lunes, 11 de noviembre de 2019

"Todo en la vida es cine..."

Hace pocos días me pasaron una copia remasterizada, para ver lo que ha ganado para su 
visionado en la pantalla del televisor doméstico con su nueva calidad técnica, de la película  
Sed de mal (Touch of evil, 1958), todo un clásico en blanco y negro dirigido por Orson Welles, 
con un guión espléndido de Welles basado en la novela “Badge Of Evil” de Whit Masterson, y 
protagonizado por el propio Welles (que borda un papel en el que consigue ser repelente,
repugnantemente odioso), Charlton Heston (lejos de sus papeles bíblico/épicos), Janet Leigh, 
Marlene Dietrich, Joseph Calleia, y otras figuras de la historia de eso que se conoce como el 
séptimo arte.

Para quien no conozca la película, y sin “destriparla” (lo que ahora se llama “hacer un spoiler”) 
en su argumento, sólo apuntaremos que está considerada una obra maestra de Welles cuya 
magnífica dirección  eleva a la categoría de clásico esta intriga policíaca de deslumbrante 
reparto y compleja historia sobre el poder y la corrupción en la que los destinos de todos los 
protagonistas están relacionados de principio a fin, y la fotografía lo ilustra atrapándolos en 
los mismos planos, o relacionándolos a través de los cortes. Para muchos críticos, éste es el 
último gran filme del período clásico del cine negro estadounidense y está seleccionada por el 
Congreso de los Estados Unidos para su preservación en el National Film Registry. 
 
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La pequeña historia dice que, una vez terminada la película, la Universal, la productora, la 
encontró indeciblemente desagradable y estéticamente confusa, la mutiló de la forma más 
abyecta posible, y la estrenó como un producto de baja calidad, sin apenas promoción, y 
echando pestes de ella. Increíble, pero cierto. La versión que se estrenó, pues, tenía una 
duración de 93 minutos y no tuvo demasiado éxito, provocando por ello el enfado de Welles, 
que se despachó a gusto con una memoria de 58 páginas en la que indicaba los cambios que 
debían realizarse (más favorable fue la acogida en Europa, donde obtuvo elogiosas críticas ya 
de inicio y ganó el premio de mejor película en el Festival de Cine de Bruselas, con un jurado 
en el que estaban nada menos que Jean-Luc Godard y François Truffaut, historia del cine). 
Sólo a partir de 1975 empezó a distribuirse la versión de 108 minutos, y en 1998 se realizó un 
último montaje que seguía las directrices señaladas por Welles en su memorando. En realidad, 
cualquiera de las tres versiones demuestra la genialidad de Welles, y el propio hecho de que 
existan esas tres versiones, ninguna de ellas supervisada por el director, es otra característica 
más de su cine.

Tan sólo el célebre y espectacular primer plano secuencia1 con el que da inicio la narración y 
la película, ornamentado por los acordes del mágico acompañamiento musical del compositor 
Henry Mancini, vale por toda la filmografía completa de muchos directores. Se trata, sin duda, 
ese plano secuencia, de un prodigio de dominio de la técnica y puesta en escena, y sin 
discusión uno de los mejores comienzos de una película en la historia del cine. El largo plano, 
de 3 minutos de duración, cuentan que tardó 15 días en llevarse a cabo pero se transformó en 
un plano mítico dentro de la historia del cine que se estudia en todas las escuelas de cine 
como ejemplo de planificación y composición. En opinión de muchos expertos, cualquier 
presunta innovación actual cinematográfica en el planteamiento narrativo y estilístico se 
convierte de inmediato en una antigualla en comparación con la modernidad que destila esta 
joya del año 1958. 

Y cuando yo ya me relamía anticipando la recuperación de viejas sensaciones, fue al ver de 
nuevo esa secuencia cuando empecé a tener la sensación de que algo fallaba, algo la hacía 
diferente a como yo la recordaba. Hasta que caí en la cuenta de que lo que la hacía diferente 
es que la estaba viendo en casa, en una pantalla de televisión, y no en una sala de cine. 
Porque el cine, con el que para mi estaba identificada la película en mi recuerdo, es una 
actividad colectiva que ofrece la experiencia única de la sala cinematográfica, de la oscuridad, 
de la gran pantalla y el sonido envolvente, del evento social y la cautividad del entorno 
mientras que la televisión es un medio que se introduce en la intimidad de los hogares y se 
suele alternar con otras actividades.. 

En el fondo y de alguna manera, la televisión y el cine son medios parecidos, dado que 
comparten similitudes, aunque no iguales. La televisión, de entrada, está concebida realmente 
como un medio de comunicación de masas: transmite de forma sincrónica sonidos e 
imágenes para su recepción simultánea y vehicula programas que pueden ser de diferentes 
modalidades como la educación, la información y el entretenimiento. La televisión incorpora 
gran variedad de géneros narrativos como mesas redondas (en las que caben ¡ay! toda 
suerte de tertulianos, también expertos, independientes e informados), magazines, 
informativos, concursos, programas didácticos…además de tener en consideración la 
presencia del directo, algo que no es encontrado en el cine, dado que en este medio no se 
puede encontrar nada en directo. Todo es filmado, montado, editado, colocando en el 
producto efectos especiales con programas de postproducción, retocando las imágenes,
colocando voces de doblaje…y todo un sinfín de efectos que no encontramos en programas 
de televisión. Los géneros que nos encontramos en televisión tradicionalmente son shows, 
magazines, concursos, informativos… 
 
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Sin embargo en cine nos encontramos otro tipo de géneros como lo son el drama, comedia, 
terror, romántico, cine de autor, acción, biopic… Los objetivos de la televisión son (en teoría) 
formar, informar (lo de desinformar se ve que vino después) y entretener, pero el cine tiene 
otro tipo de objetivos más emotivos, como el comunicar una historia apelando al interior del 
espectador y provocarle todo un número de emociones como la risa, llanto, intriga, suspense, 
horror, romanticismo… El narrar una historia para transmitir toda una serie de sentimientos 
es un arte. Aunque la verdad es que últimamente, la mayor parte de la televisión se utiliza 
simplemente para informar y entretener pese a que parte de la información, siendo 
manipulada por los poderes políticos a su antojo, comprando la ética de todo profesional de 
la información y criticando su trabajo a capa y espada, para convertir los medios, en general, 
en pura bazofia. olvidando que los medios y sus profesionales están ahí, para las duras y 
para las maduras, le pese a quien le pese, pero deben hacer su trabajo. Sin embargo, entre 
todos no les dejan trabajar con ética, y quieren manejar la información y ocultar lo que no 
gusta que se sepa, y aquellos que se dejan comprar con unos euros o un ascenso, venden 
su moral, vendiendo a la vez el objetivo primordial (y constitucional, no se olvide) del 
periodismo: informar verazmente a los ciudadanos de los temas relevantes del país y 
educándolos para que se hagan personas críticas con la sociedad, y no mera masa que 
hace lo que el poder se le antoja para tenerlos controladitos y sin pensar.

Por otro lado, están gran parte de los programas de entretenimiento, utilizando a intrusos en 
el mundo de los medios, como gente sin el graduado escolar, esposas de toreros, modelos… 
que les pagan unos euros por entretener sin ningún tipo de conocimiento, de ética ni de 
respeto por los telespectadores, cuando lo que deben hacer es dejar que personas con 
titulación y/o conocimientos estén ahí.

El cine en cambio es un arte. Trabaja gente que entiende de verdad, porque se juegan 
muchas cosas, aparte de la taquilla, nominaciones, premios… En realidad, en muchas 
ocasiones no buscan eso, los directores buscan que la historia llegue al espectador y le 
transmita emociones2. No que cuente algo por contar, para entretener, que también es válido 
en el caso del cine comercial, sino contar algo para transmitir al espectador emociones, 
sensaciones, sentimientos a través de silencios, imágenes con gran carga visual, efectos 
especiales impactantes, sombras, reflejos, objetos con peso a lo largo de la historia… No 
todo lo importante de una historia son los diálogos ni los hechos, lo visual y lo sonoro también 
tienen mucho peso sobre todo en el cine independiente. 
 
 
Pero los adelantos técnicos son los que son, y pronto (en términos históricos) las películas 
concebidas para su exhibición en salas cinematográficas “se colaron” en las programaciones 
televisivas aunque, pese al enorme interés manifestado por los espectadores por acceder a 
las películas sin salir de casa, el cine tardó tiempo en tener un espacio consolidado en las 
parrillas de la televisión. Las trabas de la industria y los problemas técnicos y artísticos 
hicieron que se programasen de entrada pocas películas y que no siempre se respetase su 
emisión. En España, a partir de finales de los años 60 no solo aumenta la variedad de filmes 
visibles en televisión emitiéndose ciclos de cine de culto además de producciones de 
entretenimiento sino que, también, se observa una mayor seriedad a la hora de tratar los 
espacios cinematográficos3. Hasta hoy, que con la disposición de películas empaquetadas 
para su visionado usando unos cada día más sofisticados aparatos de reproducción y con la 
irrupción de plataformas televisivas (inicialmente al amparo de series, con un lenguaje visual 
y temporal diferentes de los de una película) hemos llegado a un totum revolotum en el que 
las fronteras entre producto para sala de cine o para pantalla doméstica de televisión se 
difuminan cada vez más hasta su casi disolución.

Ese, seguramente imparable, proceso de asimilación entre cine y televisión, acelerado y 
ampliado por la eclosión de la informática de bolsillo, representada por el sistema 5G (por el 
momento), que añade más utilidades tecnológicas a la vida cotidiana, no quita para que 
existan obras creadas para un medio – el cine, en este caso – para las que es casi un  
sacrilegio verlas en otro – la televisión, en este caso, y no digamos los teléfonos móviles – 
porque al hacerlo se pierden las sensaciones que sus autores quisieron despertar pensando 
en las características del medio para el que las crearon.

Es lo que pasa con el plano secuencia de Sed de mal. Y no afecta sólo a la imagen, pese a 
que ella sea definitoria (el efecto en el espectador del plano final de Carrie, de Brian de Palma, 
pongamos por caso, no tiene ni punto de comparación si se ve en una sala de cine o si se ve 
en el televisor de la sala de estar de casa), sino al conjunto de la obra. Ver la escena de la 
ducha de Psicosis, de Alfred Hitchcock, en la televisión, lleva a perder el influjo, que en la 
sala de cine sí se percibe, de la música obsesiva de Bernard Herrman en esa secuencia. Ya 
que hemos desembocado en la música, sigamos con ella, sin mencionar, que no es el caso, 
los musicales que se rodaron como películas para el cine, sino para ver su importancia 
dentro de la obra que, en un pase por televisión no se aprecia. 
 
 
Sólo como muestra. Francis Ford Coppola rodó en 1970, basándose en una novela de 
Joseph Conrad, la que es considerada obra maestra Apocalypse now (incluida, por cierto, 
como Sed de mal, en el National Film Registry estadounidense), una ácida crítica a la guerra 
del Vietnam y a la locura de todas las guerras; en ella, la música y su tratamiento tecnológico 
juega un papel fundamental, y así se comprueba desde el inicio, en el que la imagen del 
protagonista tendido sobre la cama y mirando el ventilador de techo, se une a la de los 
helicópteros sobrevolando la selva y bombardeándola con napalm, mientras la canción de 
The Doors The End, envolvente en los distintos altavoces de la sala, sirve como nexo de 
unión y da significado a las imágenes a la vez que deja al espectador clavado en el asiento y 
predispuesto a lo que se le avecina. Destacable es también, en ese sentido, la escena en la 
que los helicópteros bombardean un poblado vietnamita, todo ello ambientado con la música 
de Richard Wagner de la “Cabalgata de las valquirias4. Es evidente que estas escenas 
pierden toda su fuerza dramática si no se ven en la oscuridad de una sala y, literalmente, 
rodeados por la música. 
 
 
No hace falta acudir a obras maestras para recapacitar sobre lo que pierde una película 
pensada para exhibir en una pantalla de proyección cuando se ve en un televisor doméstico. 
Cuando el hoy consolidado Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya, que se 
celebra cada año en Sitges (Barcelona), luchaba para quitarse de encima la etiqueta “de 
terror”, heredada de sus orígenes como “Semana del cine de terror”, y para ser reconocido, 
trajo entre otras la película Calles de fuego (Streets of fire, 1984), una fábula rock de Walter 
Hill (que consiguió, dicho sea de paso, el premio a la mejor actriz para Amy Madigan) que, 
vista en televisión, pierde todo su climax. 
 
 
Pero no se puede ir de espaldas a la evolución: “Ahora que ya me había acostumbrado a 
decir PINÍCULA, resulta que se llaman FLIMS"


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1Un plano secuencia es, en el cine y la televisión, una técnica de planificación de rodaje que consiste en la realización de una toma sin cortes durante un tiempo bastante dilatado, pudiendo usar para su realización travellings y diferentes tamaños de planos y ángulos en el seguimiento de los personajes o en la exposición de un escenario. Este procedimiento no se usa habitualmente debido al gran número de elementos que deben coordinarse (actores, cámara, iluminación, etc.), debiendo iniciarse de nuevo desde el principio si algunos de ellos falla. Al parecer, y en este caso, existe una entrevista en la que Orson Welles justificaba el célebre plano-secuencia por la voluntad de poner a prueba la destreza de los técnicos del estudio: “Quise comprobar si serían capaces de resolver toda la escena en una sola toma”, venía a decir el director al ser preguntado por las motivaciones de la secuencia en cuestión.

2Recuerdo el entrañable “cine de verano” de mi infancia, situado, con sillas plegables, en el ruedo cubierto de gravilla de una antigua y fuera de uso plaza de toros. La programación (siempre doble) solía estar dominada por dramones que, a las parroquianas, “llegaban al alma”, y era habitual oir un comentario recurrente a la salida: “- ¿Te ha gustado la película? - Sí. ¡qué bonita! ¡qué panzá’llorar me he pegao!”

3Con la lógica preocupación de la industria del cine: “Paso a paso, la televisión de todo el mundo ha ido moviendo sus tentáculos para hacer presa en aquellos ambientes que hasta ahora eran privilegio exclusivo del cine”, “… Entonces los espectadores de cine, los que iban «echen lo que echen» y siempre a mismo cine de barrio –lujoso o no, se encuentran con que sin salir de casa pueden divertirse como antes. Y dejan de ir al cine”

4Inspirado, al parecer, de la realidad: así consta que hacían los audiovisuales de la Fuerza Aérea Nazi (la Luftwaffe) para la instrucción de los cadetes de vuelo.

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