Otra vez 8 de marzo. Y otra vez a escuchar perplejo en esta fecha la falaz cantiinela cantarina
(con seguridad inocentemente bienintencionada) de “feliz día de la mujer” como si la fecha
fuera una fiesta. ¿Feliz? ¿Qué se celebra? ¿Por quién? Porque, según la web especializada
feminicidio.net, sólo en lo que llevamos de este año 2020, del que aún no ha transcurrido ni
un trimestre, en lo que, a la postre no es sino un macabro recuento, que para algunas
instancias no son sino meras cifras estadísticas, se han registrado en nuestra España 22
asesinatos de mujeres a manos de hombres, y la cifra se sitúa en 1.107 muertes (más que
ETA en toda su historia) desde el año 2010 (y creciendo) en que se empezó a contabilizar
este desdichado y dramático fenómeno. ¿De verdad es "feliz" y para celebrar?
¿O quizá se celebran los “festejos” de una violación en grupo, tan habitual últimamente que
ya los medios la tratan como algo “normal”, asépticamente? Y no cambia esa indiferencia
ante la salvajada añadida de que la víctima sea menor de edad, se la drogue, “no ofrezca
suficiente resistencia”, se graben y divulguen las imágenes de la agresión o los violadores
(confesos, no presuntos) sean “dignos servidores de las fuerzas y cuerpos de seguridad del
Estado”, a los que, en principio, se les mantiene, además, oficialmente el puesto.
¿O la percepción, con la connivencia de algunos poderosos (¿cómo si no?), de que la mujer
es un simple objeto, una mercancía inanimada con la que se puede traficar?
Por no hablar de las desigualdades sociales causadas por el género, es decir, que el colectivo
de los hombres tiene privilegios (económicos, sociales, etc.) por encima del de las mujeres,
despreciándose los derechos de este último. Con el movimiento feminista (“feminazi” dicen
algunos – y algunas - “iluminados”) y su sacrificio (precisamente el 8 de marzo se recuerda
que ese día de 1908 se asesinaron 146 obreras de la fábrica Cotton de Nueva York) se inició
un proceso de reconocimiento de las aportaciones de las mujeres a la sociedad aunque la
verdad es que el reconocimiento formal de derechos no ha ido necesariamente acompañado
de una mejoría de la situación de las mujeres hacia la igualdad. Se considera que incluso en
los países llamados “desarrollados” existe una brecha entre los derechos e igualdades
expresados formalmente y los reconocidos realmente ya que impera un sistema cultural, el
patriarcal, que concede todo el protagonismo al hombre..
En este escenario, sin que desde hace años no se haya registrado ninguna iniciativa legal (o
muy tímidas como la lanzada a bombo y platillo bajo el lema de "Sí es sí" - ¿Sí coaccionado es
sí? -, aún pendiente de lo que se prevé que será un agrio debate parlamentario), normativa o
social para acabar con esta lacra en todas sus facetas, sólo se repiten una y otra vez, casi
como si se tratara de una rutina mecánica, las manifestaciones de repulsa y condena de la
salvajada de turno cometida contra una mujer; la gran mayoría de los asistentes a estas
muestras de dolor/indignación son mujeres, como si estuviéramos ante un problema que sólo
afecta a ellas y no a la sociedad en su conjunto o… (y aseguro que no es un chiste fácil; es
algo muy serio) los hombres se han quedado en casa esperando a que la mujer, cuando
vuelva de la manifestación, le haga la cena.
Y es que el componente social, la costumbre patriarcal “normal”, pesa, deja su huella y es
dificilísimo cambiar. Hace unos días, coincidiendo en el tiempo, el excelente por otra parte,
tenor y director de orquesta español Plácido Domingo y el productor cinematográfico Harvey
Weinstein fueron protagonistas de titulares. El primero aceptando “toda la responsabilidad”
por acoso sexual y abuso de poder contra numerosas mujeres, en su mayoría cantantes
líricas a sus órdenes, sólo después de que una investigación del sindicato estadounidense
que representa a los artistas de ópera concluyera que Domingo había incurrido en conductas
"inapropiadas". El segundo, durante años la figura todopoderosa de la producción de
películas en Hollywood, fue declarado culpable de violación y delito sexual por un jurado de
Nueva York, acusaciones que podrían acarrear a Weinstein una condena de hasta 29 años
en prisión.
Precisamente a raíz del caso Weinstein, cobró fuerza el movimiento #MeToo (yo también),
que aprovechando la notoriedad de las figuras involucradas en él, declarando como víctimas,
y la popularidad de la industria del cine, se ha convertido en un formidable agitador de
conciencias. También en un punto de inflexión en la lucha contra los abusos sexuales y, en
particular, contra aquellos que se producen al amparo de estructuras de poder en las que
quienes ocupan los escalones más altos se han creído facultados para obrar a su antojo,
despreciando la dignidad de quienes estaban a sus órdenes.
El caso Domingo y el caso Weinstein nos indican que estamos asistiendo a un forzado
aunque auténtico y muy positivo cambio social. Uno y otro afrontaron los primeros compases
de sus respectivos casos negando o atenuando las acusaciones recibidas. Pero estas
negativas demostraron tener corto recorrido, prueba de lo cual es, en el caso de Domingo, la
cancelación en cascada de sus actuaciones contratadas sin esperar el resultado de
investigaciones (claro que también la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz
Ayuso, del PP, o la portavoz parlamentaria del mismo partido, Cayetana Álvarez de Toledo
-¡mujeres!-, le hicieron costado y lo defendieron, incluso después de su reconocimiento
público de los hechos) . A medida que los testimonios adversos se acumulaban, a medida
que las investigaciones en curso iban revelando su sangrante veracidad, los primeros
desmentidos se fueron desvaneciendo, según dejaban paso a la asunción, más o menos
explícita, de culpas. Se trata de casos particulares, sí. Pero, a la vez, de enorme
trascendencia. Porque la visibilidad de ambos personajes es global. Y porque la ejemplaridad
de las reprobaciones o condenas que uno y otro tengan que afrontar da una dimensión y un
eco extraordinarios a sus respectivas historias.
La gravedad de un caso y otro es distinta, pero ambos se inscriben en un tipo de conducta
en el que concurren el abuso sexual y de poder. Son conductas que de antiguo se han
reproducido en los más diversos ámbitos laborales, también en los relacionados con la
industria del espectáculo. Y que, sin embargo, se perpetuaron siendo un secreto a voces,
sin consecuencias penales para quienes cometían las ofensas y lo asombroso es que
para un amplio sector de la opinión pública Domingo Y Weinstein aparecen como "afectados"
cuando las realmente afectadas son las víctmas.
En el caso del tenor sorprende que, si inicialmente había justificado las agresiones como
algo debido a los cambios culturales, achacándolas a que, según él, ahora se ve como
reprobable lo que, cuando sucedió, no lo era, negándolas incluso, cuando se publicaron los
resultados de una primera investigación del sindicato estadounidense que representa a los
artistas de ópera por la que Plácido Domingo acosó sexualmente a mujeres y abusó de su
poder, al menos durante dos décadas (no era un error humano puntual), cuando ocupaba la
dirección de la Ópera Nacional de Washington y la de Los Ángeles, haya mostrado su respeto
por sus compañeras de profesión, que en agosto de 2019 hablaron de lo ocurrido. "Entiendo
ahora que alguna de esas mujeres pudieran tener miedo para expresarse honestamente
porque les preocupaba que sus carreras se vieran afectadas".
¡Ay, los cambios culturales! El argumento de la cultura, la costumbre o la tradición se convierte
en coraza ante casi todo. Hace unos años, unas personas de la clase política, sensibilizadas
por los escollos que encuentra la mujer día a día y en todos los ámbitos, decidieron usar en
sus manifestaciones públicas lo que se dio en llamar lenguaje inclusivo, es decir, que se
dirigían, por ejemplo, a los ciudadanos y las ciudadanas que los escuchaban, y así todo,
dando visibilidad a la invisibilidad (valga el casi retruécano) de la pobreza y sesgo de los
términos en femenino en la lengua, cuestión endémica e instintivamente asumida como
normal en el orden cultural.
No hace falta decir que tal iniciativa fue objeto de chanzas, la mayoría con un indisimulado
trasfondo político partidista, de “puristas de la lengua” que, sin embargo, no entraban a
debatir acerca de los motivos. Llegó a tal nivel el escarnio sobre el uso del lenguaje inclusivo
que la Real Academia de la Lengua se vio en la necesidad de publicar su postura en los
siguientes términos:
Este tipo de desdoblamientos son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista
lingüístico. En los sustantivos que designan seres animados existe la posibilidad del uso
genérico del masculino para designar la clase, es decir, a todos los individuos de la especie,
sin distinción de sexos: Todos los ciudadanos mayores de edad tienen derecho a voto. La
mención explícita del femenino solo se justifica cuando la oposición de sexos es relevante en
el contexto: El desarrollo evolutivo es similar en los niños y las niñas de esa edad. La actual
tendencia al desdoblamiento indiscriminado del sustantivo en su forma masculina y femenina
va contra el principio de economía del lenguaje y se funda en razones extralingüísticas. Por
tanto, deben evitarse estas repeticiones, que generan dificultades sintácticas y de
concordancia, y complican innecesariamente la redacción y lectura de los textos…. (los
subrayados son nuestros)
Y remite al Diccionario panhispánico de dudas, donde amplía idénticos argumentos
estrictamente lingüísticos olvidando que la lengua no es / no debe ser un corsé y está / debe
estar abierta a los imparables y constantes cambios de la realidad social (y así es; a la
aprobación continua de neologismos me remito). Así las cosas, en el verano de 2018, la
Vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, pidió a la RAE un dictamen (que no puede ser
vinculante) sobre la conveniencia o no de introducir el lenguaje inclusivo en la Constitución, y
la Academia ha presentado este año 2020 un documentado Informe “sobre el lenguaje
inclusivo y cuestiones conexas” (de lectura recomendable) en el que, tras declararse
“... totalmente contraria a cualquier tipo de sexismo, ya sea de mujeres o de miembros del
colectivo LGTBI. Nuestra Institución se halla en un proceso de renovación, lenta pero
irreversible, en el que la mujer asumirá cuantitativa y cualitativamente un papel más
relevante.” puesto que en la petición de la Vicepresidencia del Gobierno ya se hacía constar
que “el lenguaje, como forma de expresión y comunicación, puede ayudar a construir una
sociedad más respetuosa e inclusiva de todas las personas que conforman nuestra
ciudadanía” hace una encendida defensa de la validez de sus criterios técnicos, pese a que
admiten que el sexismo es un componente cultural de larga continuidad histórica que tiene
como principio la supremacía del varón sobre la mujer en todos los espacios de la vida..
En base a ello proclaman que nuestra Carta Magna es gramaticalmente impecable, "tanto
en 1978 como en 2020". Sin embargo, sí que se dedica un apartado del Informe a valorar
como posible que se añada en el documento la palabra "Reina" como titular de la Corona,
porque "el próximo Jefe del Estado tendrá previsiblemente sexo femenino", y que se
incorpore "princesa", que actualmente no aparece en ningún momento. Otro apartado es para
las "regulaciones" que podrían ser aclaradas en el caso de que se diese una reforma
constitucional, con lo cual están certificando lo que niegan: que la lengua no es ajena a temas
políticos y sociales. Sostiene Santiago Muñoz Machado, Director de la RAE, en la
presentación del Informe que el masculino plural para referirse a mujeres y hombres no se
debe a "una expresión de la superioridad del varón" ni es "androcéntrico", sino que responde
a la herencia indoeuropea y es "incontestable en todas las lenguas" de la rama. Tal vez toda
la frase queda incompleta frente a la realidad, y quizá, en espíritu, debería ser “el masculino
plural para referirse a mujeres y hombres no se debe a "una expresión de la superioridad del
varón" ni es "androcéntrico", sino que responde a la herencia indoeuropea formada sobre la
superioridad del varón y por ello es "incontestable en todas las lenguas" de la rama, para
perpetuar esa superioridad".
Que el lenguaje nunca ha sido un instrumento baladí (empezando, por ejemplo, al hilo de
estas reflexiones, por lo de "hombre público" vs. "mujer pública") bien lo sabía ya, por ejemplo,
Victor Klemperer, autor de 'LTI. La lengua del Tercer Reich', un libro imprescindible para
entender cómo los nazis comenzaron a manipular el lenguaje como estrategia para imponer
sus terribles ideas. “La resistencia a la opresión comienza por cuestionar el constante uso de
palabras de moda”, escribió el filólogo sobre cómo se había dado cuenta de que los nazis
habían empezado a usar con fuerza adjetivos como “combativo” o “fanático” tratados de
forma positiva. La lengua es un arma política y lo ha sido siempre, para la izquierda y para la
derecha, en ocasiones al servicio del poder y ahora se pretende que sirva a un grupo social
desfavorecido como las mujeres. El problema de fondo es que mientras se da esta batalla
mediática no se dan otras reales como la de la brecha salarial, el techo de cristal u otras más
graves como la violación o asesinato. Es como una maniobra de distracción bien orquestada
para ocultar que sigue sin hacerse nada. Ojalá el próximo 8 de marzo me tenga que desdecir.
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