¿Quién no conoce, o al
menos le suena por haberlo visto u oído, el nombre de Séneca? Y no solamente como el nombre de una
calle o de un centro de enseñanza (que los hay a espuertas) sino
como el de alguien importante ¿o no?
Recordemos. Lucio Anneo
Séneca (4 a. C.- 65 d. C.), fue un filósofo, político, orador y
escritor romano nacido en la Córdoba hispana (¡ah! por eso, posiblemente,
suene más, por el paisanaje) conocido por sus obras de carácter moralista. Consumado
orador, fue una figura predominante de la política romana durante la
era imperial, (fue cuestor, pretor y senador - magistrado para cuestiones fiscales, magistrado con jurisdicción en Roma y miembro del Senado, respectivamente - del Imperio romano
durante los gobiernos de Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón) siendo
uno de los senadores más admirados, influyentes y respetados; a
causa de este extraordinario prestigio, fue objetivo tanto de
benefactores como de enemigos, y fue precisamente Nerón, convertido en enemigo, quien lo condenó a
muerte, propiciando su suicidio abriéndose las venas.
"La muerte de Séneca", de Manuel Domínguez |
De tendencias moralistas,
como ya se ha apuntado, Séneca pasó a la historia como el máximo representante del
estoicismo1
y moralismo romano tras la plena decadencia de la república romana,
provocada porque la sociedad romana había perdido los valores de sus
antepasados y se trastornó buscando el placer en lo material y
mundano, dando lugar a una sociedad turbulenta, amoral y antiética,
que al final la condujo a su propia destrucción (¿a alguien le
suena esta deriva?).
De entre sus obras,
agrupadas por los estudiosos, principalmente, en Consolaciones,
Diálogos y Tragedias, quizá la que ha ejercido mayor
influencia posterior (curiosa y concretamente, entre los autores del Siglo de Oro
español) sea el "diálogo" titulado Sobre la brevedad de la
vida que, según los expertos, fue escrito con toda probabilidad en el
año 55 tras el asesinato de Claudio y la subida al poder de Nerón.
Séneca viene a decir en
ella que no es que la vida sea corta sino que más bien somos
nosotros los que perdemos el tiempo. La mayoría de la gente se queja
porque la vida es breve y porque el tiempo parece correr velozmente,
principalmente para aquellos que se acuerdan tarde de vivirla. Según
él, tenemos el tiempo justo para realizar lo que es importante, de
modo que la duración de la vida depende del uso que hagamos de ella
y cuando la vida se ha dilapidado en cosas inútiles, en el momento
de abandonarla sentiremos que se nos ha escurrido de las manos.
Séneca nos dice que sólo
en el balance último nos daremos cuenta del tiempo que perdimos
litigando, discutiendo, peleando, en conversaciones banales con gente
que no nos interesaba, con personas molestas, preocupándonos por el
dinero, con enfermedades que provocamos nosotros mismos o cumpliendo
con inútiles obligaciones sociales y que, si restamos todo este
tiempo realmente desperdiciado de nuestras vidas podremos ver que en
realidad, efectivos, sólo vivimos pocos años, muchos menos de los
que tenemos según el calendario.
Séneca se pregunta entonces
¿por qué la gente pierde su tiempo en cosas banales que no le
aportan nada y que la hacen sentir vacía? Él cree que es porque no
se detienen a pensar que cuentan con un tiempo limitado que siempre
es menor de lo que creen; no se puede dejar para la vejez la vida
virtuosa o decidirse a vivir plenamente cuando se es viejo porque
ninguno tiene garantía de ser longevo. Séneca estaba convencido que
si la vida durara mil años igualmente se vería reducida a su
expresión más breve, porque sólo la razón la prolonga y el hombre
desde que existe ha tenido vicios que oscurecen la razón
En un pasaje de Sobre la
brevedad de la vida se puede leer: La vida se divide en tres
momentos: el que ha sido, el que es, el que será. De ellos, el que
ahora recorremos es corto, el que vamos a recorrer es dudoso, el que
hemos recorrido es seguro. En éste es justamente en el que la
Fortuna pierde todo derecho, pues no puede ya someterse de nuevo al
albedrío de nadie.
Y ¿a santo de qué viene
ahora resucitar las ideas del estoicismo de Séneca referidas al
tiempo, y más concretamente al tempus fugit? Pues la verdad
es que, tras una vivencia personal reciente que, con vuestro permiso,
compartiré con vosotros, es inevitable que el magín se dispare,
casi por su cuenta, a reflexionar sobre estas cosas. Veréis, resulta
que hace muy pocos días, a través de las Redes Sociales (se ha de
ser muy cuidadoso y respetuoso con las expresiones que usamos, y, en
según qué casos, no conviene caer en la rutina de decir "gracias
a las Redes Sociales", que puede quedar banal, frívolo e
incluso cruel), merced a una de esas figuras que suelen pasar
desapercibidas y a las que a veces no damos ninguna importancia que
son los amigos de los amigos me ha llegado (tarde) la noticia de que
hace ya algún tiempo nos dejó Jesús, un amigo de la infancia y
adolescencia.
Rememorando, Jesús es (era,
ya disculparéis la inercia de los tiempos verbales empleados) uno de
los del grupo de chavales que compartimos los 7 años del
bachillerato de entonces y, teniendo en cuenta que ese era al final un grupo
de 13 estudiantes, de los 62 que iniciamos el primer curso (todos chicos, en una época de enseñanza segregada por sexos, y a la edad en que se reafirma la personalidad), no es
difícil pensar que éramos una cuadrilla altamente cohesionada, con nacientes complicidades y con
una gran confianza entre nosotros. Pero el final del ciclo académico
supuso la separación de prácticamente todos sin que fuera fácil
mantener un contacto fluido y cercano pese a las distancias (ahora
nos puede parecer increíble, pero en aquellos años, el tener un
simple teléfono en casa era un lujo, a menudo, inalcanzable),
lo que condujo a un absoluto perder la pista de la gran
mayoría y cada uno se centró (afortunadamente por otra parte) en SU
presente enfocado a SU futuro.
En el caso de Jesús,
recuperamos el contacto muchos años después por puro azar, y la
última intención mutua era vernos "y tomar un café para recordar viejos tiempos" con
ocasión de un viaje casual previsto a la zona donde él tenía ahora su
residencia; sin embargo, una conjunción de circunstancias adversas imposibilitó
el encuentro... que ya no se podrá realizar, como tampoco con Juan o
Carlos, componentes también del "grupo de los 13" que
igualmente nos han dejado.
Parafraseando a Séneca, La
vida se divide en tres momentos: el que ha sido, el que es, el que
será, y los recuerdos de
vivencias compartidas, en este caso, con Jesús pertenecen al momento
que ha sido que,
volviendo a Séneca, es justamente en el que la Fortuna
pierde todo derecho, pues no puede ya someterse de nuevo al albedrío
de nadie.
Es decir, que de nada vale aferrarse a él, que fue como fue y nos
enseñó lo que nos enseñó. Desde
estas líneas y en este blog hemos mantenido (y nos reafirmamos) en que no es bueno
anclarse en la nostalgia sin más porque eso nos puede condicionar la visión
hacia el futuro, propio y del entorno inmediato. No es incompatible
(y, por cierto, algunos políticos deberían saberlo y admitirlo para no dar mensajes partidistas engañosos) amar
profundamente todo aquello que contribuyó a forjarnos con el luchar
denodadamente por un futuro mejor visto con los ojos de hoy en un marco, posiblemente, distinto.
Es
evidente que el pasado, nuestras vivencias, se deben respetar (malo
si no se respetan, sea por desidia propia... o porque no merezcan
respetarse) pero se han de poner en el sitio que les corresponde
porque no son el hoy.
Una vivencia se identifica con unos hechos, unos lugares y unas
personas concretos; los hechos quedan difuminados con el paso del tiempo, los
lugares también se difuminan aunque mantengan su poder de evocación como los conocimos porque siempre están cambiando hasta el punto de que es lo
más normal del mundo el uso de expresiones del tipo "ésto ya
no es lo que era" al referirnos a lugares que conocíamos de
determinada forma (ya dijo Heráclito, cinco
siglos antes de Cristo, aquello de «En los mismos ríos
entramos y no entramos, [pues] somos y no somos [los mismos]»
aunque se cita erróneamente, debido a una obra de Platón, como
«Ningún hombre puede bañarse dos veces en el mismo
río»), y nos quedan en este análisis las
personas para ayudar a mantener vivo el recuerdo de una vivencia
común, aún cuando las percepciones puedan ser diferentes. Por eso
es tan doloroso cuando una persona del pasado nos deja, aunque, como
en el caso de Jesús, la relación se había convertido en un
Guadiana, porque se constata la pérdida de un nexo de unión con
unas experiencias comunes en un período que resultó decisivo para nuestro
hoy.
Si
hemos de ser sinceros a la hora de evaluar la importancia real del
pasado en el cómo afrontamos/diseñamos el futuro, no debemos
olvidar la evidencia de que nosotros también cambiamos cada día.
Decía el hoy olvidado escritor Antonio Gala que si un día nos
cruzáramos con el niño que fuimos, no sólo no lo conoceríamos
sino que, además, no lo
entenderiamos. Y, posiblemente, sea así; lo que pasa es que el que
aquel niño que no reconocemos actuara de esa manera que ahora no entedemos
ha hecho que hoy seamos como somos (pese a que, ocasionalmente, seguimos
sin entenderlo, pero eso es otra cosa). Los recuerdos y las personas
asociadas a ellos, pues, hay que respetarlos, hay que reservarles su
adecuado lugar en la memoria, pero nunca aferrarse a ellos para
condicionar un futuro, necesariamente, sin ellos.
Para
acabar estas reflexiones, parece oportuno recordar la canción Hier
encore2
(Ayer todavía), compuesta por Charles Aznavour en septiembre de 1964,
cuando él contaba 40 años de edad, y
que, rápidamente, se convirtió en un hit en todo el mundo, tanto por
su agradable melodía como por el mensaje que transmite lo que dice,
cruzando el charco a EEUU, primero como Only yesterday
(Sólo ayer) y, después, con una nueva letra en inglés del
periodista y letrista Herbert Kretzmer, con el nombre con que hoy es
conocida, Yesterday, when I was young (Ayer,
cuando era joven), que habla de un hombre que reflexiona sobre su
vida pasada recordando y siendo consciente de cómo había desperdiciado su juventud en actividades
egocéntricas e insensatas, y que, ahora que es mayor, no puede sino
lamentarse de que no podrá hacer todo lo que había planeado. Para
esta ocasión propongo escuchar la versión en inglés del
instrumentista estadounidense, actor y cantante especializado en
música country Roy Clark grabada en enero de 1969 (pese a que en Youtube
indica 1967). Esta versión está considerada por la critica, y por el
mismo Aznavour, como la mejor de todas las que se han hecho. Vaya en
recuerdo de las enseñanzas de Séneca y en homenaje a todos los
"Jesús" que han formado parte de nuestras vivencias de un
pasado, quizá, lejano.
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1El
estoicismo es la concepción ética de la escuela filosófica griega
y grecorromana según la cual el bien no está en los objetos
externos, sino en la sabiduría y dominio del alma, que permite
liberarse de las pasiones y deseos que perturban la vida. La escuela
fue fundada por las ideas de Zenón de Citio en el siglo IV a. C.y, en ella, el
estoicismo consideraba la filosofía dividida en tres partes: la
lógica, la física y la ética.
2Según
la revista musical especializada Billboard, la canción, en inglés
o francés, registraba más de 90 versiones ya en 1972, entre las
que destacaban las de Bing Crosby, Shirley Bassey, Dusty
Springfield, Roy Clark, Mel Torme, Lena Horne, Andy Williams, Jimmy
Durante, Bobby Bare, Al Martino, The Peanuts, Glen Campbell, Eddy
Mitchell, Dean Reed, Johnny Mathis, Marc Almond, Patricia Kaas, Nora
Aunor, etc. (todo un catálogo de artistas), lo que no excluye versiones posteriores, como la de
Patrick Bruel, Amanda Lear en 2001 o Elton John en 2008.
En español hay, entre otras menos conocidas, la de
Los Catinos, la de Dyango o, incluso, Julio Iglesias, que también
la ejecuta.