“Rentabilidades
pasadas no garantizan rentabilidades futuras” es la
muletilla que consta, en letra pequeña, en el Fondo de Inversión en
el que hemos puesto la pasta para poder tener un mínimo de beneficio
por ella o el recordatorio final que nos hace el gestor bancario que,
después de sudar la gota gorda, nos ha medio convencido de que ese
producto financiero es el que más nos conviene, no sea que nos
creamos a pie juntillas el argumentario comercial que, siguiendo
instrucciones, nos ha endilgado para convencernos y si la
rentabilidad que obtenemos está lejos de la que nos ha comentado,
nos pueda indicar que esas reclamaciones las atiende el maestro
armero.
Pero, si bien esa muletilla
tiene un lógico trasfondo de sentido común, lo cierto es que,
además, tiene un componente teórico matemático, y para recordarlo,
hemos de recordar también el número Fi (o Phi) - φ
(no confundir con Pi – π, con el que nada tiene que ver), también
conocido como número áureo, número de oro, razón
extrema y media, razón áurea, razón dorada,
media áurea, proporción áurea y divina proporción
(¡ahí es nada!)
Refresquemos la memoria: hay
constancia escrita de que Euclides, unos 300 años a.C. ya lo
estudiaba, no como una expresión aritmética, sino como relación o
proporción entre dos segmentos de una recta, es decir, una
construcción geométrica, tal como se detalla: φ es el valor
numérico de la proporción que guardan entre sí dos segmentos de
recta a y b (a más largo que b), de forma que la longitud total,
suma de los dos segmentos a y b, es al segmento mayor a, lo que este
segmento a es al menor b. Escrito como ecuación algebraica:
(a + b) / a = a / b = φ
Para no meternos en
berenjenales y abreviar, sólo diremos que la solución positiva de
la ecuación de segundo grado que se obtiene al desarrollar el
cálculo es:
φ = (1 + √5)
/ 2 = 1,6180339887498948482045868343656381177203...
Lo
curioso es que el numero Fi, siendo nada más que una cifra:
1,61803... seguido por infinitos decimales, sea uno de los números
que más fascinación ha levantado a lo largo de la historia y
estudiado hasta la saciedad en todas las culturas (se dice que servía
de inspiración para ciertas construcciones en Babilonia y Asiria) y
épocas. No son pocos los
que aseguran que la Biblia está salpicada de referencias a este
concepto. Por un lado, es una forma que parece gustar a Dios, puesto
que tanto en las instrucciones para el Arca de la Alianza que dio a
Moisés, como las que dio a Noé para la otra arca, pide unas
proporciones 5x3 (casualmente, dos números de la sucesión de
Fibonacci, a la que nos referiremos) que dan como resultado 1,666...,
suficientemente cercano al valor de Fi como para engañar al ojo.
Puestos a encontrar, hay quien encuentra relación entre 666, el
número del anticristo, y el número áureo Fi.
Con
esos antecedentes de fascinación no puede extrañar que en 1509 el
matemático y teólogo italiano Luca Pacioli publicara un libro
titulado La Divina
Proporción en el que
daba cinco razones por los que el número que después se conocería
como Fi era eso, divino:
a)
La unicidad del número, que asemeja a la de Dios;
b)
El hecho de que esté definido por tres segmentos de una recta, que
asemeja a la Trinidad;
c)
La inconmensurabilidad del número, igual que Dios es
inconmensurable;
d)
Dios es omnipresente e invariable, igual que lo es este número;
e)
Dios dio ser al universo a través de la quinta esencia, representada
por un dodecaedro, y el número áureo dio ser al dodecaedro.
Puede
que el número áureo tenga un origen divino, o puede que no. Pero
desde luego su pariente aritmética, la sucesión
de Fibonacci, surgió
de un problema mucho más mundano, relacionado con la reproducción
de los conejos, que planteó Leonardo Pisano (Fibonacci),
con anterioridad a
Pacioli, en su Liber
abaci (Libro del
ábaco)
de
1202, aunque la sucesión
como tal ya estaba descrita fuera de la cultura occidental en la
matemática en la India, en conexión con la prosodia sánscrita,
y que daba como respuesta
0,
1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55, 89, 144, 233, 377, 610, 987, 1.597,
2.584, 4.181, 6.765, 10.946, 17.711, 28.657...
en
la que se observa que cada elemento de la sucesión es la suma de los
dos anteriores.
Fue
en 1753 cuando el matemático escocés Robert Simson hizo notar que
las consecutivas divisiones entre dos elementos consecutivos (valga
la redundancia) de la sucesión de Fibonacci seguían un patrón
llamativo, como era ir convergiendo, alternativamente por exceso y
por defecto, en el número Fi, esto es (con tres cifras decimales
aquí):
1/1=1,
2/1=2, 3/2=1,5, 5/3=1,667, 8/5=1,625,
13/8=1,615, 21/13=1,619, 34/21=1,618, ....
Pero,
para no perdernos, ¿de dónde viene la fascinación por Fi, la
proporción áurea?
Las
primeras aplicaciones de la proporción áurea son puramente
aritméticas y científicas (en las que no entraremos) que desembocan
en la geometría, encabezada en su representación por la espiral
de Fibonacci, y estéticas, y es que investigaciones
relativamente recientes acreditan que nuestros ojos analizan más
eficazmente una imagen si está encuadrada en un rectángulo áureo
en sus proporciones, de forma que se habría utilizado de forma
intuitiva desde la Antigüedad porque es la forma más cómoda y
agradable a la vista. Eso explica que en la arquitectura del
Partenón, en la Gran Pirámide de Gizeh, en palacios de la antigua
Babilonia… y en decenas de obras arquitectónicas a lo largo de la
historia es posible encontrar ejemplos del uso de la proporción
áurea (es sabido que la reconstrucción del edificio de la
Universidad de Salamanca en el siglo XV estuvo guiada por ella). Pero
expertos en matemáticas y arte llaman al escepticismo: tomando las
medidas necesarias sería posible encontrar esta proporción en
cualquier sitio, lo que no significa que fuese utilizada de forma
consciente.
Entre
los pintores que se dejaron seducir por las dimensiones guiadas por
la proporción áurea destaca Leonardo da Vinci, pero también
Salvador Dalí o los cubistas Marcel Duchamp o Juan Gris.
Dalí y un ejemplo del uso de la proporción áurea |
Aunque
suene paradójico, el número Fi también influye en la música, y,
por ejemplo, el famoso fabricante de instrumentos Antonio
Stradivarius, que vivió entre los siglos XVII y XVIII ponía mucho
cuidado en situar las aberturas en sus violines en consonancia con la
proporción áurea. (seguramente se tratase más de una cuestión
estética que sonora, puesto que no hay indicios de que esto tenga
ningún impacto en la calidad del sonido de los instrumentos) y,
ceñidos exclusivamente a la música, el uso de la proporción áurea
se observa en las estructuras formales de las sonatas de Wolfgang
Amadeus Mozart, en la Quinta Sinfonía de Ludwig van Beethoven, en
obras de Franz Schubert y Claude Debussy, aunque, claro, siempre
quedará la duda de si estos compositores probablemente compusieron
estas relaciones de manera inconsciente, basándose en equilibrios de
masas sonoras.
Llegados
a este punto de comprobar la profusión de campos que están
afectados por el número Fi, quizá haya que recuperar la idea de
Pacioli de considerarlo divino, y es que en la naturaleza, hay muchos
elementos relacionados con la proporción áurea y/o los números de
la sucesión de Fibonacci. Sin ánimo de ser exhaustivos repasemos
algunos ejemplos debidamente investigados:
-
La disposición de los pétalos de las flores (el papel del número
áureo en el campo de la botánica recibe el nombre de Ley de Ludwig)
-
La distribución de las hojas en un tallo.
-
La relación entre las nervaduras de las hojas de los árboles.
-
La relación entre el grosor de las ramas principales y el tronco, o
entre las ramas principales y las secundarias (el grosor de una
equivale a φ tomando como unidad la rama superior).
-
La cantidad de espirales de una piña (8 y 13 espirales, números de
Fibonacci).
-
La distancia entre el ombligo y la planta de los pies de una persona,
respecto a su altura total.
-
La cantidad de pétalos en las flores. Existen flores con 3, 5 y 8
pétalos y también con 13, 21, 34, 55, 89 y 144, todos números de
Fibonacci.
-
La distribución de las hojas de la yuca y la disposición de las
hojas de las alcachofas.
-
La relación entre la distancia entre las espiras del interior
espiralado de cualquier caracol o de cefalópodos como el nautilus.
-
.....
Concha del nautilus en espiral de Fibonnacci |
En
la vida cotidiana podemos encontrar ejemplos de esa proporción tan
celebrada sin tener que irnos a un museo, contar los pétalos de una
flor ni mirar a las estrellas. Las tarjetas de crédito que
utilizamos a diario, las cajetillas de tabaco y hasta un simple folio
son todos rectángulos áureos. Eso quiere decir que se dividimos su
lado más largo por el más corto, la solución sería 1,618. Incluso
donde se ha infiltrado, en este caso, la sucesión de Fibonacci, es
en el juego de la Bolsa. Entre las herramientas que utilizan los
analistas para intentar predecir el comportamiento de un valor (es
decir, si subirá o bajará y por tanto si conviene invertir en él o
no), están las proyecciones de Fibonacci. Marcan niveles en
los que se pueden producir picos en la gráfica: tanto rebotes de
subida si el valor está cayendo como de bajada si se encuentra al
alza. El asesor financiero estadounidense Gary Meisner se ha hecho de
oro creando (y vendiendo) un programa informático que diseña una
cuadrícula para inspeccionar en los gráficos financieros la
proporción áurea entre los índices/valores/tiempos y "guiar"
al inversor en sus decisiones y, ante las quejas recibidas por su
ineficacia, Meisner dice para defenderse que cuando echas la vista
atrás en el mercado es bastante fácil encontrar relaciones que se
ajustan a Fi. El desafío está en que mirar hacia atrás es
completamente distinto a mirar por la ventana que da al frente.
¡Acabáramos! O sea, que eso de "Rentabilidades pasadas..."
que veíamos al comienzo es algo más que una muletilla de prudente
aviso en los Fondos y nos viene a confirmar que nada tiene que ver lo
que ha ocurrido en el pasado con la construcción del futuro.
Y
más allá de evidencias financieras o de elucubraciones teóricas
con trasfondo pseudo-científico con excusas aritméticas, una
reflexión sobre el pasado y el futuro como items vitales en todos
los aspectos que se quieran considerar nos lleva a conclusiones
generalizables. Un factor decisorio desde absolutamente todos los
puntos de vista para diferenciar el rol del pasado con el del futuro
en nosotros es admitir que el tiempo en la vida se cuenta por etapas,
a veces definidas, a veces con límites confusos y a veces
superpuestas, y que todas y cada una de esas etapas están
identificadas (o no) por unos actores que pueden variar en cada una o
permanecer en más de una, lo que no conlleva necesariamente a que el
grado de protagonismo de cada actor tenga que ser directamente
proporcional al tiempo o etapas en que se mantiene la relación con
él.
En
palabras del que fue gran poeta y pensador uruguayo Mario Benedetti,
El
futuro no es
una página en blanco
es una fe
de erratas.
una página en blanco
es una fe
de erratas.
Y
es que para analizar la relación entre pasado y futuro en el ámbito
personal, hemos de partir de la base de que la vida, el futuro, es un
camino que hemos de recorrer y en el que aprenderemos a través de lo
que ya conocemos y también de los errores que cometemos. El inicio
de este camino se llena de recuerdos en la memoria y, cuando miramos
atrás, nos sentimos bien al recordarlos con nostalgia, ya que nos
damos cuenta de todo lo vivido porque en la vida sólo existe el
pasado y el futuro, pese a la importancia de saber aprovechar el
presente siempre fugaz que avanza al mañana. Los errores se cometen,
debidamente identificados y asumidos, son los que le hacen darse
cuenta de cómo mejorar, de cómo ser mejor persona y, desde el punto
de vista social, hace que el ser humano avance mucho más. Además,
es importante señalar que, como dice el citado Benedetti, el hombre
se presenta ante cada etapa de la vida con todo por hacer, y hay que
estar dispuesto a vivirla de forma positiva, huyendo de
posicionamientos apriorísticos, a menudo perniciosos.
Supongamos
que alguien, por las razones que sean, ha de trasladarse lejos de su
entorno habitual que, por duro y difícil que sea, le proporciona el
confort de la familia, amigos, costumbres sociales, etc. Pero ese
cambio previsto (a veces no deseado) suele comportar también que la
trayectoria vital cambia radicalmente y el nuevo camino lo ha de
recorrer solo, sin ningún tipo de asidero, y en el que los
recuerdos, algo intangible, es lo que realmente quedará para
ayudarle. Sin embargo no debe perderse de vista que los recuerdos
pertenecen al pasado y, que para iniciar una nueva etapa sería un
grave error anclarse en la nostalgia de un tiempo que no puede volver
hasta el punto de cerrar los ojos ante la oferta de posibilidades de
mejora, seguramente diferentes a las que reconocía en la etapa de la
que ha salido, pero no por eso criticables ni desechables como
postura ante ellas.
Volviendo a Benedetti, decía que el propio ser humano es el responsable de su destino, de su camino vital, de su trayectoria y de todo lo que en ella pase sabiendo tratar en la forma que corresponde al pasado (fuente de recuerdos que han marcado el cómo somos, que nos sirven para identificar puntos de mejora, pero nunca condicionantes del futuro), al presente (factoría constante de análisis de hechos y actitudes del pasado y su aplicación a los planes de futuro) y al futuro (siempre definido como mejora que debe encararse con la mente abierta). En resumen la "mochila", tanto emocional como de hechos, con la que cada uno llegue al final de su vida será su exclusiva responsabilidad.
Volviendo a Benedetti, decía que el propio ser humano es el responsable de su destino, de su camino vital, de su trayectoria y de todo lo que en ella pase sabiendo tratar en la forma que corresponde al pasado (fuente de recuerdos que han marcado el cómo somos, que nos sirven para identificar puntos de mejora, pero nunca condicionantes del futuro), al presente (factoría constante de análisis de hechos y actitudes del pasado y su aplicación a los planes de futuro) y al futuro (siempre definido como mejora que debe encararse con la mente abierta). En resumen la "mochila", tanto emocional como de hechos, con la que cada uno llegue al final de su vida será su exclusiva responsabilidad.
Otra
cosa muy diferente es la relación entre pasado y futuro colectivos.
Nuevamente echamos mano de Benedetti.
Algunas
claves
del futuro
no están en el presente
ni en el pasado;
están
extrañamente
en el futuro
del futuro
no están en el presente
ni en el pasado;
están
extrañamente
en el futuro
y,
cuando se habla de futuro colectivo (particularmente si su diseño se
aparta del standard "oficial"), sin que se pueda aplicar a
su cumplimiento la sujeción a las leyes de la probabilidad de
Pascal, lo que resulta evidente es que apelar al pasado y a la
historia para desactivarlo resulta de una ridiculez patética, sobre
todo porque pone de manifiesto que no existen otros argumentos
racionales, olvidando lo que nos dice el poema, que algunas claves
del futuro sólo están en el futuro.
Como punto de partida, no parece discutible establecer que un pasado colectivo presentado como una sucesión en el tiempo de victorias bélicas queda descartado como referencia para la construcción de un futuro, salvo que éste esté diseñado, precisamente, perpetuando enfrentamientos y conflictos de vencedores-vencidos.
Como punto de partida, no parece discutible establecer que un pasado colectivo presentado como una sucesión en el tiempo de victorias bélicas queda descartado como referencia para la construcción de un futuro, salvo que éste esté diseñado, precisamente, perpetuando enfrentamientos y conflictos de vencedores-vencidos.
No
es la primera vez que se reflexiona en este blog acerca del hecho de
que eso que las clases gobernantes llaman historia no es sino un
poderoso instrumento de manipulación política para arengar a la ciudadanía
en el sentido deseado, en tanto es la narración de unos hechos
escogidos de tal forma que se justifique el status político actual.
Y la narración no se coarta en presentar únicamente victorias
bélicas demostrativas de que "nadie nos gana" y "somos
los mejores", con indiferencia de los sentimientos y actitudes de las personas y de que, en la realidad, puede ser que los
tatarabuelos de quienes se ufanan de la victoria fueran,
precisamente, los vencidos y aniquilados. Es más: la historia, tal
como se quiere transmitir no busca los porqués, sino que se limita a
alentar un "patriotismo" superficial y visceral basado en
el enaltecimiento "porque sí" de la colectividad. Un par de ejemplos de que
se alientan las pasiones y no el razonamiento en ese uso de la
"historia": se inocula el orgullo por la victoria en la
batalla de Lepanto, pero (aparte del episodio de Cervantes por su
participación en ella) no se sabe dónde, cuándo o contra quién
tuvo lugar ni el papel concreto de los ejércitos españoles, ni
mucho menos se cita la nula repercusión de esta victoria en nuestro
devenir posterior; en cambio se calla cuidadosamente en los libros la
derrota de Annual, que sí que influyó en el futuro inmediato por
marcar el inicio del declive del reinado de Alfonso XIII y provocar la
dictadura de Primo de Rivera. La forma de narrar, además, intenta
salvaguardar la opinión acerca de las clases dirigentes, y así, por
ejemplo en el citado Annual, el que se enviaran 10.000 hombres a sabiendas de una
muerte cierta e inútil, esconde el intento de disimular la nefasta
actuación del gobierno; pasa como con el relato sobre la guerra
contra la invasión napoleónica, presentada como la gesta de un
levantamiento popular mientras se pasa de puntillas sobre la
vergonzosa actuación de la monarquía.
No,
definitivamente, los sueños de futuro colectivo no van (no pueden
ir) aparejados al pasado, salvo que se quiera replicar éste, lo que
permite introducir un pequeño matiz en la afirmación con la que
iniciábamos estas reflexiones: “Rentabilidades futuras
no justifican rentabilidades
pasadas”, resaltando, para finalizar, a Benedetti: "Algunas
claves del futuro están en
el futuro"