domingo, 25 de agosto de 2019

Un mito sigue siendo un mito.

He recibido un mensaje de una amable comunicante a raíz de la publicación en el blog de la 
referencia sobre el libro del historiador Catlos, crítico con lo que se nos ha enseñado de la 
España musulmana, la época de la llamada Reconquista. En el mensaje se reivindica la 
inmutabilidad de los personajes históricos porque son, dice, la esencia de lo que somos. 
Respeto absoluto ante tal criterio, pero, sin entrar en polémicas estériles, este comentario 
nos permite profundizar en los mitos, qué son, qué representan y la necesidad de ellos. 
Después, naturalmente, cada quien llega a sus propias y respetables conclusiones. 
 
 
Resultado de imagen de Cantar de Mio Cid
El códice del Cantar de Mío Cid.

Ya decíamos en la entrada objeto del mensaje que ...se puede discutir sobre la parte más o 
menos real del mito, sobre la parte fabulada, sobre su conveniencia o sobre un millón de 
cosas más pero, nos guste o no, si de verdad queremos entender ese período histórico, lo 
primero que hemos de hacer es desmitificarlo… sin olvidar algo importantisimo como que 
...no en vano el mito es la herramienta de quienes, ayer y hoy, pretenden imponer sus 
criterios (en general, simples y erróneos) sobre problemas que requieren soluciones 
inteligentes y elaboradas…

La historia de España (como todas las historias oficiales) está salpicada de numerosos 
personajes míticos y épicos… que conforman nuestro escenario cultural y de los que parte 
de lo que se nos ha transmitido es verdad y parte invención, usualmente sesgada según los 
vientos (políticos) que soplan en cada momento.

La palabra “mito”, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, se 
puede referir a:

 1. Narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por 
personajes de carácter divino o heroico.
        2. Historia ficticia o personaje literario o artístico que encarna algún aspecto universal de la condición humana.
        3. Persona o cosa rodeada de extraordinaria admiración y estima.
         4. Persona o cosa a la que se atribuyen cualidades o excelencias que no tiene.

Resultado de imagen de mitos

En cualquier caso, algo o alguien no absolutamente real y con lo que se busca dar una explicación a un hecho o un fenómeno. Los mitos forman parte del sistema de creencias de una cultura o de una comunidad, donde son considerados como historias verdaderas y es común el uso de los términos mito y mítico (o leyenda y legendario) para referirse a personajes históricos o contemporáneos que se pretenden cargados de prestigio. A menudo se suele confundir el mito con otro tipo de narraciones como los cuentos, fábulas o leyendas. Sin embargo, no son iguales pues, mientras que los cuentos se presentan directamente como ficciones, los mitos se plantean como historias verdaderas. En cuanto a su función: el mito se esfuerza en aclarar/justificar cómo se llegó a una determinada situación, mientras que el cuento popular trasmite valores, habitualmente mediante el uso de moralejas. En cuanto a las leyendas, se presentan, al igual que los mitos, como historias verdaderas y tienen a menudo una función de explicar las causas de algo (por ejemplo, para explicar cómo un linaje alcanzó el poder, sustentando así su legitimidad política); sin embargo, a diferencia de los mitos, suceden en un tiempo real, histórico, en lugares reconocibles por el oyente o lector y a menudo con protagonistas reales (por ejemplo las leyendas sobre el Cid). A veces, la frontera entre estas figuras es asaz difusa, de forma que una misma trama puede aparecer en un mito, un cuento o una leyenda, dependiendo de cómo se quiera que presente la historia (como verdadera o ficticia).

Todas las historias oficiales tienen sus mitos fundacionales, enfocados a explicar el origen de cualquier grupo, costumbre, creencia, filosofía, disciplina, idea o nación. En este sentido, el final de la Reconquista con la toma de Granada por los Reyes Católicos se suele considerar el hito fundacional de la España moderna; aunque para la historiografía tradicional o "goticista" es más bien la culminación de la "restauración de España" que había comenzado Don Pelayo al inicio de la Reconquista (batalla de Covadonga, año 722), lo que pone en valor el trabajo del historiador Catlos aludido en la anterior entrada de este blog referente al intento de desmitificación de ese período histórico.

Resultado de imagen de leyendas medievales españolas


Los mitos se extienden a una infinidad de aspectos de la convivencia política y social. Son ideas o criterios rectores vigentes en diversos momentos de la historia, que pasan por verdades incontrovertibles pero que en realidad obedecen únicamente a convicciones, más o menos fundamentadas, sin más apoyo objetivo que el resto de los mitos, aunque su manera de presentarse y justificarse tenga una apariencia más racional.

Tales conceptos arraigados son, por otra parte, absolutamente necesarios para fundamentar la convivencia en una colectividad, y al igual que los de origen religioso o épico lo son para responder a las interrogantes trascendentales del ser humano, este otro tipo sirve para ubicar al individuo y sus congéneres en un marco social con unos objetivos comunes. Todo mito posee un elemento de realidad profunda y obedece a un objetivo, no es un puro acto de voluntarismo irracional, por ello cuando nos estamos refiriendo a esta segunda clase de mitos: los sociales, políticos o económicos, es tan difícil deslindar su naturaleza, ya que al estar nosotros mismos inmersos en esa sociedad, en ese momento determinado, tales mitos disfrutan de una consideración tan predominante que la opinión mayoritaria los descartaría como conceptos de naturaleza “mitológica”. Solo con el paso del tiempo, a medida que vaya transformándose esa sociedad, cuando pase la “moda”, será posible distinguirlos.

Los mitos (relatos, cuentos, fábulas, historias) han sido durante mucho tiempo, y aún lo son en gran medida, los vehículos de comunicación de sentido, los mapas que inscribían a los individuos en la profundidad del tiempo y el espacio, las figuraciones que daban cuenta de la experiencia individual y de la historia colectiva, la argamasa que mantenía una sociedad unida (aun en los conflictos y los desgarros más agudos). En definitiva, los mitos se consideran necesarios porque procuran dar a una sociedad, que los alimenta y los altera constantemente mientras está viva, un sentido, una orientación y sobre todo la confianza en sí mismos frente a todos los poderes que se presentan como necesarios, ineluctables, inamovibles, irreversibles, etc.


Resultado de imagen de leyendas medievales españolas

El mito es necesario, ya que el ser humano actúa motivado por impulsos y sentimientos tanto como por razones, deseos e ilusiones, reales o no, y este tipo de conceptos responden mejor a esa necesidad atávica que los humanos necesitan para dar sentido a sus vidas. De ahí que sea tan peligroso, difícil y casi imposible criticarlos o ponerlos en duda, ya que constituyen una columna vertebral emotiva de la colectividad. Por eso los eslóganes, proclamas simples y primarias, que transmitan ideas elementales apelando a instintos básicos, son tan bien acogidas y seguidas por la masa de ciudadanos.

Los mitos son necesarios en la creación de una identidad, la mayoría de los humanos necesitan creer y aspiran a unos ideales que les den un sentido a su vida, si nos cargamos los valores tradicionales, sin que los nuevos que se pretenden imponer, no solo no calan en la mayoría de la población sino que son rechazados por amplios sectores de la misma, el desastre es inevitable. La partida está sobre la mesa: las actuales estructuras políticas propuestas están haciendo aguas, será cuestión de más o menos tiempo, lo que no es prudente ni aconsejable es achatarrar las tradicionales fórmulas y tratar de imponer de golpe unos nuevos “paradigmas” incapaces de satisfacer las profundas y verdaderas necesidades, aspiraciones y emociones de los seres humanos.

Pero eso no debe ser obstáculo para que se conozca y reconozca cuándo un mito es eso, un mito, y no la realidad, con independencia de que, después, tome cada cual la decisión que estime oportuna, faltaría más. Es, salvando las distancias, como lo que ocurre con la Síndone1 (sábana santa o santo sudario) de Turín y las dudas sobre su autenticidad; habrá quien la considere directamente falsa y la ignore, y habrá quien, aún teniendo toda la información científico/técnica, decida seguirla venerando como auténtica.

Por último en estas reflexiones, hay que apuntar que se ha ser muy prudente y respetuoso a la hora de enaltecer un personaje mítico porque, a veces, la parte real (no de leyenda) del mismo contradice este enaltecimiento, sin contar con la posibilidad de que un mismo personaje sea un héroe para unos y un despreciable villano para otros. Y bien sabemos todos que hay casos, antiguos y recientes. Para no herir susceptibilidades, vayamos, para desarrollar la hipótesis, a un caso de hace unos cuantos siglos.

Resultado de imagen de enrique ii de trastamara

Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”. Esta célebre frase fue supuestamente pronunciada un día de 1369 dentro de la tienda del mercenario francés Bertrand Du Guesclin, que se hallaba al servicio del entonces pretendiente al trono de Castilla, Enrique de Trastámara (que después sería Enrique II, “El Fratricida”), quien venía luchando para arrebatar la corona a su hermanastro, el rey legítimo Pedro I (“El Cruel” o “El Justiciero”, según quién escribe las crónicas). El francés había convenido con Pedro celebrar un encuentro aquella noche en su tienda con el señuelo de que iba a cambiar de bando (con sus tropas). Pedro, que sufría un durísimo asedio por su hermano en el castillo de Montiel, abandonó la fortaleza y acudió a la cita en a la tienda, donde encontró a Enrique y otros nobles esperándolo. Los hermanos lucharon y Pedro, más fuerte y corpulento, tumbó a Enrique y fue entonces cuando se produjo el famoso episodio en el que intervino Du Guesclin forzando el cambio de posiciones que decidió la suerte fatal de Pedro.

En las crónicas de la época, que glosaban el inicio de la dinastía Trastámara en los reyes de Castilla, nunca se dio el nombre del personaje (al fin y al cabo un traidor aunque fuera de “los buenos”, es decir, del bando de los que después escriben y justifican la historia) autor de la determinante intervención, y la historiografía francesa, muy pródiga con los hechos de armas de Du Guesclin (no es motivo de estas líneas, pero el personaje tiene una biografía ciertamente apasionante), al que tiene por héroe nacional, ni siquiera menciona el episodio, y mucho menos, claro, se lo atribuye a él. La autoría fue documentada y fijada en el siglo XIX y el nombre de Bertrand Du Guesclin fue por ello y a partir de entonces asociado al arquetipo del más ruin y malvado de los traidores, en pugna con el de leal servidor hasta las últimas consecuencias. 


Ciertamente, sí, así se escribe la historia y a tanto llegan las paradojas y los contrastes en la valoración lineal de sus protagonistas; el que ahora nos ocupa, en España prototipo e traidor miserable alternado con el de súbdito leal, en su país de origen, Francia, ocupa lugar de honor de leyenda, casi a la par de Juana de Arco, con multitud de monumentos, espacios públicos, incluso restaurantes con su nombre en su Bretaña natal.

Es lo que tiene saber las verdades. Estos días, el periódico The New York Times ha publicado una investigación sobre el período de esclavitud en los Estados Unidos, y cierta derecha se ha apresurado a echársele encima ferozmente, con lo que cabe preguntarse: ¿analizar los males de la esclavitud es atacar el 'sueño americano'? ¿dar a conocer verdades incómodas es un ataque a la convivencia hoy? Si la respuesta es "sí", ¿por qué? Porque, desde luego, no puede ser por conocer más objetivamente fragmentos del pasado. Cámbiese, por ejemplo, "esclavitud" por "franquismo" y pensemos.

Pero un mito siempre es un mito.

--------------------------------------------------

1La Síndone, Sábana Santa o Santo Sudario es una tela de lino que se custodia en Turín, en la capilla de la Sábana Santa, y muestra la imagen de un hombre que presenta marcas y traumas físicos propios de una crucifixión.
Los orígenes del sudario y su figura son objeto de debate entre científicos, teólogos, historiadores e investigadores. Algunos sostienen que el sudario es la tela que se colocó sobre el cuerpo de Jesucristo en el momento de su entierro, y que el rostro que aparece es el suyo. Sin embargo, la tela ha sido datada mediante radiocarbono y sitúa su origen en la Edad Media. En 1988 la Santa Sede autorizó la datación por carbono-14 de la sábana, que se realizó en tres laboratorios diferentes, y los tres laboratorios dataron la tela entre los siglos XIII y XIV (1260-1390).
Aún así, hay quien considera la imagen como un efecto secundario de la resurrección de Jesús, sugiriendo efectos seminaturales que pudieron haber sido parte del proceso. Afirman que puesto que la lógica obliga a descartar todas las hipótesis, hay que pensar en un hecho sobrenatural único para una imagen única: la Resurrección de Jesús. A todo esto hay que añadir la existencia de todo el conjunto de datos que aporta la sábana que obligan a pensar que el hombre de la sábana es Jesús: antigüedad, tipo de heridas, etc. Estas teorías son inverificables y pueden darse como explicación a cualquier anomalía que vaya contra la autenticidad del sudario, así que desde un punto de vista científico no son una explicación válida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario