martes, 20 de octubre de 2015

Boletìn nº 50 - Un vistazo somero al lío España-Catalunya (2) El escenario montado



Todos los manuales de management recogen la idea básica de que, para encontrar la solución óptima a un problema que afecte al futuro de la compañía, es indispensable identificar previamente y entender la naturaleza del mismo, ya que, en caso contrario la solución (que no lo es) puede ser claramente perjudicial para ese futuro. 

Pues bien, mirando hacia atrás, todo indica que el gobierno nunca entendió la esencia, gravedad y dimensión del problema que iba él mismo agrandando (lo muestra la declaración de Xavier García Albiol, tres años después del inicio del conflicto, ante unas elecciones que en otras circunstancias más civilizadas nunca se habrían convocado, diciendo que “se ha acabado la broma”); es más, cualquier manual de management dedicado a la gestión de conflictos nos enseña que una de las formas infalibles de perder es aplicar la secuencia desdén – burla – amenaza a la opinión de la otra parte, que es, justamente, la que ha aplicado el gobierno.

Vayamos por partes. La primera fase, la de no saber interpretar el gobierno la génesis del problema y desdeñar su repercusión, se despacha con la simple obviedad de declarar que una consulta en los términos planteados queda fuera de la actual legislación, sin querer ver que nos encontramos ante un problema político, no judicial. Y caen en un error garrafal de inexperto: la inacción,  en espera, declaran, de que el pretendido soufflé se deshinche, sin calibrar que quedar a la espera, sin evaluar alternativas no suele ser un modo adecuado de resolver el problema—o de aclarar la situación—. Dilatar la espera prácticamente equivale a prolongar la existencia del problema, y prolongar el problema equivale a su vez a dilatar la espera de la solución. No es una opinión personal: ya los filósofos del siglo XVII (Descartes, Spinoza,…)  contemplan lo pernicioso de la espera de que aquello que se teme no ocurra porque eso tiene fuertes implicaciones en la esfera de la vida pública, ya que abre un camino muy efectivo para influir, en  quien sí se muestra activo, sobre la conducta de las personas.

En este sentido, el gobierno, enrocado en su único argumento de que la Ley actual no lo permite, ni tan siquiera se avino a conocer las razones que justificaban ese desapego inicial y si eran aspectos negociables y/o solventables por uno u otro bando, edificando un muro de incomprensión y cerrazón al diálogo (trufado mientras tanto de declaraciones de su disposición al diálogo siempre y cuando éste no incluyera debatir el derecho a decidir. Otro inciso de management: cualquier manual introductorio de negociación nos recuerda que se dialoga precisamente sobre lo que NO se está de acuerdo) que sólo ayudaba a consolidar un  sentimiento nacionalista hasta entonces marginal en porcentaje y la transformación gradual de una pregunta sobre la forma de relación Catalunya-España en otra ceñida al deseo de conseguir la independencia, una independencia mala, tal como se plantea, para ambas partes.

En definitiva mientras el problema seguía, no solo sin resolverse sino sin que hubiera ni el más mínimo diálogo sobre él, con la particularidad curiosa de que el ejecutivo catalán iba anunciando puntualmente su hoja de ruta para conseguir su propósito de conseguir realizar la consulta que permitiría saber el porcentaje de descontentos con el encaje Catalunya-España (es importante recordar que el tema era aún el del “derecho a decidir” y no otro), la única respuesta que iba dando el gobierno del PP era que esa consulta y todas sus formas variables que iban surgiendo como alternativas quedaban siempre fuera de la Constitución, fuera de la Ley y que, por lo tanto proponerlas era un delito.

Llegados a este punto de radicalidad, quizá convenga echar un vistazo a esa legislación, esa Constitución que se esgrime como perenne y único instrumento para justificar una negativa rotunda a la consulta, máxime si se tiene en cuenta que, al menos, dos de sus “padres”, Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón y Miquel Roca Junyent, expresaron por separado y con diferentes matices particulares, su opinión de que la consulta era realizable sin vulnerar la Carta Magna. Pasemos por alto la paradoja de que el acérrimo defensor actual de la “inviolabilidad e intocabilidad” de la Constitución sea precisamente el PP, continuador de la Alianza Popular de Fraga, que no sólo no votó la Constitución sino que hizo campaña en contra. Fijémonos en cambio en la apertura de miras de sus redactores, que, en aquellos años, mientras trabajaban, no dejaban de sentir en el cogote el aliento fétido y viscoso de la involución armada (que, como todos sabemos, cuajó menos de tres años después de la promulgación de la Constitución, el 23 de febrero de 1981). Un ejemplo ilustrativo de la dureza de esos trabajos de redacción que, ya que estamos, afecta a Catalunya: durante ellos se produjo un intenso debate (ahí están las hemerotecas para corroborarlo) en torno a la aplicación del término “nación” a Euskadi, Catalunya y quizá Galicia, con lo que España se constituía con normalidad en lo que en el fondo es, una nación de naciones; ese ciclón que era Fraga, respaldado por esos poderes fácticos que todos conocían, se negó en redondo y al final sólo se consiguió que figurara la mención a eso de “nacionalidades y regiones”, un híbrido que define poco pero que demuestra  la apertura de visión de entonces que se contradice a la lectura literal de ahora, en un ejercicio de ignorancia política y arrogancia.

No es descabellado, pues, decir que parece evidente la necesidad de plantear serenamente una revisión de la Constitución, y no, como dicen algunos por la presión secesionista. sino porque toda ella se redactó en unas condiciones socio-políticas que nada tienen que ver con las de ahora (pese a algunos nostálgicos). Y lo que es más importante en tanto no se aborda esa revisión: se ha de ser extremadamente prudente en la interpretación literal de la Carta Magna ya que no puede olvidarse, y mucho menos desdeñar, que muchos de sus artículos incorporan contenido entre líneas ante la imposibillidad en su día de redactarlo de otra forma.
Siempre Forges...
Volviendo a la aplicación del esquema de management en gestión de conflictos a este caso, se ha de reconocer que la fase de burla ha sido de poco recorrido una vez comprobado, en muy poco tiempo (menos el gobierno, al parecer), que la cosa se planteaba en serio, que eso de que un número importante y creciente de ciudadanos requerían analizar el encaje de la Autonomía en el Estado no era una ventolera momentánea, sino algo mucho más profundo. Se pasó entonces al insulto y al ataque al rival político transformado ya en el enemigo, al punto que está justificada su destrucción (repetimos, porque es fundamental en el análisis, sin dar ni un solo paso para conocer de verdad las razones que justifican el desapego origen del conflicto).
Con todo ello, el escenario de estrategia que se origina se baste de dos elementos:

-         -   Lo que pide una parte importante de la ciudadanía es contrario a la ley, sin entrar a valorar otras alternativas, analizar el porqué de la situación ni, apurando, si vale la pena estudiar el fondo de la ley y sus interpretaciones que puede llegar (¿por qué no?) a su modificación en aras de la convivencia positiva de y para ésta y para otras ocasiones a futuro (no es ninguna exageración: jugar con este sentimiento es jugar con fuego y en estos meses se han visto ya manifestaciones por el derecho a decidir en Euskadi, en Valencia…. y en Madrid).

-        -    El gobierno tiene el gravísimo error de tratar la situación como un capricho de Mas, sin darse cuenta de que Mas, que, curiosamente,  nunca ha sido independentista, ha perpetrado su suicidio político en el sistema al recoger las demandas del pueblo que no estaban en la agenda de la legislatura y ofrecerse a canalizarlas legalmente mediante diálogo/negociación con el gobierno. Cualquiera que haya visto objetivamente la evolución del tema se da cuenta de que Mas no puede dar marcha atrás porque no es sin una mera correa de transmisión y la iniciativa es del pueblo, y de que, si Mas desaparece, el sentimiento no amaina. Mas no tiene futuro político (¿quién recuerda hoy. por ejemplo, a Alex Salmond, promotor del referéndum en Escocia una vez celebrado éste con normalidad?) salvo que sus rivales políticos se empeñen en convertirlo en héroe o mártir (o ambas cosas), lo que, por cierto, conduciría a una radicalización de las posturas. No, no es un capricho de Mas; es un movimiento ciudadano del que se ha de dialogar, con Mas o con otro, y es igual que corresponda a un 30, un 50 o un 70% de ciudadanos, si no se quiere seguir enquistando un problema en una creciente deriva independentista (como dice el gobierno) que  no la ha causado Mas sino la errónea y hermética acción/inacción del gobierno.

Un último apunte sobre el escenario: la estrategia del gobierno, del partido que lo sustenta, de sus portavoces y de sus corifeos de variado pelaje ha sido la de difundir el mensaje de “se ha de cumplir la ley”, sin explicar al ciudadano, particularmente el de fuera de Catalunya, nada de lo que pasaba ni del análisis de las razones que conducen al desencuentro. Causa rubor de vergüenza ajena, así, ver que, desde miembros del gobierno, incluido su presidente, hasta reputados comentaristas y tertulianos, exhiban una absoluta y vergonzosa ignorancia sobre el fondo del tema que se traduce en el insulto y denuesto constante hacia quien ose solamente pedir conocer otra versión que no sea la oficial.

Continúa...

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