Leyendo entre líneas las informaciones económicas de las últimas semanas, se percibe un cierto clima de confusión y de desasosiego en torno a la crisis de algunos países de la zona euro.
Nadie parece atreverse a decirlo en voz alta, pero existe preocupación acerca del futuro del euro; y eso es así porque, seguramente, un exceso de voluntarismo no permitió prever situaciones y desequilibrios como los actuales. Nadie cayó en la cuenta (¿o sí?) de que el hecho de disponer de una moneda única no equilibraba de manera automática las economías de los países que la adoptaban, y, como mucho, se publicaron unos criterios a cumplir para preservar la estabilidad. Pero es evidente que la credibilidad financiera de unos bonos emitidos en euros por, pongamos por caso, Alemania, no podía ser la misma de la de unos bonos similares emitidos, pongamos por caso también, por Grecia. Y no es crítica; es un hecho: la situación interna de ambos países-ejemplo era y es radicalmente diferente.
La pregunta es: y ahora, ¿qué?, cuando no hay previstos mecanismos para enderezar el rumbo de ningún país, ni mucho menos, para excluir a alguno de la zona euro. Ya se escuchan tímidas voces que pregonan (eso sí, a toro pasado) que posiblemente se saltaron algunos pasos previos económico-fiscales antes de la implantación de una moneda única cuyo objetivo era igualar y no ahondar en las diferencias.
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