Cuando un país permite que se instale en sus ciudadanos la
idea de que la educación es sólo una asignatura que se enseña en la escuela,
ajena al círculo de la familia, ese país tiene todos los números para acabar en
el desastre social. Es hora, en este momento y contexto, de reivindicar a
autores hoy olvidados como Gabriel y Galán[1],
que inicia el poema que le valió la concesión del premio de los Juegos Florales
de Salamanca, con un jurado presidido por Unamuno, con un contundente y
explícito “Yo aprendí en el hogar en qué se funda / la dicha más perfecta / y
para hacerla mía / quise yo ser como mi padre era….”, declaración de
imprescindible actualización y que choca frontalmente con determinados comportamientos
paternos actuales, desde luego ajenos a su responsabilidad educadora.
Choca, por ejemplo, con esa idea socialmente aceptada de que
el respeto por los demás, (ceder el asiento en el bus a una mujer embarazada,
el no colarse en los transportes públicos, el no insultar al rival deportivo –
y no digamos al político - por el simple hecho de serlo, y nimiedades variadas
así), la cultura del esfuerzo, el obrar
bien como norma y no como herramienta para ser premiado, etc., son cosas que
“se aprenden en la escuela” y no en la observación de conductas cercanas. Así se
llegan a dislates tales como que todo un presidente de gobierno le ría
ostensiblemente “las gracias” a su hijo en público para, acto seguido
propinarle un par de collejas, también en público, por ellas. ¿Cuál de los dos
mensajes es el que debe captar el tierno infante? ¿Es eso educación realmente?
O lo que es peor: recientemente ha habido que lamentar, en una ciudad cercana a
Barcelona, el suicidio de un adolescente incapaz de soportar por más tiempo el
acoso a que era sometido por ser diferente del resto de sus compañeros; lo
realmente escandaloso es que, representantes oficiales de Educación se han
apresurado a salir a la palestra para pregonar que los protocolos del caso se
estaban cumpliendo escrupulosamente, sin que, además, las asociaciones de
padres hayan añadido ni pío ni mencionar, aunque sea tangencialmente, su
responsabilidad. Sin comentarios. No, educación es algo más que los
conocimientos que se aprenden en la escuela, y el país que aliente o,
simplemente, permita otra idea, va directo al fracaso colectivo. Y eso, ya se
ve, es ajeno a ideologías, o al menos a aquellas ideologías que no necesitan
nutrirse del desprecio a la diferencia ni del acudir a promover las bajas
pasiones de la condición humana.
Con el permiso de Gabriel Celaya[2],
cambiaremos la palabra “poesía” por la de “educación” para afirmar con determinación
que la educación es un arma cargada de
futuro.
Desde ese punto de vista sí que es admisible la utilización
de la educación como arma política (no partidista, ojo) en tanto es un
instrumento válido para contribuir a diseñar el futuro. Y llega, pues, la
pregunta del millón: ¿Qué futuro quieren nuestros políticos para España? (en el
bien entendido, parafraseando a Churchill, de que se habla de futuras
generaciones y no de futuras elecciones). Esto entronca con una pregunta
aparentemente fácil pero que se revela como complicadísima para nuestra clase
política: ¿Qué es España?
La respuesta excede las reflexiones de este blog, si bien
parece necesario puntualizar que estamos hablando de futuro y educación, lo que
excluye definir a España solamente como pasado e historia. El tener claro este
concepto para elaborar planes de futuro ahorraría bochornos tales como
promulgar una ley, llamada paradójicamente de “mejora de la calidad de la
enseñanza”, que es presentada en sede parlamentaria por el ministro del ramo para españolizar a los niños catalanes. En
el fondo duele ver a un ministro (y a un gobierno) que derrocha tamaña
arrogancia, insensibilidad… e ignorancia, porque, vamos a ver: ¿Qué entiende
por “españolizar”? ¿Cuestionarle que estudie en el idioma que aprendió de sus
padres y con el que se comunica, ama y reza? ¿Obligarle a declarar un amor a
España superior que a Catalunya? ¡Qué tontería! ¿No sería mejor trabajar en
normas basadas en el respeto hacia todos en lugar de en el enfrentamiento entre
comunidades para hacer un país del que sentirse todos orgullosos? Es éste un
trabajo claro de educación… y de cultura, ya que el ministro (y el gobierno) no
puede ignorar la existencia de numerosos países que aglutinan ciudadanos con
diferentes culturas, creencias, lenguas,… con un parejo grado de respeto en
todos y, por ello, un incuestionable sentido de patriotismo común, lejos del imperial y pernicioso “un país, una
lengua”, que aún campa a sus anchas en determinados ambientes.
Como se puede ver, sobre el papel, la educación basada en el
respeto puede servir, incluso, para ayudar a definir positivamente el país.
Pero supongamos que ya no hay dudas sobre el proyecto común a desarrollar;
viene entonces la labor de identificar qué objetivo de futuro se busca para ese
proyecto: una sociedad industrial, de servicios, de investigación,… en la que
haya cabida para todos, eligiendo la educación/cultura de conocimientos /
habilidades adecuadas.
Conviene tener en cuenta a partir de este punto que estamos hablando
de identificar/definir/escoger opciones educativo/formativas válidas en un
futuro indeterminado, para las personas y, por supuesto, para ese país que
hemos imaginado, lo que no es fácil en absoluto. Y, para calibrar su
dificultad, pensemos en algo tan común hoy como un automóvil y echemos la
vista, por ejemplo, cincuenta años atrás. Resulta indiscutible no sólo que un
coche de hoy, ni en diseño, ni en ergonomía, ni en prestaciones, ni en consumo,
ni en materiales que lo compone, ni en…. se parece en nada a uno de hace esos
cincuenta años, sino que la técnica a aplicar para su fabricación es la misma.
Llevada esa premisa a la evolución de la formación, las materias que integran
la titulación de un profesional de la industria del automóvil han tenido que
evolucionar con el tiempo[3].
Y es sólo un ejemplo. En los últimos años, han surgido como
hongos nuevas profesiones cuya existencia era sencillamente inimaginable hace relativamente
poco tiempo, en una tendencia visible en todos los campos: sanidad y su
entorno, tecnología, finanzas, ocio, la misma educación, no digamos la
informática y el vasto mundo que la rodea, y un largo etcétera.
Aplicando ese mismo criterio, es pretencioso querer saber
hoy qué sociedad encontrará en sus años de desarrollo personal un infante que
inicie ahora su educación. No es descabellado admitir (y trabajar sobre esa
idea) que, dentro de 20, 30, 40 años, algunas profesiones actualmente en la
cresta de la ola puedan haberse mantenido con pocos cambios, haber evolucionado hasta su transformación total… o
haber desaparecido, a la vez que otras profesiones, que hoy ni por asomo se nos
pueden ocurrir, sean imprescindibles en esa sociedad del futuro próximo. Eso
nos lleva a la conclusión de que elaborar planes nacionales de estudios para el
futuro basados en la realidad actual no parece una idea excesivamente brillante.
Pero los planes son necesarios. ¿Qué hacer?
Lejos de nuestro ánimo establecer hipótesis de actuación que
no nos corresponden sino sólo poner en negro sobre blanco algunas reflexiones finales.
La primera es lo que parece una necesidad, la de que la clase política se olvide
de aspectos partidistas en el estudio para la definición CONJUNTA de país y del
ciudadano que queremos para construir un futuro coherente para las próximas generaciones,
no para las próximas legislaturas. Lo segundo es dar el protagonismo a las comunidades educativas, científica y
demás relacionadas huyendo de viejos y perniciosos esquemas en los que el
diseño educativo se ha hecho políticamente a sus espaldas, sin recabar, ni tan
siquiera, su opinión.
Y no olvidar nunca que, para un futuro mejor, el núcleo es
la persona, por lo que, a nuestro juicio, debe priorizarse ésta y divulgar una
enseñanza/educación lo suficientemente abierta y maleable para adaptarse a las necesidades
de la sociedad del momento sin menoscabar los valores y sin que impacte
negativamente en la, sin duda, trabajosa construcción de ese futuro común.
[1] José
María Gabriel y Galán (1870-1905) fue un maestro de escuela y poeta, conocido y
popular por la temática familiar de su obra, en la que ensalza los valores de
la persona y su entorno cercano, el amor, la vida sencilla, el mundo rural (por lo que
hoy lo calificaríamos como pre-ecologista), el patriotismo no basado en historia ni símbolos,… A pesar de (o quizá precisamente
por) este “éxito de público” la poesía de José María Gabriel y Galán ha sido
denostada en general por la crítica, y no se le valora adecuadamente tampoco su intento
de dignificar el habla rural extremeña, el castúo,
con poemas señeros en esa lengua como “El embargo” (Señol jues, pasi
usté más alanti / y que entrin tos esos, / no le dé a usté ansia / no le dé a
usté mieo…)
[2] Rafael Gabriel Juan Múgica Celaya Leceta, (1911-1991),
poeta de la generación literaria de posguerra, uno de los más destacados
representantes de la que se denominó «poesía comprometida» o poesía social.
[3] A título
de anécdota, quien suscribe tuvo la necesidad, hace años, de solicitar el
traslado de un expediente académico entre diferentes distritos universitarios
de este país. Inopinadamente, la lucha burocrática se presentó feroz porque había
problemas en hacerlo porque los planes de
estudio habían cambiado; sin embargo, un titulado con los planes “obsoletos”
podía ejercer tranquilamente sin necesidad de convalidar ni actualizar conocimientos,
en una muestra más del divorcio que aún se observa en muchos casos entre
Universidad y sociedad.
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