domingo, 8 de enero de 2017

Con "Historias de una historia" (M. Andújar), hipótesis de análisis

Las, en general, vistosas cabalgatas de los Reyes Magos han puesto punto final por este año a esa época de desenfreno consumista en que se ha ido convirtiendo la Navidad, en una magna operación comercial orquestada globalmente con el señuelo de la sensibilidad personal y la solidaridad social y con influencias culturales cristianas, sajonas y otras. No es una mera opinión personal el constatar esta indisimulada preeminencia comercial en estos días: el mismo Papa Francisco (de quien se dice que sus palabras son infalibles... siempre que no afecten las iniciativas de los poderes fácticos, esencialmente económicos), en la homilía de la misa de la Epifanía, celebrada el 6 de enero en la Basílica de San Pedro, del Vaticano, ya nos alerta sobre no dejarnos engañar por las apariencias, por aquello que para el mundo es grande, sabio, poderoso. No nos podemos quedar ahí. No podemos contentarnos con las apariencias, con la fachada. Tenemos que ir más allá, donde en la sencillez de una casa de la periferia resplandece la luz.

Pero, ciertamente, son unos días que todos aprovechamos (aunque sea de manera inducida) para recordar y a veces reactivar algunas relaciones personales ahora cubiertas de telarañas y a expresar nuestros buenos deseos para las personas de nuestro entorno, a la vez que solemnizamos, esta vez en serio, la conocida serie de propósitos permanentemente incumplidos. En este ritual de felicitaciones por un año nuevo, que, por el momento, de nuevo sólo tiene el número, mi buen y viejo amigo Manuel G. López Payer, aprovecha para hacer pública en las Redes su queja del estado de abandono, tras el continuado incumplimiento de las promesas de los políticos, en que se encuentra su pueblo, La Carolina, con tanto por hacer, precisamente en este año (él no lo dice en su felicitación pero sé que lo piensa) que se cumplen los 250 años de su fundación como capital de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, en el reinado de Carlos III, a quien se dedica su nombre.

Con esta premisa de esas quejas publicadas por mi amigo D. Manuel, me permitiré ampliar el foco de atención y reflexionar en voz alta sobre algunos aspectos relacionados. En principio, acudiendo a la vertiente política, es un hecho, y no se va a cuestionar ahora, que los gobiernos (incluso los democráticos en todos los países) tienden a priorizar las atenciones y/o inversiones en las instituciones, corporaciones o grupos de igual color político, de forma que puede ocurrir que llegue a la sensación de abandono la demora recurrente en esas atenciones. No es menos cierto, sin embargo, que, sea coincidente o no el color político del peticionario con el del que ha de atender, ayuda que en la petición haya convicción, argumentos sólidos y una demostración de cohesión en el solicitante casi como el Fuenteovejuna de Lope, tanto en la tramitación como en su seguimiento y puesta al día si cabe.

Viene bien, por tanto, ver con claridad qué elementos de unión hay para conseguir esa necesaria unidad de criterio. Y, por supuesto, deben de quedar desechados los histórico/políticos, pese a ser los primeros que esgrime la parafernalia oficial1. E identificar personas con valores que pueden asumirse como comunes, no está de más. Y en el caso de La Carolina, con tan escaso tiempo de vida desde su fundación (pensemos que, en teoría, sus habitantes actuales son sólo los tataranietos de los tataranietos de los fundadores), la cosa se complica en este aspecto; es difícil que, en tan poco tiempo, haya habido ciudadanos preclaros que tengan la capacidad de aunar voluntades y de convertirse en paradigma, salvo que se inventen como ya hizo Pidal con Castilla/España. Descartados los políticos ya que, por definición, despiertan simpatías y rechazo a partes iguales2 (otra cosa es que se puedan expresar libremente esos sentimientos), y no valgan, por tanto, como paradigma de toda la población pese a que, en estos casos, los favorables a la figura política suelen ejercer toda la presión para que sea aceptada por sus contrarios, ¿quién queda? San Juan de la Cruz no, porque no era del pueblo y además su paso por el convento de La Peñuela fue muy anterior a la propia existencia del pueblo... Eso no quita que no haya habido y haya excelentes profesionales que han dejado y dejan bien alto el nombre de La Carolina pero de ahí a ser un paradigma para todos, va un trecho. ¿Qué hacer?
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Se me ocurre que, aprovechando que hace unos días fue el 104 aniversario del nacimiento de un, este sí, carolinense universal (aunque casi desconocido aquí pero de obra mundialmente reconocida que ha sido objeto de tesis académicas en Francia, Suiza, México, Argentina, Canadá, etc.) como Manuel Andújar, podemos hacer un ejercicio analítico de aplicación de él como paradigma, dejando claro que no se pretende en estas líneas propugnar su nominación para ello, sino, llanamente, proponer un análisis teórico.

Hagamos primero, sin necesidad de reescribir su biografía ni el catálogo de sus libros, un acercamiento a la persona y, particularmente, a su nexo emocional con La Carolina. Por azares del destino, Manuel Andújar Muñoz nació en La Carolina el 4 de enero de 1913 (y murió en San Lorenzo del Escorial, en 1994), sin lazos familiares en el pueblo (lo que explica inicialmente el general desconocimiento posterior sobre él), y vivió sus primeros años en La Carolina y Linares antes de recalar en Málaga donde inicia sus estudios de peritaje mercantil que acaba en Madrid. Se traslada a trabajar como administrativo a Lleida y, a finales de 1935, a Barcelona; milita en el Partido Comunista clandestinamente y durante la Guerra Civil Española trabaja como periodista. Acabada la contienda bélica parte hacia Francia, donde sufre el horror de los campos de concentración habilitados por Francia para “acoger” a los refugiados españoles, en patética respuesta que el país que había sido ejemplo y símbolo de la democracia ofreció a la moribunda República española. Andújar padeció en el campo de Saint Cyprien un infierno similar al que se vivió en otros de infausta memoria como Argèles-sur-Mer, Gurs, Septfrand, Rivesaltes o Barcarés. Fruto de estas vivencias son las crónicas-testimonio recogidas en Saint Cyprien, plage. Campo de concentración3 (1942), que se convierte en su primer libro.
Ya liberado del campo de concentración francés y trasladado a México sigue escribiendo relatos, Partiendo de la angustia (1943) y una primera novela, Cristal herido (1945), en lo que hoy es la prehistoria de su escritura. Vísperas apareció primero como tres novelas sueltas, en el exilio mexicano: Llanura (1947), El vencido (1949) y El destino de Lázaro (1959) y sólo en su reedición española, en 1970, el escritor las reunió como si se tratara de una trilogía. Se habían publicado como libros independientes, y de hecho lo son desde el punto de vista argumental, pero una extraña unidad subyace bajo ellos, aparentemente dispares: se trata de la unidad dada por el tema, la exploración de aspectos de la realidad española anterior a la Segunda República y a la Guerra Civil.
Vísperas se inicia con Llanura, una historia que se desarrolla en un ambiente rural manchego habitado por caciques y labriegos (identificado por algunos estudiosos como El Viso del Marqués), sigue con El vencido, donde recuerda su pueblo natal de La Carolina para contar la historia de un pueblo minero (en palabras del propio Andújar es aleación de La Carolina y Linares y quiere ver lo que es el movimiento obrero español frente a otros movimientos obreros europeos) y en la última entrega, El destino de Lázaro (1959), el escenario escogido es el mar y el puerto malagueños, un territorio que conocía bien porque había vivido allí en sus años de estudiante.
Su obra posterior abarca narrativa, ensayo, poesía, teatro... y activismo, ya que, en México publicó los imprescindibles Literatura catalana en el destierro o Grandes escritores aragoneses en la narrativa española del siglo X, en una muestra de generosidad y benevolencia con la obra de los escritores a los que ha estudiado y fundó junto con José Ramón Arana la revista Las Españas, donde defendía el mestizaje cultural y lingüístico de los pueblos de España y los de Hispanoamérica.

Manuel Andújar es uno de esos escritores injustamente olvidados, triste destino de buena parte de la generación que tuvo que abandonar España después de la derrota del ejército republicano en la Guerra Civil. Ese olvido hace que la literatura española contemporánea pasee mutilada y coja por los manuales. Matizando el discurso de la ministra De Cospedal en la Pascua Militar, la Historia y sus personajes sólo son los vencedores, con intenciones, a veces indisimuladas de menospreciar hasta su anulación al vencido. Sin embargo, más allá de ese burdo intento de menospreciar la obra y la causa de los escritores republicanos en el exilio, el escritor también exiliado Francisco Ayala suscitaba, ya en 1981, un problema apasionante que todavía está sin resolver, cual es “la exclusión de nuestro nombre del cuadro de la literatura contemporánea para arrinconarnos en una especie de lazareto”; una exclusión que tenía sus causas en la marginación política derivada de la derrota republicana en la guerra civil y que, efectivamente, no tenía ya ninguna razón de ser en los años ochenta. Desde entonces, un buen número de críticos e historiadores de la literatura se han interrogado acerca de la manera de terminar con esa marginación –con ese apartheid, como lo denominan algunos autores– una vez que se suponen desaparecidas las causas políticas que lo provocaron, y de cómo elaborar una historia de la literatura española que otorgue un lugar bajo el sol de nuestra cultura a la producción de aquellas escritoras y escritores que se vieron forzados a abandonar el país a causa de su compromiso con la legalidad republicana. El problema no tiene fácil solución e, inevitablemente, entraña una revisión y una crítica severa de la manera en que se ha realizado la historia de la literatura española del siglo XX, y exige, al mismo tiempo, una reflexión en profundidad acerca de las nociones fundamentales de toda historia literaria.

A su regreso a España, tras casi treinta años de exilio en México, Manuel Andújar tuvo varias ocasiones de comprobar cómo las gastaba la censura franquista, pese a que, ya en la distancia, en 1949, había asistido a la ridícula prohibición de importar ni más ni menos que ¡20 ejemplares! de su novela Llanura (recordemos que entonces no era parte de trilogía) que había solicitado el empresario Alfonso Martín Escudero (creador de la Fundación para la investigación que lleva su nombre) aduciendo que: Por su carácter tendencioso en cuanto al principio de autoridad, o bien por las suposiciones que se permita exponer de cohecho de un Benemérito Instituto armado de España, así como por su tendenciosidad amoral e irreverente, presentando el campo Español como algo salvaje y atrasado, con sus rancias costumbres, estimamos rechazable por entero esta obra. [Expediente 2378-49].

Años más tarde, ya en tiempos de la conocida popularmente como “Ley Fraga”, Andújar retiró una de sus obras de una antología que se iba a publicar porque los cortes exigidos por la censura para autorizarla desvirtuaban completamente el sentido del texto. Así que, en lugar de negociar, de hacer ruido en la prensa nacional o extranjera, o de aceptar la publicación de su obras con las mutilaciones impuestas por el censor, Andújar decidió eliminar sin más ese cuento. Quiere vivir en Madrid sin que nadie le turbe su prudencia, su misteriosa contención, su deseo de no alzar iras ni entusiasmos.
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La censura se cebó también en una de las novelas más importantes de Andújar, Historias de una historia, escrita en México entre 1964 y 1966, ambientada en la guerra civil y reiteradamente considerada de publicación “no aconsejable”, tardando tres años en obtener autorización, y con unas mutilaciones que, en palabras de Rafael Conte, dejaron la obra “destrozada”. Manuel Andújar subrayaba el lastre que suponía para la cultura española la existencia de la censura de libros, “uno de los más graves atentados contra el patrimonio nacional. Condicionar una obra en “nombre” de una ideología, de una máquina estatal, de una ordenanza ética oficializada, no sólo menoscaba el pleno y multiforme desarrollo cultural y literario, sino que atenta contra el principio, singular y plural, de la dignidad humana, noción de tan neta y reivindicable índole española. Mi repulsa categórica, sin distingos ni fronteras, de la censura, aplíquese, con particular agudeza, a la que España ha sufrido durante sus últimas décadas en su conjunto..."

Desde luego, Manuel Andújar demostró una dignidad y una valentía encomiables al intentar publicar en la España de Franco textos escritos durante su etapa mexicana –es decir, libremente– que además no contaban con premios que los avalaran ni con la probabilidad de ser publicados con éxito fuera de España (argumentos que a veces conseguían reblandecer la censura).

No nos resistimos a acabar estas reflexiones para reivindicar la figura de gente como Manuel Andújar como patrimonio de todos con las palabras del propio escritor cuando, en 1985, entregó a la Diputación de Jaén gran parte de su archivo personal y su biblioteca: "El volver a mis lugares natales, a su entero y fronterizo entorno, favoreció la mejor terapia contra el añejo mal del prolongado desarraigo".

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1En este sentido viene al pelo el discurso de la Ministra de defensa María Dolores de Cospedal en la reciente ceremonia de la Pascua Militar: la ministra glosó episodios del pasado de los ejércitos para aseverar que "lo que fuimos explica lo que somos" y que "la historia de la construcción de nuestra España se lee siempre a la par que la historia militar. Y así seguimos, haciendo historia, haciendo Fuerzas Armadas y haciendo España" lo que requiere el matiz, nunca explicado, de que la Historia oficial, en todos los países, es la narración de unos hechos de forma tal que justifican el presente, y que, seguramente, se narrarían de otra forma si el presente político fuera otro. Modestamente, en las entradas de este blog del 8 de mayo del pasado año y siguientes, reflexionábamos sobre algunas trampas de la Historia.

2No hay que olvidar, en este punto, lo que afirma el conocido luchador británico por los Derechos Humanos Stafford Scott: El sentido de fidelidad o rencor políticos se transmite de una generación a otra dado que a la sensación de justicia o injusticia que tienen los jóvenes por cómo son tratados se suma la sensación heredada de sus padres y abuelos.

3En la advertencia preliminar del libro, reeditado hace pocos años por la Diputación de Huelva, Andújar confiesa que las memorias se publican rigurosamente como fueron escritas allí, «con las rodillas por pupitre». El escritor narra las escenas estremecedoras de un tiempo imposible, estampas dramáticas con «cieno, piojos, hambre y pura miseria». «Lo que vi en el campo de concentración era esa terrible situación que pone de manifiesto lo más noble y lo más íntimo de la condición humana. Allí no hay teatro. Hay que defecar en la playa. Había gente con colitis, sarna, etc. Pero a pesar de tantas calamidades, había ejemplos de generosidad, como esas gentes que lo que recibían de afuera lo repartían con los de su barracón. El campo de concentración es una escuela de tal crudeza que resulta imborrable. Yo, por un instinto vital, procuré no quedarme quieto ni tranquilo. Iba de un campo a otro, tenía preparada una charla sobre Antonio Machado, que no llegué a dar porque me trasladaron a México», reveló en una interesante entrevista realizada por Gerardo Piña-Rosales en el libro Narrativa breve de Manuel Andújar

3 comentarios:

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  2. Tal vez hubiera sido honesto citas las fuentes de las que ha fusilado los textos que ha empleado para resumir la vida de Andújar y sus problemas con la censura española.

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  3. Tiene usted razón, Sr. Mengual y, aunque parezca tarde, pido disculpas por ello. El problema (y no es excusa) es que un texto repetido en Internet, como es el caso, acaba perdiendo la autoría última. No obstante seré más vigilante en el futuro. Saludos y gracias.

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