad no comparta nada con el que emite el mensaje. En esta categoría entran
también las expresiones no refutables, que tienen la ventaja de ser irrebatibles. Por ejemplo:
“El mundo se encuentra dominado por poderes ocultos” es una frase utilizada, en diferentes
versiones, por todos aquellos que buscan manipular. Pase lo que pase es imposible rebatir
esa idea conspirativa. Y eso les permite a aquellos que intentan imponer miedo pedirnos que
dejemos de hacer cosas aunque no sepamos cuál es la amenaza real. Esta estrategia es la
que utilizan, por ejemplo, muchos padres de hijos adolescentes: “estás rodeado de gente
que te quiere convencer para que vayas por el mal camino”, les dicen para justificar muchas
de sus prohibiciones. - El manipulador no argumenta. La mejor forma de manipular a los demás es utilizar
estrategias retóricas que permitan convencer sin dar razones para ello. Hay miles de trucos
oratorios o escritos destinados a ese fin. Un ejemplo es la ironía. Repetir lo que ha dicho otra
persona mientras se esboza una sonrisa sarcástica permite quitarle puntos a ese individuo
sin necesidad de argumentar. Por escrito, tiene el mismo efecto el uso de las comillas: “El
presidente del “gobierno” afirma que… “cuestiona la capacidad de dirigir del susodicho”, al
igual que la afirmación “El escritor que acaba de sacar una novela…” echa por tierra las
habilidades literarias del citado. Y todo eso sin exponer una sola razón para establecer un
juicio crítico. El lenguaje manipulador evita el razonamiento. Por eso, en última instancia,
cuenta siempre técnicas antiargumento por si falla todo lo anterior. Un ejemplo es el uso de
la palabra demagógico: en el discurso maquiavélico se llama así a todo argumento con el
que el manipulador no está de acuerdo. Usando únicamente esa palabra (“eso es
demagógico”) se intenta desmontar lo que dice el contrario sin entrar ni siquiera a discutirlo.
Es la última vuelta de tuerca: el lenguaje que sirve para que los otros no puedan utilizar el
lenguaje.
No son teorías; en su libro LTI: La lengua del Tercer Reich, el filólogo, escritor e historiador
alemán Víctor Klemperer (que, por ser de origen judío, solo su matrimonio con una mujer
clasificada como «aria» le permitió sobrevivir en la Alemania nazi) analizó la importancia que
tuvieron las palabras a la hora de imponer el nazismo en la sociedad alemana. En su texto
da numerosos ejemplos que muestran como la elección de determinadas palabras o frases
y su continua repetición se convirtió en una de las principales técnicas de manipulación en la
época. La LTI (Lingua Tercii Imperii) envenenó las mentes convirtiendo gradualmente ideas
que el imaginario colectivo consideraba repulsivas en conceptos aceptables (ver nota 2)..
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1Federico
Fellini (1920 - 1993) fue un director de cine y guionista italiano;
considerado el cineasta de la post-guerra más importante de su país
a nivel mundial. Ganador de cuatro premios Óscar por mejor película
extranjera, en 1993 fue galardonado con un Óscar honorífico por su
carrera.A lo largo de su carrera, Fellini dio vida a personajes y
escenas que se han incorporado al imaginario colectivo
cinematográfico. De sí mismo decía que era "un artesano que
no tiene nada que decir, pero sabe cómo decirlo" Lo cierto es
que Fellini siempre tomó inspiración de lo que vivía para su
trabajo artístico.
Sus inicios fueron como guionista en tiras
cómicas clásicas extranjeras de la prensa, que habían dejado de
ser distribuidas en Italia, ante el bloqueo comercial impuesto por
el gobierno fascista encabezado por Benito Mussolini. Curiosamente,
los métodos del gobierno impulsaron al cine italiano, que ante el
incremento en la demanda, comenzó a requerir profesionales en
aéreas paralelas a la producción cinematográfica. Fellini fue uno
de ellos, contratado para trabajar como dibujante publicitario. Ese
fue el primer contacto que Fellini tuvo con el cine. Ahí conocería
al cineasta Roberto Rossellini y al músico Nino Rota, quien lo
acompañaría por el resto de su carrera.
Poco después, Fellini debutó en el cine con
el guion de Lo vedi come sei? , de Mario Mattoli, y
posteriormente, de Apparizione, de Jean de Limur, Chi
l’ha visto?, de Goffredo Alessandrini, L’amore, de
Rossellini y, especialmente, Roma, citta aperta, también de
Rossellin, considerada como una de las máximas obras del
neorrealismo italiano. La película, inspirada en la historia del
sacerdote italiano Luigi Morosini, torturado y asesinado por los
nazis por ayudar a la resistencia, fue reconocida por la Palma de
Oro del Festival de Cine de Cannes y le dio a Fellini la confianza
necesaria para llevar a la pantalla una de sus historias.
En 1951 debutó en la dirección con la
sátira Lo sceicco bianco,
protagonizada por Alberto Sordi y escrita en colaboración con
Michelangelo Antonioni, y desde entonces, Fellini se convirtió en
uno de los nombres más importantes del cine italiano y del mundo,
conquistando a la prensa europea y al público con películas como
La Strada, Le notti di Cabiria, La Dolce Vita, Otto e mezzo,
Satyricon y Amarcord.
Giulietta degli spíriti,
interpretada por su esposa, Giulietta Massina, originó cierta
polémica, que se repetiría en otras películas, por el erotismo
que la atraviesa y por la ironía con que se trata a sí mismo y a
la sociedad italiana, especialmente la Iglesia. Películas como Roma
o E la nave va marcan la posterior producción de
este cineasta, dueño de un universo muy personal y de un estilo
extremadamente libre. Al respecto, Fellini confesó en una de sus
últimas entrevistas “Tengo la impresión de habérmelo
inventado todo: infancia, personalidad, nostalgias, recuerdos, por
el placer de poder contarlos”
2Un
ejemplo es la connotación positiva que fue ganando la palabra
fanatismo. Antes de la llegada de Hitler al poder, el vocablo
se usaba peyorativamente. Sin embargo, los nazis consiguieron que el
fanatismo acabara resultando positivo usándolo en expresiones que
sugieren audacia y compromiso. Se hablaba de “valentía fanática”,
de “juramento fanático”, de “amor fanático por el pueblo”…En
los últimos momentos, cuando ya la palabra había perdido fuerza,
Goebbels (el ministro de Propaganda, diseñador de las técnicas de
manipulación nacionalsocialistas) empezó a hablar de “fanatismo
feroz” para añadirle potencia al concepto.
3Este
vocablo merece un inciso: se cumple a rajatabla la regla de Godwin o
regla de analogías nazis de Godwin, que es un enunciado de
interacción social propuesto por Mike Godwin en 1990 que establece
que: A medida que una discusión en línea se alarga, la
probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione
a Hitler o a los nazis tiende a uno.
Por otra parte, la Knesset, el Parlamento de
Israel,, dando forma a la idea de que el nazismo no es un insulto
sino un delito. estudia una nueva ley que convertirá en delito
penalmente castigable llamar a alguien “nazi” con el fin de
“bloquear la tendencia creciente de banalización del Holocausto”
y para evitar que se usen “palabras terribles como si fueran
tonterías sin entender su verdadero significado o, lo que es peor,
olvidándolo”
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