Antes de que existieran las redes sociales, pero sobre todo con ellas, las “Citas citables”
(título de una de las secciones de la otrora popular revista estadounidense, manejable para la
lectura por su reducido tamaño, Selecciones del Reader’s digest, que hablaba de gran
variedad de temas, casi siempre pasados por el tamiz del american way of life, razón por la
que era conocida de manera chusca en algunos círculos como “Selecciones indigestas”) eran
recurso socorrido para impartir lecciones de moral o ayudar a la superación personal. Gotas
de sabiduría las han llegado a nombrar. Con esos antecedentes circulan ahora en las Redes
Sociales frases atribuidas a cualquier personaje cuya autoridad moral parece suficiente para
avalar cualquier sarta de lugares comunes cuando no meras estupideces o, lo que es peor,
“argumento justificativo” para las manipuladoras fake news, tan de moda lamentablemente.
Una de las grandes lecciones que hemos aprendido gracias a Internet es la constatación de la
predisposición de la mente humana a repetir una idea, incluso cuando es errónea o
simplemente falsa sin hacer análisis de su contenido ni esforzarse por averiguar su
autenticidad. Así funciona el fenómeno de las citas célebres: una imagen reconocible junto a
una frase con garra es carne de viral, aunque baste, precisamente, un pequeño paseo por la
Red para comprobar que gran parte de esas frases no las dijo la persona a la que se le
atribuyen o las dijo en un contexto muy diferente. Y así se explica que todo un Presidente de los Estados Unidos de América, ya sabéis, el
actual inquilino de la Casa Blanca, Donald John Trump, inunde su red social favorita, Twitter,
de opiniones sui generis sobre cualquier temática, acusaciones infundadas a sus rivales,
datos inventados, informaciones falsas,… y que sus seguidores lo crean sin más. Pero eso,
en todo caso, son directamente engaños, no lo que aludíamos como “citas citables” erróneas
que, en puridad, son frases apócrifas. La palabra "apócrifa" proviene del griego Απόκρυφα
que significa “ocultar lejos”, y actualmente se relaciona con la autenticidad dudosa.
Curiosamente la palabra admite dos interpretaciones: en la religión, un libro apócrifo es todo
aquel texto o libro de la Biblia (Evangelios apócrifos, Apócrifos del Antiguo Testamento o
pseudoepigráficos, y otros) que no está aceptado por las distintas iglesias cristianas; fuera del
ámbito religioso, el término “apócrifa” puede referirse a un heterónimo u obra apócrifa, que es
una obra (literaria o de otra naturaleza) atribuida falsa, supuesta o fingidamente a un autor, a
una etimología popular o etimología apócrifa, que es una hipótesis difundida popularmente,
pero falsa, para explicar el origen de una palabra, o lo que nos ha traído hoy hasta aquí, una
frase apócrifa, que es aquella frase célebre que se cita de forma incorrecta o que se atribuye
a fuentes erróneas, persiguiendo con ello, en general, un objetivo concreto.
No confundamos el usar o citar frases apócrifas con la llana invención de datos. El en su día
todopoderoso Fraga Iribarne1 era conocido en este sentido porque en sus discursos, emitidos
con sus maneras vehementes y de pronunciación casi atropellada, introducía con toda
naturalidad y aplomo datos, cifras o referencias digamos que erróneos junto con otros
verídicos… que nadie tenía el valor de corregirle. Tampoco tiene que ver el uso de citas
apócrifas con la actual fiebre del manipulable titular sesgado, que algunos aún llaman
periodismo, dirigido a quienes no quieren conocer de verdad la noticia (a veces radicalmente
diferente del titular que la encabeza) y optan por creer a pie juntillas con lo que quiere que
crea el autor del titular. En el uso de frases apócrifas, el género de las frases inspiradoras, “abuelo” de la autoayuda,
lo inauguró el hoy casi olvidado premio Nobel indio de Literatura Rabindranath Tagore, que
forró las carpetas de las adolescentes de medio mundo con un aforismo cursilón: “Si lloras
porque ya no ves el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas”.2 Luego vinieron los
baldosines con recado, los mensajes bobalicones y, finalmente, las frases falsas atribuidas a
alguien conocido para sembrar la duda y la confusión entre el personal. Para que el engaño
sea más eficaz, siempre se suele escoger alguna frase que haga reflexionar para atribuirla a
alguna personalidad históricamente respetada y al ser posible rodeada de cierto misticismo.
Todo vale: Confucio, el Dalai Lama, Albert Einstein, la Madre Teresa de Calcuta... cuando se
ven sus caras al lado de una frase que hace pensar ni se plantea dudar de si esta autoría es
real. Y no siempre lo es. Su contundencia y su credibilidad supuesta las hace incontestables.
Además, no siempre es fácil detectarlas, ya que pueden llevar años repitiéndose y es
complicado llegar a su origen. El uso de frases apócrifas, si bien se ha disparado con las Redes Sociales, no es nuevo y, de
hecho, parte de nuestra identidad nacional, basada en la historiografía oficial, se alimenta de
hechos, dichos y personajes magnificados, ninguneados o distorsionados a conveniencia de
quien escribe la historia. No se trata aquí de establecer o debatir acerca de la “incuestionable”
veracidad de algunos pilares que dan forma a la historia oficial y a través de los cuales se
hace maleable el sentimiento3, no, sino de recordar que mucho de nuestro perfil cultural unido
a ese sentimiento está basado en frases que no existen o, cuando menos, son erróneas o
están descontextualizadas.
Casi como divertimento, demos un paseo por algunas de estas frases apócrifas que,
seguramente, nos resultarán familiares y que nos permitirá comprobar que en ellas hay de
todo, desde las que se podrían interpretar altamente espontáneas hasta las muy elaboradas. Se cuenta habitualmente que, tras pasar varios años en la cárcel por realizar traducciones no
autorizadas, Fray Luis de León retomó sus clases en la Universidad de Salamanca diciendo
“Decíamos ayer…”, pero la frase no se pronunció exactamente así, ya que lo que
verdaderamente dijo el escritor fue “Decíamos tiempo atrás…”. Es casi igual, pero… Otra frase falsa demuestra que aunque El Quijote aparezca en todos los rankings de los libros
más vendidos de la historia, eso no significa exactamente que haya sido el más leído. El
ingenioso hidalgo de la Mancha jamás dijo a su escudero eso de “Ladran, Sancho, señal de
que cabalgamos”4, la frase no aparece ni siquiera en el Quijote (apócrifo, mira por donde) de
Fernández de Avellaneda. La otra referencia, casi tan difundida como la anterior, es “Con la Iglesia hemos topado,
Sancho” pero lo que en realidad aparece en la obra de Cervantes, en el Toboso, cuando
caballero y escudero recorren el poblado para buscar el palacio de doña Dulcinea, es “Con la
iglesia (en minúscula) hemos dado”, y es importante notar el cambio de verbo “dar” por “topar”
y la “I” mayúscula, con lo que, de referir un obstáculo inesperado, la oración pasa a tener un
sentido político. Útil, pero es cita inventada. Naturalmente, no es éste un fenómeno limitado a nuestras fronteras en tanto forma parte de
una cultura con rasgos comunes. Tan famosa como las anteriores es “Eppur si muove” (“Y
sin embargo, se mueve”), que es la que, según la tradición, Galileo Galilei habría pronunciado
después de abjurar de su visión heliocéntrica del mundo ante el tribunal de la Santa Inquisición.
No hay testimonios directos de que lo haya dicho. No figura en las actas de su proceso ni en
la biografía que compuso uno de sus discípulos Vincenzo Viviani.
El filósofo francés Voltaire (François-Marie Arouet) ha cargado mucho tiempo con la autoría
de la locución “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte el
derecho de decirlo” que son palabras que bien pueden reflejar a un hombre de la ilustración,
como lo era el escritor, pero no son suyas. Realmente son de Evelyn Beatrice Hall, que las
puso en labios del filósofo en la obra biográfica Los amigos de Voltaire y si el texto se publicó
en 1906, difícilmente pudo ser él el autor. Si hay un campo especialmente propicio para las frases apócrifas con largo recorrido, ese es
el de la literatura, y, como muestra archiconocida, “Elemental, mi querido Watson” es otra
exitosa falsa cita. No está en ninguno de los relatos de Arthur Conan Doyle, creador del
personaje de Sherlock Holmes (y del doctor Watson, claro) pero como suena bien y parece
verosímil se ha incorporado al acervo holmesiano universal. Es moneda corriente citar como de Julio Cortázar la frase “Quiero hacer contigo lo que la
primavera hace con las flores”, lo que origina un doble error, ya que la versión correcta no
dice “flores”, sino “cerezos”, pero esa equivocación es la menor; lo más grave es que su
autor no es Cortázar, sino Pablo Neruda (concretamente en el decimocuarto de sus Veinte
poemas de amor y una canción desesperada). Precisamente Neruda es protagonista a su pesar de otra sonora autoría apócrifa; en enero
de 2008 (recordemos que Neruda había muerto en 1973), el por entonces senador italiano
Clemente Mastella, al tratar de explicar los motivos por los cuales se cambiaba de bando y,
con su voto, provocaba la caída de Romano Prodi como primer ministro (la política, siempre
la política manipulando), recitó un pasaje del poema “Muere lentamente”, atribuyéndoselo
al premio Nobel chileno cuando la autoría del poema, en realidad, corresponde a la brasileña
Martha Medeiros. Más célebre, y que no me resisto a recordar, fue la atribución falsa sufrida por Gabriel García
Márquez allá por el año 2000. A finales del siglo XX, circuló por la incipiente Internet un texto
del que se decía que era de Gabriel García Márquez y que era una especie de despedida
tras enterarse de que tenía cáncer y que su muerte estaba próxima. El texto/poema se llama
“La marioneta” y comienza así: “Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo
de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso pero, en definitiva pensaría todo lo que digo. Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan. Dormiría poco y soñaría más, entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos,
perdemos sesenta segundos de luz…”. Y termina de esta manera: “Son tantas cosas las que he podido aprender de ustedes, pero finalmente de mucho no
habrán de servir porque cuando me guarden dentro de esta maleta, infelizmente me estaré
muriendo…” Lo de la maleta debió haber despertado sospechas a los conocedores de la obra del escritor.
Luego se supo que el verdadero autor del texto era un ventrílocuo llamado Johnny Welch y
su muñeco, Don Mofles, era el intérprete del poema. El mismo escritor salió a desmentir la
autoría “Lo que me puede matar es la vergüenza de que alguien crea que de verdad fui yo
quien escribió una cosa tan cursi”, declaró Gabo en aquel momento. García Márquez murió
en 2014, sin dar a conocer ningún poema de despedida. Podríamos seguir porque hay infinitas muestras, algunas ya asumidas como auténticas por
el imaginario colectivo. Y, en cuanto al ranking de “a quién atribuirlas”, aunque también
circulan frases motivacionales supuestamente pronunciadas por Bill Gates y demás
fragmentos de sabiduría vital de otro tipo de referentes morales como Will Smith o Bill Cosby,
por ejemplo, las sentencias más compartidas aluden a personajes a los que no podemos
preguntar si las dijeron o no: Napoleón, Lincoln, Gandhi, Churchill, Einstein,.... Cuanto más
serio y mitificado sea el sujeto, mejor, con la circunstancia chusca añadida de que no es
inhabitual atribuir una misma frase “lapidaria” a más de un personaje, según el perfil que
convenga aplicar en cada momento.
¡Bingo! Ésta es auténtica. Pablo Casado, entonces vicesecretario de Comunicación del PP, en febrero de 2016, tras el Comité Ejecutivo Nacional del partido, respondiendo a las críticas de la oposición por los escándalos de corrupción. (ver Youtube) |
Claro, que cabe la posibilidad de que todo el contenido de esta entrada sea apócrifo. O no.
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1Manuel
Fraga Iribarne (1922- 2012) fue un político, diplomático y
profesor de Derecho. Su trayectoria política se desarrolló desde
los años cincuenta del siglo XX hasta el año 2011 e hizo de todo,
ocupando casi ininterrumpidamente cargos de relevancia política e
institucional, tanto en la dictadura de Franco como en el periodo
democrático; entre otros, fue ministro de Información y Turismo
entre 1962 y 1969; vicepresidente del Gobierno y ministro de la
Gobernación entre diciembre de 1975 y julio de 1976; y presidente
de la Junta de Galicia entre 1990 y 2005. Fue uno de los padres
de la actual Constitución española de 1978 y candidato a la
presidencia del Gobierno de España entre 1977 y 1986.
El 23 de septiembre de 1976 funda Alianza
Popular (AP) una federación de fuerzas de derecha que después se
transformaría en el actual Partido Popular sobre la base teórica
de "creemos en la democracia, pero en la democracia con
orden, con ley y con autoridad". En un primer momento,
parece que Fraga se dispone a formar un partido de centro junto con
José María Areilza y Pío Cabanillas. Sin embargo, finalmente, el
ex ministro de Gobernación se alía con siete ex políticos
franquistas, que formarían los llamados por la prensa "siete
magníficos", casi todos ex ministros de Franco y, por lo
tanto, de la derecha más conservadora: Gonzalo Fernández de la
Mora, Laureano López Rodó, Cruz Martínez Esteruelas, Federico
Silva Muñoz, Licinio de la Fuente, Gregorio López Bravo y Enrique
Thomas de Carranza.
Con estos mimbres, por cierto, es
comprensible que hoy VOX no sea una formación autónoma sino una
simple escisión del PP, franquista desde su constitución y que los
desacuerdos públicos no sean sino luchas intestinas por las cuotas
de poder.
2No
deja de ser curioso que el propio Tagore se haya convertido en
víctima a través de la frase “los árboles no te dejan ver el
bosque”, del acervo popular y atribuída a él en ocasiones.
3No
es este ni ahora el lugar ni el momento de extenderse en esas
incongruencias, aunque sí de recordar que la historia oficial suele
presentar y alentar (algunos en el día a día de hoy lo siguen
haciendo) los problemas de conveniencia (política) como problemas
de convivencia (social), y así va todo, que cada vez, a medida que
se publican investigaciones históricas serias, ajenas a las luchas
de poder, es más difícil mantener como históricos mitos como Don
Pelayo, El Cid, el papel de y con los judíos, la religión como
motor de la Reconquista, etc. por ceñirnos solamente a la España
musulmana.
4Según
diversos estudiosos, el origen de esta frase viene de un poema de
Goethe, que dice:
Ladran con fuerza…
Quisieran los perros del potrero
Por siempre acompañarnos
Pero sus estridentes ladridos
Sólo son señal de que cabalgamos
Quisieran los perros del potrero
Por siempre acompañarnos
Pero sus estridentes ladridos
Sólo son señal de que cabalgamos
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