Si hace sólo un par de meses, cuando ese vocablo que se haría familiar, de coronavirus sólo
era motivo de bromas con sus “ocurrentes” variantes fonéticas como “el virus de la corona”,
“corinnavirus” y otros así, o motivo de chanza por ser la causa de la cancelación de la edición
de este año del Mobile World Congress de Barcelona, nos dicen que, desde casa y sin poder
salir a la calle, como si fuésemos chinos, nos enteraremos de que las palomas se han
enseñoreado de nuestras plazas públicas, que las ciudades parecen lugares fantasma, que
se ha desplomado el consumo de gasolina, que los canales de Venecia ofrecen la imagen de
sus limpias y transparentes aguas con peces o que se registran menos emisiones
contaminantes en España, Italia o ¡China!, simplemente no lo hubiéramos creído. Pero ha
pasado exactamente así, con consecuencias mucho peores que las anécdotas señaladas. Todo empieza cuando se nos informa que en la ignota ciudad de Wuhan (capital de la
provincia de Hubei, nada, una aldehuela de apenas once millones de habitantes) y su zona
de influencia, en la lejana, exótica, hermética… y comunista China, se ha detectado el brote
de un virus nuevo y desconocido, aunque de familia bien conocida, bautizado ya hoy como
COVID-19 (CoronaVIrus Disease del año 2019), de rápida propagación, que está causando
gran mortandad y que obliga a un severo confinamiento de más de sesenta millones de
personas (aviso a navegantes: el confinamiento TOTAL Y ABSOLUTO de la ciudad de Wuhan
está anunciado que acabará el próximo 8 de abril, con levantamiento gradual de restricciones
desde el lunes 30-03, y habrán sido 76 días, no 15), aparte de otras medidas sanitarias y de
estricto control de la población. Pero eso pasa en un sitio lejano y ajeno a nuestra opulenta
sociedad occidental, aparentemente inmune a todo, que sigue viendo el “espectáculo” desde
un confortable sillón de platea. El problema inesperado es que en poco tiempo el virus se extiende por todo el mundo, con
especial encarnizamiento en determinadas zonas “civilizadas” y causa un enorme cataclismo
socio/económico/psicológico que, para abreviar, se traduce en: - a la convicción de que siempre hay vulnerabilidad personal ante lo desconocido se une
el doloroso descubrimiento (que deja auténtica sensación de desprotección) de que la
sociedad también es vulnerable, mucho más de lo que cabría suponer. - se pone de manifiesto que nuestros sistemas socio/políticos tienen unas prioridades de
actuación cuestionables en el fondo, pues se comprueba que en todas las decisiones
anteriores el foco de atención no han sido las personas, sus problemas y su bienestar, sino
otras cosas. - el confinamiento (y no digamos la afectación por el virus, en su caso) ha hecho
descubrir que, como persona, estamos sólos y la importancia de los demás en nuestra vida
porque una palabra, un gesto, una sonrisa, un abrazo, todo eso que ahora médica y
socialmente se nos prohibe, SON la vida. - en el plano de las consecuencias económicas, oyendo a los expertos, la crisis
económica del 2008 que aún arrastramos es un juego de niños comparada con la que se nos
viene ahora, tras el parón en la actividad en todo el mundo y el cansancio, confusión y
perplejidad del personal, gobiernos incluidos. - con todo ello se instala la idea de que habrá un antes y un después de esta crisis, si bien
eso se suele decir con el corazón encogido por ni siquiera poder imaginar cómo será realmente
ese después. Un mensaje de alerta muy difundido por las autoridades para llamar a la concienciación
ciudadana ante el problema es que la propagación del virus no entiende de fronteras, pero,
paradójicamente, una de las primeras medidas tomadas por los diferentes gobiernos ante la
expansión descontrolada de la pandemia es, precisamente, el cierre de las fronteras y la
drástica limitación de movimientos de personas (curiosamente, movimientos transfronterizos de
entrada, como si se pretendiera exorcizar el MAL, que siempre viene de fuera) y, lo que resulta
más llamativo, la aplicación en cada uno de esos ”compartimentos estancos” así creados, de
diferentes “recetas” poco elaboradas, tomadas “en caliente”, exclusivamente ceñidas al
territorio, ajenas a imprescindibles escenarios de colaboración en la lucha COMÚN frente a
un problema COMÚN. ¿A quién sorprende esa actitud cerrada, confusa, egoísta e insolidaria de los países de
nuestro entorno? Ya hace cinco siglos, en 1517, en su escrito La queja de la paz (como parte
de los famosos 95 postulados de quejas que clavó en la puerta de la iglesia de Wittenberg,
por los que cuestionaba el poder de la Iglesia Católica), el fraile agustino alemán Martín
Lutero, impulsor de la Reforma Protestante y uno de los padres de Europa (junto con su
coetáneo y antagónico Erasmo de Rotterdam), aseguraba que los ingleses son hostiles con
los franceses, por el simple motivo de que son franceses. A los escoceses no le gustan los
británicos, sólo por ser escoceses. Los alemanes no están de acuerdo con los franceses, los
españoles no lo están con ninguno de los dos. ¡Qué perversidad que el simple nombre de un
lugar pueda dividir a la gente cuando hay tantas cosas que la podría unir! No, nada nuevo y
no vale la pena traer a colación los numerosísimos ejemplos, tanto de ciudadanos de fuera
como de dentro de Europa. No se trata aquí, naturalmente, de hacerse eco o cuestionar la oportunidad, demora, rigor o
eficacia de las iniciativas adoptadas en cada ámbito, de los palos de ciego dados (que
también los hay), de la gestión de los recursos materiales, técnicos o humanos disponibles o
del obsceno rifirrafe político por quién tiene o no competencias para hacer no sé qué
imponiendo una “unidad de acción”1 que no existe ni puede existir más allá de la soflama de
turno cuando se está hablando de salvar vidas. Llama la atención en este contexto que hoy
la castigada Italia se siente desatendida por sus socios europeos y está recibiendo ayuda de
China, Rusia y Cuba, lo que nos hace reflexionar, trascendiendo el problema global de salud
que estamos viviendo, sobre la interdependencia de todos los países en su historia social, no
siempre coincidente con la oficial. En palabras del historiador Boucheron2, ‘Si Europa no se
reinventa en lo político, podría morir, y lo sabe’. Boucheron está considerado uno de los máximos exponentes de la actual renovación
historiográfica europea y el máximo exponente es la Histoire mondiale de la France, en la
que plantea una historia de Francia, centrada en los contactos y las influencias con el resto
de sociedades, más allá de las épicas gestas bélicas que nutren todas las historias oficiales,
manteniendo que lo que somos hoy en cada sociedad no depende tanto de las gestas (que,
seguramente, también) como de la pequeña historia del día a día, hecha de influencias que
no recogen los libros de Historia; lo ilustra con una anécdota: el plato nacional de la cocina
portuguesa es el bacalao, que no se da en sus aguas sino en las del Atlántico Norte,
mientras el vino más apreciado por los ingleses es el de Oporto (el jerez/sherry es otra cosa),
por lo que escribir la historia precisa tener en cuenta estas interacciones. Esa nueva manera de investigar y explicar la Historia se ha extendido por el momento a Italia,
Portugal, España, Catalunya, Países Bajos y Estados Unidos, además de Francia, con
diferentes grados de aceptación, y es que, según Boucheron, dudar de los hechos es la tarea
primordial del historiador. La historia no ha de servir para dar lecciones a nadie ni para que
un país dé lecciones al mundo; tampoco para que los intelectuales aleccionen a la sociedad y
decirle cómo se ha de hacer para ser o dejar de ser francés, español, catalán, americano o lo
que corresponda. Las discusiones son demasiado ideológicas, no históricas. Se ha de partir
de lo que pasa y de cómo pasa porque la historia está en todos sitios, no sólo en la Escuela.
Pero hay naciones, como Francia o España, que se creen autosuficientes y están cerradas
en sí mismas para las que decir que su historia no es sólo lo que pasa en ellas, sino lo que
pasa también en otros lugares y que se convierte en herencia es herir la identidad nacional.
Al final no puede olvidarse que el desarrollo de la historia mundial es consecuencia de la
mundialización de la historia. Extrapolando las palabras del prestigioso historiador y teniendo en cuenta que ya un tercio
(repito, un tercio) de la humanidad, sin distingos de color, credo o ideología, y con una
imprevisible rapidez de propagación del virus, está confinada, con medidas más o menos
estrictas, resulta estúpida y repugnante la postura petulante de algunos gobernantes,
atacando, además, de forma hiriente a aquellos territorios más afectados por la pandemia,
sin ver que ésta es un problema común que requiere iniciativas colectivas. Crisis económica, refugiados, auge de la extrema derecha, coronavirus,… Quo vadis, Europa? Acabaremos estas reflexiones escuchando la canción “Resistiré” del incombustible Dúo
Dinámico, de 1988,que, durante la pandemia de enfermedad por coronavirus se ha
popularizado entre la población confinada en sus domicilios para reducir la propagación del
virus, siendo identificado por los medios de comunicación como un himno de resistencia ante
la crisis.
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1Cualquiera
con dos dedos de frente y no obnubilado por las consignas de partido
es capaz de entender que si la pandemia afecta a la zona A con una
mortalidad de X % y a la vecina zona B con una mortalidad de 10X %,
es ridículo, por decirlo en términos suaves, empeñarse en aplicar
una pretendida “unidad de acción” (de perfil político, no
sanitario) a ambas zonas y escudarse en temas competenciales para
prohibir impunemente que, quien no goza de esas competencias,
intente salvar vidas. No es una hipótesis teórica; recordemos que,
en el primer foco en China, las medidas en Wuhan eran unas, las de
su provincia Hubei otras y las del resto de provincias otras. No
cabe aplicar “café para todos” (de nefasto recuerdo, por
cierto) cuando se trata de vidas humanas.
2Patrick
Boucheron es un historiador francés, profesor de historia medieval
en la École normale supérieure, la Universidad de París y en el
Collège de France. Es autor de 12 libros y / o editor de otros 5.
Su primer libro, Le pouvoir de bâtir: urbanisme et politique
édilitaire à Milan (XIVe-XVe siècles), fue su tesis doctoral.
De los muchos libros que editó, Le mot qui tue. Une histoire des
violences intellectuelles de l'Antiquité à nos jours, trata
sobre el uso de palabras para herir a otros. Su discurso inaugural
ante el Collège de France, Ce que peut l’histoire, se
publicó como libro en 2016. Tiene parte de su obra publicada en
castellano: Leonardo y Maquiavelo, Conjurar el miedo :
ensayo sobre la fuerza política de las imágenes : Siena, 1338
, y alcanzó la popularidad con su libro de 2017, Histoire
mondiale de la France, en el que compiló el trabajo de
122 historiadores y se convirtió en un éxito de ventas inesperado,
con más de 110 000 copias vendidas. El libro presenta un relato de
la historia francesa desde una perspectiva internacional; por
ejemplo, incluye el golpe de estado chileno de 1973 como parte de la
historia de Francia. Histoire mondiale de la France se
convirtió en un best-seller, y fue revisado positivamente por
medios de izquierda como Le Monde y Libération, mientras era
atacado por medios de derecha e intelectuales conservadores, que lo
criticaron por no definir a Francia dentro de sus fronteras y su
prerrogativa soberana.
Estoy contigo al calificar de estúpida y repugnante la postura petulante de algunos gobernantes,
ResponderEliminaratacando, además, de forma hiriente a aquellos territorios más afectados por la pandemia y añado que mientras los economicidas rijan nuestros destinos nadie estará a salvo, ni tan siquiera ellos mismos y lamentablemente la Unión Económica Europea parece que nunca dejará de serlo para ser simple y llanamente Unión.Un abrazo Miguel
El calificativo de repugnante ya lo dijo Costas, jefe de gobierno portugués. ¡Y pensar que uno se creía lo de la Europa de los Pueblos y otras milongas...!
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