El último
capítulo hasta hoy de este drama de Irak, las consecuencias de cuya
invasión permanecen aún incalculables y de ámbito físico y
temporal imprevisibles, empieza a gestarse relativamente poco tiempo después
de la captura de Saddam, cuando Estados Unidos decide, en 2005, poner
fin a la búsqueda de los presuntos arsenales de armas de destrucción
masiva cuya existencia en poder del gobierno iraquí había
“justificado” el inicio de las acciones armadas. Conviene
recordar en este punto que, ya antes del inicio de la invasión, los
inspectores de la ONU, dirigidos por el egipcio Baradei1,
se desgañitaron certificando que Irak no disponía de esas armas de
destrucción masiva.
A ello hay que
añadir que los movimientos ciudadanos de protesta en todo el mundo
identificados por un común “No a la guerra” no cesaban, y poco a
poco fue calando la preocupación de establecer hasta qué grado
confiaron los líderes más en la idea defendida por Estados Unidos y
sus aliados que en la certeza empírica que proclamaban los
inspectores de la ONU. Y, llegados al extremo, si cabía la
posibilidad de que se hubiera ordenado la invasión a sabiendas de
que no existía amenaza armada.
Y así, en junio
de 2009, el entonces primer ministro británico Gordon Brown ordena
una comisión de investigación independiente sobre la participación
del Reino Unido en la guerra en Irak en 2003, iniciada por su
antecesor (y del mismo partido) Tony Blair. La investigación fue
encomendada a Sir John Chilcot2
quien, al aceptarla declaró sus intenciones de que “…queremos
facilitar un entendimiento claro de los varios elementos centrales de
la implicación de Reino Unido en Irak y cómo evolucionaron en el
tiempo…” En palabras de Chilcot, "Nuestro mandato es
muy amplio, pero los puntos esenciales, según lo establecido por el
Primer Ministro y aprobado por la Cámara de los Comunes, son que se
trata de una orden emanada de un comité de Consejeros Privados. Se
tendrá en cuenta el período comprendido entre el verano de 2001 y
finales de julio de 2009, que abarca el período previo al conflicto
en Irak, incluyendo la forma en que las decisiones fueron tomadas y
las acciones tomadas, para establecer, con la mayor precisión
posible, lo que pasó y para identificar las lecciones que se pueden
aprender. Esas lecciones ayudarán a asegurar que, si nos enfrentamos
a situaciones similares en el futuro, el gobierno de turno es el
mejor equipado para responder a ellas de la manera más eficaz para
atender los mejores intereses del país." El resultado de
esa larga y profunda investigación es el oficialmente llamado The
Iraq Inquiry (La investigación sobre Irak), más conocido
precisamente como el Chilcot Report (Informe Chilcot).
La investigación
incluye declaraciones orales llevadas a cabo durante varios meses,
con tantas audiencias públicas como fueron posibles. La primera
ronda se inició en otoño del mismo 2009 y continuó hasta
principios de 2010. Después de un descanso para no influenciar en
las elecciones generales, el comité reanudó sus audiencias del 18
de enero a la 2 febrero de 2011, para acabar con audiencias privadas
a finales de mayo de 2011. Las evidencias escritas incluyen más de
150.000 documentos de la época. Aunque las investigaciones
finalizaron en 2011, Chilcot anunció que, debido al «elevado
volumen de material sensible» o «clasificado» que debía
gestionarse, la publicación de su informe se retrasaría hasta junio
o julio del 2016. Se ha presentado y divulgado el 6 de julio de este
2016.
No es un asunto baladí, por otra parte, el citar que Chilcot se ha
quejado de que el Gobierno había llevado a cabo una campaña contra
su trabajo en el sentido de que ha facilitado ciertos documentos a
personas críticas con el Gobierno para así ayudarles a definir sus
posiciones ante el conflicto.
Ante estas
dificultades para realizar la investigación denunciadas por el
propio Chilcot, y sólo como ejercicio teórico, cabe preguntarse:
¿podría llevarse a cabo en España una investigación similar?
Veamos con algunos ejemplos:
- El accidente de
metro que costó la vida en Valencia a más de 40 personas en 2006 se
silenció `por las autoridades del momento y, tras un programa de
televisión que sacó a la luz las incoherencias oficiales, hubo que
esperar hasta el cambio de color político en los poderes públicos valencianos para poder iniciar las
investigaciones encaminadas a señalar y delimitar responsabilidades.
- El accidente de
tren de Angrois (A Coruña) en 2013, con casi 80 muertes, ha
originado que la UE cuestione la validez del informe sobre el
siniestro, encargado por las autoridades a quien era juez y parte en
el asunto y, al parecer, con el único fin de “confirmar” las
tesis oficiales en cuanto a la culpabilidad/responsabilidad del accidente.
- Siguiendo esa
estela de aparente aversión a conocer los responsables de las cosas,
estamos habituados a la existencia de clamorosas no-comisiones como
las de los casos Madrid-Arena de 2012 o Spanair de 2008. Y no
digamos cuando la comisión se mueve en terreno político-partidista,
como la investigación sobre Bankia, los ERE en Andalucía, la
sanidad en Madrid, las escuchas en el restaurante barcelonés La
Camarga, etc. Un ejemplo extremo pasa ahora con el descubrimiento del
uso torticero por parte de las autoridades de Interior de las
Instituciones creando y divulgando pruebas falsas para acabar con sus
rivales políticos; pues bien, como las pruebas (de autenticidad no
negada por sus protagonistas) se consiguieron mediante grabaciones
efectuadas por no se sabe quién, el PP, C's y el PSOE se niegan a
iniciar una investigación sobre los CONTENIDOS en tanto no se
determine la validez JURÍDICA de las pruebas. (Inaudito; es como si
en un pinchazo telefónico se sabe la intención de alguien de poner
una bomba en la estatua de La Cibeles y, en lugar de ir contra ese
terrorista, nos dedicamos a marear la perdiz buscando la legalidad o
no del pinchazo).
- Una última
reflexión sobre estos aspectos domésticos: ¿A alguien se le
ocurre, con los partidos políticos que tenemos, que se permita que,
en este caso, Rajoy inicie una investigación sobre algo hecho por
Aznar como sucede con el Informe Chilcot entre Brown y Blair?
Absolutamente impensable.
En conclusión a
la pregunta de si sería viable en España una comisión similar a la
que ha producido el Informe Chilcot, todo parece indicar que faltaría
crecer en sentido ético y democrático por nuestra clase política
para poder acometer tales retos.
Volvamos, pues,
al Informe. El trabajo, que se ha gestado durante siete años,
desgrana el papel de las autoridades británicas en la intervención
militar en Irak de 2003, uno de los capítulos más polémicos de
Tony Blair en su etapa como jefe del Gobierno (1997-2007). Examina la
actuación de Reino Unido en los meses previos al conflicto, en la
propia guerra y en la gestión de sus consecuencias. Desde la
invasión hasta el día de hoy el conflicto ha provocado 251.000
muertes, entre civiles y combatientes. El Informe resulta demoledor
porque asegura que el Reino Unido no agotó todas las opciones
pacíficas antes de unirse a la invasión de Irak que lideraba
Estados Unidos. Los juicios sobre las armas de destrucción masiva se
presentaron con una certeza que no estaba justificada. La
investigación concluye que Estados Unidos y Reino Unido socavaron
la autoridad del Consejo de Seguridad de la ONU, porque presionaron
para la acción militar cuando las alternativas de resolución sin
recurrir a la fuerza no se habían agotado. Las decisiones en
Irak se tomaron en base a inteligencia y evaluaciones defectuosas que
no se cuestionaron, y debieron haberse cuestionado. La acción
militar pudo haber sido necesaria en algún momento pero no lo era en
2003.
El informe supone
una crítica sin matices a la decisión de Tony Blair de entrar en
guerra con Irak. Describe a Saddam Husein como indudablemente un
brutal dictador, pero
la investigación concluye afirmando sin matices que la acción
militar en ese momento no era el último recurso" y el
dossier que Blair presentó al Parlamento británico en
septiembre de 2002 no respalda sus argumentos de que Irak contaba con
un programa activo de armas químicas y biológicas. Se
subestimaron las consecuencias y se fracasó en lograr los objetivos
establecidos. La investigación no acepta por ello, ha dicho
Chilcot, las alegaciones de Tony Blair de que los problemas de
después de la invasión eran imposibles de predecir.
El Informe, que consta de 12 volúmenes y un total de 2,6 millones de
palabras3
pero que se limita a dilucidar la base legal que había en 2003 para
la invasión, y carece del poder de recomendar cargos criminales
contra los implicados, incluye detalles de los papeles del
Gabinete desclasificados, evaluaciones de la inteligencia que
apuntaba, erróneamente, a que Irak poseía armas de destrucción
masiva y de la correspondencia privada entre Blair y el entonces
presidente de Estados Unidos, George W. Bush, en relación con el
conflicto y la base para la intervención militar. El grupo de
expertos ha tenido que evaluar y analizar 150.000 documentos del
Gobierno y para elaborar sus conclusiones y recomendaciones y, en
palabras de Chilcot, se han tenido muy en cuenta desde el
principio que las familias tienen altas expectativas y deseos de
conocer la verdad de todo lo que sucedió, en particular en lo que se
ven afectados sus parientes. Y es que el Reino Unido envió
30.000 soldados con la misión de ocupar a Irak, en una invasión
liderada por Estados Unidos. En 2009, en medio de las críticas ante
la evidencia de que el régimen de Saddam Husein no escondía armas
de destrucción masiva como se aseguró, el Gobierno de Gordon Brown
encargó una investigación en profundidad de lo ocurrido, dirigida
por el alto funcionario John Chilcot. Ya el pasado octubre de 2015,
Blair pidió disculpas por su papel en la guerra de Irak, a la que
llevó al país hace ahora 13 años. El ex líder laborista pidió
perdón por utilizar información de inteligencia errónea; reconoció
que no supo prever el caos que se desataría tras el derrocamiento de
Saddam Husein, y admitió que dicho caos puede haber contribuido a la
aparición y crecimiento del Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en
inglés).
Una de las
características conocidas de los documentos digitales es la de que
admiten la opción de “Buscar” en el texto una palabra o conjunto de ellas y,
aplicando esa búsqueda al Informe, se puede comprobar que el nombre de José
María Aznar aparece en varias ocasiones, en su mayoría por los
contactos entre los gobiernos británico y español para conseguir
que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobara una segunda resolución
que legalizara la guerra. Esa resolución no llegó a existir porque
Washington, Londres y Madrid no tenían los votos suficientes para
que saliera adelante ni podían impedir que Rusia y Francia la
vetaran en caso de votación.
Entre los
numerosos documentos que aparecen en el informe, figura la
descripción de una reunión de Tony Blair y Aznar en Madrid el 27 y
28 de febrero de 2003, tres semanas antes del inicio de la invasión.
Washington está decidido a lanzarse sobre Irak para acabar con
Saddam Hussein y sólo ha aceptado a regañadientes la negociación
de una segunda resolución de la ONU mientras Aznar y Blair están
preocupados por hacer llegar a sus respectivas opiniones públicas
que ellos estaban centrados en impedir la guerra, no en lo contrario.
Las actas de la reunión del equipo de Blair, aseguran que para
afrontar las dificultades creadas por "la impresión de que EEUU
estaba decidida a ir a la guerra pasara lo que pasara", Blair y
Aznar acordaron poner en marcha una estrategia de comunicación que
demostrara que "estaban haciendo todo lo posible para evitar la
guerra". Ambos sabían ya que la decisión –que ambos
apoyaban– estaba ya tomada en Washington desde hace mucho
tiempo y que había llegado el momento de intentar adelantarse a las
críticas. La postura de Aznar es particularmente decidida, “presionando en
favor de la importancia de la alianza transatlántica (la relación
con EEUU), pese a los problemas políticos
internos, mucho mayores que los nuestros", según documentos examinados, y no
compartía el gran interés de Blair por una segunda resolución de
la ONU que de forma explícita autorizara a EEUU y sus aliados el uso
de la fuerza, es decir, invadir Irak. El ánimo belicista de Aznar,
según el Informe, estaba a prueba de cualquier coste político y, en
declaración de David Manning, el principal consejero diplomático
del primer ministro británico, "Creo que los españoles
habrían seguido (en la coalición dirigida por EEUU). No lo sé
seguro, pero Aznar estaba absolutamente decidido, y muy, muy
claramente a favor de continuar, y no de seguir intentando conseguir
una segunda resolución".
En pocas
palabras, queda demostrado que tres semanas antes de la invasión de
Irak, Aznar y Blair pactaron desarrollar medidas de propaganda que
hicieran ver que ellos hacían lo posible para evitar una guerra, ya
decidida por Bush, y que Aznar no estaba tan interesado como Blair en
conseguir una segunda resolución, favorable, de la ONU; al
contrario, estaba decidido a apoyar como fuera a Bush en la guerra.
Una guerra en la que España no participó (una no-participación
causante, según todos los Organismos y analistas internacionales, de
la masacre del 11M-2004 en Atocha), o al menos eso juran hoy
Esperanza Aguirre, Federico Trillo (entonces ministro de Defensa),
entre otros, ante el ominoso silencio de Mariano Rajoy, entonces
vicepresidente del gobierno, o del propio José María Aznar. Si eso
es así, nuestros soldados muertos allí ¿fueron de vacaciones o
como mercenarios bajo otra bandera? Deleznable e inmoral,
representativo de la estatura moral de algun@s
¿y de quienes los votan?
Ha recordado
repetidamente Sir John Chilcot que la investigación carece del
poder de recomendar cargos criminales contra los implicados pero
lo cierto es que cada vez son más las voces que se alzan pidiendo
que los implicados respondan de sus actos ante el Tribunal Penal
Internacional. Recordando los juicios de Núremberg con los que
iniciábamos esta entrada, si allí se procesaba a juristas por
aplicar unas leyes injustas pero vigentes, no parece descabellado
pedir responsabilidades a los que, prescindiendo de cobertura legal,
han llevado al mundo al marasmo en que se encuentra hoy. Y sin ver el
final del túnel.
1Mohamed
Mustafa el-Baradei, diplomático, jurista y político egipcio que
fue el Director General de la Agencia Internacional de Energía
Atómica (AIEA), una organización intergubernamental bajo el
auspicio de las Naciones Unidas. En 2002, junto con Hans Blix, fue
encargado por la Agencia y por las Naciones Unidas para certificar
el desarme de Irak, y condujo el equipo de inspectores de la ONU
buscando evidencias de armas de destrucción masiva en aquel país.El
27 de enero de 2003, ante el Consejo de Seguridad de la ONU expuso
que la AIEA había desmantelado, eliminado o evacuado la mayor parte
de las instalaciones iraquíes con capacidad de fabricar armas
nucleares. El 7 de marzo, ante el mismo órgano, reafirmó su
postura y comunicó que no existía uranio en Irak procedente de
Níger, tal y como George W. Bush había denunciado con
anterioridad. Por ello, se opuso frontalmente a que Estados Unidos,
Gran Bretaña, España y Portugal hicieran la declaración de las
Azores que dio lugar a la invasión de Irak de 2003 al considerar
que no había pruebas para dicha intervención, y solicitando un
plazo de tiempo mayor para que los inspectores realizasen su
trabajo.
Curiosamente,
en 2005 ganó el Premio Nobel de la Paz junto a la AIEA.
2Sir
John Chilcot es miembro del Consejo Privado del Reino Unido con una
destacada carrera en Her Majesty's Civil Service, donde ha
desempeñado varios cargos, entre ellos, como subsecretario de
Estado permanente para el ministerio para Irlanda del Norte. Es, por
tanto, conocedor de la gestión de conflictos.
3
Puede accederse a un documentado sumario (150 páginas) en
http://www.iraqinquiry.org.uk/media/246416/the-report-of-the-iraq-inquiry_executive-summary.pdf
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