sábado, 30 de marzo de 2024

La herencia de Al-Andalus.

 


Al-Ándalus es el nombre de todo el territorio de España dominado por los moros (definiendo moro como musulmán que habitó en España desde el siglo VIII hasta el XV); sus fronteras variaron a medida que avanzó la Reconquista, es decir, la expansión de los cristianos del norte hacia el sur hasta la rendición del último rey de Granada, Boabdil, en 1492. Esta progresión no se hizo en un día sino que duró ocho siglos durante los cuales se sucedieron varias dinastías en el territorio de Al-Ándalus. Las tres más importantes fueron primero los omeyas, luego los almohades y por último los nazaríes. Cada dinastía eligió una ciudad diferente como capital. Las investigaciones centradas en el legado de al-Andalus en España se han acrecentado en los últimos años. Las discrepancias respecto a momentos concretos de la historia de nuestro país existen y existirán, pues los puntos de vista de una buena interpretación deben ser siempre amplios y variados. Sin embargo, todos los investigadores coinciden en una cosa, que al-Andalus dejó en nuestras vidas unas huellas imborrables. Aún hoy, seis siglos después de ausentarse el último andalusí, continuamos usando modos y costumbres, practicando un lenguaje con numerosas voces de origen árabe, y disfrutando de un entorno surgido de la influencia de al-Andalus. Tendríamos que preguntarnos por qué, de todas las culturas que poblaron nuestras tierras y modificaron nuestras costumbres anteriores, sería la de al-Andalus la más persistente. Ni siquiera la huella cristiana, reconquistadora e inmediatamente posterior, ha conseguido obviar la influencia andalusí, pues de ella se nutrió en muchos de sus modos. Tal vez se deba a que los andalusíes no desaparecieron enteramente, muchos quedaron primero como moriscos y luego ocultos bajo otros nombres.


Tres son, posiblemente, los contextos en donde el ciudadano español se reconoce actualmente andalusí: en su entorno físico (paisaje, urbanismo), su entorno doméstico (vestido, comida, higiene, ocio) y su entorno social (el lenguaje e imaginario colectivo). Vayamos pues de lo universal a lo particular reconociendo cada uno de los regalos que nos cedió una sola cultura. Los romanos habían concentrado sus esfuerzos comerciales en la agricultura y sus tres vertientes más clásicas: cereal, olivo y vid. Pero llegaron los musulmanes y lógico era que echaran de menos los productos de su tierra de origen. La mayoría de las semillas que originaron nuevos cultivos procedieron de agricultores anónimos. Sin embargo, hay documentados métodos de introducción más formales. Abderramán I, fue responsable personalmente de algunas especies, entre las que se encuentra la palmera datilera. Podemos imaginar cómo debió ser España en la época de esplendor andalusí, cubierta de palmerales, porque hoy sus restos perviven y aunque mermados, estos bosques son parte innegable de nuestro paisaje. Elche y su inmenso palmeral, el más amplio de Europa y uno de los más grandes, incluso entre los países árabes, demuestra que los omeyas acertaron en el cultivo de esta planta, que no es un árbol, pero que alcanza medidas de cualquiera de ellos. Tal vez el hecho de que no fuera precisamente un árbol y no pudiera destinarse a madera, mantuvo a la palmera resistente a las devastaciones. Otros que sí fueron árboles, en su mayoría frutales, repoblaron el campo español. Tanto es así que hay quien ha llamado “revolución verde” a esta transformación andalusí de la que hoy continuamos nutriéndonos diariamente y ha convertido a España en uno de los países más arbolados. Un paisaje tan rico en flora y en suelo cultivable necesitaba de una infraestructura hidráulica. Las gentes del desierto que atravesaron el Estrecho consiguieron transportar el agua con su experiencia en fabricación de qanats (canales subterráneos de irrigación que se basaban en la inclinación de la pendiente para su traslado) y los acueductos de los romanos que aprovecharon o ampliaron. Inventaron aparatos que transportaron agua o la manipulaban para aprovechar su fuerza cinética. La noria (na´ura), el molino de agua o las acequias (saqiya) aún se usan como medio de riego en los campos españoles, las huertas de Levante y la mayoría de las zonas céntricas castellanas siguen usando este método tan sencillo y a la vez tan eficaz. Lo mismo ocurre con los aljibes de la ciudad de Granada que hoy se conservan, prácticamente intactos, en la colina del Albayzin.


Los castillos, tan abundantes en el centro peninsular, surgen de la convivencia, a veces beligerante y otras no tanto, con los cristianos. Entre razzias o algaras, el paisaje español se transforma con atalayas o fortalezas, ampliándose nuestro vocabulario con términos militares en donde la influencia árabe fue especialmente palpable: alcázar, alcazaba, almirante, son claro ejemplo de las interrelaciones entre cristianos y andalusíes. En los centros urbanos es donde al-Andalus dio más de su carácter. Desde los primeros ejércitos que atravesaron el Estrecho hasta la salida del último de los nazaríes, en España se forjaron ciudades esplendorosas que no tenían competencia. Córdoba, en el siglo X, contó con 300.000 habitantes y sus calles estaban iluminadas y asfaltadas (no olvidemos que Londres o París no lo estuvieron ni nueve siglos después). Calles angostas, con casas encaladas o con ajimeces desde donde las mujeres podían asomarse sin ser vistas (la mayoría de las calles cordobesas o las del barrio del Albayzin en Granada, el casco antiguo de Málaga e infinidad de pueblos de Andalucía son microcosmos de al-Andalus. Granada, por ser la ciudad más mora de toda la Península y con más siglos de cultura musulmana, posee las casas más reconociblemente árabes). Baste nombrar, aunque reconstruida tras el incendio de 1843, la disposición de la Alcaicería de Granada. El esfuerzo restaurador, en un momento histórico en donde todo se destruía para levantar edificios simplones siguiendo el concepto modernista del siglo, sólo puede responder a un interés por mantener las formas y usos propios de nuestra conciencia histórica.


Si el paisaje y el entramado urbano son la herencia directa de nuestro pasado andalusí, no lo son menos las costumbres que conforman nuestra idiosincrasia. Desde el mismo momento en que nos levantamos cada mañana, en nuestra alcoba (del árabe al-qubbah), habiendo dormitado sobre una mullida almohada (al-muhadda), comenzamos una existencia fundamentalmente andalusí. Nos duchamos, costumbre que ni los cristianos consiguieron evadir de nuestra cotidianidad a pesar de ser considerada por Alfonso X el Sabio de “molicie e afeminamiento” y nos cubrimos con un albornoz (al´burnus). Al-Andalus promovió el placer de los sentidos. La limpieza, imperativo en un musulmán, se anexionó a la belleza y al deleite. (un nombre que ningún español debería ignorar es el de Ziryab, persa afincado en la corte cordobesa de Abderramán II que cambió todas y cada una de nuestras costumbres sociales. Inventó una crema de dientes cuyos componentes hoy desconocemos y un desodorante eficaz. Ziryab, ha sido denominado el Petronio de las costumbres orientales. Si creemos que la moda es un invento actual estamos equivocados. Ziryab innovó en el corte de pelo para los hombres, impuso el rasurado de la barba e introdujo una costumbre que ha permanecido hasta nuestros días. Ziryab, atento a los gustos de los cordobeses, introdujo uno de los juegos de mesa más internacionales: el ajedrez). Circunstancia interesante es la que produce el uso del velo, que fue elemento indispensable en la mujer de alta alcurnia hasta el siglo XIX y del que no olvidemos que aún lo usan la mayoría de las novias al ir a casarse y que hasta hace muy pocos años era imprescindible para orar dentro de una iglesia; otros usos del velo han sido más mundanos, pero expresión de una herencia andalusí o morisca, como es el caso del velo de las llamadas veladas de Mojácar, que en plenos años sesenta del siglo XX aún lo paseaban al ir a la fuente y lo agarraban, en una mueca muy característica, con los dientes. La cocina mediterránea es heredera directa de al-Andalus; introdujo en nuestro país alimentos comunes en nuestra despensa actual, como el espárrago, y qué decir de uno de nuestros platos más populares, las albóndigas y el arroz: la paella es heredera directa de este cultivo oriental del que dieron buena cuenta nuestros antepasados. También lo son el azúcar, que endulza hoy la mayoría de nuestros cafés, brebaje procedente de África y que los andalusíes introdujeron en España. La planta del café, de la que se sabía que excitaba a los camellos, se ha hecho fundamental en nuestra vida cotidiana. El andalusí, como el español actual, era adicto a la cafeína, en menos medida que el té, que siempre era especiado y simbolizaba la hospitalidad. Multitud de teterías han proliferado en los últimos tiempos, donde se utiliza incluso la cachimba o pipa de agua, tan poco adaptada a la vida moderna.

Toda cultura se consolida con el lenguaje y en España no podemos negar la herencia andalusí, que ha quedado reflejada en nuestro diccionario. A saber, tenemos más de cuatro mil palabras procedentes del árabe. Son claramente visibles las influencias lingüísticas árabes según oficios, como albañil, alarife, alfarero; términos jurídicos como alcalde, alguacil; términos rurales como arroba, fanega; relacionados con el regadío: noria, aljibe, alberca; con la agricultura: naranja, albaricoque, limón, alcachofa. Otras palabras son comúnmente usadas y desconocemos su etimología, como la interjección “ojalá” de la que se deduce su procedencia de la expresión “in shaa Allah”, o si Dios quisiera. Lo mismo ocurre con el término “algarabía”, que siendo en su origen el nombre que daban los cristianos a la lengua árabe (claramente ruidosa), terminó empleándose para designar alboroto. También las frases hechas han recogido la huella andalusí, como “De higos a brevas”, “No hay moros en la costa”, “Esto o es moro o es cristiano” o la fórmula “Ya sabes dónde está tu casa” que siempre recalcamos al presentar nuestro hogar a un desconocido, expresión propia de la hospitalidad islámica y que parece ha quedado en nuestro recuerdo colectivo. Fue también al-Andalus quien introdujo el papel en la Península. Los andalusíes hicieron de punto de unión con el resto del mundo, como otras veces, proporcionando el canal más útil para la ciencia y la literatura. En él se plasmaron y se plasmarán la diversidad de palabras que nos cedieron, como también se transmitirán por medios electrónicos, esta vez por algún correo que lleve asociado el término ¿cómo no? andalusí de @, “arroba”. A mediados del siglo XIX un historiador alemán ponderó la fascinación que en su tiempo ejercía la simple mención de Granada, comentando que, aun los que no la habían visitado, guardaban recuerdos de la Alhambra. Por algún motivo, en España nació un sentimiento de querencia andalusí que se expande hacia lo universal. Es decir, no sólo necesitamos mantener una idea que en un cierto momento fue real, la de al-Andalus, sino que es ya una idea asociada a nuestra idiosincrasia y de la que difícilmente podremos desentendernos. La desmitificación de ciertos aspectos de la cultura andalusí es también parte de ese cosmos recreado actualmente. Es buen momento para extrapolar de al-Andalus no sólo sus virtudes, sino también sus errores. La cultura andalusí, musulmana, a fin de cuentas, también fue responsable de ciertos hábitos sexistas a lo largo de los siglos que bien por conveniencia o por simple costumbrismo, se han venido arrastrando en España hasta hoy.


¿Y en la música? La música es sin duda una de las artes más hermosas que nos lleva a conocer el sentir de un pueblo, y en la cultura árabe-islámica constituye junto con la poesía una de las formas de expresión más importantes de su civilización. El artista árabe encontró en la música y la poesía esa evasión que le permitiría plasmar el genio que encerraba en su interior, de ahí que su patrimonio musical sea una de las más bellas huellas que ha ido dejando a través de su andadura histórica como un auténtico museo oral. Dentro de este patrimonio, la música andalusí, dadas sus características, es un hecho cultural imprescindible para el conocimiento de la civilización árabo-islámica en su rama hispano-árabe. Por curiosidad, oid esto:



No, no es una versión del himno de España. Se trata de una
nawba o nuba1 del repertorio andalusí actual marroquí, la introducción (tawshiya) de al-Ishtihlal. ¿Casualidad? ¿O no? Se vincula a esta nuba andalusí con el himno de España. Sobre el papel, y atendiendo a las semejanzas estructurales como la melodía, el ritmo y el tono, parece que no hay duda y que estaríamos ante la misma pieza. Pero, ¿cómo es eso posible? El himno de España está basado en una marcha compuesta en el año 1761, bajo Carlos III por Manuel Espinosa de los Monteros para el regimiento de Granaderos. La nuba que tanto se le parece es mucho más antigua, compuesta en el siglo XII por el filósofo y músico Ibn Bayya (Avempace), que fue condiscípulo de Averroes. ¿Pero cómo llega al siglo XVIII una composición musical del XII? ¿Cómo Espinosa de los Monteros pudo escuchar esa nuba andalusí, que refleja que la huella de Al Andalus llega hasta el propio himno de España? Hay muchas claves, que se hunden directamente en la historia musical de Al Andalus y de cómo sus notas han ido pasando de generación en generación, superando incluso los grandes cambios sociales que vivió la Península Ibérica. Las hipótesis, por tanto, llevan a concluir que esos temas populares inspirados en la música andalusí llegaron hasta prácticamente el siglo XIX, algunas veces se trataba de músicas adaptadas al folklore castellano y otras en la memoria de muchos moriscos que sí que lograron sobrevivir a la expulsión y masacre, viviendo camuflados en la Península. Por eso, es bastante probable que Manuel Espinosa de los Monteros escuchara una versión de esa nuba original, y que le inspirase para crear lo que después sería el himno de España. Esta teoría, bastante probable, es uno de los principales argumentos que llaman a la concordia y, sobre todo, que quieren abrazar la historia de España con la de Al Andalus recordando las raíces musulmanas y cristianas en las que se funde y hunde la propia historia de España, como demostraría que el propio himno del país proviene, en el fondo, de una nuba andalusí.

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1La nuba consiste en varios movimientos basados en un mismo modo sobre el que se suceden las variaciones, adelantándose así en varios siglos a las formaciones instrumentales europeas que sólo lo conseguirán a partir del siglo XVI. Con el tiempo se fueron sumando otras nubas que conformarían el corpus musical de Al Andalus. Las nubas eran música culta que se tocaba principalmente en las cortes de los reinos taifas pero algunos trozos se acabaron convirtiendo en música popular. Con la conquista de Sevilla, Córdoba y finalmente Granada el corpus principal se desbarata y se va trasladando, muy fragmentado, al norte de África donde dará lugar a las distintas modalidades de Libia, Túnez, Argelia y sobre todo a la de Marruecos, donde en el siglo XVIII sería reorganizado y que aún hoy se conserva perfectamente. Pero los trozos fragmentados se quedaron en la Península como músicas populares de los moriscos y, por el propio roce de la convivencia, del pueblo cristiano viejo.

1 comentario:

  1. Madre mia cuantas cosas comoarado con lo de ahora!! La verdad es que donde esta todo ese conicimiento que tenian porque ahora no lo veo en los que vienen se alli empezando por el lider mohame!!

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