A la mayoría de nosotros nos suena (haberlo leído, la verdad, ya es otra cosa) el Libro del
buen amor, obra narrativa miscelánea del mester de clerecía del siglo XIV, escrita por Juan
Ruiz, el arcipreste de Hita (Guadalajara), en una época en que la palabra “amor” no tenía las
connotaciones que le confirió posteriormente y popularizó el romanticismo. Pues bien, nos
tomamos la licencia de parafrasear el título del libro (título asignado, todo sea dicho, por
Menéndez Pidal a finales del siglo XIX) en las reflexiones sobre la actitud ante situaciones
irreversibles y duras, aprovechando, cuando todos los medios piensan sólo en esta pandemia
del Covid-19, que hace unos días, el 25 de septiembre, se conmemoró (no “se celebró”;
celebrar es otra cosa) el Día Internacional de la Ataxia, destinado a concienciar a la sociedad
de la existencia de esta enfermedad neurodegenerativa e incapacitante.
Seguramente todos conocemos a alguna de esas personas que cuando está relatando algo
serio, incluso dramático, e importante lo hace con una sonrisa en su boca (aquel que a la
pregunta “- ¿Cómo estás?” contesta “- Bien, si no entramos en detalles”, lo que, sin faltar a la
verdad, desdramatiza, sobre todo, según el tono en que se diga). Y algo no nos encaja…
mientras escuchamos a esa persona no podemos dejar de pensar que hay algo que no
cuadra. ¿Cómo puede estar contándonos algo, que se supone es importante/serio para él con
esa tranquilidad? Solemos percibir una disonancia entre lo que nos cuenta y cómo nos lo
cuenta que nos hace plantearnos realmente la seriedad del asunto. Y es entonces cuando
caemos en la cuenta de que, precisamente, el humor nos ayuda a escapar de las realidades
incómodas.
La incomodidad busca ser escuchada y aceptada, no negada; es aquí donde actúa el humor
(no confundir con la chabacanería o la astracanada) como mecanismo defensivo ante una
realidad incómoda y difícil de asumir. Hay realidades que dan auténtico vértigo y asumirlas
supone un cambio a nivel interno bastante profundo. Y la manera, en general, de “escapar””
de ellas (¿de verdad se puede escapar?) es negándolas, distanciándolas o minimizándolas…
Pero tanto la comodidad como la incomodidad forman parte de la vida, y no podemos negar
una u otra. La “cura” no viene a través de la negación de lo que nos incomoda ver. La cura
parte de la aceptación… y en este sentido, para aceptar hay que mirar hacia dentro y mostrar
una suerte de respeto inicial por aquello que encontremos. Cuando tú no respetas una
vivencia tuya, y la caricaturizas hasta su descomposición más absoluta, generas que el otro
no se la tome en serio.
Los mecanismos de defensa, como el humor en este caso, son estrategias que utilizamos
para afrontar situaciones internas o externas que nos resultan desagradables y difíciles. De
alguna manera es como si con su potencia consiguieran hacer más pequeño a ese monstruo
“malvado” que viene a instalarse y quedarse, como, precisamente, el diagnóstico de ciertas
enfermedades. A veces estos mecanismos de defensa consiguen que olvidemos nuestro
sufrimiento o que recoloquemos a las fuentes del mismo en nuestras vidas como algo natural
(lo es realmente). El espacio de aire puro que nos confiere el humor en nuestro interior es tan
inmenso que pareciera que estamos aparentemente bien, sin nada que nos perturbe.
Hasta Sigmund Freud defendía el sentido del humor como un mecanismo de defensa más
sano que otros, que solían utilizar las personas más inteligentes. Freud considera el ingenio
como una subcategoría de lo cómico, como una manera juguetona de abordar la realidad, por
el descubrimiento de semejanzas y conexiones ocultas, por un mecanismo similar al que
genera los sueños. El humor y los sueños cumplirían así, según él, una función psicológica
básica de hacer emerger del inconsciente los contenidos reprimidos con diversos disfraces
siendo así una fuente de gratificación sustitutoria o una vía de hacer realidad un deseo: ¿El
ingenio nos ofrece los medios para superar las restricciones y alcanzar fuentes de placer de lo
contrario inaccesibles?. Si es así, proporciona una vía para rebelarnos contra temas que son
fuente de temor.
Diversas investigaciones han señalado que el sentido del humor y la risa son elementos
terapéuticos ante la tensión y la ansiedad (de ahí eso de la “risoterapia”, que hay que tomar
muy en serio), y es que, mientras el estrés se asocia con malestar psicológico, el humor
parece proteger a la persona de los efectos negativos del mismo. A nivel fisiológico, el humor
se ha relacionado con relajación muscular, control del dolor y del malestar. Los efectos
positivos sobre el bienestar emocional pueden ser explicados por el efecto que ejerce sobre
el afrontamiento consciente de las amenazas y situaciones estresantes. Así se considera que
el humor produce un cambio cognitivo-afectivo que deriva en la percepción de una situación,
convirtiendo la valoración que se hace de ella en menos amenazadora, con la consecuente
descarga emocional derivada de la amenaza percibida y la reducción de la activación
fisiológica. En distintas investigaciones, se ha considerado también que el humor puede
aumentar la probabilidad de esfuerzos conscientes en la búsqueda de perspectivas alterativas
(y mucho más positivas) ante los problemas, facilitar el distanciamiento emocional del estrés y,
como consecuencia, reducir la experiencia negativa. Además de su consideración como
herramienta de afrontamiento, el humor también ha sido tradicionalmente conceptualizado
como mecanismo de defensa, que operan de manera inconsciente a través de la alteración de
la percepción de la realidad interna y externa para reducir la experiencia de malestar. El humor
permite a las personas afrontar situaciones amenazadoras sin sentirse sobrepasados por las
emociones negativas.
¿Y utilizar el humor como terapia? ¿Hasta donde pueden los terapeutas influir en el humor de
los pacientes para que se sientan mejor? ¿Es posible fomentar el buen humor? ¿Es
terapéutico el sentido del humor? Porque es conocido que las personas con buen humor
tienden a enfermar menos en general (enfermedades mentales incluidas). ¿Quiere decir esto
que el sentido del humor puede tener un efecto protector sobre la salud? Y si es así,
¿podríamos afirmar que potenciar el humor puede ayudar a mantener o recuperar un buen
estado de salud? Hay diversos estudios en los que se afirma que los pacientes hospitalizados
se recuperan antes cuando son capaces de considerar con humor su situación, además de
que el humor también facilita las relaciones de los pacientes con el personal sanitario, tan
estresado, por cierto, con la pandemia del Covid-19.
No se puede generalizar, pero el sentido común nos dice que hay formas de potenciar el buen
humor (y como consecuencia, hablando en términos técnicos, generar endorfinas1 saludables),
como:
- Recordar (no añorar, ojo, que esa es otra) situaciones placenteras, lo que puede ayudar a
que nuestro organismo secrete el mismo tipo de endorfina que la situación recordada. Esta es,
dicho sea de paso, la base de numerosas técnicas de visualización, como algunas estrategias
de Programación Neurolingüística2, entre otras, que potencian estados de relajación, bienestar
y favorecen el autocontrol en situaciones críticas cuando se potencia el recuerdo de la
situación agradable.
- Utilizar técnicas de relajación: mediante la respiración, la meditación, relajación muscular
progresiva, entrenamiento autógeno, biofeedback, etc.
- Hacer deporte.
- Realizar actividades que resulten agradables.
-…
Desde el punto de vista científico, estudios actuales apuntan a que hay una estrecha relación
entre la práctica del humor y las endorfinas. El hecho de reír produce una relajación
generalizada que favorece la producción de endorfinas, supone un alivio físico y psíquico a un
tiempo. Las endorfinas tienen efecto antidepresivo y ayudan a mantener la salud. Además, es
de destacar su importante acción como mediadoras en el efecto placebo, cuya eficacia ha sido
demostrada para el alivio de dolores diversos, padecimientos psíquicos (el 40% de los
enfermos con depresión tratados con placebo mejoran), etc. Los informes clínicos nos dicen
que hay endorfinas cuyos efectos son más potentes que los de la morfina, sin sus efectos
secundarios. Las endorfinas tienen un importante papel neurotransmisor en el sistema
nervioso central. Se ha comprobado su gran capacidad de despolarizar las membranas
celulares, lo cual disminuye el impulso nervioso.
Una actitud positiva ante la vida y desarrollar el sentido del humor implican una bioquímica
equilibrada, y esto contribuye a que el funcionamiento neuroendocrino del organismo sea más
adecuado. En un estudio se pudo observar que la risa reducía los niveles de hormonas de
estrés, lo cual contribuye a la larga a una mejor calidad de vida.
¿No es cierto que la risa positiva aleja al miedo, a la tristeza, a la preocupación? El humor
ayuda a que nos desbloqueemos psicológicamente.
Busquemos el lado positivo (aunque, en ocasiones, sea sólo una estrecha rendija) de las
situaciones adversas. Siempre lo hay.
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1Las endorfinas son sustancias producidas por nuestro cerebro que actúan como potentes analgésicos y estimulan los centros de placer creando situaciones satisfactorias que contribuyen a eliminar el malestar. El cuerpo produce endorfinas como respuesta a múltiples sensaciones, entre las que se encuentran el dolor y el estrés. También influyen en la modulación del apetito, en la liberación de hormonas sexuales y en el fortalecimiento del sistema inmunitario. Cuando sentimos placer estas sustancias químicas se multiplican.
2La Programación Neurolingüística (PNL), desarrollada por Richard Bandler (informático y psicoterapeuta) y John Grinder (catedrático universitario de lingüística) en los años 70 del pasado siglo en la Universidad de Santa Cruz en California, es un modelo dinámico que trata de explicar cómo funciona el cerebro humano y cómo procesamos la información que nos llega del mundo que nos rodea. Con ella se descubre cómo se comunica el ser humano consigo mismo y con su entorno y de esta manera, aprendiendo cómo procesamos la información, podemos descubrir nuestros patrones y cambiarlos con determinadas técnicas específicas como, por ejemplo, la visualización, los reencuadres, la línea del tiempo, el cambio de historia, etc.
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