John James Osborne, o,
simplemente, John Osborne (1929 – 1994), nada que ver con los
bodegueros andaluces, fue un dramaturgo, guionista y actor
británico, muy crítico en su obra con el establishment, obra en la
que exploró, en una vida productiva de más de 40 años, muchos
temas y géneros, escribiendo para el teatro, el cine y la
televisión. De vida extravagante e iconoclasta, a juzgar por sus
biografías, es famoso por la ornamentada violencia de su lenguaje,
que no sólo empleaba a favor de las causas políticas que apoyaba
sino también, según se cuenta, contra su propia familia, incluyendo
sus esposas e hijos, aunque, al parecer, ellos a menudo dieron como
contrapartida lo que recibieron.
Llegó a la escena británica
en una edad de oro de la misma, pese a que la mayoría de las grandes
obras provenían de los Estados Unidos y Francia por una aparente
ceguera de las obras británicas al tratamiento de las complejidades
del período de posguerra. Precisamente Osborne fue uno de los
primeros escritores en debatir acerca de los objetivos del Reino
Unido en la época postimperial y el primero en cuestionarse sobre un
escenario el sentido de la monarquía.
El abrumador éxito de su
obra de 1956 Look Back in Anger («Mirando hacia atrás con
ira») transformó el teatro inglés y, a raíz de ella,
consiguió que el desprecio fuese admisible e incluso una emoción
estereotipada en el escenario, argumentó en pro de la sabiduría
limpiadora del mal comportamiento y del mal gusto, y combinó una
incansable veracidad con un ingenio devastador.
El protagonista de esta obra
(la primera del llamado "realismo de fregadero"), Jimmy
Porter,sirvió para bautizar a los "jóvenes iracundos",
esa generación de jóvenes británicos que no habían vivido la
Segunda Guerra Mundial pero que tenían que
sobrevivir a sus consecuencias sintiendo que ya no quedaban "causas
valientes por las que luchar"
(en palabras de Porter).
Sin embargo, lo que no queda claro, incluso al llegar al
final, es el motivo de esta ira devastadora: los terribles y
continuos ataques verbales de Jimmy, aunque dirigidos a su esposa
Alison y a su compañero de piso Cliff (además de al
"establishment", por supuesto), no parecen tener unas
motivaciones bien definidas. De hecho, aunque Porter profesa casi
reverencia por la clase trabajadora, la obra ni siquiera parece
aliarse claramente con la izquierda política.
Lo que provoca la ira de
Jimmy, que es un hombre culto que, a pesar de su educación
universitaria, apenas puede conseguir un trabajo en una tienda de
caramelos, parece ser una enfermiza incapacidad de sentir, de
conmoverse y, en suma, de sufrir. Alison, su esposa, proveniente de
una familia de clase media-alta, representa todo lo que Porter
desprecia (en pocas palabras, un "monumento al desapego").
Pero nada de lo que él diga o haga podrá "provocarla":
Jimmy, que considera su vida personal y profesional muy frustrante, y
vive, además, lleno de amargura a causa de la sociedad que le rodea,
pronostica que sólo el dolor de la pérdida más íntima, la muerte
de un hijo antes de haber nacido, podrá transformarla en un "ser
humano de verdad".
Con esta controvertida obra
llevada también al cine, en película dirigida por Tony Richardson y
con un soberbio Richard Burton en el papel de Jimmy Porter, John
Osborne quiso rebelarse contra el servilismo e inacción política de
la sociedad británica de la época, especialmente de los
dramaturgos. Es curioso, por tanto, que Osborne se valiera
precisamente del formato de la "obra bien escrita" en
Mirando hacia atrás con ira: la obra no sorprende en cuanto a
estructura dramática, y la verborrea de Jimmy chirría un poco en
relación al realismo "de fregadero" de la escenografía.
Pero asusta -y mucho- que, por los temas tratados, esta obra tenga
vigencia más de sesenta años después. Sobre todo con la que está
cayendo.
Aunque hay que reconocer
que, si bien es verdad que, si se nos pregunta, cada uno de nosotros
podría facilitar unos cuantos nombres de personas reales con una
actitud similar a la de Jimmy Porter, y que el desencanto social y
la indignación son como los de la obra de Osborne, si tomamos como
referencia el título, seguramente cuadraría más el de Mirando
hacia atrás con perplejidad. ¿O no causa perplejidad, entre
otras muchísimas cosas, el ver, por ejemplo, con ira, que se está
saqueando impune e irresponsablemente el fondo de pensiones, mirar
atrás y comprobar que el fondo se creó coincidiendo con las
penurias de la dura posguerra y que, incluso en crisis económicas
anteriores ¡crecía! y, es más, ningún inepto indecente se hubiera
atrevido a tocarlo?
Los vistazos de comparación
de muchas situaciones del presente con las del pasado, suelen
comportar frecuentemente esas incoherencias, a veces difíciles de
justificar.
Pero, si hay hoy una
situación que nos descoloca y que, mirando hacia atrás, nos causa
cada vez más perplejidad en su gestión es lo que se ha dado en
llamar "el tema catalán". Para empezar, ¿cómo es posible
que un contencioso iniciado hace sólo 7 años (ojo, no nos
confundamos, hay un sentimiento, seguramente minoritario, muchísimo
más antiguo) como la reivindicación del derecho a opinar sobre el
encaje de Catalunya dentro del Estado español se haya
convertido en el marasmo actual en el que lo que se debate es la
independencia de Catalunya? Un inciso de contenido exclusivamente
psicológico: aplicando principios conductuales, el independentismo
está ganando por goleada toda vez que ya todos los ámbitos sociales
hablan con normalidad de la independencia de Catalunya (a
favor o en contra, naturalmente, con más pasión que argumentos o
viceversa, de forma agresiva o sosegada,...), lo que era del todo
inimaginable hace unos pocos años, lo que se traduce en que se
debate algo que, psicológicamente hablando, se considera posible.
Resulta evidente que, en
todo este tiempo, las dos partes en litigio han cometido errores,
pero, sin entrar en vericuetos políticos e intentando analizar
objetivamente sólo la gestión del problema, ciertamente se observa
un mayor número de fallos, algunos clamorosos, precisamente en la
parte de cuyo lado está el poder y, por tanto, la capacidad de
conducir el litigio a buen puerto.
Veamos algunos, sin
mencionar antecedentes (pese a que tienen su importancia) de
denuncias de desapego popular en sede parlamentaria por parte de
¡dos! Presidentes de la Generalitat, la recogida de firmas "contra
los catalanes", el recurso del PP sólo al nuevo estatuto
catalán, y no a otros con articulado similar, el recorte e
impugnación del mismo por el Tribunal Constitucional (TC), los
recurrentes ataques a la lengua, etc., todo ello caído en oídos
sordos, como quien oye llover.
Y llega el fallo del TC
sobre el Estatut y la primera manifestación multitudinaria (que se
hará anual, siempre con participación masiva) de una ciudadanía
descontenta a la que, prescindiendo de si son o no mayoría, nunca
desde entonces se ha escuchado y atendido, queriéndola tratar
oficialmente como si fuera una acción meramente folklórica. Un
detalle comprobable en las imágenes: en esos años NO se veía
prácticamente ninguna "estelada", bandera independentista.
Visto el poco caso que las instituciones estatales hacen de las
demandas ciudadanas (insisto, sean o no mayoritarias), el gobierno
catalán asume la responsabilidad de plantearlas con el nombre de
"derecho a decidir" la forma de estar dentro del Estado
español (ver hemeroteca) como un referéndum en Catalunya, lo que
ofrecería información para gestionar adecuadamente el resultado.
Sorpresivamente, la
respuesta fue un NO cerrado a la autorización de la consulta o a
dialogar sobre ella rubricado con un "Porque yo no quiero"
repetido con profusión por el Presidente del Gobierno dentro y fuera
del Parlamento, en una actitud que define a un gobernante, dispuesto
a hacer prevalecer sus opciones personales antes que conocer la
opinión de la ciudadanía (¿porque el conocerla le obligaría a
tomar decisiones para gestionar lo que él mismo define como el
primer problema de España?), ajeno a las consecuencias que tal
actitud puede provocar para todos. Lo preocupante es que ese
aserto fuera jaleado por los suyos, la mayoría de medios y parte del
tejido social como una demostración de fuerza, cuando realmente
acredita la debilidad de quien no tiene argumentos, aunque sí la
razón de la fuerza.
Formalmente, la negativa a
la celebración de la consulta se fundamentan en:
1) Incumple la ley
2) Ataca a la convivencia
3) No todo el pueblo catalán
es partidario de la consulta
4) La decisión en todo
caso, afecta a la soberanía de toda España
1) Aparte de que numerosos
juristas aseguraron que lo que se pedía entonces era perfectamente
legal y constitucional (hemeroteca), la situación era calcada a la
del referéndum para entrar en la OTAN, que SÍ se celebró y se
aceptó su resultado. Pero, es más, respecto del valor relativo de
algunas leyes, recordemos una anécdota real: el Capitán William
Kidd (cuya leyenda dio lugar a varias obras literarias entre las que
destaca La isla del tesoro, de Robert L. Stevenson), fue un
marino escocés al servicio, a finales del siglo XVII, del holandés rey Guillermo, III de Inglaterra
y II de Escocia, quien se dice que le concedió patente para sus
actos, que se dedicaba a saquear y hundir las naves con bandera de
países enemigos de la patria, cumpliendo una ley que se promulgó
para amparar, justamente, estas acciones. Eso sí, en una prueba de
coherencia política, Kidd se convirtió en un instrumento de la
guerra entre Tories y Whigs, porque al asaltar un barco
con bandera francesa (amparado por la ley) pero que no era francés
(quedaba fuera de esa ley), fue encarcelado, juzgado en el Parlamento
de Londres, condenado a muerte y ejecutado. Por cierto, se sabe que
todas sus cartas enviadas desde prisión al rey Guillermo, para quien
trabajaba, solicitando clemencia fueron rechazadas. En este caso,
queda patente que lo relevante es la interpretación de la ley, el fondo y significado de ella
y no solo su literalidad.
2) En un peligrosísimo
ejercicio de provocación, los contrarios a la consulta y al diálogo
se dedicaron a sembrar la idea (que ha calado) de que mantener ideas
políticas diferentes, que la consulta que se planteaba (no la
independencia, ojo, que vino después) convierte per se,
cualquier relación personal en un infierno, que la política es algo
de "buenos y malos", que las personas de diferentes
territorios sólo pueden ser enemigos o que el lugar de
nacimiento de padres o abuelos marca indefectiblemente la actitud de
la persona de hoy ante el futuro. Como decía un pensador madrileño
finisecular, hay mucha gente que vive en nuestro país cultivando
su odio. El cainismo sigue dominando la política y la convivencia,
lo cual no es precisamente una novedad porque España está
fracturada desde el retorno de Fernando VII tras su forzado exilio en
Francia. En estos dos últimos siglos hemos sufrido guerras civiles,
asonadas y crueles enfrentamientos en una nación partida en dos. Los
españoles siempre hemos buscado cualquier pretexto para matarnos.
Cualquiera con dos dedos de frente que sea capaz de pensar en las
próximas generaciones en lugar de en las próximas elecciones sabe
que la convivencia y las relaciones personales han de seguir sea cual
sea el resultado del litigio y que, por tanto, es irresponsable y
peligroso azuzar enfrentamientos artificiales que, además, no son
ciertos. Y respecto a la actitud de los descendientes de emigrantes,
¿calificarían de renegada a Anne Hidalgo (alcaldesa de París,
española de nacimiento), a Donald Trump (presidente de EEUU, hijo de
inmigrantes alemanes)... o a Juan Carlos I (nacido en Italia)?
3) En España, no todos los
aficionados al fútbol son hinchas del Real Madrid, ni todos los
ciudadanos son católicos, ni toda la ciudadanía tiene la misma
opción política, luego extraer y difundir la idea de que la opción
separatista pacífica conduce necesariamente al caos es pueril y
manipulador; si eso fuera así, los nuevos países (una treintena en
el mundo desde 1990) nacidos a través de un referéndum estarían en
guerra civil continua ya que en ninguno de ellos hubo un 100% a
favor; al contrario, cuando, como recientemente en Guinea Ecuatorial,
el presidente del gobierno es reelegido en una votación con un 98%
de votos favorables, algo huele mal.
Diálogo y respeto si se buscan soluciones estables. Lo demás
es intoxicar.
El diálogo SIEMPRE se basa en las diferencias, |
4) Todo apunta que apelar en
estas cuestiones (no en otras) a la soberanía es una burda
manipulación engañando con un ataque al patriotismo que no es tal,
sino la certificación de la incapacidad de gestionar un problema y
el buscar excusas para ello, Vamos a ver: si una Comunidad Autónoma
(la que queráis) plantea unos agravios al Gobierno Central, entre
ellos deben solucionarlo y, en todo caso, a mí, en otra comunidad,
sólo me ha de preocupar cómo el Gobierno Central ha pensado que no
me afecte ese contencioso, y en modo alguno debo permitir que ese
Gobierno Central me diga que yo debo impedir que la Comunidad
Autónoma presente sus agravios. Es doctrina del Derecho
Internacional que la solución a estos contenciosos ha de ser
escrupulosamente bilateral, como bien sabe el gobierno español, ¿o
acaso votó un murciano, pongamos por caso, en el referéndum de 1968
para la independencia de Guinea ESPAÑOLA? ¿o se apeló a la
soberanía para abandonar a su suerte a los ciudadanos ESPAÑOLES
del Sahara ESPAÑOL? ¿o cuando se cedieron los territorios del
antiguo Protectorado de Marruecos? Y si vamos a la escena
internacional, ¿votó Gales en el referéndum de Escocia? ¿ha
votado España, miembro de la UE, en el Brexit, para salir el Reino
Unido de ella? No, apelar a la soberanía en asuntos como éste es
manipular y engañar a la gente, predisponiéndola, manejando sus
sentimientos, contra el "diferente".
Resumiendo, y huyendo, repito, de
vericuetos políticos, sí que parece desprenderse que, aplicando
modelos de gestión empresarial de discrepancias entre filiales (que
son normales y, a veces, sonadas), se ha errado en el caso actual el planteamiento
inicial al no querer conocer el motivo, origen y alcance de la discrepancia y
se han sembrado excusas y responsabilidades de terceros, cuando
menos, cuestionables, buscando una complicidad en la no-gestión del
problema. Tal visión no puede dar jamás una solución estable y
duradera a la discrepancia sino, como mucho, que quede acallada un
tiempo con el riesgo de que rebrote con mayor dimensión y
virulencia. Mirando hacia atrás, no muy lejos, la verdad, ya es
perceptible que el diseñar un planteamiento posiblemente erróneo (y
el sostenello y no enmendallo, quizá por aquello de la captación de
unos votos) condiciona la política o no-política a aplicar y el que
sea imposible vislumbrar un desenlace razonablemente satisfactorio
para todas las partes, que es el objetivo que se busca cuando en el
mundo empresarial se ha de gestionar una discrepancia, por incómoda
que resulte.
Remedando lo que nos dice la
Biblia, dad al César lo que es del César... y lo que es política
sólo a los políticos, rogando sobremanera que éstos sean honestos,
sepan qué es la política y sus responsabilidades en democracia y,
ya puestos a pedir, que sean un poco (sólo un poco) inteligentes y
abiertos.
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