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domingo, 12 de enero de 2020
Banalización de los propósitos.
Recientemente, todos hemos dado por acabada esa época anual de vivencias confusas y
contrapuestas, mezcla para muchos de vorágine comercial, sensiblería manipulada,
recogimiento religioso (que también), y no sé qué más, formando una amalgama de acciones
y sentimientos que a más de uno dejan descolocado. Una de las señas de identidad de esa
época es la de repartir regalos (que se corresponde con la vertiente comercial aludida,
faltaría más), complementada con la petición, en nuestra cultura, a Sus Egregias Majestades,
los Reyes Magos, de casi todo aquello que trasciende los límites del regalo físico o de valor
cuantificable, y que se suele resumir en ese estándar de deseos de “paz, amor y prosperidad
para todos”.
En el fondo, a poco que se rasque la superficie, y excluyendo los regalos físicos, esas
peticiones que se concentran en esta época del año, reflejan un estado de suma
insatisfacción/disconformidad con razones claramente identificadas, o así lo parece, que se
presta a un análisis (que no pretende sentar cátedra, que nadie se asuste; sólo como
divertimento): para las insatisfacciones, reclamaciones, quejas,… que exceden el ámbito
personal se recurre a la consabida “Carta a los Reyes Magos” para ver si ellos pueden “echar
una mano” a quien corresponda en la mejora de la situación que preocupa.Pero no nos engañemos. Somos plenamente conscientes de que parte de esa insatisfacción
que nos perturba, en general por motivos realmente nimios pero que incluso nos arrastran a
veces a un prolongado estado de susceptible irritabilidad, es causada por nosotros mismos,
por nuestras propias actitudes y actuaciones, y queda descartada la Carta a los Reyes para
reconducirlo, porque es algo íntimo. Nace así esa maldición (sí, sí, maldición a la postre)
anual que nos martiriza en su diseño pero, sobre todo, en su seguimiento, y que conocemos
como propósitos de año nuevo (por la época en la que se suelen hacer).
Y es que “Año nuevo, vida nueva””, o al menos eso es lo que se dice y nos recuerda que el
cambio de año puede llevar implícitos cambios en la vida, que coincide con lo que se
proclama anhelar todas las nocheviejas. Para conseguirlo, hacemos una lista de propósitos
que queremos lograr durante el año (bajar de peso, dejar de fumar, ir al gimnasio, encontrar un
trabajo mejor, organizar nuestro tiempo, leer más y ahorrar más dinero, son algunos de los
más comunes, en el fondo, y ya nos avanzamos, la mayoría tratan de hábitos a cambiar o
hábitos saludables a incorporar), aunque técnicamente, según constató una investigación del
psicólogo inglés, investigador y profesor de Psicología en la Universidad de Hertfordshire en el
Reino Unido, Richard Wiseman, más del 20 % de las personas abandona la primera semana y
cerca del 90 % lo hace en el primer mes pese a que la mitad de los participantes en el estudio
creían firmemente que conseguirían sus propósitos. Existen varias y variadas razones que
explican por qué se abandonan esos propósitos de Año Nuevo en los meses inmediatamente
siguientes sin haberlos conseguido. Desde la falta de fuerza de voluntad que impide ser
perseverantes en el logro de los objetivos a la falta de motivación real por alcanzar la meta o
la fijación de propósitos demasiado ambiciosos. Además, precisamente el hecho de plantear
los propósitos como una meta tiene también consecuencias negativas, porque una vez
conseguido, si se consigue, se tiende a abandonar el esfuerzo hecho para lograrlo y hacer que
permanezca el logro.Por ejemplo, si el propósito es perder peso (algo en lo que piensa casi todo el mundo después
de los excesos de las comidas navideñas), hacemos dieta durante varias semanas hasta
conseguir el peso que nos hemos marcado como ideal. El problema es que al ver el objetivo
cumplido, dejamos de controlar la alimentación y como consecuencia engordamos de nuevo.Parece, pues, más recomendable al diseñar la lista de propósitos el conseguir cambiar los
objetivos por los que esforzarse por adquirir hábitos saludables que, sin duda, lleva implícita la
consecución de los objetivos. Es decir, pensar realmente, y llevarlo a cabo, que la forma de
conseguir los propósitos es sencilla porque en el fondo se trata de cambiar las metas u
objetivos que nos fijamos por hábitos, es decir, en vez de poner el foco en el logro del
propósito como meta, concentrar los esfuerzos en desarrollar hábitos; más concretamente,
trabajar en identificar los hábitos que permitirán alcanzar el objetivo.Según los resultados de un estudio, las personas renuncian a sus propósitos de año nuevo
debido a la falta de autocontrol, el exceso de estrés y las emociones negativas y aunque
estas son razones suficientes para fracasar, en realidad son las consecuencias y no las
causas. Es decir, el verdadero motivo de por qué la mayoría de las personas renuncia a sus
propósitos de año nuevo es mucho más simple y conlleva justamente, eso sí, la aparición de
altos niveles de estrés, de emociones negativas como remordimiento o culpa y a la falta de
autocontrol, y suele ser que los propósitos marcados son muuuuuy grandes y poco realistas.
El agobio de ver lo difícil que se vuelve sobre el tiempo cumplir la meta (recordemos esa
costumbre de diseñar los propósitos como metas), obliga a renunciar y volver a la rutina de
toda la vida. Además, es muy difícil mantener metas tan ambiciosas durante todo el año. La
motivación inicial disminuye conforme pasa el tiempo y tu fuerza de voluntad no es suficiente
para continuar con este gran propósito.
Decía el olvidado escritor alicantino (de Monóvar) de la Generación del 98 José Martínez Ruiz,
“Azorín”, que la vida está hecha de pequeñas cosas, lo que viene como anillo al dedo en
nuestras reflexiones de hoy, y es que asusta acometer un cambio de hábitos del que resulte
un aparente otro yo, diferente al que siempre he sido como quien le da la vuelta a un calcetín.
No, es conveniente establecer y trabajar hábitos pequeños que sirvan de entrenamiento e ir
paso a paso para que los cambios conseguidos se integren de forma natural en nuestro
comportamiento pues, ya se sabe, los hábitos (buenos o malos) son automáticos cuando se
arraigan en el cerebro.Este principio, a efectos prácticos, se traduce en que posiblemente, y dependiendo del tesón
y la fuerza de voluntad de cada uno, sea bueno empezar con un solo propósito a la vez;
quizás en lugar de elegir 12 propósitos y fracasar 12 veces, es mejor elegir 1 solo propósito,
lo que no quiere decir que no se pueda lograr más de un propósito por año, esto sólo significa
que es mejor centrarse en uno cada vez.El problema es que cuando se acerca nuevamente la víspera de año nuevo, la ilusión por
cambiar y retomar el propósito olvidado aumenta y el ciclo se repite nuevamente hasta el
punto de que se considera normal escuchar que “Mi propósito de año nuevo es lograr los
propósitos no cumplidos acumulados de años anteriores”. Pero un propósito sólo dice lo que
se desea, «qué hacer», pero no «cómo lograrlo«, no da la secuencia de actuación en el
plano diario, que es lo más importante. Y si, como es habitual, el propósito se refiere a
hábitos, para lograr construir un nuevo hábito, es necesario tomar decisiones conscientes a
lo largo del tiempo.Llegados a este punto, hay publicados infinidad de guías, tutoriales e incluso cursos de larga
duración sobre multitud de sistemas que se presentan todos como infalibles para conseguir
cumplir los propósitos, pero, resulta evidente que todos tienen un pecado original.
Recordemos el planteamiento inicial usual: cuando en estas fechas las peticiones
(recordemos también que no de regalos físicos o cuantificables) de aspectos que nos
benefician exceden el ámbito personal, se cursa la petición, en nuestra cultura, a los Reyes
Magos, mientras que si se detecta que esos puntos de mejora se circunscriben al núcleo
íntimo se suele asumir que mediante el esfuerzo personal pueden rectificarse, a lo que se da
forma con el nombre de propósitos. Es preciso recordar que esos propósitos, reflejo
evaluable de un compromiso personal, han sido (son) uno de los pilares más sólidos de la
evolución, del crecimiento personal y colectivo en todos los ámbitos fijémonos que, incluso,
en la vertiente íntima religiosa. En efecto, en un país aconfesional como el nuestro (al menos
eso dice la Constitución, esa que está en boca de todos sin ni siquiera haberla leído por
encima) de larga tradición católica, es normal que muchos detalles de ella se vean
incorporados a la cultura general; es lo que pasa con el propósito de enmienda, ritual católico
de cuando el sacerdote absuelve o perdona los pecados confesados y dice al pecador que
haga eso, propósito de enmienda, es decir, que varíe y mejore sus actos, y lo cumpla, como
medio de expiar esa conducta inadecuada.
2013 originalmente, pero sigue valiendo.
Resulta llamativo, entonces, que con esa tradición cultural de asunción y cumplimiento de
propósitos (aquí se ha recordado uno de carácter religioso, pero hay de todos los ámbitos:
personal, familiar, profesional, etc.), sea tan generalmente aceptado el incumplimiento de los
propósitos de año nuevo, y la verdad es que hay muchas hipótesis para intentar explicarlo,
de las que aquí sólo citaremos una. Dice una canción de Joaquín Sabina que “… tenemos el
lujo de no tener hambre ...” y, revisando el tipo de propósitos de esos del año nuevo (bajar de
peso, dejar de fumar, ir al gimnasio, leer más,… ), ninguno de ellos puede considerarse de
vida o muerte y es fácil banalizarlos, y eso se hace y admite.Pero, veámoslo desde otro punto de vista. Esos propósitos marcados, pequeños o grandes,
obedecen al deseo de solucionar con íntimo esfuerzo un sentimiento arrastrado en el tiempo
de insatisfacción con uno mismo, luego, sobre el papel, no vale la infantil autoexcusa, para
justificar el incumplimiento, de decir (en voz alta, además, para que el cerebro lo oiga desde
fuera) “es que yo soy así y no puedo cambiar” ¿”Así”? ¿Ahora? ¿No se sabía cuando se
marcaron los propósitos? ¿No eran éstos, precisamente, para esforzarse en el cambio de
algo que causaba insatisfacción? A no ser que se elija la “comodidad” de la insatisfacción
consciente y la irritabilidad y susceptibilidad permanentes…Parece oportuno acabar estas reflexiones recordando el final de esa película de 1964,
“Zorba El Griego”, auténtico canto a la vida y a como afrontar nuestras circunstancias
(especialmente las que no nos gustan) con buen humor, con alegría y con aceptación. Hay
una filosofía conductual que consiste en estar atento de manera consciente a todo lo que se
hace, sin juzgar, apegarse, o rechazar en alguna forma la experiencia llamada mindfulness;
pues bien, el considerado mayor experto en ella, profesor emérito de Medicina en la
Massachusetts University Medical School, Jon Kabat-Zinn, pone siempre de ejemplo al
misterioso Alexis Zorba (dotado de una característica peculiar: ser absorbido en lo que está
haciendo o con quien está en ese momento) y su extraordinaria capacidad de aceptar la
“catástrofe total” de la vida, así que no se puede pedir más de un personaje mítico del que
podemos aprender tanto. Algo tiene que ver, seguramente, la fuerza de la interpretación de
Anthony Quinn, ese portentoso todoterreno de la escena, actor mexicano (sí, sí, mexicano,
mal que le pese a los Trump de turno, Antonio Rodolfo Quinn, de Chihuahua, hijo de padre
irlandés llegado a México para integrarse en su revolución y de madre indígena azteca; tenía
más de treinta años cuando adquirió la nacionalidad estadounidense) para darle total
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