Recién acabada la Segunda Guerra Mundial, entre 1945 y 1946,
se llevaron a cabo en Alemania los Juicios o Procesos de Núremberg, basados en los
estatutos que promulgaron los estados vencedores (Estados Unidos, Gran Bretaña,
Francia y la Unión Soviética) mediante los que ya no sancionan a la potencia
perdedora, sino que persiguen, detienen y juzgan a sus líderes de forma
individualizada, como responsables de los crímenes cometidos tanto dentro como
fuera de sus fronteras naturales. Se crean las figuras jurídicas de Crímenes de
Guerra o Contra la Humanidad para condenar los cometidos contra los prisioneros
de guerra desarmados y contra la
población civil. En total se celebraron 13 juicios en Núremberg: el principal,
cuyos integrantes del Tribunal, tanto jueces como fiscales y abogados, eran
representantes de las cuatro potencias vencedoras; y los 12 juicios que fueron
presididos por jueces y fiscales exclusivamente norteamericanos.
Uno de estos juicios se recrea en la película de 1961,
dirigida por Stanley Kramer, Judgment at
Nuremberg (en España, ¿Vencedores o
vencidos?) que levantó considerable polvareda por lo que se definió como
oportunismo político en su filmación. Concretamente, la película está basada en el juicio a los Jueces[1].
Los acusados eran abogados, jueces y juristas alemanes cuyos cargos acusatorios
consistieron en la aplicación y ejecución que habían hecho de todas aquellas leyes relativas al “Programa
de Pureza Racial” que discriminaba a enfermos mentales, discapacitados físicos, ciegos, sordos, homosexuales, etc. para poder ser esterilizados llegando, frecuentemente,
a firmar sus sentencias de muerte. También firmaron sentencias condenatorias
contra personas acusadas de mantener relaciones sexuales con judíos, uno de los hechos reales en que se basa la película..
La película explora de forma contundente y convincente uno
de los episodios colaterales más interesantes del régimen nazi: lo que ocurría
en muchos sectores de la población alemana y lo que supuso para muchos
profesionales convivir con los preceptos de una ideología totalitaria y
excluyente. La película nos plantea la difícil coexistencia del patriotismo y
la obediencia a un régimen que llegó al poder prometiendo recuperar la grandeza
de la nación alemana después de la humillación infringida al final de la
Primera Guerra Mundial por el Tratado de Versalles. Si, por su noción de
patriotismo, los juristas decidían quedarse en el país, no tenían más remedio
que seguir las leyes de
esterilización, segregación, deportación, reclusión, etc. que se exigían sobre los colectivos que, según
ellos, amenazaban la pervivencia de la raza aria (en especial, los judíos). Nos
enfrenta al complejo dilema de la responsabilidad y la culpa[2]
frente a los delitos cometidos o tolerados por
la seguridad e interés del estado.
En la película, que ya forma parte del Top 10 de
"Películas judiciales", Dan Haywood, (soberbio Spencer Tracy) magistrado
estadounidense jubilado, llega en 1948 a la ciudad de Núremberg para encargarse
de la difícil labor de juzgar, una vez procesados los jerarcas nazis, a cuatro
jueces alemanes (magistral Burt Lancaster, además de los menos conocidos Werner
Klemperer, Torben Meyer y Martin Brandt) por su complicidad en la aplicación en sus sentencias de
la esterilización y pena de muerte dictadas por el III Reich. Ante el tribunal,
la defensa y la acusación confrontarán sus posiciones sobre si los jueces nazis eran
conocedores o no del exterminio que estaba realizando el gobierno alemán
apoyándose en testigos que sufrieron esta injusta política[3]
subyaciendo el dilema histórico de la posible responsabilidad del pueblo alemán
con respecto al Holocausto. La película no olvida que mientras se juzga las inconveniencias del bando
vencido, va surgiendo la Guerra Fría entre los vencedores (bando aliado), y la
Alemania ocupada deberá reconstruir su país (dividido en 4 sectores) y olvidar los
vestigios de la guerra y el régimen anterior. La película, pues, examina en el
fondo las cuestiones de la complicidad individual de los ciudadanos en los
crímenes cometidos por el Estado, además de hacer un amplio recorrido moral y ético
sobre el valor de los derechos humanos. A pesar del comentado recelo del
oportunismo político, el guion no tuvo carácter propagandístico, ya que aborda
directamente hasta las cuestiones más complicadas. Por ejemplo, el abogado de
la defensa Hans Rolfe (Maximilian Schell, que obtuvo el Oscar por su
interpretación) plantea argumentos tan espinosos como el apoyo de la Corte
Suprema de Estados Unidos a las prácticas de la eutanasia o las palabras de
elogio de Winston Churchill hacia Hitler.
La película, en definitiva, se plantea como una potente
reflexión y muestra cierta empatía hacia determinados sectores de la población
que clamaban su inocencia en los crímenes nazis argumentando ignorancia o
conveniencia nacional, expone el problema ético al que se enfrentaban quienes
deben impartir justicia
comprometiendo sus principios y eludiendo su responsabilidad y consigue lanzar
un claro mensaje de integridad moral. En el desarrollo se reflejan todos los
puntos de vista y se manifiesta un fuerte equilibrio entre todas las
posiciones. La integridad del juez Haywood le lleva a imponer
unas duras penas a los acusados aunque es consciente de que probablemente no
las cumplirán (como así ocurrió en la realidad). Pero actúa de acuerdo a su
conciencia y al criterio jurídico más puro.
Pero demos un salto en el tiempo, salgamos del cine y veamos
los posibles paralelismos entre la ficción de Judgment at Nuremberg y la realidad del llamado informe Chilcot
sobre la forma y consecuencias de la participación del Reino Unido, como ejemplo para otros países, en la génesis del aún vivo conflicto de Irak, lo cual iremos haciendo en las siguientes partes de esta entrada.
[1] En
realidad, el juicio que desarrolla la película está basado en el verídico «caso
Katzenberger» en el cual un hombre judío fue acusado de «relación impropia» con
una mujer aria y sentenciado a muerte en 1942.
[2] Sobre
este dilema moral es particularmente impactante la escena final de la película.
El juez Haywood (Spencer Tracy) visita la celda en la que está recluido Ernst
Janning (Burt Lancaster), prestigioso jurista y ex-ministro de Justicia alemán.
Janning es el único de los cuatro acusados que muestra durante el juicio un
claro arrepentimiento por sus actos y aplaude la decisión de Haywood de
condenarles y, en la soledad de la celda, se sincera diciéndole:
…. aquella pobre
gente, aquellos millones de personas… Nunca pensé que se iba a llegar a eso.
Debe creerme, ¡debe creerme!
A lo que el juez le responde:
… se llegó “a eso” la primera vez que usted
condenó a muerte a un hombre sabiendo que era inocente.
[3]
Impresionante la escena interpretada por Montgomery Clift en el papel de Rudolph
Petersen, un panadero con facultades mentales disminuidas que presta su
testimonio de haber sido esterilizado por mandato de los nazis, de acuerdo a las
leyes sociales del III Reich.
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