En la década de 1970 la conflictividad laboral en España alcanzó la máxima cota con casi medio millón de trabajadores en conflicto y nueve millones de horas perdidas, según las cifras del Ministerio de Trabajo, lo que se explica por la conjunción de una serie de factores: la negociación de los convenios colectivos en importantes empresas y sectores, el incremento del activismo obrero, pese al auge de la represión, y la protesta contra las peticiones de muerte del consejo de guerra contra militantes de ETA. El gobierno del nuevo presidente tras el asesinato de Luis Carrero Blanco, Carlos Arias Navarro, pese a insinuar algún aperturismo (el famoso “espíritu del 12 de febrero”), se caracterizó por el inmovilismo político y por recurrir incluso a un mayor grado de violencia contra los movimientos de contestación social. Las ejecuciones de Salvador Puig i Antich y Heinz Ches (que, por cierto, no se llamaba así) en marzo de 1974 y las de dos miembros de ETA y tres del FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico) en septiembre de 1975, son una buena muestra de ello. Esa década citada fue la fase de maduración del nuevo movimiento obrero, cuando la organización obrera alcanzó un gran desarrollo; por otro lado se radicalizó la represión patronal y gubernamental, dando todo ello como resultado un incremento extraordinario de la conflictividad laboral. El mayor número de conflictos en la provincia de Barcelona se registró en el sector metalúrgico (más de un 50%), registrando así mismo la construcción, el textil y las industrias químicas un gran número de huelgas1.Los primeros años de los setenta fue también el periodo de consolidación del sindicato Comisiones Obreras (CCOO), que obtuvo un amplio reconocimiento social y consiguió extender su influencia en el mundo laboral; a su vez tuvo un papel más importante en la lucha antifranquista, convirtiéndose ocasionalmente en la actividad principal de los dirigentes del sindicato, por lo que optaban por una lucha con un contenido cada vez más político mientras “la base” quedó más delimitada a la lucha sindical de la fábrica. En 1975 hubo una tendencia a la disminución del número de conflictos laborales tanto en la provincia de Barcelona como en España. Este hecho fue debido, entre otras cosas, a la reducción del número de convenios negociados, el incremento de la represión estatal, la proximidad de las elecciones sindicales que concentró los esfuerzos de la oposición sindical en su preparación y la crisis económica que afectó a la movilización de algunas empresas y algunos sectores. Aun así encontramos importantes conflictos en empresas como Seat, Aluminio Hispano- Suiza, Clima-Roca, Miniwatt, Tubauto o Laforsa y las movilizaciones de protesta contra las cinco ejecuciones del 27 de septiembre.
A Tubauto hemos llegado. La entonces llamada Tubauto (cambió su nombre poco tiempo después por temas legales de coincidencia en el nombre con una empresa alemana), joven empresa dedicada a la fabricación de componentes metálicos para el automóvil, formaba parte de un grupo de empresas de capital íntegramente español, catalán por más señas (fue mucho después, en la última década del pasado siglo, cuando pasó a sucesivas manos foráneas, canadienses, alemanas, pakistaníes,...), ubicada en un polígono industrial, en pleno diseño y desarrollo, de la población, cercana a Barcelona, de Sant Just Desvern, Y había en ella un también joven ingeniero (y, ¿por qué no decir su nombre?), Antonio (Toni para su entorno cercano) Ruíz Crivillé, sobre el papel Director de Producción, pero que en la práctica asumía, en la empresa en crecimiento, las responsabilidades de Organización, Ingeniería, Fabricación, Logística, Compras, Ventas, Inversiones,… y a quien “le tocó”, pues, gestionar la que, empezando por “inocentes” paros parciales, se convertiría en la huelga de mayor duración de la historia en España hasta entonces, superando los dos meses de la Harry Walker, huelga con un alto componente político2 ajeno a la empresa y que sólo afectaba a una de las del grupo.
No se trata aquí de glosar el desarrollo, evolución y gestión del largo conflicto, ni de su resultado final, que permitió la continuidad de la compañía y de la gran mayoría de sus trabajadores, sino de recordar y poner de manifiesto que todo el proceso de negociación en unos momentos muy difíciles, estuvo presidido por la ética, y de eso han sido siempre conscientes los trabajadores que, en teoría, se situaban “al otro lado” de los intereses que representaba el negociador de la empresa, el “señor Antonio”, como queda demostrado en el homenaje espontáneo que se le hizo, a quien era reconocido como líder por ellos, más de tres décadas después, recogido puntualmente en este blog o, recientemente, el pasado día 17 de febrero concretamente, en su ¡ay! despedida final en la que, respetando el dolor de los suyos, acudieron a la ceremonia del adiós más trabajadores que directivos de entonces.
Conviene recordar en este punto que los valores éticos son las bases por las que las personas, como el “señor Antonio” en este caso, rigen su conducta, guías de comportamiento, aceptados o no de manera social, que ayudan a diferenciar lo que es correcto de lo que no lo es, por lo que alguien tiene ciertos principios éticos y basándose en ellos actúa de una manera determinada. La lista de valores puede ser incalculable y siempre dependen de la atribución que les dé una persona y del momento, pero existen algunos valores éticos esenciales que se han de tener en cuenta:
Libertad.- Un valor ético tan importante que incluso ha servido de inspiración en novelas y películas, incluye también la libertad de uno mismo para actuar en relación con su propia voluntad.
Justicia.- Que debe ser igual para todas las personas y que se ha de regular a través de una serie de reglamentos o códigos aceptados socialmente; además el término “justicia” también es subjetivo cuando está relacionado con algún acto o experiencia determinada, de forma que la justicia es un valor ético objetivo como marco reglamentario social y subjetivo a la hora de valorar ciertas experiencias que suceden en la vida cotidiana.
Respeto.- Es un valor ético que se adquiere desde la infancia y determina nuestros comportamientos sociales con los demás, bidireccional en la forma de ponerlo en práctica. El actuar con respeto a través de la tolerancia y la comprensión es una de las claves fundamentales para conseguir mantener relaciones positivas. El respeto es fundamental y no solo se refiere a lo que uno dice, sino también, y sobre todo, a lo que uno hace. Respetar a las personas, particularmente cuando piensan de manera diferente o cuando sus objetivos difieren diametralmente de los propios, es fundamental en todos sus aspectos. Lo contrario es una falta de respeto, con todo lo que eso conlleva.
Responsabilidad.- Los compromisos se van asumiendo a lo largo de la vida de una persona, de manera consciente y comprometida. Cuando alguien se hace cargo de una situación, si tiene el valor ético de la responsabilidad, se hará cargo hasta el final. Estas personas no huyen, se hacen cargo de la situación aunque el resultado no sea el esperado.
Honestidad.- La honestidad con uno mismo y con lo que nos rodea nos ayuda a ser coherentes en la vida, es la manera de estar de acuerdo con respecto a lo que uno que siente y cómo se relaciona con el mundo en general. La sinceridad es un valor ético importante porque aporta coherencia a las relaciones con las personas, respeto y ante todo valor.
Además de estos valores éticos citados se pueden incluir también los valores éticos de tolerancia, equidad, paz, lealtad y amor.
Para finalizar estas líneas, cabe reconocer la licencia semántica del título ya que ésto no es en puridad una elegía, que es un subgénero de la poesía lírica que designa un poema de lamentación. La poesía española cuenta con varios clásicos del género, entre los que destacan en primer lugar las Coplas por la muerte de su padre de Jorge Manrique, del siglo XV aunque el género se desarrollaría propiamente a partir del siglo XVI, con Juan Boscán y Garcilaso de la Vega. Llanto por Ignacio Sánchez Mejías de Federico García Lorca y la Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández son dos clásicos modernos de este tipo de lamento. Acabemos con esta última, esta sí una elegía como se menciona en el título, incluida en el libro El rayo que no cesa, en la desgarradora voz de Ángel Corpa, del grupo Jarcha, y sin imágenes en el vídeo, que no nos distraigan.
1Barcelona se convirtió en la provincia con mayor porcentaje de conflictividad a nivel estatal, durante el primer lustro de la década de los setenta. Como dato hoy curioso, el apogeo de la disidencia de los trabajadores inmigrantes fue acompañado por el incremento de los trabajadores de cuello blanco. La gran expansión del sector terciario dio lugar a una clase obrera de cuello blanco. Entre ellos, los más organizados fueron los empleados de banca. Unos de los motivos de su descontento, era el desigual reparto de los beneficios que ellos habían contribuido a generar. Éstos tenían una gran capacidad organizativa que les otorgaba un fuerte poder negociador, todo ello reforzado por la relativa homogeneidad de condiciones en los diferentes bancos y entidades financieras y por el hecho de que poseían un convenio único para todo el Estado.
2El 22 de mayo de 1975 se aprobó la regulación del derecho de huelga, de manera restrictiva pues sólo podía ser de carácter exclusivamente laboral y solo podía ser convocada con el apoyo del 60% de la plantilla y si no estaba en vigor el convenio colectivo, tal como disponía el artículo 2º, punto A: “El conflicto colectivo de trabajo será procedente siempre que no exista un convenio colectivo sindical o decisión arbitral obligatoria, o existiendo convenio se hayan iniciado ya las deliberaciones para la revisión del mismo, previa denuncia de su término final” y el artículo 3º, punto A: “Las perturbaciones del régimen laboral por motivos ajenos al trabajo, así como las de apoyo realizadas por trabajadores no afectados, serán consideradas improcedentes a todos los efectos”. Este decreto estaba dentro del contexto de las elecciones sindicales que otorgaba un tímido aperturismo para tratar de conseguir la confianza de los trabajadores y era un intento desesperado de frenar la inevitable caída del sindicato vertical franquista.
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