miércoles, 13 de marzo de 2024

... y los sueños...



Cuando al final de su vida a
l compositor austrohúngaro Franz Liszt (Ferencz Liszt cuando nació, 1811-1886, más conocido en su época como intérprete) le dio por tomar los hábitos franciscanos, no era la primera vez que sentía inclinaciones místicas ya que siendo más joven, estuvo a punto de abandonar la música y convertirse en seminarista, como consecuencia de un descalabro sentimental que lo dejó a mal traer. La chica se llamaba Carolyne de Saint-Cricq, y era la hija del conde Pierre de Saint-Cricq, ministro de comercio del rey de Francia, Carlos X. A sus dieciséis años y muerto su padre, Franz era el sostén económico de su familia y se encontraba en París en compañía de su madre intentando hacer una carrera como pianista y compositor y los ingresos principales provenían de las clases de piano ofrecidas a niñas de la alta burguesía y aristocracia parisiense y así fue en París cuando conoció a su primer amor que, aunque no era bien visto por el padre de la niña, produjo que los jóvenes, sin embargo, continuaran escribiéndose durante años. Las cartas que Liszt intercambia con su amada ilustran la vida emocionante y aventurera del compositor pues en París, el joven Liszt se sumergió en la proliferación intelectual y artística, conoció a George Sand, Victor Hugo, apasionado por Lamartine, fue sometido por Paganini. Las clases de piano eran supervisadas por la madre de Carolyne, que no veía con malos ojos la relación de ambos jóvenes. Pero murió al poco tiempo. Según se cuenta, en su lecho de muerte llamó a su marido el conde y le dijo al oído con un hilo de voz: "si ella lo ama, déjala ser feliz": el conde tomó esto como un delirio de moribunda y luego del entierro, las clases fueron suspendidas. Pero al poco tiempo se retomaron pues el entusiasmo por aprender una pieza nueva sumado a la atención que debía prestar a las comedidas indicaciones de Franz, llenaban la vida de la pequeña y doliente Carolyne. Poco a poco, Franz decidió extender el horario de las clases hasta bien tarde. Terminada la sesión, muchas veces los pilló la medianoche conversando sobre música, poesía o religión. El padre debió intervenir nuevamente y de manera definitiva. Encaró al profesor niño y le dijo sin ambages que la relación sentimental que a esa altura ya saltaba a la vista no tenía futuro porque un pobre chico que se ganaba la vida haciendo clases de piano no era precisamente el pretendiente que él tenía planeado para desposar a su hija. La depresión resultante le duró a Liszt dos años. Pensó abandonar la música y solicitar su admisión en el seminario de París, pero su madre y un tutor espiritual lo convencieron de lo contrario luego de extensas y meditadas pláticas. Durante esos dos años, Franz no dejó de asistir, todos los días, a la iglesia, a rezar. Por cierto, ella se casó pronto, a los diecinueve años, con un magistrado aristócrata, hijo de un ministro. Ciertamente Liszt no estaba muerto, pero su relación romántica había terminado. Aunque ella jugó un papel en su vida como símbolo de su primer amor, no la volvió a ver hasta 1844, en la casa de ella en Pau, y escribió "Ich möchte bisagrahn" (Me gustaría irme), más tarde, inspirado por su reencuentro, puesto que Carolyne no era feliz en su matrimonio y tenía una hija que padecía una enfermedad crónica. Antes de cumplir los 40 años, Liszt compuso sus Liebesträume, tres pequeñas piezas para piano basadas en dos poemas de Ludwig Uhland y uno de Ferdinand Freiligrath que describen, respectivamente, tres tipos de amor: el amor como éxtasis religioso, el amor como deseo erótico y el amor como entrega total; de ese conjunto, la pieza que ha sobrevivido en el tiempo es el Nocturno N° 3, popularmente conocido como el Sueño de amor, relegando los otros dos al olvido. La pieza, ideal para acompañar un temprano dolor, como el de Carolyne y Franz, tiene tres secciones, separadas por breves fragmentos de alto nivel técnico. La sección media es la más agitada y donde el nivel de tensión es más elevado y exigente. La última sección, más tranquila, es un perfecto reflejo del piano romántico de mediados del siglo XIX.


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