domingo, 24 de enero de 2016

Los nuevos zocos

A la espera de las conclusiones del Foro de Davos y el encaje de sus grandilocuentes, "buenistas" y efímeros discursos con, por ejemplo, la simultánea reunión en París para analizar cómo se enfocaría la difícil situación actual desde una mayoría de gobiernos de izquierda en Europa, bueno es tomar aire e intentar evadirse con temas de poca trascendencia.

A poco que uno se mueva por esos mundos, incluyendo los movimientos llamados "domésticos" (que, por cierto, no son el viaje desde la salita al dormitorio de la domus, la casa familiar), descubrirá que los aeropuertos, que hasta hace pocas fechas eran lugares con un cierto magnetismo (por el trasiego de gente, las emociones contenidas entre quienes marchan o llegan, el mosaico diverso de personas, las perennes prisas,...), se están convirtiendo, por un lado, en recintos peligrosísimos, en los que una simple sonrisa a destiempo, un guiño o una mirada de reojo puede desencadenar toda una tormenta en el numerosísimo personal de seguridad (?) que pulula, con y sin uniforme, por doquier. Y no digamos si a alguien se le ocurre decir en voz alta un inocente chiste que alguien interpreta que es sobre la seguridad …

¿No estaremos perdiendo el norte? Sí, sí, ya sabemos que las “normas de seguridad” a las que estamos sometidos aún son motivo permanente de debate sobre su legitimidad o no, pero, intenta decírselo al guardia de seguridad que te hace volver sobre tus pasos, quitarte el cinturón de plástico (pese a que, como es natural, no ha producido ningún pitido), depositarlo mansamente en el scanner y volver a pasar bajo el arco. Y luego recupera tus enseres, que esa es otra. La línea aérea o la terminal que patente un checklist para viajeros, se forra, porque lo que está claro es que siempre olvidas algo: ordenador portátil aparte con la batería cargada, que funcione (al que suscribe le costó en una ocasión Dios y ayuda convencer al empleado de seguridad de turno que una batería adicional de ordenador que llevaba era justamente eso: una bateriá de PC y no ningún artilugio que la fértil imaginación del probo empleado suponía) y solito en una bandeja mugrienta; por otro lado, a saber: monedas, relojes, anillos, teléfonos móviles, líquidos, la chaqueta, los zapatos, medicamentos, peligrosos bolígrafos, toallitas húmedas, ….todo ello en otras bandejas que también muestran “heridas de guerra” en su superficie en forma de trozos de etiquetas sucias adheridos, rincones pringosos, etc. Eso sí, el enojoso y lento trámite iguala a los viajeros de business y al resto de los mortales cuando ves que en la dichosa bolsita para líquidos, el encopetado y tirante viajero de clase business exhibe orgulloso que la marca de su colonia y champú coinciden con el nombre de una cadena de hoteles o que el dentífrico aún tiene visible la pegatina de “cortesía de …”
No usual pero normal
Y luego, una vez se ha conseguido superar el examen/inspección/registro de seguridad, facturado lo facturable, y ya camino de la puerta de embarque para entrar al avión, está el bonito juego de hacer entender a algunos/as que las matemáticas son ciencias exactas y que no cuela eso de que “un sólo bulto” no es exactamente igual que una maleta de dudosas dimensiones más un maletín de ordenador más una bolsa de trajes más un bolso rígido al hombro con vete a saber qué adminículos.

Dejamos para mejor ocasión el apasionante mundo de los trámites de conexión entre vuelos, los vericuetos que siguen los equipajes desde que uno los deposita cuidadosamente en el mostrador de embarque hasta que los recoge (o no) en una cinta cansina y tardía, que siempre es la más alejada de la puerta de desembarque.




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