En épocas de gazmoñería casi institucional en lo que se ha convertido, año tras año,
mayoritariamente por indisimuladas razones comerciales, ese período de días navideños,
resulta particularmente dolorosa cualquier circunstancia que haga reflexionar sobre lo
inexacto (por no decir directamente falso) del almibarado montaje sentimental en el que,
además, parece mal visto desviarse un milímetro del guión oficial. Coincidiendo con esas
fechas, en una página de Internet en la que intercambian opiniones, experiencias e ideas
para contribuir a una suerte de apoyo mutuo las personas afectadas por una de esas
enfermedades raras que, entre otros efectos, incapacita poco a poco y convierte a la persona
en dependiente de terceros para sus actos, uno de sus miembros tenía la valentía de contar
públicamente que, en su caso, la experiencia de pareja teniendo la enfermedad había sido
descorazonadora, desde el abandono de una persona en la que confiaba hasta la confesión
de otra de que si estaba allí era “por pena”. No me diréis que leer esto manda al garete todo
el sentimentalismo azucarado que se nos impone.
Es un tema muy delicado, extremadamente sensible, sobre el que no se puede (ni se debe)
generalizar y al que hay que acercarse con exquisita cautela y total respeto, la conexión entre
la dependencia física funcional y la emocional. Es evidente que quien se ve abocado a ser
protagonista de un proceso de deterioro funcional conducente a una discapacidad en grado
tal que al final necesite depender de otras personas para la realización de sus actos
cotidianos, y ese proceso pasa por fases difusas que van desde la pérdida de autonomía
hasta la desaparición de la intimidad, tiende a identificar y casi unificar a la persona que lo
ayuda en la dependencia funcional con la persona en la que debe confiar en todos los
ámbitos, también en el sentimental. Aplaudiendo/reconociendo la valiosa y, a menudo, poco valorada labor de los/las terapeutas
que vuelcan sus conocimientos, esfuerzo y cariño en el cuidado de estas situaciones de
dependencia mencionadas, los utilizaremos en estas reflexiones porque está claro, cavilando
sobre ellos/ellas y su dedicación, que en modo alguno debe confundirse la dependencia
funcional con la emocional, la que hacía sufrir a quien escribió el mensaje aludido en esa
página de Internet. No cabe duda de que, anímicamente, la situación ideal para todos es la
convergencia entre la persona que las representa a ambas, pero no es menos cierto que, a
veces, eso entra en el terreno de la utopía y no es inusual el divorcio entre ellas, y tal divorcio
provoca, si no se está preparado, un desequilibrio psíquico importante. Llega, entonces, la pregunta del millón: ¿qué fue antes, el huevo o la gallina?. Es decir, ¿es
la situación de dependencia emocional inadecuada el origen de un desequilibro psíquico o es
un desequilibrio íntimo previo el desencadenante de una dependencia emocional maligna?
Es obvio que una persona dependiente funcional tiene un grado de vulnerabilidad anímica
mayor que una persona autónoma, por la sencilla razón de que necesita confiar plenamente
en alguien, generalmente representado por la persona de quien depende para la realización
de todo lo que compone su día a día, y de ahí a la posibilidad de formar un batiburrillo con
los sentimientos, un paso. Por eso, para reflexionar sobre los peligros de la dependencia
emocional y no ligarla a la física (que sería un error), intentaremos abrir el abanico a la
mayor parte de la gente, no sólo el/la dependiente funcional.
La dependencia emocional es una necesidad afectiva extrema y continua, que obliga a las
personas que la padecen a satisfacerla en el ámbito, habitualmente, de las relaciones de
pareja; pero, aunque este fenómeno puede aparecer puntualmente en la vida de un individuo
(es decir, sólo en una de sus relaciones), lo más normal es que sea una constante en él; por
lo tanto, la mayor parte de sus (quizá sucesivas) relaciones de pareja presentarán siempre
un patrón característico regido por la mencionada necesidad afectiva extrema. Es importante
destacar en el análisis que esta dependencia o necesidad no debe ser de tipo material,
económico o fundamentada en una discapacidad o en algún tipo de indefensión personal del
sujeto, sino que tiene que ser específicamente emocional. La dependencia emocional es un problema tan frecuente como desconocido, y no sólo entre
la población en general, sino también entre psicólogos, psiquiatras, etc., de forma que,
inexplicablemente, no ha encontrado ubicación entre las diferentes clasificaciones
internacionales de trastornos mentales y de la personalidad. En principio, puede parecer que,
aunque haya una necesidad amorosa mucho más fuerte de lo normal, la dependencia
emocional buscada no debería ser motivo de inadaptación, sufrimiento o insatisfacción. Nada
más lejos de la realidad. Los dependientes emocionales no dirigen sus demandas hacia
cualquier persona, sino que se fijan en determinadas características que les resultan
atractivas. En concreto, buscan personas peculiares, con un perfil de seguras de sí mismas,
dominantes y realmente poco afectuosas para emparejarse con ellas. Puede llamar la
atención que justamente este tipo de individuos sean los predilectos para unas personas que
tienen unas demandas afectivas descomunales, pero es que precisamente se fijan en ellos
porque los idealizan, los encumbran hasta extremos difíciles de imaginar, viendo
prácticamente dioses o seres excepcionales donde sólo hay sujetos que, muchas de las
veces, hacen la vida imposible a sus parejas, todo lo contrario que los dependientes
emocionales, al menos en lo que a autoestima y valoración de sí mismos se refiere, de ahí la
idealización incondicional que efectúan las personas con dependencia emocional.Y todo esto
queda claramente relacionado con una de las características fundamentales que se observa
en las personas que padecen este problema, y es que no sólo no se quieren prácticamente
nada a sí mismas, sino que se critican, atacan y desprecian. Quizá no llegan al extremo de
las personas que sufren trastorno límite de la personalidad pero su relación consigo mismas
es tan deplorable que no soportan ningún tipo de soledad (no sólo afectiva) y que sólo se
imaginan su vida al lado de alguien idealizado, de un salvador alrededor del cual centrar su
existencia. La vida para el dependiente emocional será así un calvario buscado que puede llegar a
límites extremos según el carácter de su pareja, que, en muchas ocasiones, puede tener trastornos de la personalidad. Si la persona tiene una dependencia emocional grave,
aceptará lo que sea con tal de no romper su relación de pareja. Es más, si por cualquier
motivo se rompe la relación, la echará de menos intentando reanudarla (por el síndrome de
abstinencia que sufrirá el dependiente, similar al de las toxicomanías) o bien comenzará
otra similar para evitar el miedo y la angustia de la soledad, y se inicia un bucle recurrente.
Como ocurre con otras dependencias, como en la adicción al consumo de sustancias tóxicas,
la dependencia emocional opera mediante mecanismos de refuerzo positivo, que acaba
generando dependencia psicológica en el sujeto.
¿Y por qué considerar la dependencia emocional como un trastorno de la personalidad?
Porque la dependencia emocional conforma “un patrón permanente de experiencia interna y
de comportamiento que se aparta acusadamente de las expectativas de la cultura del sujeto,
patrón que también se manifiesta en el área cognitiva, afectiva, interpersonal y del control de
los impulsos, es persistente e inflexible y provoca malestar clínicamente significativo tanto en
el sujeto como en su entorno. Comienza aproximadamente en la adolescencia o principios
de la edad adulta y no es atribuible a otro trastorno mental, una enfermedad física o el
consumo de sustancias”1. Todos estos son los requisitos que se exigen para poder efectuar
un diagnóstico de “trastorno de la personalidad”, y la dependencia emocional los cumple
todos. La dependencia emocional se evita cultivando el autoconocimiento y, en base a él, la
autoconfianza (normalmente, el fondo del problema de la dependencia se encuentra en una
pobre autoestima, que conduce al dependiente emocional a desvalorizarse sistemáticamente.
Se muestran críticos consigo mismos y con su forma de ser, hasta el punto de sentirse
inferiores y culpables, incluso, del menosprecio que puedan recibir por parte de los demás).
Ésta es la clave para generar relaciones saludables, empezar con uno mismo y, después,
con los demás. Por supuesto que cruzarse en ese proceso con la persona adecuada supone
también para uno mismo prepararse para una relación. La dependencia emocional afecta por igual a mujeres y hombres aunque en la forma, que
podríamos calificar como “estándar”, es más habitual en mujeres mientras que los hombres
suelen ocultar este problema pues se sienten menos capaces de reconocer que están
“atados emocionalmente” a otra persona (eso conduce, por contra, a que algunos hombres
presentan psicológicamente cuadros de dependencia más severos), por lo que suelen
observarse en ellos otras formas atípicas en las que se combinan otros aspectos como la
posesividad y la dominación, pero eso ya pertenece a otro análisis.
"... No need to run and hide / It's a wonderful, wonderful life / No need to laugh and cry / It's
a wonderful, wonderful life... "
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1Manual
diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, 4ª
edición (DSM-IV). American Psychiatric Association. Barcelona: Masson; 1995.
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