agrupadas todas ellas en una disciplina llamada enigmística, que, pese a que recoge hechos
lingüísticos registrados ya en la Roma del siglo IV antes de nuestra era, pasando (dando un
salto en el tiempo) por nuestro rico Siglo de Oro, se circunscribía hasta hace bien poco,
prácticamente, al campo del folclore y de los juegos de palabras. La enigmística moderna,
básicamente literaria, que bebe de las fuentes de la retórica clásica y recoge con un cierto
afán historicista muchos de los hallazgos lúdicos de textos de la literatura universal de todos
los tiempos, empieza a desarrollarse en la Italia de hace un siglo, concretamente a raíz de
publicarse en 1926Storia dell’Enimmistica, de Demetrio Tolosanti y Alberto Rastrelli. Entre
nosotros contamos con el filólogo, estudioso y divulgador del tema Màrius Serra con
documentadas obras de los casos catalán y castellano, diferentes y con características
propias cada uno de ellos.
En la práctica, la poderosa industria de la publicidad suele usar técnicas enigmísticas para
llegar más fácilmente con sus productos al usuario/consumidor. Para el curioso, actualmente,
la verdad es que son pocos los libros dedicados específicamente a la enigmística, y la mayor
parte de la información en torno a ella se oculta en tratados de retórica, libros sobre
curiosidades literarias, estudios críticos o recopilaciones de rarezas.Entre los estudiosos de la enigmística de hoy, convertida en una técnica que incorpora la
utilización de métodos experimentales para transmitir la información, hay un debate recurrente
acerca de si se acoge o no en ella a los signos de puntuación y su casuística. Ya se sabe, los
signos de puntuación, esos símbolos que delimitan las frases y los párrafos para conseguir
estructurar el texto escrito, ordenan las ideas y las jerarquizan en principales y secundarias y,
además, eliminan ambigüedades aunque su uso varía según el estilo de escritura (que se lo
digan si no, al García Márquez de El otoño del patriarca o al Cela de Cristo versus Arizona,
entre otros). En términos de principios y parámetros, los signos de puntuación entrarían a
formar parte de los parámetros del lenguaje, y en consecuencia se sitúan en un proceso de
constante evolución y son variables, por lo tanto pueden depender de otros factores. Si su
inclusión, ausencia o alteración permiten “jugar” con el significado que se quiera dar a una
frase, entonces entran de lleno en la enigmística.Como ejemplos conocidos de estos juegos de lenguaje, no es lo mismo Déjeme hacerle una
pregunta tonta que Déjeme hacerle una pregunta, tonta ni Vamos a comer niños que Vamos a
comer, niños. Se cuenta una anécdota, atribuida al emperador Carlos V, que explica que debía
firmar una sentencia que decía así: “Perdón imposible, que cumpla su condena”. Pero el
monarca, según se cuenta, apiadado por el condenado, a quien conocía, cambió la coma de
sitio antes de firmar y ordenó “Perdón, imposible que cumpla su condena”, y de ese modo
cambió la suerte de algún desgraciado.
El uso de los signos de puntuación se ha aplicado incluso a experimentos de psicología
sociológica; en cierta ocasión se pidió a los estudiantes de una universidad que, en una frase
dada, pusieran la coma que faltaba en el lugar correcto. La frase era “Si el hombre supiera
realmente el valor que tiene la mujer andaría a cuatro patas en su búsqueda” y el resultado
fue que la inmensa mayoría de mujeres la colocaron después de la palabra “mujer” mientras la
abrumadora mayoría de hombres la pusieron tras la palabra “tiene”.Desde el punto de vista lúdico, los signos de puntuación son capaces de dar sentido a
expresiones, a priori, enloquecidas, como “Del vecino era el gato y la madre del vecino era
también el padre del gato”Si hay una construcción, estudiada en el campo de la enigmística, que ejerce un especial
magnetismo y ha seducido a numerosas personas, esa es el palíndromo, palabra (oso, Ana,
reconocer, anilina,… ) o frase (Yo voy, La ruta natural,… ) que se puede leer y que dice lo
mismo al derecho y al revés (lo que para la simbología numérica se llama capicúa) y que lleva
milenios entre nosotros. Componer palíndromos es una hazaña que se mide por el número, la
extensión y la dificultad. El nombre fue inventado en inglés (palindrome) por Ben Jonson en
1629, según el Oxford English Dictionary, y proviene del griego, significando algo así como “de
ida y de vuelta”, aunque los palíndromos tenían milenios de existir, sin nombre. Tal vez en
todas las lenguas y en todas las culturas hubo observadores curiosos que descubrieron los
palíndromos. Pero Sótades, un satírico griego del siglo III a. C., tuvo la ambición de crearlos:
hacer versos que dijeran lo mismo al revés que al derecho. Desgraciadamente, no se
conservan. En cambio, pasó a la historia la burla de lesa majestad que le costó la vida, que
aludía al matrimonio del rey Ptolomeo II con su hermana, y Sótades acabó tirado al mar dentro
de un cofre de plomo.Más allá del campo de la enigmística, hay palíndromos en la composición musical (gustos
aparte), identificados, por ejemplo, en el Cuarteto para el fin de los tiempos de Olivier
Messiaen, y también los hay en Bach, Haydn, Beethoven, Schubert, Berg, Webern y
Shostakóvich.También se habla de palíndromos en la química del código genético, porque
hay secuencias como agt aaa aaa tga. Y en la física de los agujeros negros, donde se
considera (y se descarta) la posibilidad de que el tiempo corra hacia atrás; reversión
imaginable con el aforismo de Merlina Acevedo: “El reloj de arena es el palíndromo del
tiempo.” Hay palíndromos por todas partes. Se puede decir que todo espejo crea palíndromos
entre la imagen y la realidad.
Hay palíndromos anónimos y perfectos que circulan desde hace muchos años como “Dábale
arroz a la zorra el abad” que, como casi todos, no tiene algo importante que decir ya que se
suele priorizar en ellos la construcción de palabras sobre el significado final, y uno se queda
en la duda de por qué le daba el abad de comer a la zorra o si a ésta le gustaba el arroz,
pongamos por caso. De autor anónimo hay muchos, muchísimos más: Somos o no somos,
Isaac no ronca así, Sé verlas al revés, Amó la paloma, Anita lava la tina, Luz azul, Yo hago
yoga hoy, Ana lava lana… Pero, sobre todo, los palíndromos han cautivado a muchos
escritores. Ahí está para demostrarlo el verso en latín "In girum imus nocte et consumimur
igni" (Damos vueltas en la noche y somos consumidos por el fuego), que algunos atribuyen a
Virgilio y otros a Dante Alighieri. Y los palíndromos también han hechizado a autores como
Jonathan Swift, Edgar Allan Poe, Lewis Carroll, James Joyce, Vladimir Nabokov, Italo
Calvino… Entre los latinoamericanos destacan los argentinos Julio Cortázar y Jorge Luis
Borges y el cubano Guillermo Cabrera Infante. Uno de los últimos cuentos de Julio Cortázar -incluido en "Deshoras", su último libro de
relatos, publicado en 1982- se titula "Satarsa" y gira en torno a un palíndromo: Atar a la rata.
También en "Lejana", un cuento de "Bestiario", Cortázar habla de palíndromos. La
protagonista de ese relato, Alina Reyes, confiesa que pasa el tiempo con juegos de palabras,
incluidos los palíndromos. "Los fáciles, Salta Lenin el atlas; Amigo, no gima; los más difíciles
y hermosos, Átale, demoníaco Caín, o me delata; Anás usó tu auto, Susana", subraya.
Precisamente de Cortázar, y contradiciendo aquella tendencia general que apuntábamos de
la poca o nula importancia del significado final de la frase obtenida, es uno que parece
bastarse a sí mismo para extraer una oscura verdad: “Adán y raza, azar y nada”, lúcida
combinación que hace surgir una reflexión compleja, pesimista y desencantada sobre la
humanidad y su destino.No hay unanimidad sobre ello, pero, para algunas fuentes, el palíndromo más largo del
mundo es obra del escritor francés Georges Perec, vio la luz en 1969 y se trata de una
novela que consta de 1.300 palabras y que se puede leer tanto de izquierda a derecha como
de derecha a izquierda; otras fuentes, sin embargo, apuntan que en 2008 el compositor
español Víctor Carbajo publicó el palíndromo más largo del mundo, 140.721 letras y 22.132
palabras (todas diferentes de 4 a 15 letras), y el récord Guinnes está en posesión de la
novela “Dr.Awkward & Olson in Oslo” de Lawrence Levine, 167 páginas y 31.594 palabras
pero menos letras que el de Carbajo, 104.000. Por tanto el de Carbajo es más largo y en
cualquier caso es el más largo en español.Apasionante. Por cierto, la frase “enloquecida” que dejábamos en suspense cuando
hablábamos de los signos de puntuación se convierte en plenamente razonable sólo si le
añadimos un punto y coma: “Del vecino era el gato y la madre; del vecino era también el
Gracias por el comentario. El atreverse a jugar con el lenguaje respetándolo es un ejercicio del todo gratificante y, como actividad mental, altamente aconsejable.
Interesantísimo post, como siempre
ResponderEliminar(no soy una pelota).
Gracias por el comentario. El atreverse a jugar con el lenguaje respetándolo es un ejercicio del todo gratificante y, como actividad mental, altamente aconsejable.
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