jueves, 14 de febrero de 2019

Jugar con el lenguaje; enigmística.

Leí hace tiempo en algún sitio que el conocer, y por lo tanto, amar y respetar una lengua se 
demuestra cuando se es capaz de jugar con ella, como pasa, por ejemplo y en otro orden de 
cosas, con los hijos, en el bien entendido de que estos juegos excluyen, naturalmente, 
cualquier atisbo de rechazo, resumido precisamente en la aplicación de la acepción número 
ocho de la definición que para el verbo “jugar” ofrece el Diccionario de la Real Academia de la 
Lengua Española, esto es, “Tratar algo o a alguien sin la consideración o el respeto que 
merece. Estás jugando con tu salud. No juegues con él, que tiene mucho poder.”, actitud 
limitada a ciertos arrogantes ignorantes que "juegan" así con lenguas ajenas a la vez que 
exigen casi veneración por una propia sobre la que cabe la duda de si la conocen y respetan 
lo suficiente como para jugar con ella.

Hay muchas maneras de jugar con el lenguaje, unas más divulgadas y aceptadas que otras: 
trabalenguas, homofonías, dobles sentidos, adivinanzas, enigmas, crucigramas, etc., 
agrupadas todas ellas en una disciplina llamada enigmística, que, pese a que recoge hechos 
lingüísticos registrados ya en la Roma del siglo IV antes de nuestra era, pasando (dando un 
salto en el tiempo) por nuestro rico Siglo de Oro, se circunscribía hasta hace bien poco, 
prácticamente, al campo del folclore y de los juegos de palabras. La enigmística moderna, 
básicamente literaria, que bebe de las fuentes de la retórica clásica y recoge con un cierto 
afán historicista muchos de los hallazgos lúdicos de textos de la literatura universal de todos 
los tiempos, empieza a desarrollarse en la Italia de hace un siglo, concretamente a raíz de 
publicarse en 1926 Storia dell’Enimmistica, de Demetrio Tolosanti y Alberto Rastrelli. Entre 
nosotros contamos con el filólogo, estudioso y divulgador del tema Màrius Serra con 
documentadas obras de los casos catalán y castellano, diferentes y con características 
propias cada uno de ellos. 
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En la práctica, la poderosa industria de la publicidad suele usar técnicas enigmísticas para 
llegar más fácilmente con sus productos al usuario/consumidor. Para el curioso, actualmente, 
la verdad es que son pocos los libros dedicados específicamente a la enigmística, y la mayor 
parte de la información en torno a ella se oculta en tratados de retórica, libros sobre 
curiosidades literarias, estudios críticos o recopilaciones de rarezas.

Entre los estudiosos de la enigmística de hoy, convertida en una técnica que incorpora la 
utilización de métodos experimentales para transmitir la información, hay un debate recurrente 
acerca de si se acoge o no en ella a los signos de puntuación y su casuística. Ya se sabe, los 
signos de puntuación, esos símbolos que delimitan las frases y los párrafos para conseguir 
estructurar el texto escrito, ordenan las ideas y las jerarquizan en principales y secundarias y, 
además, eliminan ambigüedades aunque su uso varía según el estilo de escritura (que se lo 
digan si no, al García Márquez de El otoño del patriarca o al Cela de Cristo versus Arizona
entre otros). En términos de principios y parámetros, los signos de puntuación entrarían a 
formar parte de los parámetros del lenguaje, y en consecuencia se sitúan en un proceso de 
constante evolución y son variables, por lo tanto pueden depender de otros factores. Si su 
inclusión, ausencia o alteración permiten “jugar” con el significado que se quiera dar a una 
frase, entonces entran de lleno en la enigmística.

Como ejemplos conocidos de estos juegos de lenguaje, no es lo mismo Déjeme hacerle una 
pregunta tonta que Déjeme hacerle una pregunta, tonta ni Vamos a comer niños que Vamos a 
comer, niños. Se cuenta una anécdota, atribuida al emperador Carlos V, que explica que debía 
firmar una sentencia que decía así: “Perdón imposible, que cumpla su condena”. Pero el 
monarca, según se cuenta, apiadado por el condenado, a quien conocía, cambió la coma de 
sitio antes de firmar y ordenóPerdón, imposible que cumpla su condena”, y de ese modo 
cambió la suerte de algún desgraciado. 
 
 
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El uso de los signos de puntuación se ha aplicado incluso a experimentos de psicología 
sociológica; en cierta ocasión se pidió a los estudiantes de una universidad que, en una frase 
dada, pusieran la coma que faltaba en el lugar correcto. La frase era “Si el hombre supiera 
realmente el valor que tiene la mujer andaría a cuatro patas en su búsqueday el resultado 
fue que la inmensa mayoría de mujeres la colocaron después de la palabra “mujer” mientras la 
abrumadora mayoría de hombres la pusieron tras la palabra “tiene”.
Desde el punto de vista lúdico, los signos de puntuación son capaces de dar sentido a 
expresiones, a priori, enloquecidas, como “Del vecino era el gato y la madre del vecino era 
también el padre del gato

Si hay una construcción, estudiada en el campo de la enigmística, que ejerce un especial 
magnetismo y ha seducido a numerosas personas, esa es el palíndromo, palabra (oso, Ana, 
reconocer, anilina,… ) o frase (Yo voy, La ruta natural,… ) que se puede leer y que dice lo 
mismo al derecho y al revés (lo que para la simbología numérica se llama capicúa) y que lleva 
milenios entre nosotros. Componer palíndromos es una hazaña que se mide por el número, la 
extensión y la dificultad. El nombre fue inventado en inglés (palindrome) por Ben Jonson en 
1629, según el Oxford English Dictionary, y proviene del griego, significando algo así como “de 
ida y de vuelta”, aunque los palíndromos tenían milenios de existir, sin nombre. Tal vez en 
todas las lenguas y en todas las culturas hubo observadores curiosos que descubrieron los 
palíndromos. Pero Sótades, un satírico griego del siglo III a. C., tuvo la ambición de crearlos: 
hacer versos que dijeran lo mismo al revés que al derecho. Desgraciadamente, no se 
conservan. En cambio, pasó a la historia la burla de lesa majestad que le costó la vida, que 
aludía al matrimonio del rey Ptolomeo II con su hermana, y Sótades acabó tirado al mar dentro 
de un cofre de plomo.

Más allá del campo de la enigmística, hay palíndromos en la composición musical (gustos 
aparte), identificados, por ejemplo, en el Cuarteto para el fin de los tiempos de Olivier 
Messiaen, y también los hay en Bach, Haydn, Beethoven, Schubert, Berg, Webern y 
Shostakóvich.También se habla de palíndromos en la química del código genético, porque 
hay secuencias como agt aaa aaa tga. Y en la física de los agujeros negros, donde se 
considera (y se descarta) la posibilidad de que el tiempo corra hacia atrás; reversión 
imaginable con el aforismo de Merlina Acevedo: “El reloj de arena es el palíndromo del 
tiempo.” Hay palíndromos por todas partes. Se puede decir que todo espejo crea palíndromos 
entre la imagen y la realidad.  
 
 

Hay palíndromos anónimos y perfectos que circulan desde hace muchos años como Dábale 
arroz a la zorra el abadque, como casi todos, no tiene algo importante que decir ya que se 
suele priorizar en ellos la construcción de palabras sobre el significado final, y uno se queda 
en la duda de por qué le daba el abad de comer a la zorra o si a ésta le gustaba el arroz, 
pongamos por caso. De autor anónimo hay muchos, muchísimos más: Somos o no somos, 
Isaac no ronca así, Sé verlas al revés, Amó la paloma, Anita lava la tina, Luz azul, Yo hago 
yoga hoy, Ana lava lana… Pero, sobre todo, los palíndromos han cautivado a muchos 
escritores. Ahí está para demostrarlo el verso en latín "In girum imus nocte et consumimur 
igni" (Damos vueltas en la noche y somos consumidos por el fuego), que algunos atribuyen a 
Virgilio y otros a Dante Alighieri. Y los palíndromos también han hechizado a autores como  
Jonathan Swift, Edgar Allan Poe, Lewis Carroll, James Joyce, Vladimir Nabokov, Italo  
Calvino… Entre los latinoamericanos destacan los argentinos Julio Cortázar y Jorge Luis 
Borges y el cubano Guillermo Cabrera Infante. 

Uno de los últimos cuentos de Julio Cortázar -incluido en "Deshoras", su último libro de 
relatos, publicado en 1982- se titula "Satarsa" y gira en torno a un palíndromo: Atar a la rata
También en "Lejana", un cuento de "Bestiario", Cortázar habla de palíndromos. La 
protagonista de ese relato, Alina Reyes, confiesa que pasa el tiempo con juegos de palabras, 
incluidos los palíndromos. "Los fáciles, Salta Lenin el atlas; Amigo, no gima; los más difíciles 
y hermosos, Átale, demoníaco Caín, o me delata; Anás usó tu auto, Susana", subraya.  
Precisamente de Cortázar, y contradiciendo aquella tendencia general que apuntábamos de 
la poca o nula importancia del significado final de la frase obtenida, es uno que parece 
bastarse a sí mismo para extraer una oscura verdad: “Adán y raza, azar y nada”, lúcida 
combinación que hace surgir una reflexión compleja, pesimista y desencantada sobre la 
humanidad y su destino.

No hay unanimidad sobre ello, pero, para algunas fuentes, el palíndromo más largo del 
mundo es obra del escritor francés Georges Perec, vio la luz en 1969 y se trata de una 
novela que consta de 1.300 palabras y que se puede leer tanto de izquierda a derecha como 
de derecha a izquierda; otras fuentes, sin embargo, apuntan que en 2008 el compositor 
español Víctor Carbajo publicó el palíndromo más largo del mundo, 140.721 letras y 22.132 
palabras (todas diferentes de 4 a 15 letras), y el récord Guinnes está en posesión de la 
novela “Dr.Awkward & Olson in Oslo” de Lawrence Levine, 167 páginas y 31.594 palabras 
pero menos letras que el de Carbajo, 104.000. Por tanto el de Carbajo es más largo y en 
cualquier caso es el más largo en español.

Apasionante. Por cierto, la frase “enloquecida” que dejábamos en suspense cuando 
hablábamos de los signos de puntuación se convierte en plenamente razonable sólo si le 
añadimos un punto y coma: Del vecino era el gato y la madre; del vecino era también el 
padre del gato

2 comentarios:

  1. Interesantísimo post, como siempre
    (no soy una pelota).

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    1. Gracias por el comentario. El atreverse a jugar con el lenguaje respetándolo es un ejercicio del todo gratificante y, como actividad mental, altamente aconsejable.

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