Durante unos días de retiro obligado, alejado del mundanal ruido (que diría Fray Luis de León sobre la
vieja idea expuesta por Virgilio), he tenido la oportunidad de coincidir con un
apasionado del correcto uso del lenguaje (de los lenguajes, matizaba yo en nuestras conversaciones) que se lamentaba,
con razón, del deterioro perceptible que se observa, en gran parte debido a los
cambios de modos de vida y a la vorágine relacional y social actual, a la
absoluta supremacía del inglés en todos los ámbitos, a la caída del hábito de
lectura (y no digamos de escritura), a la aparición de tecnologías de comunicación
que promueven y alientan el uso de mensajes cortos en una jerga de dudosa asimilación
al idioma en que se basan, etc.
El hecho de que los referentes para esa persona de la concisión
y pulcritud en el uso del lenguaje fueran los académicos Mario Vargas Llosa y
Félix de Azúa no debería tomarse sino como un mero detalle anecdótico si no
fuera porque, en base a él, las conversaciones se desviaron hacia el terreno pantanoso
de que los lenguajes unen, con el
matiz de que en estos tiempos convulsos que vivimos, esa característica es sólo aplicable al castellano, como
idioma oficial. O sea, utilización política del verbo unir, lo que da pie a las
siguientes reflexiones.
Desde el punto de vista meramente lingüístico, ya investigó
Noam Chomsky[1] acerca
de la común raíz evolutiva de las lenguas, desarrollando el concepto de
gramática universal, teoría lingüística que afirma que subyacen determinados
principios comunes a todas las lenguas naturales y que estos principios son
innatos dentro de la condición humana y van más allá de la gramática nocional.
No es que todas las lenguas tengan la misma gramática, claro, sino que hay una
serie de reglas que ayudan a los niños que, eso sí, crecen y se desarrollan en
condiciones normales (es decir, no en condiciones extremas de ningún tipo), a
adquirir su lengua materna. Así, los hablantes que dominan una determinada
lengua saben perfectamente qué expresiones son aceptables en esa lengua y qué
expresiones no lo son.
Si se admiten las teorías de Chomsky (universalmente
aceptadas por cierto, todo hay que decirlo), hay que admitir que, en tanto el lenguaje es algo que pertenece a la condición humana de cada persona y que por su génesis no hay lenguas superiores a otras (otra cosa es la supremacía actual del inglés, espejo de los avances técnicos, científicos, etc.), puede existir sin problemas espíritu de unión o de pertenencia entre
los miembros de una comunidad con independencia del idioma que utilicen o,
dicho de otra forma, los lenguajes nunca son causa de desunión (salvo que se
ataque, penalice o impida su uso), y resulta perverso utilizar políticamente
aspectos que corresponden únicamente a la condición humana.
Y ya que hemos llegado a la manipulación política, no ya de
los idiomas, sino del concepto Unión,
todo indica que aquellos que usan la expresión para sus fines suelen exhibir un
grado de desconocimiento palmario y preocupante, entre otras cosas en la
identificación del público objetivo al que se dirige esa unión e incluso en el
propio objetivo final de la misma.
Veamos: según el Diccionario de la Real Academia, UNIÓN se define
como
1. f. Acción y efecto de unir o unirse.
2. f. Correspondencia y conformidad de una cosa con otra, en
el sitio o composición.
3. f. Conformidad y
concordia de los ánimos, voluntades o dictámenes.
… y 11 acepciones más que no vienen al caso. Parece lógico
que, políticamente, descuelle la acepción número 3 sobre las demás. Pero
también parece haber una cierta confusión en el uso de la palabreja.
Un solo ejemplo,
y no precisamente del ámbito lingüístico.
Hace pocos días, la Asociación
para salvar el Archivo de Salamanca[2]
llevó a cabo una serie de acciones bajo el lema El archivo nos une, y cabe preguntarse legítimamente ¿a quién une?,
y, lo que resulta más importante: el archivo ¿une o desune?
Si pensamos que lo de Salamanca es realmente un conjunto de
documentos confiscados por medio de la violencia armada y del expolio y usados para
la represión y que no fue sino hasta el año 1999, concretamente mediante el
Real Decreto 426/1999, de 12 de marzo, que no se convierte en Archivo, a nadie
debe extrañar que, con la democracia ya consolidada, y pudiendo hablar con más
claridad de ciertas cosas, se genere un movimiento para reclamar la devolución de
esos documentos, muchos de ellos sin más valor que el sentimental, y se haga
oficial la reclamación de devolución.
¡Ahí fue Troya! Como muestra de un exacerbado nacionalismo
castellano (que dicen que no existe), se sucedieron pseudo-argumentos contrarios
a la devolución de documentos robados con
violencia, basados generalmente en el servicio de algún proyecto
archivístico on line o en criterios científicos, pero coronados al fin por lo
que dijo en 1995 (recordemos, cuando aún ni se había creado el Archivo) el
escritor Gonzalo Torrente Ballester con una franqueza de agradecer, que los
documentos deben permanecer en Salamanca por ser “botín de guerra, justo
derecho de conquista”. Hay qiien afirma que Torrente Ballester, octogenario, fue instrumentalizado ya que a nadie se oculta la irresponsabilidad de argumentar la victoria de un bando en un ignominioso enfrentamiento armado para llegar a un consenso sobre un conflicto puramante administrativo nacido, precisamente, por ese enfrentamiento.
Sin alimentar la controversia en este caso concreto, que aún
colea y que requerirá para su solución final grandes dosis de sentido común y no de radicalidad, la reflexión sobre el uso espurio e interesado, aunque (está demostrado) rodeado de
ignorancia, por los políticos del concepto Unión
parece de total vigencia y alejado del que define el DRAE. ¿Llegarán a trabajar
por la consecución de lo que significa el término correcto?
[1] Avram
Noam Chomsky (Filadelfia, 1928) es un lingüista, filósofo y activista
estadounidense, una de las figuras más destacadas de la lingüística del siglo
XX, gracias a sus trabajos en teoría lingüística y ciencia cognitiva. Es
también conocido su activismo político, caracterizado por una fuerte crítica
del capitalismo contemporáneo. Ha sido señalado por el New York Times como «el
más importante de los pensadores contemporáneos».
Propuso la gramática
generativa, con la sintaxis en el centro de la investigación lingüística,
lo que cambió la perspectiva, los programas y métodos de investigación en el
estudio del lenguaje. Su lingüística es una teoría de la adquisición individual
del lenguaje e intenta ser una explicación de las estructuras y principios más
profundos del lenguaje. Se opuso con dureza al empirismo filosófico y
científico en favor del racionalismo cartesiano. Todas estas ideas chocaban
frontalmente con las sostenidas tradicionalmente por las ciencias humanas, lo
que concitó múltiples adhesiones, críticas y polémicas que le han acabado
convirtiendo en uno de los autores más valorados, respetados y citados.
[2] El
Archivo General de la Guerra Civil Española está situado en la ciudad de
Salamanca y es continuación de la Sección de la Guerra Civil del Archivo
Histórico Nacional, creado durante la guerra por el franquismo para almacenar
toda la documentación incautada durante la contienda y que no fue transportada
o destruida por los vencidos en su huida al finalizar la guerra. El saqueo afectó a todos los territorios, si bien su principal
fondo documental lo constituye los llamados “papeles de Salamanca” cuyo origen es
que, cuando se produjo la caída de Cataluña en manos del bando sublevado, a
finales de enero de 1939, las autoridades militares franquistas se incautaron
de toda la documentación que pudieron encontrar en las sedes de las
instituciones, los partidos políticos, las organizaciones sindicales, las
asociaciones culturales, y los domicilios de particulares, para que
eventualmente sirvieran de pruebas con las que perseguir y juzgar a los que
habían apoyado al bando republicano en la guerra. Toda esa enorme masa
documental —junto con carteles, revistas, periódicos, folletos y libros— se
envió a Salamanca, no por la tradición cultural de la ciudad, sino por ser
donde se encontraba el Cuartel General del bando del general Franco y se calcula que con
toda la documentación incautada por el bando sublevado a lo largo de la Guerra
Civil Española, se elaboraron unos tres millones y medio de fichas de
españoles.
La prueba de que el Archivo nunca fue tal es que durante la dictadura se cubrió su
existencia con un silencio ominoso y los historiadores no pudieron acceder a
esta documentación y sólo a partir de la llamada transición democrática, los
investigadores lo pudieron hacer.
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