A raíz de la publicación hace unas semanas en este mismo blog de algunas reflexiones
suscitadas por la lectura del libro “Reinos de fe. Una nueva historia de la España musulmana”,
del historiador canadiense Brian Catlos, han tenido lugar unos jugosos y enriquecedores
intercambios de impresiones alrededor del papel que han jugado (y siguen jugando) en el
conocimiento de algunos hechos históricos de nuestro país historiadores extranjeros,
llamémosles con propiedad hispanistas.
En el siglo XIX España recibe a numerosos visitantes foráneos atraídos por diferentes
motivos: el hundimiento de su historia imperial, sus variadísimos paisajes y muestras de
folclore o sus monumentos singulares (Théophile Gautier, Washington Irving, Prosper
Mérimée, George Borrow, Eugène Delacroix, entre muchos otros). Una España --eso,
también-- convaleciente de las glorias pasadas, polvorienta, sin asfaltar, pero con gentes
desaprovechadas, de inteligencia tan cierta como el analfabetismo que imperaba. Quizás
aquellos visitantes románticos son el antecedente de los hispanistas que proliferaron ya en
el siglo pasado. Destacando, en lengua inglesa, Hugh Thomas, Paul Preston e Ian Gibson,
dedicados en particular al estudio de la cruel guerra (in)civil del 36; y, en idioma francés, una
auténtica legión, con Pierre Vilar, Marcel Bataillon, Joseph Pérez o Jean Sarrailh, por ejemplo.
El hecho histórico, como crisol del futuro, es apasionante, siempre que sea verídico. El futuro,
como el pasado, como la misma historia, sólo son ciertos en la medida en que nos los
creemos. Y si no nos los creemos, pasa como con las hadas del cuento de Peter Pan, que
se mueren, y el problema de hoy es que estamos dejando que ciertos políticos (no siempre
identificados como populistas, a veces con el autoapelativo de “serio” o “sensato”) cambien
los hechos reales y los sustituyan por pasados, tan gloriosos como, en general, falsos, para
transformarlos en votos reaccionarios. A medida que perdemos la memoria del horror de las
guerras, esos populismos (es un riesgo banalizar el término) avanzan en su proyecto de
dinamitar la sociedad desde dentro y los extremos. Cada régimen, cada ideología se fabrica un tiempo y una historia a su medida porque, en
general, los populistas tienden a idealizar y reinventarse el pasado; por ejemplo, los nazis
borraron toda la historia de la República de Weimar y de la Alemania democrática de un
plumazo. De pronto, hablar de hacía un par de años era como hoy hablar del antiguo Egipto:
algo remoto e irrepetible, cosa que hacen todos los totalitarismos, cada uno a su modo. Los
fascistas italianos idealizaron el imperio romano, claro, pero sobre todo apostaron por su
futuro. Fueron futuristas. En cambio, a los nazis les interesó más releer el pasado en clave
purificadora, su pasado era como la arquitectura neoclásica, pero imponente, abrumadora;
para ellos, el tiempo sólo era purificación: cada año nazi era un paso más hacia la depuración
de una raza superior. Y en la España de Franco, el período de historia que va de Alfoso XIII
a, prácticamente, el año de la celebración de los 25 años de paz, sencillamente no existía en
los textos, escamoteado para su conocimiento, estudio y análisis a más de una generación.
Los populismos (aunque algunos de ellos rechacen ese nombre) reemplazan lo que
podríamos llamar viejos futuros con nuevos pasados. Es el America first de Trump que apela
a un pasado que se inventa; como el de los brexiters con sus glorias imperiales; o el de
Orbán con las supuestas glorias de su Hungría medieval. Así, cuando Trump se refiere a
volver a una América gloriosa, la de los años cincuenta, lo hace porque piensa en una
América que estaba sólo dominada por blancos ricos como él pero, ¿acaso no estaban los
negros sufriendo un apartheid vergonzoso que aún perdura en muchos supuestos también
formando parte y construyendo esa América? Y las mujeres y sus derechos, ¿acaso no
estaban confinadas únicamente al hogar? ¿y las minorías? ¿y los inmigrantes, cimiento real
del país? Lo más importante, pensando en las generaciones venideras, es reivindicar el futuro que
podemos construir desde hoy juntos desde la moderación y el entendimiento ya que si no lo
logramos, alguien llenará el vacío con sus pasados gloriosos. Pensemos que nuestra
sociedad actual se construyó sobre la memoria del horror de la guerra, por eso hablar de
futuro debe ser, sobre todo, un mecanismo de evitación de conflictos. El problema es que la
gente ataca esta idea en la medida que olvida (o le inducen a que olvide) las guerras o los
enfrentamientos que la hicieron posible. Probablemente, esa sea una de las principales razones por la que acudir a historiadores
extranjeros, que nos ven desde fuera y sin presiones partidistas resulte tan enriquecedor y,
frecuentemente, tenemos la oportunidad de comprobar que lo que consideramos novedoso,
en realidad repite situaciones (a menudo, cíclicas) de mucho tiempo atrás. Nos apoyaremos
para ver esta hipótesis, en lugar de en obras de historiadores archiconocidos, en la obra de
un hispanista francés “de segunda fila” (hasta el punto que Wikipedia se ha olvidado de él),
Angel Marvaud (1879 - 1954), y su libro de hace más de un siglo L'Espagne au xx* siècle.
Étude politique et économique (La España del siglo XX. Estudio político y económico), que
podemos desmenuzar buscando posibles analogías con los momentos actuales.
El libro se divide en cuatro partes: España política, España económica, Cuestión social y
Expansión española en el exterior, todo ello, recordemos, referido a los albores del siglo XX.
La primera parte es la más larga; en ella, el autor expone todas las cuestiones que
conciernen a la vida pública del país: el establecimiento del régimen constitucional y
parlamentario, la justicia y administración provincial; realeza y partidos políticos, el
movimiento regionalista en Catalunya y Euskadi (Bizkaia en el libro), el clero y la cuestión
religiosa y el ejército. Muestra la persistencia de las fuerzas del pasado, la influencia de las
guerras carlistas, las deformaciones sufridas por el régimen representativo bajo la influencia
del caciquismo, el enorme poder del clero y el ejército, las únicas fuerzas realmente
organizadas en el país. La segunda parte trata de las finanzas públicas, la política aduanera, la agricultura, la minería,
la industria, el comercio y la navegación, el sistema financiero, los medios de comunicación y
la educación. El autor, en esta imagen de la España laboral, no tuvo suficientemente en
cuenta la diversidad de las particularidades regionales, pese a que pudo mostrar alguno de
sus contrastes. Por ejemplo, los problemas agrícolas no surgen en todas partes de España
en los mismos términos ya que existen profundas diferencias que provienen del suelo, el
clima, la abundancia o escasez de agua, el régimen de propiedad, la forma de vida de los
habitantes,.... Los mismos contrastes en el campo industrial. Y la productividad, dependiendo
de la región, es diferente. El libro, aún así, nos proporciona un estado económico muy
completo y muy sensible. Y las conclusiones son perfectamente precisas (especialmente
sobre el régimen minero y la industria). La tercera parte se resume de manera voluntaria, ya que el autor dedicó previamente a la
Cuestión Social un estudio completo (La Question sociale en Espagne1) y aquí se contenta
con reproducir los datos esenciales. La cuarta parte resume la política exterior de España en la época y expone la cuestión
marroquí. Un capítulo está dedicado al movimiento "americanista", un tema español entonces
poco conocido por la mayoría de los lectores franceses. Finalmente, unas conclusiones generales resumen todo el libro e indica las cuestiones que
dan forma a las opiniones que, en síntesis, es que España se recuperará (recordemos que,
en esos años, recién perdidas las Colonias, la situación de decaimiento era evidente) con la
condición de atacar la ignorancia, renunciar al particularismo y volverse europeizada, y
Francia (¡cómo no!) servirá como intermediario.
El libro es, por lo tanto, una investigación sobre la situación de España. Este no es el
primero ni será el último de historiadores franceses y es que pocos países han provocado
como España su curiosidad. Sería útil buscar las razones para ello: una cuestión de
vecindario, sin duda, y cierta comunidad de recuerdos (bélicos o pacíficos); sintiendo también
que gente idealista de ambos países es al mismo tiempo muy diferente y muy cercana. La
obra de Marvaud es una nueva malla de unión añadida a esta cadena del interés entre
vecinos y una contribución al conocimiento de España, pero es diferente de libros anteriores.
Primero está separado por un siglo entero de historia, rico en eventos de todo tipo: la
Revolución, las Guerras Carlistas, la aparición del parlamentarismo, la pérdida de las
Colonias. Marvaud no escribe sobre impresiones de viaje, o proporcionando una visión
personal de las cosas y los hombres de España. La originalidad de su libro es que expresa,
más que el juicio de un extraño, la opinión de los españoles sobre su propio país. Y resulta llamativa la atemporalidad de algunas de estas opiniones, sean propias del
historiador en su visión objetiva externa o simplemente recogida por él. Cuando en abril de
1907 se produjo el terremoto de la irrupción sin matices del catalanismo en la política
española por la contundente victoria de Solidaridad Catalana en las elecciones generales
como resultado de una impresionante movilización popular, Marvaud escribió que “el
sentimiento de desafección (en los catalanes) existe y hará falta mucho tiempo y una política
prudente y acertada - que, por desgracia, no prevemos – por parte del Poder Central para
atenuarlo y hacerlo desaparecer poco a poco…, porque Catalunya ya se ha divorciado
moralmente de la monarquía española”.
De Tísner - Avel·lí Artís Gener - en 1934. (-Ahí fuera está la cuestión catalana, que se espera. -Dile que no estoy.) |
En 1907. Hace más de un siglo. Muchos años antes de que nacieran Mas, Puigdemont o
Torra, pongamos por caso o, muy posiblemente, los que vengan después, si se mantiene esa
forma de entender la política. Y el Poder Central sigue sin querer verlo (pese a que
recientemente, en 2009, el en ese momento President de la Generalitat José Montilla – poco
sospechoso de independentista – se desgañitó repitiéndolo en Madrid) y sin tener ni idea de
cómo gestionarlo, manteniendo que el camino es la imposición y la represión. A lo sumo,
actuar como 30 años después Ortega y Gasset, que opone la «realidad radical» de España
a las aspiraciones de Catalunya, luego la única salida a la situación, en el mejor de los casos
desde el punto de vista de Madrid, si salida puede llamarse, no es el diálogo abierto sino la
«conllevancia», el aguantarse mutuamente, lo que anuncia, en palabras del filósofo, que
«Catalunya continuará causando dolor a España y viceversa». Lamentablemente, sigue
siendo una evidencia de que la mirada más objetiva y honesta es la de fuera (los árboles no
nos dejan ver el bosque), como se puede comprobar leyendo el artículo del conocido
escritor británico John Carlin a raíz de los últimos y deplorables hechos en Catalunya.
Y así vamos.
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1El
libro “in extenso” también merece una parada de atención,
principalmente por los testimonios que aporta. A raíz de la guerra
con Estados Unidos por Cuba hubo en España un verdadero
florecimiento de escritos, libros y artículos y la opinión
pública, al menos la “élite pensante”, se encontró, después
de la derrota, invadida por la ansiedad y el pesimismo. Preocupada
por el futuro, buscó las causas de la decadencia. y los medios para
detenerla haciendo su examen de conciencia. Toda una escuela de
escritores, historiadores, juristas, economistas, etc, de los que
(en el libro) Joaquín Costa, Rafael Altamira, Miguel de Unamuno son
los más clarividentes y los más originales, se aplicaron al
estudio de este problema, haciéndose llamar “regeneradores”.
Como en los días de Jovellanos, ante la necesidad de elaborar
proyectos grandiosos, que es una de las características de “la
raza”, los españoles multiplican las consultas y estudios. Es en
esta literatura que Marvaud encontró los elementos de su
investigación, descuidando de algún modo deliberadamente las
entrevistas. pero esta intervención subjetiva es conscientemente
limitada. Muy a menudo, el autor se desvanece y es la opinión de
las propias partes interesadas lo que aparece. Su método es
eminentemente objetivo. El libro probablemente pierde color e
imágenes literarios, pues no encontramos en él lo que hemos estado
acostumbrados a encontrar en los visitantes e historiadores de
España, la luz brillante, el olor del suelo, la anécdota. Pero eso
no es lo que el autor quería darnos. Lo que el trabajo pierde en
pintoresco, gana en precisión. Lo que golpea de un extremo al otro
de estas páginas es la sinceridad, el esfuerzo de ser verdad, de
ser imparcial entre las partes, entre los propios españoles y entre
éstos y los lectores franceses. Marvaud habla del clero y la
cuestión religiosa, expone los asuntos de Marruecos o los
sentimientos de los españoles por otros países. El libro, escrito
unos años después, habría tenido, probablemente, unas
conclusiones diferentes aunque, ciertamente, habrían conservado su
carácter de alta imparcialidad. Los acontecimientos de los
posteriores años en España imponen al autor la obligación, no de
rehacer, sino de completar su exposición. Como él dice muy bien,
queda mucho por hacer para informar al público, la comunidad
empresarial y la prensa, por lo general tan mal informados.
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