jueves, 17 de mayo de 2012

Boletín número 13 - Repensando el liderazgo


Imitación a la vida

A finales de la década de los cincuenta del siglo pasado tuvo lugar el estreno de la película “Imitación a la vida”, basada en la novela homónima de Fannie Hurst y dirigida por el siempre magnífico Douglas Sirk. La película es un drama de aquellos que saben tocar la fibra sensible del espectador, a lo que contribuye poderosamente la actuación de unos Lana Turner, John Gavin, Sandra Dee y Juanita Moore impecables en sus papeles.

Sin embargo, más allá de la crítica de la película, lo que recalcamos en estas líneas es que, por extensión, el cine podría definirse en sí como una imitación a la vida real; es natural que sea así ya que, cuanto más se identifique el espectador con el personaje de la pantalla (o cuanto más se aparte de su cotidianeidad, por el contrario), mayor será la aceptación de la película, partiendo de la base de que la interpretación, la técnica, el montaje y demás aspectos complementarios son los adecuados. 

En términos matemáticos, esta sería una verdad que no necesita demostración, y como prueba queda para la historia la utilización que se ha hecho y se sigue haciendo del séptimo arte como instrumento de información, divulgación de consignas político/sociales e incluso manipulación de voluntades, en momentos concretos. No es casual la proliferación de superhéroes en el celuloide en épocas de atonía o depresión generalizada, el cuidadoso diseño de imaginarios colectivos en los que se fabrican héroes o antihéroes individuales o no, capaces de superar todos los obstáculos que se interponen en el logro de su objetivo. El propio objetivo también se presenta cambiante, centrado en la satisfacción personal o en el bien común, con lo que, según convenga, se enfatiza en la figura del líder solitario o en la del equipo cohesionado.

En todas las situaciones sin excepción hay una travesía del desierto en la que se asume la necesidad de un grado de sacrificio (que a la postre, en ocasiones, ha de ser supremo) y una cierta incomprensión alrededor.

Todas las situaciones tienen su reflejo en la pantalla, desde el héroe solitario y anónimo, pasando por el superhéroe claramente de ficción, hasta el líder que es capaz de aglutinar voluntades y actitudes en torno a un propósito común. Vienen a la memoria de estos últimos, entre otros muchos ejemplos, dos películas significativas y de fácil asimilación: Doce del patíbulo (The dirty dozen, Robert Aldrich), en la que se asiste a un cursillo acelerado de psicología aplicada por el personaje que encarna Lee Marvin para aprovechar la motivación íntima de cada uno de los peones elegidos en la determinación de su rol en el grupo y Los siete magníficos (The magnificent seven, John Sturges, basada en Los siete Samurais, de Akira Kurosawa) en el que uno de los siete personajes elegidos presta su colaboración únicamente por el carisma del líder, sin entender ni un pimiento del objetivo real de la acción.

Pues bien, en esta imitación a la vida que es el cine, ¿cuántos de los líderes que hemos visto serían efectivos (o, sin más, convenientes) en la situación de crisis actual? Y, lo que es más importante, ¿qué tipo de líder queremos para que nos ayude a salir de ella?

Repensando el liderazgo

Vivimos tiempos de confusión en los que, además, los paradigmas y las referencias conductuales cambian a velocidad de vértigo siguiendo la estela de las continuas modificaciones de escenario según evoluciona lo que se va dando a conocer con cuentagotas relativo al mundo de la economía, la política y, en general, la sociedad. Lo que valía ayer, basado en la información de ayer, ya no vale hoy con las novedades diariamente incorporadas y, posiblemente lo que se presenta como razonable hoy haya que desecharlo mañana. Se instala, por otra parte, entre los portavoces de los poderes lo que ya empieza a ser costumbre, el divulgar “profecías” poco menos que apocalípticas con el fin declarado de que las medidas restrictivas promulgadas inmediatamente después sean asumidas como el “mal menor” y se vaya mermando la capacidad de análisis mediante el bombardeo continuado de mensajes amenazadores, conscientes o inconscientes.

No es novedad constatar, pues, que hay un cierto grado de hartazgo originado por la falta de soluciones prácticas al problema global y por el cada vez mayor divorcio entre la clase política y el ciudadano al que dicen representar. Existe el convencimiento, que se va instalando con lentitud, pero de manera inexorable, de que lo que no funciona es el sistema y que no bastan con parches para llegar a soluciones duraderas, parches que, además contienen frecuentemente contradicciones difíciles de explicar[1].

No cabe duda de que todos queremos ver cuanto antes la luz al final del túnel y, seguramente ayudaría a combatir comprensibles desánimos y a optimizar esfuerzos el tener referencias válidas de conducta, de actitud y de acción, es decir, en definitiva, necesitamos líderes en los que vernos reflejados. Pero esta búsqueda de liderazgo, en realidad representa un vuelco en la identificación del rol y en lo que se busca/exige del líder. Ya no valen las concepciones ñoñas (que aún se pueden leer en escritos recientes de pseudos gurús que siguen anclados en dogmas caducos e inservibles hoy) que muestran al líder como caballero de una Arcadia feliz en la que sólo ha de perseguir la satisfacción y la felicidad de sus eventuales equipos; posiblemente (no lo discutiremos aquí) este concepto era válido cuando todo era válido y se confundía el rol de líder con el de mero gestor de proyectos en los que lo que mandaba eran los resultados en términos de rentabilidad.

Hoy no. La situación es otra y debe diferenciarse escrupulosamente la figura del gestor de proyecto, de la de gestor de equipos humanos y de la de líder.
Si admitimos que es necesaria una nueva orientación en las prioridades, un nuevo enfoque actitudinal, un nuevo paradigma social, estamos admitiendo tácitamente  la necesidad de guías válidas en las que reflejarnos, precisamente porque demasiado tiempo se han confundido alegremente los términos.

Y es de aquí de donde nace la definición del líder que precisamos, que precisa cada puesto de trabajo, cada proyecto, cada organización y, por extensión, cada territorio, ya que hace falta alguien que sea capaz de influir en los demás hasta conseguir, si es necesario, un cambio positivo de actitud. Sin embargo, casi de forma automática a esta definición de urgencia, surge la primera gran controversia: si el líder es alguien capaz de influir en los demás, es evidente que esta influencia puede ser de diferentes tipos, de forma que alguien puede llegar a la convicción de que Luther King era un líder en el que reflejarse mientras otro puede pensar que su idea de líder coincide más con Hitler. Es por eso que la primera componente de peso en la definición de los rasgos que buscamos como identificativos del líder necesario hoy es la ética. En efecto, cualquiera otra de las cualidades que podemos ir desgranando a través de estas líneas (carisma, entusiasmo, fortaleza, sentido de anticipación, …) pasa a un segundo término ante ella. Curiosamente no se puede obviar que, en tiempos de bonanza, en los que parecen estar definidos de forma automática e inmutable los roles y en los que el ejercicio de responsabilidad funciona casi por inercia, nadie suele cuestionar la ética, pero cuando los tiempos son otros, cuando se exige DE VERDAD esfuerzo y sacrificio, es cuando caen muchas caretas y se descubre la impostura de muchos lideres de salón, que únicamente acreditaban un liderazgo apegado al cargo o, lo que es peor, a la tarjeta en relieve donde ponía su nombre[2], pese a que algunos de ellos, aún se permiten impartir unas teorías cuya práctica desmiente.

Para buscar entonces ese perfil válido de líder ético, proponemos un camino inverso, es decir, verificando (simplemente recordando realidades recientes) qué NO debe ser un líder, podremos ir dibujando las características que SÍ lo conforman.

Qué NO ES (no debe ser) y qué ES (debe ser) un líder

La figura que buscamos como referente de conducta, como modelo ético en tiempos convulsos, trasciende la cuestión de si nace o se hace; efectivamente, tan válido es el modelo espontáneo (lo que no quiere decir simple o fácil) como el modelo fruto del esfuerzo voluntario. En cualquiera de los casos, cae por su propio peso que permite deslindar determinadas actitudes como nocivas y contraproducentes desde el punto de vista ético que, en definitiva, corresponderían más a la figura del antilíder o líder tóxico que a la de líder integro que pretendemos.

Conviene tener en cuenta que ya en estos aspectos se observa la diferencia entre lo que se ha querido definir como liderazgo y el auténtico: sin más profundidad de análisis, por ejemplo al pseudo líder que era mero gestor de proyectos, lo que se le requería era el cumplimiento de objetivos casi siempre crematísticos sin parar mientes demasiado en si los instrumentos que utilizaba escapaban o no a la ética o si lo que se le imbuía era, de alguna forma, la técnica necesaria para manipular a su equipo y orientarlo sin más al resultado que se le exigía A ÉL. Por duras que suenen ambas cosas, hay, por desgracia, sobrados ejemplos de que eran moneda corriente; si durante mucho tiempo se ha jugado con la definición del liderazgo, basa una pequeña reflexión para desmontar tópicos recurrentes. Acudiendo a la actualidad reciente, supongamos que una entidad financiera necesita incrementar sus fondos propios y acude, entre otros instrumentos para hacerlo, a una emisión de participaciones preferentes, de forma que, una vez diseñado el producto, designa a un líder del proyecto de su comercialización. En algo tan habitual como eso se han producido dos graves confusiones con respecto a la figura auténtica del líder: lo que la entidad ha hecho es nombrar un gestor de proyecto, pero en absoluto un líder (al menos no del líder que buscamos como modelo de conducta), entre otras cosas porque el objetivo del gestor (a diferencia de los objetivos del auténtico líder) beneficia sólo a una parte, no busca un interés general y queda incluso la duda de si no perjudica a sabiendas a otra parte implicada.

No siempre es tan fácil analizar las diferencias que identifican el auténtico líder  modelo de conducta del mero gestor o coordinador ya que, por ejemplo, una de las características irrenunciables del líder es la convicción en sus ideas, que puede quedar a un paso de la soberbia que caracteriza al líder tóxico, o la auténtica y necesaria visión de futuro como capacidad de anticipación frente a la actitud de “iluminado” que pierde de vista la realidad, o la imprescindible prudencia en los planteamientos frente a la aversión al riesgo del antilíder, o….

Hay, con todo, una característica que define al líder nocivo por encima de otras, que podría entenderse como la creación de su entorno. Mientras el auténtico líder de conductas no requiere detallar la responsabilidad de nadie que quiera reflejarse en él porque lo que se transmite es, precisamente, la conducta y no la función a desempeñar, el gestor necesita identificar persona = rol para delimitar responsabilidades y funciones. De algo tan simple como eso se concluye que, generalmente, sólo los mejores son capaces de seguir al líder, mientras que el gestor, inseguro de su ascendencia, necesita sentirse superior a los demás y en consecuencia se rodea de personas que no le “hagan sombra”. El líder no necesita dirigir; el gestor necesita mandar.

No quiere decir todo ello que deba abominarse de la figura del gestor; en absoluto. El gestor cumple una función necesaria, pero un líder es otra cosa. Acudiendo nuevamente a temas de actualidad, y dando por sentado que los políticos sean líderes (no entraremos en esa discusión en estas líneas), hemos asistido en más de una ocasión a situaciones complejas de ingobernabilidad en las que los políticos/líderes de opinión han de dejar paso a funcionarios tecnócratas (reconozcamos que casi siempre se oye la expresión con un cierto retintín desdeñoso) que sean capaces, aún sin perfil de líder, de sacar del atolladero al territorio en cuestión.

Es evidente que la dificultad de los tiempos que nos tocan vivir ha permitido que durante mucho tiempo no haya sido necesario distinguir con precisión qué es el auténtico liderazgo de conducta y se haya alentado la confusión merced, precisamente, a una característica del líder, como es la atención a los pequeños detalles que, sumados, multiplican exponencialmente su importancia (“la arena es un puñadito, pero hay montañas de arena”, que dice el poeta popular). De ahí a dar por buena la sustitución de la parte por el todo, va un pequeño trecho, y así hemos visto sesudos masters y post-grados en liderazgo que no eran sino desarrollo de herramientas más o menos standards de gestión de personas y conflictos. Afortunadamente para todos, las grandes escuelas de negocio están advirtiendo la dimensión de los cambios, y que éstos van mucho más allá de  una cuestión puramente semántica, de forma que, según se desprende un reciente informe, el 80 % de las escuelas de negocios de todo el mundo incluyen dentro de los citados masters de herramientas para el desarrollo del liderazgo materias hasta ahora poco menos que impensables, como la ética o la responsabilidad social.

El líder cercano

Con todo lo visto hasta ahora, cabría preguntarse que si, tal como se desprende, el líder de conducta no coincide exactamente con la figura del gestor de proyectos, gestor de personas, coordinador, etc. sino que está por encima de ellos y deviene una figura utópica e inalcanzable, ¿no existen modelos de conducta cercanos, referencias tangibles?
La respuesta obvia es que, naturalmente que hay referencias válidas, en las que, no todo es SÓLO técnica ni todo es SÓLO carisma. Es, salvando las distancias, como si se planteara si existen principios de macroeconomía aplicables en las economías domésticas para llegar a la conclusión de que sí que los hay, pero no todos ni de la misma manera que se aplican en macroeconomía.

Los factores que siempre se han considerado como virtudes del líder, como son la anticipación, el carisma personal, el ascendiente, el tesón, la resiliencia, el entusiasmo y todos los demás aspectos que han formado parte habitual de las materias a impartir en las “clases de liderazgo”, ciertamente son válidos, ya que todos ellos ayudan a esa capacidad de aglutinar esfuerzos que caracteriza al líder, sobre la base de la comunión de ideas.

Y aquí, en las ideas, empiezan a vislumbrarse las diferencias sustanciales que identifican al auténtico líder: llevado al extremo, el egoísmo marca la gran diferencia. Nadie puede aspirar a ser tenido como líder de conducta si su objetivo se centra en su propio beneficio o en el mero cumplimiento de una labor asignada, pese a que ello exija la dirección de un equipo numeroso. Si no existe la comunión de ideas, el íntimo convencimiento de que se está siguiendo al líder porque representa lo que uno mismo persigue, el ejercicio de liderazgo no tarda en convertirse en ejercicio de mando con una merma (a veces absoluta) de confianza, entusiasmo y precisión.

Es la honradez, la presencia PERMANENTE de unos elevados valores éticos, el fundamente indispensable para que el liderazgo se mantenga en el tiempo y no sea una fiebre pasajera, válida quizá para un objetivo parcial pero no espejo de conducta. La honradez, además, genera confianza en los equipos (cuando se habla de proyectos concretos) y en los seguidores (cuando se habla de forma general), porque conlleva el convencimiento de que el líder va a actuar con honradez; no hace falta recordar que una de las cosas que cuesta más recuperar en las relaciones humanas es la confianza perdida.

En definitiva, se impone en estos días de crisis tener la capacidad de separar, como decía Machado, “las voces de los ecos” y saber que, más allá de situaciones puntuales, el futuro ha de venir marcado por el sentido de la ética en todas las acciones, lo que saben muy bien los auténticos líderes.



[1] ¿Cómo conciliar la promulgación de un decreto que encierra una amnistía fiscal de ciertos depósitos en paraísos fiscales con el endurecimiento de las leyes penales relativas al fraude fiscal?
[2] Nos permitimos rememorar la vivencia, de la que se dio cuenta oportunamente en este mismo blog, de la perdurabilidad de la figura de un líder empresarial añorado, doce años después de desvincularse de la empresa, por los mismos que negociaban con él al otro lado de la mesa, precisamente por ser capaz de aplicar en momentos duros un acendrado sentido de la ética. Sus “adversarios en la lucha” de entonces organizaron recientemente, en el pasado mes de marzo, un sentido homenaje a su persona. Lamentablemente, se pone de manifiesto con este hecho insólito que no es habitual esta actuación en el mundo de los negocios y que estos eventos merecen, cuando se dan, honores de portada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario