Ya ha acabado la semana de pasión, y debe ser por eso, por la penitencia que lleva implícita, por lo que se observa una cierta sordina en el cuestionamiento que ha efectuado la agencia Standard & Poors de la cuentas de Estados Unidos. Casi se echan de menos los alarmantes artículos de vociferantes "analistas" que no tardan ni un segundo en poner a bajar de un burro a los gobiernos de los países PIGS (lo siento, no me gusta la expresión, pero hay que reconocer que ha hecho fortuna) por su ineficacia cuando por ejemplo, la misma agencia cuestiona su solvencia o anuncian la bancarrota inminente del país en las próximas cuarenta y ocho horas.
Siempre se ha dicho que conviene actuar con cautela ante las decisiones (siempre interesadas) de las agencias y, en cierto modo, aplicar métodos detectivescos: ¿a quién beneficia? antes de pronunciarse sobre ellas. Lo que pasa es que los inversores viven a otro ritmo y deducen a otra velocidad y los analistas se dejan influir por esas urgencias, olvidando que los deseos de los inversores no siempre coinciden con los de un país soberano. ¿O es que nadie se acuerda ya de que George Soros, él solito, hizo tambalear hace años la bolsa de Tokio cuando eso de los tsunamis era una cosa rara reservada a revistas científicas y los terremotos un fenómeno exclusivamente natural pero no financiero?
Nadie desea la quiebra de un país, y menos (por todo lo que conllevaría) del gigante americano, pero si, a través de una calificación severa por parte de una agencia se resitúa la consideración de solvencia, bienvenida sea la noticia....si es que somos capaces de mantener igual cordura cuando esa u otra agencia retoque (a la baja, ¡ay!, siempre a la baja) la nota de otro país.
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