sábado, 20 de julio de 2013

Detroit como símbolo

De nada ha servido, a la postre, el voluntarioso video de Clint Eastwood en el intermedio de la última Superbowl, en el que el actor, representando a la Chrysler, hacía un ejercicio de transmisión de ánimo y de voluntad de superación para sortear los negros nubarrones que se cernían sobre la que fue capital mundial de la industria automovilística.
Finalmente se ha sabido que la ciudad es la protagonista de la mayor bancarrota de un municipio en la historia de los Estados Unidos, con una deuda en sus cuentas públicas de unos 20.000 millones de dólares. ¿Sorpresa? Pues, la verdad es que no, toda vez que hace tiempo que ya circulaban por la red imágenes apocalípticas de instalaciones y edificios tristemente abandonados cuando no convertidos en ruinas; y no hablamos sólo de edificios industriales o de oficinas, sino de otros cuyo uso nada tenía que ver directamente con la actividad fabril, sino con la VIDA de sus habitantes, como teatros, terminales de comunicaciones e incluso iglesias.
La pregunta que surge, por tanto es la de si podía haberse evitado esta situación (que, dicho sea de paso, no es nueva; es más, entre nosotros ya conocemos más de un municipio de España que está en suspensión de pagos) Es cierto que el declive de la ciudad no es nuevo,y que, por poner una cifra comparativa, su población hace cincuenta años era de más de 2 millones de personas frente a las escasas 700.000 actuales. Y por ahí ya encontramos señales de alerta y de aprendizaje de futuro: el municipio se dejo arrastrar por esa insensata alegría que dominó hace unos años en el ámbito público y en el privado, basada en la nefasta idea de que el crecimiento era eterno y por consiguiente, el municipio entraba en una espiral de endeudamiento para disponer de unos servicios que, curiosamente, en esa espiral siempre resultaban tercermundistas, a unos precios impositivos desorbitados.
Huellas de viejo esplendor

Hay, con todo, un factor añadido que puede servir de reflexión a nuestros poderes públicos, tan necesitados últimamente de sentido común y mesura en sus decisiones, y es la diferencia que hay entre la bancarrota de una empresa privada y la de una pública.
Mientras que el primer caso se resuelve en último extremo mediante la liquidación de los bienes de la sociedad en fallida, quienes sufren las consecuencias de la segunda son, primero los funcionarios, objetivo de recortes de todo tipo "para equilibrar las cuentas municipales" y, en segundo lugar, los ciudadanos a través de la merma y/o encarecimiento de servicios.

Por eso, volviendo al principio, puede que el anuncio de Eastwood  haya sido eficaz para Chrysler (que no está en bancarrota) pero es todo un símbolo para pensar en Detroit

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