lunes, 4 de marzo de 2024

Cuidadores: un acto de amor no siempre reconocido.



La labor que realizan los cuidadores de personas dependientes no es solo uno de los actos más grandes de amor, lo es también de justicia,
porque a pesar de que existen enfermedades incurables, ninguna persona es “incuidable”, por lo que esta es una de las acciones más importantes de la sociedad, pero también, la menos reconocida por nuestros organismos sociales. Cada uno de nosotros vive o hemos vivido, de algún modo, esa dinámica familiar donde la atención de la persona dependiente queda a cargo de un cuidador primario (generalmente mujer) que asume la mayoría de responsabilidades hasta que su existencia queda supeditada a ese contexto privado, duro y sacrificado donde no tardan en aparecer las sobrecargas, el sentimiento de soledad y de desconexión con su entorno. Ser cuidador implica ser capaz de ofrecer una adecuada calidad de vida a la persona enferma sin dejar de cuidarse a uno mismo. Porque la dedicación y todo el amor invertido nunca debe llevarnos al desgaste emocional ni a la sensación de soledad. El cuidado de una persona enferma, anciana o con un gran grado de invalidez ha estado de forma tradicional al cargo de una mujer de mediana edad. El cuidado ha sido casi siempre “un asunto femenino” y lo más complicado de todo ello era que, hasta no hace mucho, todas estas mujeres no recibían asistencia, instrumentos o asesoramiento sobre cómo cuidar y cómo cuidarse; afortunadamente, estos roles tradicionales están cambiando y aunque el “cuidador primario” sigue siendo por término medio una mujer, ésta ya dispone de mayores recursos, como centros de estancias diurnas, residenciales o el asesoramiento de formadores que capacitan a los cuidadores en la adecuada atención del enfermo, aunque a día de hoy, aún existen grandes carencias en materia de apoyo a la dependencia y al reconocimiento social de los cuidadores de personas dependientes. Hemos de pensar también, que el sector de los cuidadores abarca también el gran pero invisible colectivo de las enfermedades raras. Es importante tener claro que la persona que atiende puede llegar a enfrentarse a situaciones que, en muchos casos, llegan a perjudicar su salud física y psicológica. Sin embargo, debido al amor sincero y a la dedicación absoluta entre el cuidador y el dependiente, es muy posible que sea muy reacio/a a tomarse un descanso, a compartir responsabilidades o a a atenderse a sí mismo, y todo ello resume lo que sería el “síndrome del cuidador“.

Los cuidadores encuentran su aliento cotidiano en el amor, pero en ocasiones el motor de su corazón no es suficiente cuando fallan las fuerzas y aparece la soledad… Aún es muy común ver problemas de salud en las personas que atienden, como:

- Mayor tendencia a sufrir depresiones, ansiedad o un nivel muy elevado de estrés.

- Sensación de frustración, de no estar haciendo las cosas bien o de no cubrir todas las necesidades del enfermo.

- Sensación de soledad.

- Fatiga frecuente.

- Dolores musculares

- Dolores de cabeza frecuentes.

- Molestias estomacales y gástricas.

- Algo muy común es la percepción de que su propia salud es muy mala o al menos, mucho peor de lo que revelan las pruebas médicas.

- Hipertensión…


No todo el mundo nace con la vocación de “ser cuidador”, lo más probable, es que sea la propia vida la que nos ponga en esta situación a la fuerza; así pues, el primer paso será recibir una adecuada información sobre la enfermedad que sufre nuestro familiar, qué cuidados necesita y cómo llevarlos a cabo. El segundo pilar a tener en cuenta es evitar el aislamiento social. Delegar funciones y responsabilidades en otros familiares y profesionales es adecuado, necesario y saludable. Puesto que ya sabemos que gran parte de la atención a las personas dependientes se lleva a cabo en un ámbito familiar y que esta, recae en un cuidador primario que pasará más tiempo con el enfermo, debemos plantearnos también una sencilla cuestión… ¿Quién se va a encargar de “cuidar al cuidador”? Los cuidadores anónimos que habitan a día de hoy en la intimidad de sus hogares llevan a cabo una labor inmensa en nuestra sociedad que no siempre es reconocida por las instituciones. No obstante, es algo que nos ennoblece como personas y que nos enseña que cuidar es amar y valorar al otro como parte de uno mismo.
¿Y la persona enferma? Vivir con una enfermedad degenerativa como la ataxia puede ser un desafío, pero no tiene por qué impedir encontrar la felicidad; aceptar la condición, buscar apoyo, mantener una actitud positiva, practicar la atención plena y la gratitud, cuidar la salud física y emocional, cultivar relaciones significativas…; la felicidad es un viaje y, aunque puede haber días difíciles, siempre hay espacio para la alegría y el bienestar. El problema llega cuando no sabemos conformarnos, es decir, cuando construimos nuestro objetivo sobre expectativas que no están en nuestras manos, y de las que dependen directamente nuestra felicidad o nuestra autoestima y que, si no las conseguimos, nos hacen sentir mal. Por eso debemos motivarnos, ilusionarnos pero sin despegar mucho los pies del suelo. A partir de ahí, ser honestos, no castigarnos, asumir que tenemos mucha responsabilidad pero, aceptar al mismo tiempo que hay cosas que no dependen de nosotros. Una vez que nos hemos conocido llega el momento de aceptarnos, que no es lo mismo que resignarnos, y entonces es cuando estaremos listos para la superación y el desarrollo personal. Ya lo dijo San Agustín en una de sus citas más bellas: conócete, acéptate y supérate.



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