domingo, 1 de mayo de 2016

La “unión” que crea desunión



Durante unos días de retiro obligado, alejado del mundanal ruido (que diría Fray Luis de León sobre la vieja idea expuesta por Virgilio), he tenido la oportunidad de coincidir con un apasionado del correcto uso del lenguaje (de los lenguajes, matizaba yo en nuestras conversaciones) que se lamentaba, con razón, del deterioro perceptible que se observa, en gran parte debido a los cambios de modos de vida y a la vorágine relacional y social actual, a la absoluta supremacía del inglés en todos los ámbitos, a la caída del hábito de lectura (y no digamos de escritura), a la aparición de tecnologías de comunicación que promueven y alientan el uso de mensajes cortos en una jerga de dudosa asimilación al idioma en que se basan, etc.

El hecho de que los referentes para esa persona de la concisión y pulcritud en el uso del lenguaje fueran los académicos Mario Vargas Llosa y Félix de Azúa no debería tomarse sino como un mero detalle anecdótico si no fuera porque, en base a él, las conversaciones se desviaron hacia el terreno pantanoso de que los lenguajes unen, con el matiz de que en estos tiempos convulsos que vivimos, esa característica es sólo aplicable al castellano, como idioma oficial. O sea, utilización política del verbo unir, lo que da pie a las siguientes reflexiones.

Desde el punto de vista meramente lingüístico, ya investigó Noam Chomsky[1] acerca de la común raíz evolutiva de las lenguas, desarrollando el concepto de gramática universal, teoría lingüística que afirma que subyacen determinados principios comunes a todas las lenguas naturales y que estos principios son innatos dentro de la condición humana y van más allá de la gramática nocional. No es que todas las lenguas tengan la misma gramática, claro, sino que hay una serie de reglas que ayudan a los niños que, eso sí, crecen y se desarrollan en condiciones normales (es decir, no en condiciones extremas de ningún tipo), a adquirir su lengua materna. Así, los hablantes que dominan una determinada lengua saben perfectamente qué expresiones son aceptables en esa lengua y qué expresiones no lo son.  

Si se admiten las teorías de Chomsky (universalmente aceptadas por cierto, todo hay que decirlo), hay que admitir que, en tanto el lenguaje es algo que pertenece a la condición humana de cada persona y que por su génesis no hay lenguas superiores a otras (otra cosa es la supremacía actual del inglés, espejo de los avances técnicos, científicos, etc.), puede existir sin  problemas espíritu de unión o de pertenencia entre los miembros de una comunidad con independencia del idioma que utilicen o, dicho de otra forma, los lenguajes nunca son causa de desunión (salvo que se ataque, penalice o impida su uso), y resulta perverso utilizar políticamente aspectos que corresponden únicamente a la condición humana.

Y ya que hemos llegado a la manipulación política, no ya de los idiomas, sino del concepto Unión, todo indica que aquellos que usan la expresión para sus fines suelen exhibir un grado de desconocimiento palmario y preocupante, entre otras cosas en la identificación del público objetivo al que se dirige esa unión e incluso en el propio objetivo final de la misma.



Veamos: según el Diccionario de la Real Academia, UNIÓN se define como
1. f. Acción y efecto de unir o unirse.
2. f. Correspondencia y conformidad de una cosa con otra, en el sitio o composición.
3. f. Conformidad y concordia de los ánimos, voluntades o dictámenes.
… y 11 acepciones más que no vienen al caso. Parece lógico que, políticamente, descuelle la acepción número 3 sobre las demás. Pero también parece haber una cierta confusión en el uso de la palabreja. 

Un solo ejemplo, y no precisamente del ámbito lingüístico.

Hace pocos días, la Asociación para salvar el Archivo  de Salamanca[2] llevó a cabo una serie de acciones bajo el lema El archivo nos une, y cabe preguntarse legítimamente ¿a quién une?, y, lo que resulta más importante: el archivo ¿une o desune?

Si pensamos que lo de Salamanca es realmente un conjunto de documentos confiscados por medio de la violencia armada y del expolio y usados para la represión y que no fue sino hasta el año 1999, concretamente mediante el Real Decreto 426/1999, de 12 de marzo, que no se convierte en Archivo, a nadie debe extrañar que, con la democracia ya consolidada, y pudiendo hablar con más claridad de ciertas cosas, se genere un movimiento para reclamar la devolución de esos documentos, muchos de ellos sin más valor que el sentimental, y se haga oficial la reclamación de devolución.

¡Ahí fue Troya! Como muestra de un exacerbado nacionalismo castellano (que dicen que no existe), se sucedieron pseudo-argumentos contrarios a la devolución de documentos robados con violencia, basados generalmente en el servicio de algún proyecto archivístico on line o en criterios científicos, pero coronados al fin por lo que dijo en 1995 (recordemos, cuando aún ni se había creado el Archivo) el escritor Gonzalo Torrente Ballester con una franqueza de agradecer, que los documentos deben permanecer en Salamanca por ser “botín de guerra, justo derecho de conquista”. Hay qiien afirma que Torrente Ballester, octogenario, fue instrumentalizado ya que a nadie se oculta la irresponsabilidad de argumentar la victoria de un bando en un ignominioso enfrentamiento armado para llegar a un consenso sobre un conflicto puramante administrativo nacido, precisamente, por ese enfrentamiento.

Sin alimentar la controversia en este caso concreto, que aún colea y que requerirá para su solución final grandes dosis de sentido común y no de radicalidad, la reflexión sobre el uso espurio e interesado, aunque (está demostrado) rodeado de ignorancia, por los políticos del concepto Unión parece de total vigencia y alejado del que define el DRAE. ¿Llegarán a trabajar por la consecución de lo que significa el término correcto?


[1] Avram Noam Chomsky (Filadelfia, 1928) es un lingüista, filósofo y activista estadounidense, una de las figuras más destacadas de la lingüística del siglo XX, gracias a sus trabajos en teoría lingüística y ciencia cognitiva. Es también conocido su activismo político, caracterizado por una fuerte crítica del capitalismo contemporáneo. Ha sido señalado por el New York Times como «el más importante de los pensadores contemporáneos».
Propuso la gramática generativa, con la sintaxis en el centro de la investigación lingüística, lo que cambió la perspectiva, los programas y métodos de investigación en el estudio del lenguaje. Su lingüística es una teoría de la adquisición individual del lenguaje e intenta ser una explicación de las estructuras y principios más profundos del lenguaje. Se opuso con dureza al empirismo filosófico y científico en favor del racionalismo cartesiano. Todas estas ideas chocaban frontalmente con las sostenidas tradicionalmente por las ciencias humanas, lo que concitó múltiples adhesiones, críticas y polémicas que le han acabado convirtiendo en uno de los autores más valorados, respetados y citados.

[2] El Archivo General de la Guerra Civil Española está situado en la ciudad de Salamanca y es continuación de la Sección de la Guerra Civil del Archivo Histórico Nacional, creado durante la guerra por el franquismo para almacenar toda la documentación incautada durante la contienda y que no fue transportada o destruida por los vencidos en su huida al finalizar la guerra. El saqueo afectó a todos los territorios, si bien su principal fondo documental lo constituye los llamados “papeles de Salamanca” cuyo origen es que, cuando se produjo la caída de Cataluña en manos del bando sublevado, a finales de enero de 1939, las autoridades militares franquistas se incautaron de toda la documentación que pudieron encontrar en las sedes de las instituciones, los partidos políticos, las organizaciones sindicales, las asociaciones culturales, y los domicilios de particulares, para que eventualmente sirvieran de pruebas con las que perseguir y juzgar a los que habían apoyado al bando republicano en la guerra. Toda esa enorme masa documental —junto con carteles, revistas, periódicos, folletos y libros— se envió a Salamanca, no por la tradición cultural de la ciudad, sino por ser donde se encontraba el Cuartel General del bando del general Franco y se calcula que con toda la documentación incautada por el bando sublevado a lo largo de la Guerra Civil Española, se elaboraron unos tres millones y medio de fichas de españoles.
La prueba de que el Archivo nunca fue tal es que durante la dictadura se cubrió su existencia con un silencio ominoso y los historiadores no pudieron acceder a esta documentación y sólo a partir de la llamada transición democrática, los investigadores lo pudieron hacer.

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