viernes, 8 de marzo de 2024

Los apócrifos.

 


Se acerca la Semana Santa y, en ella, Poncio Pilato decidió la suerte de Jesús, que fue condenado a muerte y crucificado en el Monte Calvario. Al tercer día, cuando María Magdalena, María y Salomé acudieron al sepulcro, su cuerpo no estaba. Había resucitado. Eso es lo que narran los cuatro evangelistas del Nuevo Testamento: Mateo, Marcos, Lucas y Juan, pero los detalles sobre la Pasión de Jesús no se acaban en esta versión reconocida por la Iglesia católica puesto que hay una serie de textos alternativos conocidos como los evangelios apócrifos, que quedaron fuera de la biblia, cuando la Iglesia llegó a una versión oficial del cristianismo. Para el cristianismo actual, los únicos evangelios oficiales o canónicos son los de Marcos, Mateo, Juan y Lucas. Estos son, en efecto, los testimonios más antiguos sobre la vida de Cristo, reconocidos como los únicos válidos. Pero desde una época muy antigua circularon junto a ellos otros textos similares, que recogían episodios diversos de la vida de Jesús, muchos no coincidentes con la versión canónica, que fueron denominados evangelios "apócrifos", es decir, "ocultos", en alusión a que eran de origen dudoso o incluso constituían falsificaciones de los evangelios "auténticos" (según establece el diccionario de la RAE, este vocablo proviene del latín tardío apocry̆phus, y éste a su vez del griego ἀπόκρυϕος apókrifos, ‘oculto’. Podríamos decir, en la terminología actual, que es “la historia no oficial”).
Entre otras muchas cosas, el Evangelio de Pedro, por ejemplo, describe la resurrección de Jesús, cosa que ningún evangelio canónico hace. Añade detalles tan curiosos como una cruz parlante que siguió a Jesús por los aires cuando salió de la tumba. Al recibir la noticia de la resurrección, Pilato ordenó que no se publicara. En la actualidad existe un gran interés por estos evangelios, a causa del deseo un tanto morboso de encontrar en estos escritos algunas verdades, más o menos interesantes o comprometidas, que la Iglesia habría pretendido ocultar de la vista de los fieles y hay que insistir en que las diversas iglesias cristianas, entre ellas la católica, no se oponen a su difusión porque, entre otras cosas, los evangelios apócrifos son todos más tardíos que los canónicos e incluyen elementos manifiestamente legendarios. Por lo general, podríamos afirmar que los evangelios apócrifos son más tardíos que los cuatro relatos canónicos y que uno de sus rasgos característicos es que intentan completar y enriquecer todos aquellos pasajes que se puedan considerar incompletos, oscuros o escasos de información. Su lectura, sin embargo, nos ilustra sobre la forma en que se comprendió el cristianismo en los primeros siglos de su historia y, en particular, la figura de Jesús, de la que los evangelios apócrifos ofrecen una imagen muy diferente a la de los canónicos (por ejemplo, es en los apócrifos donde se dice que los Magos de Oriente eran reyes y se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar). No obstante, lo que se considera apócrifo para unos no lo es para otros. Los límites que delimitan lo bíblico de lo apócrifo son específicos de cada comunidad. El libro de Enoc aparece así en un solo canon: el de la Iglesia de Etiopía. El Apocalipsis de Juan, por otro lado, se encuentra en casi todas las Biblias… excepto en las Biblias siríacas orientales. Del mismo modo en Occidente, las diferentes tradiciones no se ponen de acuerdo sobre el canon bíblico: el Antiguo Testamento, de hecho, no agrupa los mismos libros según se consulte una versión católica, protestante u ortodoxa. Los libros “deuterocanónicos”, no forman parte del canon protestante establecido por los reformadores: son textos presentes en la versión griega de la Biblia hebrea, pero no en la Biblia judía. Los escritos apócrifos designan, en sentido amplio, los textos religiosos que no son reconocidos por la Iglesia, que no aparecen en la Biblia. Entonces, nada podría ser más simple... al menos en apariencia. Surge entonces una pregunta: ¿de qué Iglesia estamos hablando exactamente? La Iglesia católica y las diversas Iglesias ortodoxa, protestante y apostólica no conservan todos los mismos escritos en su canon: el canon designa todos los libros reconocidos por una Iglesia cristiana como pertenecientes a la Biblia.



No sólo son los evangelios quienes poseen la calificación de apócrifo. Por ejemplo, el Antiguo Testamento también posee sus apócrifos. Entre los apócrifos del Antiguo Testamento figuran: el Primer y Segundo libro de Adán y Eva, el libro de los Jubileos, la Asunción de Moisés, Primero, Segundo y Tercer libro de Enoc, el Martirio de Isaías; los Salmos de Salomón, el Testamento de los doce patriarcas, el Oráculo sibilino, etcétera. Asimismo, existe literatura apocalíptica apócrifa: Apocalipsis de Adán, de Abrahán, de Moisés, de Elías, de Daniel, de Baruc, de Zorobabel, de Esdras, de Sofonías, de Gabriel, de Lamec, de Ezequías, etc…Se conservan en total unos cincuenta evangelios apócrifos: los gnósticos, los que hablan de la natividad, la infancia o la pasión de Cristo, los que abordan la muerte de la Virgen…; uno de los más antiguos es el Protoevangelio de Santiago, llamado así por su editor del siglo XVI, aunque el manuscrito más antiguo se titula Nacimiento de María: Revelación de Santiago. El texto cuenta cómo dos ricos y ancianos personajes de Israel, Joaquín y Ana, tuvieron finalmente una hija por intervención divina a quien llamaron María. Cuando la pequeña tenía tres años, la llevaron al Templo de Jerusalén, donde se quedó sirviendo al Señor y fue alimentada por un ángel. A los doce años, los sacerdotes decidieron entregarla por esposa a un viudo de Israel y, reunidos todos los viudos, cada uno con una vara, ocurrió que de la de José salió una paloma, por lo que fue designado esposo de María. José hubo de ausentarse por motivos de trabajo y entonces tuvo lugar la anunciación del ángel y la promesa del nacimiento virginal. A los seis meses, José volvió y encontró a María encinta. Cuando ésta negó haberle engañado, José quedó perplejo. Entre tanto, la noticia llegó a oídos de los sacerdotes, que acusaron a José de haber abusado de María. Ambos fueron sometidos a la ordalía de la ingestión de agua sagrada y enviados a una montaña. Los dos volvieron sanos y salvos. A continuación se narra la orden de Augusto de censar a todo el pueblo. Puestos en camino, al llegar el momento del parto, José y María entraron en una cueva. Se produjeron entonces signos y prodigios maravillosos, como una partera que se mostró incrédula y exigió una comprobación física de la virginidad de María. Al realizarla, la mano de la partera quedó carbonizada por su incredulidad. Arrepentida, posteriormente se curó al coger al niño Jesús entre sus brazos. El texto sigue con la visita de los magos y la matanza de los inocentes, narrada con sobriedad. El autor del Protoevangelio habla también del problema de los hermanos de Jesús: José era viudo y había aportado al matrimonio con María unos hijos, fruto de sus anteriores esponsales, a los que luego se llamaría, impropiamente, hijos de María y hermanos de Jesús. El influjo que ejerció el Protoevangelio de Santiago en la literatura posterior se advierte en el denominado Evangelio del Pseudo Mateo, de autor desconocido y que puede datarse entre los siglos IV y V. El Evangelio del Pseudo Mateo trataba de presentar al niño Jesús como un héroe maravilloso, omniscente y poderoso pero la imagen que se desprende del texto es más bien la de un chiquillo arrogante, díscolo, caprichoso y hasta asesino. Pese a ello, la influencia de este evangelio en escritores posteriores, sobre todo en la Edad Media, fue enorme.


Pablo de Tarso (San Pablo, que pasa por creador de la religión cristiana) no perteneció al círculo inicial de los doce apóstoles de Jesús de Nazaret, pero sus escritos constituyen la base de la mayor parte de la fe cristiana. Para él, lo verdaderamente importante en la vida de Jesús fue su muerte y resurrección. Sin embargo, algunos seguidores de Pablo, como los evangelistas Mateo, Marcos, Lucas y Juan, le enmendaron la plana: consideraban que la vida de Cristo también tenía importancia, y por ello compusieron sus evangelios.Los otros evangelios y textos apócrifos más conocidos son: Evangelio de la infancia de Jesús, Epístola de los apóstoles, Evangelio de los Ebionitas, Evangelio de los Hebreos, Evangelio de los Nazarenos, Evangelio de María Magdalena, Evangelio de Nicodemo, Evangelio de Pedro, Evangelio de Tomás, Evangelio del Salvador, Evangelio secreto de Marcos, Protoevangelio de Santiago y también pueden incluirse apócrifos que nos relatan los hechos realizados por las primeras comunidades cristianas, como los Hechos de Juan, de Pablo, de Pedro, de Pilato, de Tecla, de Tomás. E incluso pseudo cartas dirigidas a diferentes comunidades o personas: carta de Pedro a Santiago y su respuesta, carta de Ptolomeo a Flora, correspondencia entre Pablo y Séneca, epístola a los Laodicenses, predicación de Pedro, pseudo Tito, tercera epístola a los Corintios, Tratado sobre la resurrección... en cosas como los hermanos de Jesús, su esposa… ; en el caso de los evangelios apócrifos de la pasión y muerte de Jesús, los textos más importantes son el Evangelio de Pedro, el Evangelio de Nicodemo, el Evangelio de Bartolomé y los diferentes escritos que componen el llamado "Ciclo de Pilato", como la Carta de Pilato a Tiberio, la Declaración de José de Arimatea, y otros. En el episodio de la crucifixión de Jesús, los apócrifos también rellenan las lagunas de los evangelios canónicos; el Evangelio de Nicodemo nos proporciona los nombres de estos bandidos, pues se refiere que el prefecto romano Poncio Pilato, tras oír que los judíos desean la muerte de Jesús, decreta su muerte: «Tu raza te ha rechazado como rey. Por eso, he decidido que en primer lugar seas azotado según la costumbre de los reyes piadosos, y luego seas colgado en la cruz en el jardín donde fuiste apresado; y que los dos malhechores Dimas y Gestas sean crucificados juntamente contigo». Uno de los episodios que más llaman la atención en la pasión de Jesús sólo aparece en el Evangelio de Juan: la lanzada de un soldado romano al costado de Jesús para hacer que su muerte acaeciera de manera segura; en este texto, el soldado es un personaje anónimo, pero el Evangelio de Nicodemo y una presunta Carta de Pilato a Herodes Antipas nos revelan su nombre, Longino, y su cargo, centurión. Entre la muerte y resurrección de Jesús hay un oscuro episodio, que no aparece en los evangelios, pero sí en un par de breves alusiones de un escrito canónico, la Primera epístola de Pedro (3,19; 4,6): el descenso de Jesús a los infiernos. Este hecho se desarrolla en la segunda parte de un apócrifo, el Evangelio de Nicodemo. Unos cuantos sacerdotes, un levita y un doctor de la Ley cuentan cómo en el retorno de Galilea –donde habían sido testigos de la ascensión de Jesús hasta Jerusalén– les salió al encuentro una gran muchedumbre de hombres vestidos de blanco, que resultaron ser los resucitados con Jesús. Entre ellos reconocieron a dos que se llamaban Leucio y Carino, que les contaron los maravillosos acontecimientos tras la muerte del Maestro, entre ellos su visita a los infiernos. El comienzo de la narración es así: «Estábamos nosotros en el infierno en compañía de todos los que habían muerto desde el principio. Y a la medianoche amaneció en aquellas oscuridades como la luz del sol, y con su brillo fuimos todos iluminados y pudimos vernos unos a otros. Y al punto nuestro padre Abraham, los patriarcas y los profetas y todos a una se llenaron de regocijo y dijeron entre sí: “Esta luz proviene de un gran resplandor”. Entonces el profeta Isaías dijo: “Esta luz procede del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”». Los antiguos patriarcas comenzaron a regocijarse de inmediato con la liberación que se les avecinaba, mientras que Satán prevenía a sus huestes a fin de que se prepararan para «recibir» a Jesús. Satán mandó reforzar las puertas del infierno, pero al conjuro de una voz celestial «se hicieron añicos las puertas de bronce, los cerrojos de hierro quedaron reducidos a pedazos, y todos los difuntos encadenados se vieron libres de sus ligaduras, nosotros entre ellos». Entonces «penetró dentro el rey de la gloria en figura humana, y todos los antros oscuros del infierno fueron iluminados. Enseguida se puso a gritar el Infierno mismo: “¡Hemos sido vencidos!”». Jesús tomó por la coronilla a Satanás y se lo entregó al mismo Infierno para que lo mantuviera a buen recaudo. Luego condujo a todos los patriarcas fuera del oscuro antro, comenzando por Adán y siguiendo por Henoc, Elías, Moisés, David, Jonás, Isaías y Jeremías, Juan Bautista…


Por otro lado, algunos de estos textos desarrollan también la imaginería cristiana primitiva sobre la bajada de Jesús triunfante a los infiernos para resucitar a los muertos, y la consiguiente derrota de Satanás mediante la resurrección de Jesús. Ambos rasgos, la carga de culpa contra lo judíos y la bajada de Jesús a los infiernos, han hecho fortuna dentro de la tradición cristiana no sólo en el arte, sino también en el imaginario e ideario colectivo. De hecho, la inculpación de los judíos es la principal causa del espíritu antisemita que ha emanado de la Iglesia y de todo el mundo cristiano durante dos mil años y que ha tenido su cara más tenebrosa en los pogromos medievales y el Holocausto nazi.
Hay que destacar que, mientras de la infancia de Jesús hay muchos más evangelios apócrifos, de la Pasión hubo muchos menos porque sobre la infancia de Jesús los relatos son mucho más legendarios y eso dio pie a que se multiplicaran los evangelios de la infancia apócrifos, ahí se desató la imaginación; en cambio, sobre el relato de la Pasión, las posibilidades de que la imaginación se disparase eran mucho menores, por la misma naturaleza del relato, tan sobrio y tan poco idealizado. Es evidente que los evangelios apócrifos , como los canónicos, lejos de ser fuentes históricas sobre la vida de Jesús. Constituyen, eso sí, obras de ficción, de una riqueza narrativa extraordinaria y han ejercido una enorme influencia en la devoción cristiana posterior. En tal sentido, los apócrifos sirven para contrastar datos o dichos de Jesús que ofrecen los evangelios aceptados por la Iglesia. Así, pueden hacer surgir dudas sobre la corrección de algunos pasajes canónicos. Es sabida, por ejemplo, la divergencia en la tradición aceptada por la Iglesia sobre quién fue la primera persona a la que Jesús se apareció tras su muerte: según Pablo de Tarso, fue el apóstol Pedro; según los evangelios de Juan y Marcos, quien primero lo vio fue María Magdalena; según el evangelio de Lucas, fueron dos de los discípulos de Cristo, de camino al pueblo de Emaús; pero según el Evangelio de los hebreos, apócrifo, fue Santiago, hermano de Jesús. Y en alguna ocasión los apócrifos pueden transmitirnos una sentencia de Jesús que probablemente sea verdadera, como el dicho número 83 del Evangelio de Tomás: «El que está cerca de mí está cerca del fuego. Y quien está lejos de mí está lejos del Reino». La historia del cristianismo y el relato bíblico ha sido motivo de discusión durante cientos de años. La Iglesia defiende la actual Biblia como el libro esencial del catolicismo, pero existen otros documentos, como el famoso Evangelio de Judas, que contradice esta versión oficial de los hechos y pone en el punto de mira la veracidad histórica de lo relatado y confirmado. Precisamente ahí reside la importancia de los apócrifos: en el hecho de que posibilitan nuevas aproximaciones a las dos fuentes de la fe católica: las Escrituras y la tradición. Sin duda, el acercamiento al Jesús histórico debe hacerse a través de los evangelios canónicos. Pero sin olvidar los apócrifos, que desempeñan una función de contraste nada despreciable.





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