miércoles, 18 de mayo de 2016

Uso y abuso de la "historia" - (3) - ¿Existe la historia?



Se atribuye a Nicolás Avellaneda, abogado, periodista y político argentino, presidente de su país entre 1874 y 1880, la autoría de la conocida frase "Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla", pero no consta la identificación de a qué se refería cuando hablaba de historia.

Según el vigente diccionario de la Real Academia de la Lengua, el vocablo Historia admite diversas acepciones en su significado, a saber:

Historia (Del lat. historĭa, y este del gr. ἱστορία historia)
1. f. Narración y exposición de los acontecimientos pasados y dignos de memoria, sean públicos o privados.
2. f. Disciplina que estudia y narra cronológicamente los acontecimientos pasados.
4. f. Conjunto de los sucesos o hechos políticos, sociales, económicos, culturales, etc., de un pueblo o de una nación.
7. f. Narración inventada.
Fijémonos en la acepción número 7, con más repercusión de la que se pueda pensar, y pongámosla en relación con lo que afirmaba Napoleón (en idea asumida y actualizada por Winston Churchill) de que "La historia es escrita por los ganadores"[1]

Que la historia oficial levanta suspicacias ni es nuevo ni ceñido a determinadas culturas, como lo demuestra que, ya en el siglo XVII, el filósofo inglés John Locke, representante de la corriente de pensamiento denominada empirismo,  que enfatiza el papel de la experiencia, ligada a la percepción sensorial, en la formación del conocimiento, dejara escrito en su obra Some thoughts concerning Education (Algunos pensamientos sobre la Educación) que «Casi todo lo que habla la historia no es otra cosa sino peleas y matanzas, y el honor y el prestigio que se concede a los conquistadores (quien en su mayor parte no son sino grandes carniceros de la humanidad), engaña aún más a los jóvenes que están creciendo, que por este medio llegan a pensar que la masacre [es] el negocio laudable de la humanidad, y la más heroica de las virtudes. Mediante estos pasos, [una] crueldad no natural es sembrada en nosotros, y lo que la humanidad aborrece, la costumbre lo reconcilia y nos lo recomienda, posicionándola en forma de honor. Así, por medio de modelos y opinión, eso pasa a ser un placer, que por sí misma ni lo es, ni lo puede ser a cualquiera.»

Y bien mirado, esta atroz reflexión sobre la historia  cuadra con el hecho, apuntado por Napoleón y Churchill, de que ésta pertenezca/se identifique a/con los vencedores de las contiendas, cuya intención, aunque sólo sea por pura inercia, es mantener el status y prerrogativas del ganador. De acuerdo con esta premisa, y lejos de la asepsia de las definiciones que nos ofrece el Diccionario de la RAE, nos permitimos proponer la definición de historia como la narración (u ocultación) de tal manera de los hechos acaecidos que se justifique el presente, produciendo la perversa creación de una forma de patriotismo basada en una única visión que se presenta, además, como la verdadera e indiscutible y que conlleva la demonización (cuando no algo mucho más grave) del discrepante o de quien se atreve a cuestionar esa versión oficial. Este factor lleva a convertir la historia en una herramienta de manipulación y adoctrinamiento potentísima que, a lo largo de los tiempos ha sido usada por prácticamente todos los países, desde las burdas manipulaciones de fotografías a las que nos tenía acostumbrados el régimen soviético hasta insinuaciones y manejos sutiles que pasan a menudo desapercibidos[2].
¿Estaban o no Trotsky, Kamenev y Khalatov con Lenin?

Pero empezábamos esta entrada recordando a Avellaneda y su frase de que "Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla" y, a la vista de la evidencia del uso retorcido de la historia por las clases dirigentes a través de los siglos, concluir que se presenta difícil ese propósito de no repetirla, que requiere un mínimo de objetividad en la información “histórica” de que disponemos; eso cuando no llega al punto de descubrir su ocultación.

Un ejemplo de actualidad. Con motivo de la crisis de la llegada a Europa de los refugiados que huyen de la guerra de Siria (sin entrar en esta ocasión a opinar sobre la vergonzosa respuesta al problema por parte de las autoridades europeas), numerosas voces se han alzado comparando la situación con la que vivieron hace 75 años los españoles que huían de nuestra guerra (in)civil tras el triunfo de las tropas franquistas y, al efecto, se sacaron de los archivos viejas fotografías que reflejaban un sufrimiento parecido al de otras fotografías actuales de familias sirias condenadas a alojarse en campos de refugiados en su huida del horror. Pero, realmente, ¿se conoce el drama de los refugiados españoles de entonces? ¿O pertenece a aquel capítulo de la historia celosamente ocultado por el bando vencedor?

Quizá valga la pena recordarlos para poder evitar “repetir la historia”

La suerte desfavorable para las tropas de la República en nuestra guerra supuso un grave problema para las autoridades francesas que, en principio, por Decreto Ley del 12 de noviembre de 1938, mencionaba a los españoles que huían como "extranjeros indeseables" y proponía la expulsión de todos ellos. Pero con la caída de Cataluña en manos franquistas, hasta medio millón de personas se dirige a la frontera en busca de refugio y el 5 de febrero de 1939  se permite el paso de la masa de refugiados por la frontera que hasta entonces permanecía oficialmente cerrada, separándose a los hombres (identificados como combatientes) de las mujeres y se les confina en unos “establecimientos especiales temporales” que muy poco después se convirtieron en "reclusión administrativa" y en pocos meses se creaban diversos campos de internamiento, realmente campos de concentración, para encerrar a esos cerca de 550.000 españoles que huyeron de la represión franquista.

La mayoría de estos campos se construyeron a toda prisa cerca de la frontera, en forma de barracones o de zonas vigiladas a la intemperie, y no disponían de agua potable ni de las mínimas condiciones higiénicas. A los prisioneros apenas se les daba comida, y nunca se les ofreció agua potable ni ropa de abrigo o para refugiarse del viento. Muchos murieron de desnutrición, enfermedades diversas, durante torturas o asesinados.
Los campos más importantes, por su tamaño, fueron los de Argelès-sur-mer, Saint Cyprien plage (lo que son las cosas, actualmente es una celebrada playa nudista) y Rivesaltes[3].

A los seis meses del establecimiento de los campos estalló la Segunda Guerra Mundial y, cuando las tropas alemanas del III Reich invadieron Francia, en junio de 1940, muchos de los refugiados españoles se alistaron en el Ejército de Francia para luchar contra los nazis (miles de los cuales tuvieron la desgracia de caer prisioneros y volver a campos de concentración, sobre todo en el Campo de concentración de Mauthausen-Gusen, donde hubo 7.300) y también otros decidieron volver a España, ante la promesa de Franco de perdonar a quienes no hubiesen cometido delitos de sangre (que cumpliera o no su promesa, ya es otra historia).

En Argelès, en las proximidades de la Playa Norte, donde se ubicaba el campo, se halla un monolito con una placa en homenaje a los 100.000 españoles que pasaron por el campo, con la siguiente inscripción:

A la mémoire des 100.000 Républicains Espagnols, internés dans le camp d'Argelès, lors de la RETIRADA de Février 1939. Leur malheur: avoir lutté pour défendre la Démocratie et la République contre le fascisme en Espagne de 1936 à 1939. Homme libre, souviens toi. (A la memoria de los 100.000 republicanos españoles, internados en el campo de Argelès, tras la RETIRADA de febrero de 1939. Su desgracia: haber luchado para defender la Democracia y la República contra el fascismo en España de 1936 a 1939. Hombre libre, acuérdate.)

El monolito no fue erigido, por cierto, por ninguno de los diferentes gobiernos españoles que se han venido sucediendo. Ya se ve qué difícil es evitar que se repita la historia si nos ha sido escamoteada. Pero esta manía de ocultar hechos y sus porqués puede alcanzar dimensiones grotescas, como se deduce de lo que se narra a continuación, de la participación de republicanos españoles en la liberación de París de las tropas nazis.

Ya hemos apuntado que una salida ofrecida a los internados en los campos de concentración era alistarse en el ejército francés para luchar contra los nazis, y muchos lo hicieron. De esos combatientes han alcanzado notoriedad especial los que se integraron en una compañía de la División Leclerc. «La Nueve» fue el nombre asignado popularmente a la 9.ª Compañía de la 2.ª División Blindada de la Francia Libre, también conocida como División Leclerc. Se trató de una compañía bastante destacada al estar formada casi íntegramente por unos 150 republicanos españoles bajo mando francés, aunque en el resto de la División Leclerc también había  dispersos otros soldados de origen español en diversas compañías.

Para liberar París de la ocupación nazi, el mando estadounidense, dirigido por Eisenhower, prefería atacar masivamente a las tropas germanas que se concentraban al norte de París y retardar la conquista de dicha ciudad pero De Gaulle ordenó a sus tropas aprovechar la revuelta de la Resistencia Francesa y para ello fue elegida la División Leclerc. Precisamente en esta ocasión la 9.ª Compañía española, unidad de reconocimiento de la División Leclerc, es la primera unidad aliada en penetrar en la urbe y en la noche del 24 de agosto de 1944  irrumpió en el centro de París por la Porte d'Italie. Al entrar en la plaza del Ayuntamiento, el semioruga español "Ebro" efectuó los primeros disparos contra un nutrido conjunto de fusileros y ametralladoras alemanas. Después los civiles que salieron a la calle cantando La Marsellesa, para su sorpresa, constataban que los primeros soldados liberadores eran todos españoles.

Mientras se esperaba la capitulación final, los españoles tomaron al asalto la Cámara de los Diputados, el Hôtel Majestic y la Plaza de la Concordia, todo con una sola baja y la tarde del 25 de agosto, la guarnición alemana de París se rindió y fueron los soldados españoles quienes recibieron como prisionero al Gobernador Militar alemán Von Choltilz, mientras otras unidades francesas también entraban en la capital. Sólo entonces el general estadounidense Eisenhower remitió parte de sus tropas para colaborar con los franceses.

Al día siguiente, 26 de agosto, las tropas aliadas entraron triunfantes en París. Los españoles desfilaron frente a la Catedral de Notre Dame y posteriormente escoltaron al general Charles de Gaulle por los Campos Elíseos. Los soldados españoles de la División Leclerc desfilaron llevando en sus estandartes los colores de la Segunda República Española; las posteriores protestas del régimen franquista fueron ignoradas por el gobierno francés.

Los historiadores españoles sólo pudieron estudiar a la 9.ª Compañía ampliamente después de la caída del franquismo, cuando se reconoció a esta unidad por su destreza y valor, y hubo que esperar a agosto del 2004 para que la ciudad de París realizara un homenaje adecuado a los españoles de la División Leclerc que tanto habían contribuido a su liberación sesenta años antes, desvelándose una placa conmemorativa junto al río Sena en el Quai Henri IV.

Si unimos ese escamoteo de unos hechos reconocidos fuera de nuestras fronteras con los honores que, aún hoy día, se rinden a los combatientes de la División Azul[4], se confirma sin ningún género de dudas la validez de la hipótesis que proponíamos para definir la historia: narración (u ocultación) de tal manera de los hechos acaecidos que se justifique el presente.

La pregunta del millón es cómo es posible que el presente que se pretende justificar  como marco de convivencia sea el de los vencedores de la guerra (in)civil (¿o quizá de sus herederos que siguen el mismo ideario?).


[1] Napoleón es un pozo sin fondo en cuanto a la autoría de frases lapidarias. Suyas son también la de "¿Qué es la historia? Una sencilla fábula que todos hemos aceptado" y la de "La historia es una serie de mentiras acordadas" entre muchas otras sobre el tema..

[2] Con el único propósito de alentar la reflexión, es lícito preguntarse si los EEUU, que en el Título 22 de su Código, sección 2656f(d) definen “terrorismo” como Violencia premeditada y con motivos políticos perpetrada contra objetivos civiles, generalmente con la intención de influenciar a un público determinado, tienen otra acepción que no incluya precisamente esos actos, cometidos por ellos con el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.

-          [3] Igual que sucede con los actuales refugiados sirios, el éxodo abarcó todas las clases sociales, pobres y ricos, políticos, profesionales, intelectuales,…. de forma que en Saint Cyprien estuvo confinado, por ejemplo, antes de su definitivo exilio en México, el escritor Manuel Andújar, conocido, sobre todo por su trilogía de novela social Vísperas, llevada con éxito a la TV en una serie homónima, y en el campo de Argelès estuvo Vicente Ferrer, conocido misionero laico con una gran actividad en favor del Tercer Mundo, sobre todo en la India, donde logró el reconocimiento de Indira Gandhi. Fue premiado con el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 1998 por su intensa actividad humanitaria, reflejada en la Fundación Vicente Ferrer.

[4] La División Azul, en puridad la 250.ª División de Infantería (oficialmente en España División Española de Voluntarios, y en Alemania 250 Infanterie-Division), fue una unidad de voluntarios españoles que formó una división de infantería dentro del Heer, el ejército de la Alemania nazi. Se creó para luchar contra la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial. Entre 1941 y 1943, cerca de 50.000 soldados españoles participaron en diversas batallas, fundamentalmente relacionadas con el sitio de Leningrado (hoy San Petersburgo) en donde se les recuerda especialmente por su activa participación en el saqueo y destrucción del rico patrimonio artístico-cultural de lo que se conoce como el Anillo de Oro de la ciudad.

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