domingo, 26 de enero de 2020

El duelo, el luto y la filosofía.

La filosofía, la ética y esas cosillas no son meras asignaturas del curriculum académico y, 
como tales, susceptibles de poner y quitar alegremente de los planes de estudio según los 
gobernantes de turno se exhiban más o menos ignaros. Por pudor no nos referiremos a la 
ética y su clamorosa ausencia a la mayoría de niveles y en numerosos ámbitos, y en cuanto 
a la filosofía, recordar que, a grosso modo, es la ciencia que nos invita a pensar, ya que tiene 
como fin intentar responder a esos grandes interrogantes que cautivan al hombre (como por 
ejemplo el origen del universo, el origen del hombre,... ) para alcanzar el conocimiento. Por 
extensión, para cualquier cuestión, la filosofía nos enseña a poner en marcha un análisis 
coherente, así como racional para alcanzar un planteamiento correcto y una respuesta 
adecuada. Claro, que si algunos Poderes Públicos lo que hacen es abogar por eliminar de 
nosotros esa nefasta manía de pensar…1 
 
Imagen relacionada
Raffaello Sanzio - La escuela de Atenas (en el centro, Aristóteles y Platón)
 
Ya puestos, la filosofía (esa manía de pensar) es, lógicamente, tan antigua como la 
humanidad, pero, tal como la conocemos hoy, como “amor a la sabiduría”, que ese es el 
significado etimológico del vocablo, tiene sus orígenes en la Grecia del siglo VII antes de 
Cristo, y un filósofo es (pese a la coloquial carga negativa que a veces se le asigna a la 
expresión), simplemente, una persona corriente que busca el saber por el saber mismo; su 
motivación suele ser la curiosidad, que lo lleva a indagar acerca de los principios sobre la 
realidad y existencia humana. Luego, eso de “filosofar” es una condición característica del 
ser humano que no se refiere a un saber en concreto, sino que es una actitud natural y 
esperable del hombre en relación al universo, a su entorno y a sí mismo. El acto de filosofar 
se nutre de experiencias del contacto con el mundo que nos rodea (ya sea la vida, las 
personas, la naturaleza) para obtener respuestas a sus interrogantes.

Mal que les pese a algunos (malos) políticos, la filosofía occidental (por no hablar de la 
oriental) ha tenido una profunda influencia y a su vez se ha visto profundamente influida por 
la ciencia, el lenguaje, la naturaleza, la religión o la política, como demuestra que muchos 
filósofos importantes fueron a la vez grandes científicos, teólogos o políticos y algunas 
nociones fundamentales de estas disciplinas todavía son objeto de estudio filosófico. Por 
ejemplo, y sin meternos más en camisa de once varas, podemos encontrarnos con una 
filosofía del ser, que incluye a la metafísica, la ontología y la cosmología (entre tantas otras 
disciplinas) y, a su vez, podemos encontrarnos con una filosofía del conocimiento que 
comprende a la lógica y la epistemología. También, existe la filosofía del obrar que se ve 
inmensamente relacionada con cuestiones morales tales como la ética. 

Como es fácilmente comprensible, no hay un camino o secuencia única para estas 
cavilaciones, dependiendo, en último extremo, de la persona que lo transita y del objetivo 
que se busca; formalmente, los métodos más conocidos en la filosofía occidental son el 
razonamiento de pros y contras de una proposición, el experimento mental basado en la 
imaginación, la especulación, el descubrimiento del conocimiento a través de preguntas, la 
duda metódica  cartesiana y otros. Y no es inhabitual que con cualquiera de ellos se apliquen 
criterios o doctrinas diferentes, e incluso opuestas, para abordar una situación o idea. Algo 
de eso pasa en la estructura de las reflexiones de estas líneas.

A lo largo de nuestras vidas tenemos que enfrentarnos a situaciones bonitas, feas, tristes, 
alegres, agobiantes, relajantes y un largo etcétera que se reflejan en sentimientos que 
tenemos que aprender a gestionar, y si admitimos la verdad incuestionable de que la muerte 
forma parte de la vida, en un momento u otro, todas las personas tenemos que enfrentarnos 
en algún momento de nuestra vida a la muerte de un ser querido y pasar el proceso y período 
de duelo. Desde el punto de vista de la filosofía, la muerte debe encuadrarse dentro del 
objetivismo, es decir, que es algo que ocurre con independencia de quién y cómo piense 
sobre el hecho en sí. 
 
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Maurits Corneli Escher - Mano con esfera reflejante.

Sin embargo, el cómo se reacciona ante ella cae en el campo del relativismo, concepto 
empleado en filosofía para nombrar la manera de entender la realidad en que ésta no tiene 
una base permanente sino que se basa en los vínculos que existen entre los fenómenos, o 
sea, la verdad siempre está relacionada al sujeto que la piensa. No existen verdades 
objetivas ni que sean universales. A partir de esta idea, el relativismo aparece en diferentes 
ámbitos de la ciencia y del pensamiento2.

Cuándo muere un ser querido tenemos que pasar por un periodo de ansiedad, miedo, 
tristeza y dolor en el que nos haremos mil preguntas de las que la más frecuente suele ser  
¿Cómo voy a superar YO su pérdida? ¿Cuánto tiempo voy a tardar en ello?, y hasta el 
momento en el que consigamos superar esa pérdida estaremos inmersos en el duelo. 
Hacernos a la idea de que no vamos a ver más a una persona el resto de nuestras vidas 
puede provocarnos un trauma para el que hemos de estar preparados. Lo cierto es que 
cuesta hacer frente a la muerte de un ser querido y, por lo tanto, vamos a tener que pasar 
por un periodo que llamaremos de duelo hasta que consigamos superar esta situación.  

Como todo proceso, el duelo tiene su tiempo. Cada persona es un mundo y cada uno 
necesitamos un proceso para superar esta tristeza (por llamarla de alguna forma) que nos 
invade. Por norma general, si no se trata de una muerte traumática, la persona comienza a 
sentir un pequeño cambio de este agudo sentimiento a los meses de la muerte del ser 
querido. Pero esto no significa que lo hayamos superado y vayamos a estar bien; sólo será 
el principio de esta superación del duelo. Pasados unos meses, se espacia la vuelta de esa 
sensación de tristeza, ansiedad, presión en el pecho. Incluso hay veces que creemos que ya 
ha pasado tiempo suficiente porque empezamos a sentirnos mejor, creemos haber dominado 
el florecimiento de esos sentimientos dolorosos y de repente volvemos a pasar una mala 
racha. Esto es muy normal. 

Otro hito importante cuando se trata de un duelo es cuando se presentan algunas fechas 
señaladas o aniversarios en las que sintamos un poco más de tristeza porque la muerte de 
un ser querido no hay tiempo que la cure (Navidad, cumpleaños, fechas importantes 
compartidas, día de la madre, día del padre, y sabemos cómo es echar de menos a esa 
persona. Superarla no quiere decir ni mucho menos que dejemos de sentir dolor, pero va a 
ser mucho más fácil que nuestra mente se sienta un poco más aliviada). Tenemos que 
aprender a vivir de nuevo sin esa persona, pero siempre la tendremos muy presente.  
 
M. C. Escher - Banda sin fin.

Y el luto es “la ex­presión cultural del duelo”, con dos funciones básicas, una de cara a los 
demás, como es mostrar tu estado de ánimo, y otra hacia uno mismo, recordarnos el 
momento por el que estamos pasando. El luto ha estado estrictamente reglamentado en 
prácticamente todas las sociedades, como parte inseparable de los ritos de la muerte con 
normas distintas en cada momento y lugar, que también dependían del grado de parentesco 
con el difunto. El color blanco fue, por mucho que nos pueda sorprender ahora, el más 
utilizado en el luto a partir del siglo II y el de las cortes de Francia y España hasta el siglo XV. 
Con reglamentos o sin ellos, el siglo pasado aún fue, al menos hasta los años sesenta-setenta, 
una época muy negra en la que los periodos de duelo estaban perfectamente establecidos 
en nuestro país: por viudedad, dos años3 y seis meses de alivio de luto4; por la pérdida de 
un hijo, otros dos años más seis meses de alivio; por padre o madre, un año y seis meses de 
alivio; por los abuelos o los hermanos, seis meses; por tíos o primos, etc.

Con luto exterior o sin él, hay algunos factores que pueden suponer que el duelo sea más 
largo o más corto, como:
- La relación con la persona fallecida. Cuánto más cercana la relación, más largo será el 
tiempo del duelo. 
- El trauma que haya supuesto la pérdida. No es lo mismo que muera una persona que 
estaba enferma y sabíamos que iba a morir, que una en un accidente repentino. 
- Los asuntos pendientes (incluyendo, claro está, los emocionales) con esa persona. Los 
asuntos que no hubiéramos resuelto con la persona que ha fallecido pueden ser 
determinantes a la hora de superar su muerte, porque ese desfase puede taladrarnos 
durante mucho tiempo. 
- La voluntad para superar el duelo, que va a ser crucial. 

Pero el dolor emocional persiste en el tiempo y no parece acabar nunca. Es un duelo de 
duración excesiva que nunca llega a una conclusión satisfactoria, que se arrastra durante 
años. Las reacciones en los aniversarios o en las “fechas señaladas”, que  son  muy intensas, 
se  producen  incluso  varios  años  después  de  la  pérdida.  El  superviviente es  absorbido 
por constantes recuerdos y es incapaz de reinsertarse de nuevo en el tejido social. Los 
psicólogos proponen entonces el Olvidar recordando, invertir  la  energía emotiva  en  otras 
personas  y  relaciones. Por supuesto, el trabajo en esta etapa no va orientado a olvidar al 
ser querido sino a encontrarle un sitio en la vida emocional del superviviente que no 
entorpezca su funcionamiento eficaz. Uno nunca pierde los recuerdos de una relación 
significativa. Con la muerte de una persona no se ha perdido definitivamente el objeto amado. 
Se puede recuperar de otra forma, sin la necesidad de su presencia física, mediante la 
incorporación psicológica de los aspectos buenos de la persona perdida, a través del 
recuerdo y del afecto. Es encontrar un sitio para esa persona dentro de la nueva realidad. 
 
 
 
El proceso de duelo es una experiencia, no sólo íntima, sino que en realidad está tan 
reprimida socialmente en nuestra cultura occidental, que pese a ser tan común suele ser 
novedosa y desconocida, porque casi nunca se confía a nadie por completo. Y eso es así 
porque en el entorno, durante el proceso, emerge con gran intensidad un pensamiento 
mágico que únicamente trata de “re-ubicarte” en el mundo, al darle una nueva comprensión 
de los hechos. Paradójicamente, las personas en duelo se ven continuamente rodeadas por 
otras personas que viven “instaladas” en un pensamiento racional predominante, y que son 
incapaces de entender desde ese sistema de referencias, cuál es el mundo real de la 
persona en duelo.

Como conclusión (nunca definitiva ni única) a todo lo anterior, no puede olvidarse que uno 
no está solo en el mundo, por lo que no parece descabellado saber limitar el duelo al ámbito 
íntimo, sin exteriorizar ninguna expresión ni sentimiento que podrían influir en terceros, 
particularmente en aniversarios, cumpleaños y fechas señaladas. No es teoría ni aprensión, 
y si no, que se lo digan a los políticos, que arengan a sus huestes en las fechas de 
aniversario de la muerte de los suyos, especialmente si ésta fue violenta. No, el duelo es un 
conglomerado de sentimientos íntimo, con una duración indeterminada en cada caso 
(pueden solaparse sentires con distintos seres queridos fallecidos con mucha diferencia de 
tiempo) que se ha de aprender a gestionar sin ninguna exteriorización. ¿Es o no relativismo, 
filosofía pura en la vida real? 
 
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1Afortunadamente, la realidad parece ir por otros derroteros, a juzgar por el éxito de ventas hace unos años del libro Más Platón y menos prozac, de Lou Marinoff, que, con sencillez, nos acerca al pensamiento de grandes filósofos y demuestra que la filosofía puede ser una opción para lograr una vida más satisfactoria. Se trata, precisamente, de considerar la filosofía como una forma de vida más que como una disciplina, ya que, como dijo la malograda por el Alzheimer filósofa irlandesa Iris Mürdoch, “hacer filosofía es explorar el propio temperamento, pero al mismo tiempo, tratar de descubrir la verdad.
En esta línea de cosas, los ejecutivos de Silicon Valley buscan una filosofía que les permita aguantar y justificar la implacable presión de crear y dirigir empresas. En esta búsqueda, el estoicismo de Epicteto y Marco Aurelio ha encontrado nuevos valedores y seguidores para nuestro tiempo aunque ese estoicismo, representado por el eslogan El sufrimiento es el camino del éxito”, instaurado por el “apóstol” Ryan Holiday, discípulo del gurú de la década de los años noventa del pasado siglo Robert Greene, carece de la profundidad que tenían Cicerón, Séneca o Marco Aurelio y solamente interesa de él aquellas partes que nos permiten vivir mejor, optimizar nuestra vida y salud, y hacernos más felices sin poner en duda ni el sistema económico, laboral y político, ni la manera de trabajar ni la ética empresarial ni la desigualdad de la distribución de la riqueza que genera Silicon Valley, hasta el punto que el sesgo ideológico es muy claro y presente en Holiday. Los modelos de liderazgo propuestos son únicamente de la derecha, mientras que la izquierda es generalmente presentada como la antítesis del estoico. Se ha reducido en este caso lo que fue una de las escuelas filosóficas más importantes del mundo clásico a una optimización para vivir mejor. Como quien optimiza un software, el código de una aplicación, o el funcionamiento de una empresa, los ideólogos de Silicon Valley han resucitado el estoicismo para reducirlo a una expresión autojustificatoria de su estilo de vida y pensamiento político y social.
Pero por algo se empieza, por conocerlo...

2En honor a la verdad, hay que decir que tanto Sócrates como Platón se manifestaron totalmente en contra del relativismo. Lo hicieron porque consideraron que no sólo era un planteamiento absurdo sino también porque dificultaba sobremanera el poder llevar a cabo lo que es el conocimiento del mundo. Sin embargo, frente a ellos se encuentran los filósofos sofistas (término que ha evolucionado del original “el que enseña” al actual “el que usa argumentos falsos para llegar a la verdad”) que se considera que fueron los primeros pensadores en llevar a cabo el uso de determinados planteamientos relativistas.

3El luto siempre ha tenido género; los períodos “oficiales” se llevaban a rajatabla para las mujeres y con mucha elasticidad para los hombres y los períodos del luto y de exclusión social se aplicaban también rigurosamente a la novia del fallecido, cosa que no ocurría a la inversa. El extremo en el género de los ritos funerarios está, posiblemente, en la antigua cultura de la India donde, hasta su prohibición por los británicos en 1829, era una práctica aceptada que la viuda ardiera en la pira funeraria de su marido, ceremonia conocida como Sati, porque, se suponía, que en esta vida ya no iba a encontrar felicidad; también se consideraba que la unión matrimonial era perpetua, y que al arder juntos también podrían renacer en un mundo divino. Interesante, porque a la inversa no funcionaba y no se quemaba al viudo…
Pero el luto, de vuelta entre nosotros, incluso en épocas más recientes, no se limitaba sólo a la ropa y a los colores, sino también y muy especialmente a la vida social. La gran escritora Carmen Martín Gaite retrata perfectamente esas normas no escritas que mantuvieron años encerradas en sus casas a las mujeres de la España de la posguerra en su novela Entre visillos : “Elvira se levantó a echar las persianas y se acordó de que pasaría por lo menos año y medio sin ir al cine. Para marzo del año que viene, no, para el otro. Eran plazos consabidos, marcados automáticamente con anticipación y exactitud, como si se tratase del vencimiento de una letra. Con las medias grises, la primera película. Es lo que se llamaba alivio de luto”. Y que, insistimos en ello, se aplicaba básicamente a las mujeres, aunque la prohibición de asistir a bailes o festejos era extensiva todos los familiares del/la difunta, especialmente en el medio rural. Es en ese medio donde aún hoy se mantienen estas tradiciones, en parte porque estas poblaciones están muy envejecidas y se muestran más resistentes a los cambios.

4Las ropas se teñían de negro una vez pero luego otra, por el llamado alivio de luto porque, claro, pasar del negro azabache al rojo chillón pongamos por caso, resultaba demasiado brusco, así que estaba todo previsto: antes de volver a la vida en colores, tocaba pasar por un combinado de negros y blancos, morados, grises y lilas

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