Pues iba yo tranquilamente sentado distraido mirando el paisaje familiar en uno de mis
frecuentes viajes en tranvía cuando, en una de las paradas, subió, y quedó de pie al lado de
mi asiento, un señor, de aquellos de edad indefinida, que parecía enfrascado en la lectura de
un libro electrónico en la tablet que llevaba. Pensé en lo mucho que ha cambiado el “paisaje”
de la gente en los espacios públicos (y no digamos de los privados) entre una mayoría de
personas, de todos los sexos, de todas las edades y de cualquier condición, abducida por la
pantalla de un teléfono móvil (que es usado generalmente de todo menos, precisamente, de
teléfono) y una minoría, muy minoría, que aún leen libros tradicionales de papel y no libros en
formato electrónico.
Para
nada se trata aquí de negar el desarrollo. No. Está demostrado que
un sistema ha coexistido en la dinámica de la vida de los lectores junto al
otro, sin que se tenga que pensar en la desaparición del formato
impreso. Aunque todos los que prefieren un buen libro impreso
refieren maravillas sobre esa sensación que se experimenta ante un
libro recién comprado, el hojear de las páginas y guardar para la
eternidad, con dedicatorias incluidas, un ejemplar que formará parte
de la colección inseparable de la vida. Diseños, colores, texturas, olores y múltiples recuerdos asociados con los volúmenes dan al lector una
experiencia única, es decir, el aura del objeto único. Además está
la certeza de que nunca ha de fallar cuando se necesite: no habrá
baterías agotadas, incompatibilidad entre formatos y archivos, ni la
obligación de comprar un dispositivo nuevo cuando el antiguo no dé
más de sí. Y un libro leído siempre es diferente al que está por
venir. Por otro lado, estudios académicos de la psicología humana
confirman que el cerebro prefiere el papel.
Sin embargo,
de lo que no hay duda es de que la lectura es siempre beneficiosa, no
importa el formato, si nos trasmite paz, como don bendito de cada
palabra. El hábito de la lectura está lleno de beneficios que
permiten el desarrollo de aspectos cognitivos y afectivos. Las nuevas
tecnologías han revolucionado nuestro mundo en los últimos años y
también nuestra forma de enfrentarnos a situaciones cotidianas. Leer
a través de las hojas de un libro ha empezado a ser remplazada por
la leer a través de pantallas.
No
podemos olvidar que la lectura digital aporta beneficios a personas
con dificultades visuales, permitiendo aumentar el tamaño de la
fuente o incluso incluir sonidos (los audiolibros, tan de moda). Del
mismo modo, las personas que sufren dislexia se ven beneficiadas de
la lectura digital. El aumento del espaciado entre las letras
favorece una mejora en el proceso lector de las personas con
dificultades en la lectura.
Está
comprobado también que la lectura digital aporta grandes beneficios a los más
pequeños, pero no podemos olvidar, por ejemplo, que la lectura de cuentos de papel
a la hora de dormir entre padres e hijos crea un vínculo muy
especial y favorece el sueño. Este efecto tan positivo se ve algo
reducido a través de las pantallas, ya que el exceso de luz que
estas suponen para nuestro cerebro en horas en las que necesita
oscuridad para entender el tránsito de la vigilia al sueño, se ve
afectado. Antes de dormir la lectura más recomendable es la
tradicional, a través de libros de papel.
¿Qué
es mejor, pues, leer libros impresos en papel o electrónicos? Desde
que aparecieron las lecturas y los libros digitales, las teorías
anunciaban la desaparición paulatina del libro de papel, pese a que
las últimas informaciones publicadas hablan con datos y cifras de un repunte de las
ediciones en papel y un estancamiento de las ediciones digitales. Los
libros en papel tienen un valor simbólico y ofrecen la seguridad de
que nunca dejarán de funcionar, pero esas no son sus únicas
ventajas. Según diversos estudios neurocientíficos, la lectura de
textos impresos permite concentrarse más y recordar mejor lo que se
ha leído. Al cerebro, además, le resulta más fácil elaborar mapas
mentales al leer textos impresos que digitales, ya que puede obtener
una idea de conjunto a través de los sentidos.
En
cualquier caso, hay que tener en cuenta que la presente es todavía
la primera etapa de la lectura digital y, sobre todo, de los libros
electrónicos. Está claro que las pantallas de las tablets y de
algunos e-readers, producen mucho cansancio visual. De hecho,
científicos de la Universidad de Harvard han recomendado no utilizar
estos dispositivos antes de dormir, ya que perjudica la calidad del
sueño y, por consiguiente, la salud general. Y las pantallas de
tinta electrónica sin retroiluminación ya buscan parecerse lo más
posible al papel, y en ellas el brillo no es un problema. Quedará
por ver qué sucede en el futuro: si para los nativos digitales -los
niños de la actualidad, que desde el comienzo de sus vidas están
familiarizados con estas pantallas- es importante la pérdida de la
experiencia física de los libros de papel, y si pueden conformar sus
propios mapas mentales a partir de los textos en formato digital, sin
necesidad del volumen físico. Parece ser que la diferencia se
encuentra en el formato con el que se aprendió a leer. Así,
aquellos que aprendimos la lectura a través de escritos en hojas
impresas tenemos mayores dificultades para organizar la lectura a
través de pantallas. Si no sabes cuánto se tarda en leer una
página, podemos hacer alguna aproximaciones pero no es lo mismo
leerlas en un formato físico que en uno digital. Incluso existen
aplicaciones que nos informan de lo que vamos a tardar en leer un
libro y que pueden servir de referencia.
La
falta de referencias es una de las grandes desventajas de la lectura
digital. Conocer el número de hojas a través de la vista, dibujos e
incluso el tacto del libro, ayudan a aquellos que aprendimos a leer y
estudiar a través de libros. El estudio y la memorización se ven
entorpecidos a través de pantallas, ya que la costumbre de trabajar
sobre los textos mediante notas al margen, subrayado, etc. se hacen
imposible a través de estos nuevos formatos. Al escribir sobre los
textos reorganizamos la información de forma más sencilla, ya que
desde los inicios de nuestro estudio nos acostumbramos a ello, y así
lo hizo también el cerebro, lo que le exige un menor esfuerzo (a
pensar de ser tan plástico y flexible que nos permita hacerlo
también a través del formato digital). Sin embargo, los “nativos
digitales” parecen no encontrar estas dificultades con respecto a
la referencia, ya que se acostumbraron a no tenerlas desde sus
inicios. Los hipervínculos y referencias permiten ampliar la
información de un texto de manera inmediata. La consulta a
diccionarios y enciclopedias no es necesaria a través de la lectura
digital, y esto supone grandes ventajas a nivel de tiempo para el
lector.
Pero
he de reconocer que todos estos razonamientos se fueron al traste
cuando llegó mi parada del tranvía, me levanté del asiento y pude
ver que mi circunstancial vecino de viaje estaba leyendo ¡un cómic!
en la tablet. Posiblemente
esto sea así porque realmente, hubo un tiempo en que todo eran
cómics (antes, tebeos). Ahora, una parte de ellos se llaman novela gráfica (o "literatura dibujada", como puso de moda Romà Gubern) e
interpelan a un lector habitual de literatura, que se ha atrevido a
romper con ese cliché que asociaba al género con la narrativa
superficial. «No,
yo no leo cómics, leo novela gráfica»,
que era una frase adecuada para que los esnobs rompieran sus
prejuicios. Ciertamente el cómic sirve como puente entre la lectura
tradicional y la lectura de imágenes porque el dibujo como motor
para dar cuerpo a las ideas es, incluso, un recurso muy usado en los
primeros años de escolaridad. En ellos, ilustrar una idea, un cuento
o a la inversa, poner palabras a la imagen, son prácticas que
aparecen en las escenas de los chicos que transitan sus primeros años
en la escuela y,
al final, realmente, “la historieta es literatura dibujada”.
Algunos le llaman el noveno arte, pero aún así, en algunos
lugares
es un género que ha considerado de segunda o sub-literatura, a
diferencia de lo que ocurre en otros países como Francia, Japón o
Estados Unidos, donde el cómic ha jugado siempre un papel importante
en las industrias editoriales y ha tenido un lugar central en las
librerías, las bibliotecas públicas y escolares como una suerte de "espejo social". Incluso en Japón,
el manga
se usa para distintos fines recreativos y educativos, como por
ejemplo, en campañas para prevenir el consumo de drogas.
Sea
como sea, el cómic (aunque se elabore con los últimos adelantos
técnico/informáticos) suele estar concebido para su edición
impresa en papel, en páginas que proporcionan un ritmo secuencial
que determina la continuidad o discontinuidad de la trama, la intriga, el
misterio que narra,… en suma, el interés y su seguimiento y que
suelen, con su composición (que se puede perder con su visión en
pantalla), guiar
al lector. Dejando
de lado que puede considerarse un sacrilegio
visionar en pantalla y no en papel obras gráficas de Hal Foster,
Alex Raymond, Gir, el más actual Milo Manara, nuestro Hernández
Palacios por
citar algún nombre de
un larguísimo etcétera, nos tomaremos la licencia de señalar una
sola muestra demostrativa de que la lectura de cómic está
desaconsejada en formato digital.
"Boccaccio nº 2" E.Sió. |
Gustavo
Adolfo Bécquer
(18361870)
fue un poeta y narrador sevillano
perteneciente al movimiento del Romanticismo cuya
obra
más célebre es Rimas
y Leyendas,
un conjunto de poemas dispersos y relatos, reunidos en uno de los
libros más populares de la literatura hispana. Las edulcoradas
Rimas,
breves en general, representan el tono íntimo, al oído, de la
lírica profunda mientras las Leyendas
son, en su mayoría, narraciones pertenecientes al género del relato
gótico o de terror, otras, auténticos esbozos de poesía en
prosa, y otras narraciones de aventuras. Una
de esas Leyendas
es El
miserere.
Carlos
Giménez es un historietista, adscrito habitualmente al Grupo de La
Floresta1,
uno de los historietistas más importantes del denominado boom del
cómic en España y uno de los pocos que aún continúan en activo.
En
el mes de febrero del año 1971 la revista Trinca
publica una adaptación dibujada en cinco páginas por Carlos Giménez
del Miserere
de Gustavo Adolfo Bécquer2.
En ella Giménez prueba una serie de nuevas ideas relacionadas con la
composición de la página que a la postre terminan por convertir el
relato en una pequeña joya de la historieta.
Las
dos primeras páginas de la historia nos muestran la llegada de un
romero a la abadía navarra de Fitero, donde es recibido
por un monje que escucha con atención lo que el peregrino tiene a
bien contarle sobre su vida y sus pretensiones. La intención de
éste, que fue en su día músico de renombre, es escribir un
miserere que le redima de todo el mal que en algún tiempo pasado
cometió. El hermano le habla entonces de un triste cántico que
puede escucharse todas las noches de Jueves Santo en las montañas.
Allí quedaron las ruinas de un monasterio que en la antigüedad
vivió su destrucción a manos de unos sanguinarios bandoleros y de
allí surgen lúgubres quejidos que emiten las almas de los monjes
que fueron masacrados.
El
romero sube a la montaña y ante los vestigios de la antigua iglesia,
pensando ya que ha sido engañado por el fraile, llegan a sus oídos
unos sonidos tan extraños como inquietantes que comienzan con el
tañido de unas campanas que ya no existen. Es entonces cuando se
muestran ante el lector toda una serie de recursos narrativos que
prescinden del texto y que se apoyan en la onomatopeya, las figuras
cadavéricas de los monjes y las expresiones de espanto del
protagonista para trasladar la acción a un escenario de verdadero
terror que nunca antes las páginas de un tebeo habían enseñado de
esa forma.
El
empleo de las luces y las sombras, el sorprendente y novedoso montaje
de las viñetas y el formidable uso que el autor hace del tiempo
narrativo son todas nuevas formas de expresión, experimentos al
servicio de una historia que consigue su propósito casi a la
perfección gracias al uso de esos recursos. Todo acaece en segundos.
El órgano emite su terrible sinfonía y los monjes cantan bajo una
vidriera que se ilumina nadie sabe bien con qué luz. El rostro del
músico nos muestra la transición desde la agonía del terror hasta
la pérdida de la cordura. Pues ya está loco cuando ha terminado de
escuchar el miserere y loco morirá sin poder escribir el final del
cántico.
Con
la asombrosa historia de El
Miserere
Carlos Giménez da una vuelta de tuerca a la propia concepción del
cómic en una época de cambios en la que se trataba de acercar la
historieta a un terreno cultural más específico, para ser degustada página a página.
"El Miserere" G.A.Bécquer-C.Giménez |
Esto
no quita, como es lógico, que, al hilo de los avances tecnológicos,
los autores vayan concibiendo sus obras para ser leídas/vistas como
libro electrónico (de hecho ya son comunes los programas para lectura de comics, distintos de los estándar), pero ¿es esta una solución razonable para las
concebidas para ser editadas en papel?. Estudios
futuros y, sobre todo, la experiencia de los lectores darán la
respuesta.
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1No
me resisto a referenciarlo; nombre por el que se conoce a un grupo
de 6 historietistas “de bandera” formado por Luis García,
Carlos Giménez, Esteban Maroto, Suso Peña, Ramón Torrents y
Adolfo Usero, que trabajaron colectivamente a finales de los años
60. El nombre viene del barrio de San Cugat del Vallés (Barcelona)
donde se hallaba el edificio, "una torre con jardín y en
medio del bosque prácticamente", como la definió el propio Giménez, donde instalaron su
estudio.
2Hoy
se puede encontrar en el libro recopilatorio de algunas obras dispersas del autor “Sabor a menta”,
de Ediciones Glénat.
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