Queridos Reyes Magos: para este año que empieza, tras uno lleno de protestas ciudadanas
en las calles de medio mundo (y eso que no ha estallado todavía la crisis económica que
tantos decían que estaba al caer), con nuevas muestras de la errática política exterior de
Donald Trump al frente de la que sigue siendo la principal potencia global, con todo lo que
eso conlleva, así como de la actuación radical y hermética de otros “hiperlíderes” mundiales
y con un nivel de concienciación cada vez mayor sobre la emergencia climática y la brecha
de género, en mi carta para vosotros quiero, con vuestro permiso, pensar para dar forma al
regalo que os pido no sólo en los retos inmediatos sino también en aquellos que se plantean
a medio y largo plazo.
Estamos ante un mundo desorientado por la falta de referentes: fallan unas instituciones
incapaces de canalizar las frustraciones de amplias capas de la población, de aliviar sus
miedos y de apuntalar sus esperanzas. Y esta desorientación provoca perplejidad, o lo que
es lo mismo, la incapacidad de tomar decisiones. También es desigualdad en más de un
sentido:
- entre países y, sobre todo, dentro de cada una de las sociedades, entre los pocos
que tienen mucho y los muchos que tienen poco.
- en el género, ámbito en que los niveles de concienciación y movilización son cada vez
mayores (aunque los avances sean demasiado lentos y se detengan por el auge de fuerzas
políticas o sociales regresivas).
- territorial, bien sea dentro de una misma ciudad, o entre aquellas zonas de un país
bien conectadas y las que han quedado en el olvido.
- generacional, no solo material sino también de expectativas.
Y por estas desigualdades, pero también por la aceleración de los cambios tecnológicos, el
mundo está desincronizado, avanza a ritmos muy distintos globalmente y en lo social. Incluso
podría hablarse de una nueva forma de desigualdad entre quienes están ya preparados para
la aceleración y aquellos que temen quedarse descolgados y se sienten aterrados ante la
ausencia de una red de seguridad que amortigüe el golpe.
Todo esto, Majestades, se corresponde en el fondo, en mayor o menor grado, con normas de
convivencia que, aún con la evidente dificultad de su ámbito de aplicación, se podrían/deberían
mejorar para ir allanando todas esas desigualdades, de orígenes, desarrollo y efectos muy
diversos, pero, ese refranero nuestro, como sabéis tan sabio, nos dice que “éramos pocos y
parió la abuela”, es decir que, por si los problemas enumerados fueran pocos, el propio futuro
de la especie humana está en juego, y al parecer a un plazo no muy largo, con mayores o
menores desigualdades sociales. Poca broma. La expresión lingüística del año en 2019 es
emergencia climática. Pese a lo que proclaman poderosos, ignorantes e ineptos negacionistas
(alguno, incluso, disfrazando su inepcia ignara bajo la penosa supuesta ocurrencia chusca de
achacar su ignorancia en el tema a la opinión de un primo experto), el último informe del
Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente no deja margen para duda: es
imprescindible que en 2020 se acelere la acción contra el cambio climático y durante los
próximos diez años se decidirá la salud medioambiental del planeta en función de si se
modera o se acelera el calentamiento global. No debe ser casualidad que en una reciente
encuesta realizada en Barcelona aparezca la crisis climática como el primer motivo de
preocupación del 89 % de la ciudadanía.
Y es que en este año 2020 ha de entrar en funcionamiento el Acuerdo de París de 2015, que
fijaba como objetivo mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo
de los 2 °C con respecto a los niveles preindustriales, y proseguir los esfuerzos para limitar
ese aumento de la temperatura a 1,5 °C. Durante este año que ha acabado, todos los estados
—menos EE. UU., el único país del mundo que está en proceso de abandonar el acuerdo a
pesar de ser el que, junto con China, más contamina— tendrán que entregar sus nuevos
planes nacionales voluntarios basados en mecanismos de transparencia (lo que debería
facilitar que se ejerza presión social sobre los estados que incumplen sus compromisos o son
poco ambiciosos en sus planes) para alcanzar el objetivo colectivo.
En estos momentos, los movimientos sociales que piden mayor acción para el cambio
climático son mucho más fuertes en medios urbanos que rurales y todavía son muy débiles
en la mayor parte de países en vías de desarrollo a pesar de ser los que sufren sus efectos
de forma más extrema. Pero la gestión a futuro del clima también se politiza. Y mientras que
movimientos climáticos marcarán agendas sociales y políticas (en algunos casos, lo
medioambiental puede convertirse en un espacio de contestación a regímenes autoritarios),
también veremos la reacción opuesta: fuerzas que abrazan el negacionismo climático o que
menosprecian la urgencia del reto como una preocupación de ricos urbanitas globalistas. Esta
evolución es especialmente visible en los movimientos populistas de derechas que alternan
el discurso antiinmigración con la negación del calentamiento global o la crítica a las medidas
para hacerle frente explotando los miedos de una parte de la población o de determinados
territorios que todavía dependen de actividades productivas altamente contaminantes
La lucha contra el cambio climático generará ganadores, perdedores y costes de transición.
La industria, especialmente en Europa, invertirá cada vez más en tecnologías de
descarbonización, pero también habrá empresas que opten por retrasar sus planes de
inversión a la espera de constatar la profundidad de la transformación de los hábitos de
consumo, de la implantación de nuevas tecnologías o del marco regulador y sucede lo mismo
entre los ciudadanos. En este punto hay tres sectores especialmente sensibles: la
automoción, los plásticos y la alimentación. Si en el futuro, inventos como los Black Friday
continúan batiendo records de consumo, y el tráfico aéreo y de cruceros no hace más que
aumentar, habrá que preguntarse el porqué de tal distancia entre el discurso dominante y las
acciones cotidianas.
Este año 2020 seguramente (y desgraciadamente) continuarán tomando fuerza en la
sociedad movilizaciones de naturaleza transnacional en torno al feminismo (desigualdad de
género cuando no violencia, lacra en todo el mundo) y a la emergencia climática (que afecta
a todo el planeta), con un fuerte componente generacional y más que desafiar a las
instituciones, lo que hacen es presionarlas para que respondan. Por no hablar del endiablado
asunto de la cuestión territorial aquí y la ineptitud en gestionarlo. Sin embargo, la frustración
no acaba aquí; en concreto, la segunda mitad de 2019 ha sido especialmente intensa a nivel
de protestas ciudadanas: los chalecos amarillos franceses, las movilizaciones en Hong Kong,
el movimiento independentista en Cataluña, las marchas pacíficas en países del norte de
África, las no tan pacíficas de Latinoamérica, el Brexit, etc., protestas distintas entre sí pero
con elementos compartidos; en algunos casos, los movilizados hacen una enmienda a la
totalidad al sistema y al poder establecido que lo dirige, mientras que en otros las protestas
son reflejo de divisiones sociales o territoriales preexistentes. Son compartidas la frustración
y la rabia así como la incapacidad de las instituciones —democráticas o no— de canalizarlas
o incluso de valorarlas en su justa medida antes de tomar decisiones que desatan la cólera
social. Queridos Reyes, ahí tenéis trabajo, al margen de esta humilde carta, porque no sólo
están fallando los gobiernos sino también las fuerzas de oposición política en lo que es un
claro problema de representatividad.
Y después de las protestas o las contundentes manifestaciones, ¿qué? Este es el gran tema.
El estallido de conflictividad política y social pone en aprietos a las instituciones y genera
reacciones opuestas: los estados más fuertes, pondrán en marcha mecanismos de
acomodación entre los propios manifestantes y en la sociedad en su conjunto mientras que
si los estados se sienten débiles y existe una fuerte fragmentación social, aumentará el riesgo
de violencia, una de las consecuencias no deseadas de este ciclo de protestas que en
paralelo provoca el aumento de la represión por el empoderamiento de las fuerzas de
seguridad, que actúan de un modo cada vez más desacomplejado.
El cacao mental por esas situaciones crece, claro, a poco que reflexionemos abriendo el
abanico de temas sobre la incógnita de China, el cuestionamiento del multilateralismo, única
herramienta para un futuro global armónico, la sensación de que puede reproducirse más
agravada la crisis económica que aún hoy padecemos, la expectación no exenta de
desconcierto que generan los velocísimos cambios tecnológicos y su impacto en las
regulaciones (información y datos, por ejemplo), la influencia de la geopolítica en decisiones
de agentes sociales que, al final, nos afectan a todos,… ¿A qué seguir?
Queridos Reyes Magos, ante tal escenario y con el corazón en un puño, ¿qué pediros que
sea útil y concreto? Pues, como en aquel viejo chiste en el que un pasajero de un avión
aficionado a los horóscopos, por el que estaba realmente interesado era por el horóscopo del
piloto, ahora también, creedme, la petición más ferviente es la de que podáis repartir para
quien nos gobierna, más que para mí, sentido común a raudales, apertura y altura de miras,
clarividencia y valentía para ser capaz de pensar en las próximas generaciones y no en las
próximas elecciones, un baño de realidad y la capacidad de actuar para la gente y no para la
formación política de turno. Estoy seguro de que sólo con eso (que no es poco, de acuerdo)
podrá conseguirse mi segundo deseo, que es que la carta del año próximo no sea un corta y
pega de ésta, porque las cosas habrán mejorado. Ojalá.
Gracias, Reyes Magos.
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