Estos días del año en que
se cumple el bicentenario de la novela Frankenstein o el moderno
Prometeo1,
de la escritora inglesa Mary Shelley, ha llegado a nuestras pantallas
de cine la película "Mary Shelley", dirigida por Haifaa Al Mansour y
con Elle Fanning en el papel protagonista. La película se centra en
un pasaje de la vida de Mary, joven extrovertida de dieciocho años
que se enamora a primera vista cuando conoce al poeta Percy Shelley,
un hombre con ideas avanzadas para la época. A pesar de la
diferencia de edad inician un romance, que se complica cuando la
familia de Mary lo descubre, prohibiendo que ambos vuelvan a verse.
Para escapar de los rumores constantes, los dos se van con Claire, la
medio-hermana de Mary, a una casa que tiene el también escritor
Lord Byron junto al lago Lemán, en Suiza, Allí, Byron popone como un
juego que todos los presentes en la reunión, incluido su médico, el
doctor Polidori, escriba un relato de fantasmas, vampiros o terror, y
la joven concibe la idea de Frankenstein, escribiendo la novela
realmente como una vía de escape. Pero, en una época en la que las
escritoras no eran tenidas en cuenta, tendrá que proteger a su
monstruo y forjar su propia identidad.
Vale la pena detenerse en
este aspecto, común y admitido como "normal" en nuestra
sociedad; Mary Wollstonecraft Shelley (de soltera
Godwin, 1797 – 1851), hija de un político
y de una filósofa feminista, se
reconoce hoy como narradora, dramaturga,
ensayista, filósofa y biógrafa británica, sobre todo por la
autoría de la novela
citada,
Frankenstein o el moderno Prometeo,
la cual sigue siendo ampliamente leída y ha inspirado varias
adaptaciones en cine y teatro, aunque
también editó y promocionó las obras de
su esposo, el poeta romántico y filósofo Percy Bysshe Shelley.
Hasta la década de 1970, Mary Shelley fue principalmente reconocida
por sus esfuerzos para publicar las obras de Percy Shelley y sólo
recientemente, los historiadores han
comenzado a estudiar más detalladamente y
han mostrado un interés creciente en su
producción literaria, particularmente en sus novelas, libros
de viajes y artículos
biográficos, que
apoyan el punto de vista de que Mary Shelley continuó siendo una
política radical a lo largo de su vida pues
sus obras argumentan
a menudo que la cooperación y la
compasión, particularmente las practicadas por las mujeres en sus
familias, son las formas de reformar a la sociedad civil.
Paradójicamente, esta
visión constituyó un desafío directo al romanticismo individual
promovido por su marido
Percy Shelley y a las teorías políticas educativas articuladas por
su padre, William Godwin.
No
es la primera vez que dejamos constancia en estas líneas de lo
pernicioso que puede ser (y que, sin duda,
define la talla moral de quien lo hace) esa
necesidad de “catalogar” con “etiquetas” a personas o cosas
para “aplicar” a la relación con ellas o a las conclusiones
sobre ellas lo que dicta el “manual” al uso, SIEMPRE manipulador.
Pero, ¿qué sucede cuando esas “etiquetas”
se convierten con el paso del tiempo en
estereotipos de tal potencia que, sin hacerse notar, influyen en los
derroteros de la forma y trayectoria
totales
de nuestra sociedad? El de Mary Shelley (y tantas otras como ella,
conocidas o, sobre todo, desconocidas) es un caso habitual: el del
ninguneo de la valía de la persona que, por el simple hecho de ser
mujer, se ve relegada, a lo sumo, a representante del trabajo
del hombre “con el que se la relaciona”, en un nivel social
claramente inferior.
Sin embargo, si hay un
aspecto en cuyo nombre (y desde diferentes ámbitos: profesional,
laboral, religioso, familiar, social,… ) se cometen auténticas
tropelías contra la mujer como persona es cuando entra en escena el
componente sexual. El compositor y cantante
británico Donovan Leitch publicó en 1968 su canción Laléna
(también conocida en los países de habla
hispana como Laleña)
cuya letra dice: “When
the sun goes to bed that's
the time you raise your head. That's your lot in life, Laléna,
can't
blame ya, Laléna”
(Cuando
el sol se va a la cama, ese
es el momento en que levantas la cabeza. Esa es tu suerte en la vida,
Laleña,
no
puedo culparte, Laleña)
que fue un éxito, pese a
la letra, en Estados Unidos, Reino Unido,
Francia y otros países. Donovan nunca
reveló los orígenes de la canción
hasta 2004, en que, en
una entrevista con Jim Bessman para Entertainment News Wire, declaró
que las letras de la canción, dirigidas a una mujer socialmente
marginada, fueron la reacción de Donovan al personaje de Lenya en la
versión cinematográfica de The
Threepenny Opera2:
"No es muy conocido, pero Laléna
es un título inspirado en
el nombre de la actriz alemana Lotte Lenya y
su fascinante actuación en “The
Threepenny Opera” como un musical con conciencia social, así que
cuando vi la película con Lotte Lenya, pensé: "OK, es una
prostituta, pero en la Historia del mundo, en todas las naciones, las
mujeres han tenido que asumir
variados
roles, de sacerdotisa a puta, a madre, a doncella, a esposa para
que las sociedades avancen".
Esta apariencia de poder sexual y
sus interpretaciones es muy
prominente, y allí vi la difícil situación del personaje. Las
mujeres tienen los roles
que se les atribuyen y que
desempeñan lo mejor que pueden, así
que estoy describiendo el personaje que Lotte Lenya está
representando,
pero es un personaje formado por
todas las mujeres que son
realmente parias, en el límite de
la sociedad”.
Desde un punto de vista exclusivamente musical, la canción ha sido grabada, además del propio Donovan (sólo o acompañado por Marc Bolan, Paul McCartney, etc.), entre otros, por Deep Purple, Jane Olivor, o Trini López (con un solo de guitarra en el intermedio que hace perdonar la traducción macarrónica al castellano en que convierte la segunda parte de la interpretación), pero aquí, para dar el reivindicado y merecido protagonismo a la mujer, recordaremos la versión que grabó en checo en 1970 Helena Vondráčková, absolutamente desconocida para nosotros pero toda una figura en su país.
Desde un punto de vista exclusivamente musical, la canción ha sido grabada, además del propio Donovan (sólo o acompañado por Marc Bolan, Paul McCartney, etc.), entre otros, por Deep Purple, Jane Olivor, o Trini López (con un solo de guitarra en el intermedio que hace perdonar la traducción macarrónica al castellano en que convierte la segunda parte de la interpretación), pero aquí, para dar el reivindicado y merecido protagonismo a la mujer, recordaremos la versión que grabó en checo en 1970 Helena Vondráčková, absolutamente desconocida para nosotros pero toda una figura en su país.
Uno tiende, sin quitarles
importancia, a considerar casos como los vistos de Mary Shelley o de
Laleña como anecdóticos y no representativos de la realidad y es
cierto que no son representativos, pero por motivos, precisamente,
opuestos a las que se dan como razonables, es decir que la situación
del colectivo femenino es mucho peor de lo que cabría deducir por
estas anécdotas.
Sin entrar a fondo en la
materia, para lo que esta entrada (y, seguramente, este blog)
quedaría corta, sólo unas reflexiones a vuela pluma. Si, a pesar de
la antigüedad de la Declaración de los Derechos Humanos, que
consagra, entre otras, la no discriminación de las personas por
razón de sexo, aún son (y se ven) normales las reivindicaciones en
ese sentido, queda de manifiesto que, para las autoridades, una cosa
es predicar y otra muy diferente dar trigo. Hay detalles que
hacen pensar que las autoridades no parecen dar al colectivo de las
mujeres la importancia que tiene porque no se ven avances reales en
las soluciones a sus fundadas quejas y en ese sentido podemos pensar
que la violencia de género ha acabado ya con la vida de más mujeres
que el total de asesinados por ETA en toda su historia, y mientras
ante ésta se activaron rápida y progresivamente todos los
mecanismos necesarios y la sociedad respondió, como no podía ser de
otro modo, en el primer caso es mucho más pausado y, aparentemente,
menos decidido el timing. (¡Ojo! Que nadie se llame a engaño; no se
trata de comparar ETA con la violencia de género, que pertenecen a
órbitas diferentes, sino, simplemente, poner sobre la mesa lo que se
ve como diferente grado de interés de los legisladores ante ambas
problemáticas y que, quien corresponda, argumente los motivos).
Apuntamos más arriba la
respuesta social ante la situación de la mujer... En los años 80 y
90 del pasado siglo fue muy popular en nuestro país un duo
(inicialmente, un trío) de humoristas con sketches ajustados a la
realidad social, alguno de ellos, francamente, de gran calidad a la
vez que crítico; pero, lamentablemente, uno de los que obtuvo mayor
fortuna en su aceptación pública consistía en uno de los miembros
del duo caracterizado de mujer, magullada y temblorosa, que
proclamaba: "Mi marido me pega... lo normal"
Evidentemente, cabe la posibilidad de que el gag fuera creado para
"despertar conciencias", pero, si treinta años después de
su creación se repone y sigue levantando carcajadas (¡también en
mujeres!), algo muy serio está por resolver en nuestra sociedad. Se
sigue admitiendo que la mujer, por el hecho de serlo, debe estar a
otro nivel, inferior, al del hombre. Una constatación en
lógica cartesiana: si se necesita promulgar leyes encaminadas a
conseguir la igualdad de personas, este hecho indica que una
de las fuentes del derecho, la costumbre, va por otros derroteros, y
se acepta socialmente algo lejano a esa nueva ley.
Lo trágico cuando se desea
vislumbrar un futuro de auténtica igualdad es observar que muchas
mujeres reivindican con ardor (actitud respetable, por supuesto) la
continuidad de roles sociales, profesionales, familares,...
diferentes e inalterables para cada sexo. Más allá de esa ñoñería
de "yo ayudo en las tareas de casa", que suele
esconder la evidencia asumida por todos de que eso sigue siendo
responsabilidad de la mujer, a la que, para que no proteste, se le
hace el pregonado favor de ayudarla "en lo que a mí
me guste"; más
allá, decimos, se encuentran actitudes auténticamente sangrantes
para una convivencia armónica en igualdad. Un ejemplo actual: se ha
publicado estos días que uno de los condenados por el repugnante y
controvertido mediáticamente caso conocido por el de "la
manada", en libertad provisional (?), se ufanaba de tener un
club de fans en las Redes Sociales en el que también
habían mujeres (!!!). Sin
comentarios.
Ya
que hablamos del caso de "la manada", y sin entrar en él,
sólo un par de apuntes: ¿qué confianza y
credibilidad puede pedir una
institución que repone en su puesto como servidores
públicos a algunos condenados
en la sentencia? Se dirá,
claro, como en el tema de la libertad provisional, que la ley lo
permite, y es verdad; lo que duele es que las instituciones se
amparen para casi todo, si políticamente les conviene, en ese mantra del imperio de la ley (con minúscula), aparentemente
inmutable para ellos, sin dar
muestras de que verdaderamente les preocupe que
haya el debido paralelismo
entre Ley (ahora con mayúscula) y Justicia, desoyendo tranquilamente
las quejas, el desamparo y el clamor popular.
Volvamos
al principio, con Mary
Shelley; el
público suele identificar como Frankenstein al monstruo cuando es su
creador (que, bien mirado, también es un monstruo); en
el caso que comentamos, el de la situación social de la mujer, en un
sistema que se va retroalimentando para seguir la doctrina del escritor Giuseppe Tomasi di
Lampedusa, de que todo cambie para que todo siga igual, ¿quién es
Frankenstein? ¿quién el monstruo? Ahí lo dejamos. Se admiten
apuestas.
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1Frankenstein
o el moderno Prometeo, o simplemente Frankenstein (título
original en inglés: Frankenstein; or the modern
Prometheus), es una obra literaria que habla de temas tales como
la moral científica, la creación y destrucción de vida y el
atrevimiento de la humanidad en su relación con Dios. De ahí, el
subtítulo de la obra: el protagonista intenta rivalizar en poder
con Dios, como una suerte de Prometeo moderno que arrebata el fuego
sagrado de la vida a la divinidad.
Hay que decir que el personaje del
doctor Frankenstein está basado en el científico amateur Andrew
Crosse, que solía experimentar con cadáveres y electricidad (en
aquel entonces una energía apenas estudiada y rodeada de un halo de
misterio y omnipotencia).
La novela narra la historia de
Víctor Frankenstein, un joven suizo, estudiante de medicina en
Ingolstadt, obsesionado por conocer "los secretos del cielo y
la tierra". En su afán por desentrañar "la misteriosa
alma del hombre", Víctor crea un cuerpo, una criatura de 2,44
metros de altura, a partir de la unión de distintas partes de
cadáveres diseccionados y animada mediante electricidad. Víctor
Frankenstein comprende en ese momento el horror que ha creado,
rechaza con espanto el resultado de su experimento y huye de su
laboratorio. Al volver, el monstruo ha desaparecido y él cree que
todo ha concluido. Pero la sombra de su pecado le persigue: el
monstruo tras huir del laboratorio, siente el rechazo de la
humanidad y se despierta en él el odio y la sed de venganza. Tras un
período de convalecencia debido al exceso de trabajo, y después de
enterarse del asesinato de su hermano menor William, Víctor regresa
a su Ginebra natal con su familia y su prometida, solo para
descubrir que detrás del crimen está el furor de la criatura que
él ha traído a la vida. La culpa de Víctor se hace mayor cuando
permite que una sirvienta de la familia -Justine Moritz- sea
condenada a muerte y ejecutada, acusada del crimen.
No desmenuzaremos más la novela,
en atención a quien aún no la haya leído, y sólo diremos que, al
final, es la propia criatura la que pondrá fin a su miserable
existencia lo que comunica así al que a la postre es el narrador:
«No tema usted, no cometeré más crímenes. Mi tarea ha
terminado. Ni su vida ni la de ningún otro ser humano son
necesarias ya para que se cumpla lo que debe cumplirse. Bastará con
una sola existencia: la mía. Y no tardaré en efectuar esta
inmolación; me dirigiré al más alejado y septentrional lugar del
hemisferio; allí recogeré todo cuanto pueda arder para construir
una pira en la que pueda consumirse mi mísero cuerpo».
2The
Threepenny Opera (originalmente en alemán: Die 3
Groschen-Oper y para nosotros La ópera de los 3 peniques)
es una película musical alemana de 1931 basada libremente en el
éxito de igual título del teatro musical de 1928, de Bertolt
Brecht y Kurt Weill.
El argumento es que, a finales de la época victoriana de Londres, Mackie Messer ("Mack the Knife") es un pandillero cuya amante es Jenny, una prostituta en un burdel pero al ver a Polly por primera vez, la convence de que se case con él.
El padre de Polly controla a los mendigos de la ciudad y está furioso por perder a su hija a manos de un criminal rival y denuncia a Mackie como un asesino; Mackie va al burdel, donde la celosa Jenny traiciona su presencia a la policía y después de una dramática escapada a la azotea, es arrestado y encarcelado.
Mientras tanto, Polly compra un banco con los secuaces de Mackie, nombrando a este director, lo que causa un cambio de actitud de sus padres. Jenny visita la prisión y, al prometer sus favores al carcelero, éste permite a Mackie escapar; se dirige al banco, donde descubre su nuevo estado. Polly también llega al banco y acuerdan unir sus fuerzas ya que, como dice Brecht, la banca es una forma de crimen más segura y más rentable.
El argumento es que, a finales de la época victoriana de Londres, Mackie Messer ("Mack the Knife") es un pandillero cuya amante es Jenny, una prostituta en un burdel pero al ver a Polly por primera vez, la convence de que se case con él.
El padre de Polly controla a los mendigos de la ciudad y está furioso por perder a su hija a manos de un criminal rival y denuncia a Mackie como un asesino; Mackie va al burdel, donde la celosa Jenny traiciona su presencia a la policía y después de una dramática escapada a la azotea, es arrestado y encarcelado.
Mientras tanto, Polly compra un banco con los secuaces de Mackie, nombrando a este director, lo que causa un cambio de actitud de sus padres. Jenny visita la prisión y, al prometer sus favores al carcelero, éste permite a Mackie escapar; se dirige al banco, donde descubre su nuevo estado. Polly también llega al banco y acuerdan unir sus fuerzas ya que, como dice Brecht, la banca es una forma de crimen más segura y más rentable.
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