Decía el que fue popular cantautor, guitarrista, poeta y escritor argentino-francés Atahualpa
Yupanqui (Héctor Roberto Chavero de nombre oficial) en su conocida milonga Coplas del
payador perseguido que “...unos trabajan de trueno / y es para otros la llovida… “ que no es
sino trasunto poético de nuestro viejo refrán “Unos tienen la fama, y otros cardan la lana”,
referido al hecho de que, en ocasiones, se llevan los beneficios quienes no han trabajado
para conseguirlos; también se refiere a que a algunos se les achaca algo negativo cuando en
realidad otros hacen igual o más, en cuyo caso no se trata de que no se hace justicia a
efectos de recompensa económica, sino más bien de moral.
La historia nos ofrece numerosos casos de estas suplantaciones en todos los campos
(técnico, artístico, literario, científico,…) y no digamos si la persona suplantada era una mujer
en favor de un hombre, lo que la sociedad llegaba a considerar normal. Posiblemente el caso
moderno de suplantación más conocido sea el del científico serbio-americano Nikola Tesla,
genio brillante y excéntrico cuyas invenciones permitieron a los sistemas de comunicación
masivos alcanzar el poder, frente a su ex jefe, Thomas Alva Edison, icónico inventor
estadounidense de la bombilla, el fonógrafo y la imagen en movimiento. Según el Parque
Histórico Nacional, Thomas Edison con sus asistentes tenía 1,093 patentes (algunas
compradas) mientras que Tesla obtuvo 300 en todo el mundo, de acuerdo con un estudio
publicado en 2006 durante el Simposio Internacional de Nikola Tesla. Los inventos de Tesla son la columna vertebral del poder moderno y los sistemas de
comunicación, pero su obra se desvaneció en la oscuridad en el siglo XX, cuando la mayoría
de sus inventos se perdieron en la historia. Y a pesar de sus muchas patentes e innovaciones,
cuando su patrocinador financiero, JP Morgan, le retiró su apoyo, Tesla vivió sus últimos días
como indigente hasta que murió en 1943. Pero no todos los casos de suplantación, silenciamiento u ostracismo quedan reservados al
círculo de lo “quítame allá esas pajas” entre personas, no. A veces olvidos clamorosos se
deben a otras razones de tipo, eminentemente, social o ideológico, y hoy, 1 de marzo, es día
de recordar uno de ellos, el de un científico de talla universal ninguneado en su país. El año
pasado, 2019, pasó sin pena ni gloria entre la indiferencia total la celebración de los 150 años
de la Tabla Periódica, ya que en 2017 la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó
2019 como el Año Internacional de la Tabla Periódica de Elementos Químicos (IYPT 2019)
con el fin de reconocer la necesidad de desarrollar una creciente conciencia global sobre el
papel clave que juega la química en el Desarrollo Sostenible al proporcionar importantes
soluciones a desafíos globales tales como la energía, la alimentación, la salud o la educación,
entre otros.
Y si se habla de la Tabla Periódica, hay que hablar de Dmitri Ivánovich Mendeléyev (1834 -
1907), químico ruso, descubridor del patrón subyacente en lo que ahora se conoce como la
Tabla Periódica de los Elementos. Mendeléyev no tuvo una vida cómoda; nacido en Tobolsk,
la ciudad que fue capital histórica de Siberia, a más de 2.000 kilómetros en línea recta de
Moscú, era el menor de, al menos (no hay confirmación del número), diecisiete hermanos.
Cuando él tenía menos de un año de edad, su padre perdió la vista, quedando con una
ínfima pensión y murió cuando Dmitri tenía diez años; pero su madre montó una fábrica de
vidrio que dirigió con un gran acierto, El niño descolló en el colegio por su memoria y su
inclinación a las matemáticas, así como por su desdén hacia las humanidades (que más
tarde deploraría). Cuando Dmitri tenía quince años y sólo vivían con su madre él y una
hermana (el resto de hermanos se habían casado o independizado), la fábrica quedó
destruida por un incendio y la familia se trasladó a Moscú en busca de centros adecuados de
enseñanza, pero se negó el ingreso de Dmitri Ivánovich en la Universidad Estatal de Moscú
por ser pobre y provinciano (siberiano), teniendo que emprender la marcha a San
Petersburgo, donde tampoco le admitieron en la Universidad hasta que un amigo del padre
consiguió ingresarle ¡tres años después! en el Instituto Tecnológico Principal de San
Petersburgo en el que le le es entregada la Medalla de Oro al terminar sus estudios. Más
tarde se trasladó a Alemania, para ampliar estudios en la Universidad de Heidelberg, y a su
regreso a Rusia fue nombrado profesor del Instituto Tecnológico de San Petersburgo y
profesor de la universidad, cargos que se vería forzado a abandonar por motivos políticos1. Desde el punto de vista de las ideas, Dmitri Mendeléyev nació y creció en la tradicional e
inmovilista Rusia de los zares, y siempre estuvo señalado dentro de su país, por entonces
todo un imperio, como una persona liberal, reafirmado por sus viajes al extranjero y porque
sus numerosos viajes técnico/científicos por toda Rusia los hizo siempre sin usar los
privilegios a los que tenía derecho, en tercera clase de los trenes para así contactar
directamente, en conversaciones cara a cara, con el pueblo ruso. Todo ello contribuyó a que
se le considerara un reformador social, algo que le perjudicó dentro de sus fronteras. Creció
en la fe ortodoxa, aunque más adelante, abandonó esta fe y abrazó el deísmo, que acepta el
conocimiento de Dios a través de la razón y la experiencia personal, en lugar a través de la
revelación directa, la fe o la tradición. Hablemos de su obra. Tras unos estudios sobre la densidad de los gases, y sobre el manejo
del espectroscopio, investigó asiduamente, dio conferencias y escribió el Manual de Química
Orgánica, en el que expresa reflexiones y convicciones. Es así como deja escrito que "cada
fenómeno vital no es consecuencia de una fuerza excepcional, de algunas causas
excepcionales, sino se realiza según las leyes generales de la naturaleza", aseveración no
bien recibida por muchas eminencias científicas de esa época por el contenido ideológico
que implicaba. En 1868 empezó a escribir los Fundamentos de la química (o Principios de
Química), en el que reúne sus vastos conocimientos, experiencias pedagógicas y
concepciones acerca de industria ciencia y sociedad. Cuando el libro vio la luz en 1871 fue
reeditado trece veces y traducido en Francia, Alemania e Inglaterra, las potencias científicas
de esa época. Mientras redactaba el libro, buscaba un orden lógico para clasificar los elementos, labor en
la que lo habían precedido John Dalton (con su teoría atómica acerca de la identificación del
átomo como partícula indestructible), John Newlands (que propuso aplicar a los elementos
para su clasificación una ley similar a las octavas musicales) y otros, de acuerdo con los
pesos atómicos de los elementos entonces conocidos, sus propiedades, las de los
compuestos que formaban, etc., todo anotado en unas fichas con las que “jugaba” como si
se tratara de un solitario o un puzzle, cambiando una y otra vez el lugar de cada ficha, hasta
que tal día como hoy, el 1 de marzo2 de 1869, encontró un orden coherente y escribió la
distribución resultante de los 63 elementos conocidos entonces en el reverso de un sobre
que se conserva en el Museo Mendeléyev de San Petersburgo. Sin caer en tecnicismos ni en detalles vedados a los profanos, apasionantes por otra parte,
sí que se puede decir que, de los 63 elementos, Mendeléyev pudo recolocar 17 en la Tabla
basándose en sus propiedades químicas, implicando con ello que sus pesos atómicos
aceptados por la ciencia eran incorrectos, como después se comprobó. También fue capaz,
gracias a los huecos de su Tabla, de postular la existencia de tres elementos hasta entonces
desconocidos e incluso prever sus propiedades. Y quince años después, los tres huecos de
su Tabla se rellenaron gracias al descubrimiento del galio (1875), el escandio (1879) y el
germanio (1886), y todos ellos poseían las características que había predicho. Aunque no fue el primero en sugerir que era posible colocar los elementos en un orden que
mostrara su periodicidad, Mendeléyev, a diferencia de sus predecesores, demostró que había
una lógica subyacente que dictaba su Tabla. Desde que fue creada, la Tabla de Mendeléyev
se ha visto modificada, pero sigue siendo reconocible porque descubrió la relación
fundamental entre los elementos, aunque no tenía la más mínima idea de cómo se unían sus
átomos. En la actualidad la Tabla periódica contiene 118 elementos, comparados con los 63
que él conocía. Los elementos de la Tabla periódica y los compuestos que forman explican,
con sus características físicas y químicas, el comportamiento del mundo material que nos
rodea. El ser humano es química: en nuestro cuerpo existen 60 elementos químicos
diferentes, si bien no todos se encuentran en la misma proporción. Como curiosidad, en un
teléfono móvil normalito hay componentes que están constituidos con la mitad de los
elementos de la Tabla. La fama de Mendeléyev se extendió y fue reconocido en todo el mundo,... salvo en su país,
donde se le negó hasta en cuatro ocasiones el ingreso en la Academia Imperial de Ciencias
Rusa de San Petersburgo. Tampoco tuvo suerte con el premio Nobel de Química, que perdió
por un voto en 1906, ante la indignación de la comunidad científica, a favor del químico
francés Ferdinand Frédéric Henry Moissan (1852- 1907), que lo obtuvo «por el aislamiento
del flúor y por la puesta en servicio para la ciencia del horno eléctrico que recibió su nombre».
¿Quién lo recuerda ahora? La obra del químico está registrada en sus libros y en los más de 262 artículos publicados y
sus extraordinarios méritos. Su creatividad y audacia científica al predecir la existencia de
nuevos elementos se vieron reconocidos cuando, en 1955, un grupo de investigadores
encabezados por Glen T. Seaborg obtuvieron artificialmente el elemento número 101 y lo
nombraron Mendelevio. El sistema de Mendeléyev sirvió de llave para el descubrimiento de
nuevos elementos químicos y, hoy por hoy, pese al ostracismo al que lo quisieron condenar
por su disidencia política, no hay persona culta que no recuerde su nombre asociado a su
obra.
-----------------------------------------
1La
razón de fondo es que intercedió por los estudiantes durante los
disturbios estudiantiles, y entregó a Iván Deliánov, ministro de
Instrucción Pública, una carta dirigida al zar Alejandro III de
Rusia. El ministro se la devolvió con una nota adjunta que decía:
Por orden del ministro de Instrucción
Pública, el papel que se adjunta se devuelve al Consejero de
Estado, profesor Mendeléyev, ya que ni el ministro ni ninguno de
los que están al servicio de su Majestad Imperial tiene derecho de
recibir esta clase de papeles…
Indignado, Dmitri dejó las aulas de la
universidad. Quizá por esto, se mantuvo desde entonces al margen de
la política y del Estado, aunque manifestaba sus ideas liberales y
su oposición a la opresión.
2Algunas
fuentes citan el 17 de febrero, porque en esa fecha aún no había
adoptado Rusia el calendario gregoriano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario