¿Tienen las Redes Sociales algo de brujería? Pues habrá que pensar muy seriamente la
posibilidad de que sea así. Veréis, comparto una pequeña historia con vosotros: hace unas
semanas, en la opción de Twitter que no se suele mirar “A quién seguir” me apareció y,
curiosamente, aquel día lo vi, un nombre parecido al que yo recordaba de una persona con la
que tuve una relación de amistad en una época en la que, parafraseando al gran García
Márquez, yo era feliz e indocumentado1. Picado por la curiosidad (y, por qué no decirlo, por
la presión mental ejercida inconscientemente por unos recuerdos agradables que de repente
se agolparon en la memoria) hice algunas prudentes gestiones de contacto, procurando no
molestar en el caso se que se tratara sólo de una coincidencia casual, con el asombroso
resultado de que esa persona que Twitter me informó SÍ era la que se había relacionado
conmigo en aquellos años.
A partir de aquí se revela como una experiencia interesante el percatarse de que se están
recuperando de golpe sensaciones y vivencias de hace décadas, que habían quedado
arrinconadas en véte a saber qué sitio del hipocampo (tiene migas que esta parte del cerebro
gestione a la vez, por ejemplo, la memoria de los recuerdos a largo plazo – los recuerdos a
corto plazo van a otro lugar -, el hambre, los instintos sexuales,… ) y que deberemos ordenar
con algún criterio de hoy, no de entonces. Apasionante, pero eso, realmente, ya forma parte
de otra historia. Dejando de lado que, obviamente, sin la casualidad propiciada por las Redes Sociales
seguramente no se habría producido ese reencuentro, la anécdota nos sirve como base, eso
sí, para reflexionar, sin un propósito científico, acerca de la relación entre humanos. Los seres humanos somos animales sociales (unos, como ya hemos repetido aquí a veces,
más animales que otros), y todos los avances que a lo largo del tiempo hemos conseguido
han sido gracias a las relaciones sociales: cultura, civilizaciones, generación y gestión de
conocimiento… Pero además, nuestra personalidad se forja en el seno de relaciones sociales
que son un medio para satisfacer objetivos personales: necesitamos contacto físico, intimidad
y pertenencia al grupo porque eso nos da una seguridad enorme y nos tranquiliza. En cambio,
la falta de relaciones o el aislamiento social están muy relacionados con trastornos y malestar
psicológico. Así, las relaciones sociales son esenciales para nuestro desarrollo y
beneficiosas para nuestro cerebro. Tan beneficiosas que, incluso, pueden retrasar o minimizar
la aparición de deterioro cognitivo.
Nuestro cerebro es elástico. Tiene la habilidad de modificarse para funcionar mejor y para
adaptarse a nuevas circunstancias. Costumbres como realizar actividades u ocupaciones
estimulantes, dominar dos o más idiomas, adquirir nuevos conocimientos, hacer deporte y
aprovechar el tiempo libre ayudan a mantener nuestro cerebro activo. En este contexto, tener
interacciones sociales y mantener una red activa de amistades ha sido relacionado por los
neurólogos con numerosos factores de salud; entre las personas con mayor actividad social,
se ha observado un índice más bajo de depresión, de frecuencia de enfermedades, mejor
funcionamiento inmunológico o menor riesgo de ataque cardíaco. Hacer planes, establecer
metas comunes o anticipar reacciones de los demás nos da la posibilidad de mejorar las
funciones ejecutivas de la mente. Al parecer, el cómo las personas se relacionan socialmente puede constituir una forma de
enriquecimiento intelectual. Además, tener una rica vida social también puede aportar retos
cognitivos mediante la conversación con otros (por ejemplo, teniendo que atender a qué nos
dice el interlocutor y recordar para ello información relevante). Según un estudio, cuando
interactuamos con otros tendemos a adaptarnos a normas sociales y a involucrarnos en
actividades más sanas y, aunque parezca una contradicción, relacionarnos también hace que
entremos en conflicto con otras personas, mejorando así nuestra capacidad de resolución de
problemas. Las relaciones sociales aportan otros beneficios que pueden proteger, de forma
indirecta, nuestro cerebro. El estrés es un arma letal para nuestro cuerpo y nuestro cerebro.
Así, las relaciones nos reconfortan, nos aportan nuevos puntos de vista, nos ofrece apoyo
emocional y la posibilidad de hacer planes. De esta manera, son una fuente enorme de
recursos para afrontar el estrés. ¿Quién no se ha sentido mejor después de una tarde con
amigos? Los amigos, ¡ah, los amigos…! Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, la
palabra amistad, que dice que viene del latín vulgar amicĭtas, -ātis, derivado del latín culto
amīcus 'amigo', es, en su primera acepción, el afecto personal, puro y desinteresado,
compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato y, para estas reflexiones
acudiremos a lo que nos decía Aristóteles.
“Nadie querría vivir sin amigos, aun estando en posesión de todos los otros bienes”. Como es bien sabido, Aristóteles (384 a.C. - 322 a.C.) era una persona con grandes
conocimientos en diversas materias científicas o humanísticas. Sus saberes o, mejor dicho, su
enorme curiosidad, le permitió adquirir un solvente dominio en áreas tan diversas como la
lógica, la ciencia, la filosofía… Así, algo que sin duda resulta muy llamativo cuando nos
acercamos a obras como Ética a Nicómaco2 es que describa en aquella época al ser humano
como una criatura férreamente social. Nos describe como animales sociales, ahí donde la
amistad supone sin duda la forma más satisfactoria de convivencia. Aristóteles siempre
concedió un valor especial al tema de la amistad en su obra. Para él, era un bien valioso y un
aliciente para una vida feliz. Sin embargo, concretó que en la vida podemos encontrarnos tres
tipos de amistad, tres tipos de vínculos donde solo uno podía elevarse a una forma superior de
relación, a un lazo excepcional alejado del interés y la simple casualidad. Puede que en su momento el sabio no tuviera acceso ni posibilidad para conocer los misterios
del cerebro, más arriba comentados, pero si hay algo que la ciencia moderna nos ha podido
demostrar es que este órgano necesita de la interacción social para desarrollarse, sobrevivir y
gozar a su vez de una adecuada salud. Somos sin duda animales sociales, como afirmaba
Aristóteles, criaturas que necesitan de fuertes lazos con nuestros semejantes. Sin embargo,
esos vínculos a los que deberíamos aspirar deben basarse sin duda en una serie de pilares. Para Aristóteles, la amistad es un intercambio donde aprender a recibir y a otorgar, pero lejos
de concebirse como un sistema de pagos, debemos recordar que “no es noble estar ansioso
de recibir favores, porque solo el desgraciado necesita bienhechores, y la amistad es ante todo
libertad, el estado más virtuoso del ser”. Por otro lado, algo que nos explica Aristóteles es que
hay tres tipos de amistad, que, de algún modo, todos nosotros nos habremos encontrado en
más de una ocasión. La amistad interesada Que las personas nos instrumentalizamos o intentamos hacerlo las unas a las otras es algo
bien sabido. Algunos lo hacen con más frecuencia, otros no lo conciben y unos pocos
entienden voluntariamente la amistad de este modo: “yo inicio una relación de falsa amistad
contigo esperando obtener un beneficio” aunque, ciertamente, cuando contamos con uno o
varios amigos, realmente esperamos obtener algo a cambio: apoyo, confianza, construir buenos
momentos, compartir tiempo de ocio, etc.; hay quien utiliza la adulación y la manipulación en
este capítulo para obtener dimensiones más elevadas: posición social, reconocimiento… La amistad que solo busca placer Este es uno de los tres tipos de amistad que sin duda nos será sobradamente conocido; es
una interacción que suele darse mucho durante la adolescencia y primera juventud y que,
más adelante, cuando nos volvemos más selectivos, cautos y aplicamos adecuados filtros es
común ver venir este tipo de amistad de doble filo. Pero ¿en qué se diferencia la amistad
interesada de aquella que busca placer? En la primera la persona busca obtener un beneficio,
ya sean favores, acceso a otras personas, reconocimiento, etc. En el caso de esta segunda
dimensión lo que se aspira es simplemente “a pasarlo bien”, orientándose a ese hedonismo
vacío e intrascendente, donde se busca quedar con los demás para compartir en exclusiva
instantes de distensión, de alegre complicidad, de grato bienestar. Así, en cuanto la persona
necesita de un apoyo sincero, cuando se presenta un problema o cuando las cosas se
complican, el falso amigo se diluye en la nada como un azucarillo en una taza de café. No, la
amistad para Aristóteles consiste en querer y procurar el bien del amigo, favoreciendo a la vez
nuestra propia realización individual al cuidar de ese vínculo tan especial.
La amistad perfecta Entre los tres tipos de amistad que definió Aristóteles, existe la ideal, la más sólida, la más
excepcional pero no imposible. Es esa donde más allá de la utilidad o el placer existe un
aprecio sincero por el otro por como es. Hay una especie de altruismo en ese vínculo donde
no se busca sacar provecho, donde se desea sencillamente, compartir los buenos momentos,
la cotidianidad del día a día y ser también esa referencia permanente a la que acudir para
recibir apoyo. Es la amistad basada en la bondad, esa que Aristóteles describió casi como una
relación de pareja (para no meternos en camisa de once varas psicológica orillaremos aquí
el eterno y espinoso tema de debate de si es posible una amistad sincera entre un hombre y
una mujer). Porque al fin y al cabo, los amigos perfectos, los amigos de corazón son muy
pocos, son escasos, son esas referencias con las que construir un sentido de intimidad muy
profundo, donde esperamos no ser traicionados, donde se atesoran experiencias, recuerdos
y promesas que el tiempo ni la distancia podrán destruir. Para concluir, es muy posible (casi seguro) que muchos de nosotros tengamos en estos
momentos los tres tipos de amistad descritos por Aristóteles: personas que quieren algo de
nosotros, amigos que solo nos buscan para compartir instantes de diversión, y personas
excepcionales que está ahí en momentos difíciles, de viento y marea. Amigos que no
cambiaríamos por nada y que hacen de esta vida un viaje más llevadero a la vez que
interesante.
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1Gabriel
García Márquez (1927 - 2014) fue un escritor, guionista, editor y
periodista colombiano. En 1982 recibió el Premio Nobel de
Literatura. Famoso tanto por su genialidad como escritor como por su
postura política, está relacionado de manera inherente con el
“realismo mágico” y su obra más conocida, la novela Cien
años de soledad, es considerada una de las más representativas
de este movimiento literario, e incluso se considera que por el
éxito de la novela es por lo que tal término se aplica a la
literatura surgida a partir de los años 1960 en América Latina (en
una época en la que la literatura latinoamericana se había
convertido en referente. La música de protesta, los cantautores,
la pintura, la poesía y, sobre todo, la literatura, empapó toda una
generación de españoles que salían de 40 años de oscuridad. La
música de Víctor Jara, Quilapayún, Daniel Viglietti o La Nueva
Trova Cubana se sumaban al folclore de corridos, rancheras, cumbias
y salsa. Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Alejo Carpentier, Mario
Vargas Llosa, Mario Benedetti, Octavio Paz, Miguel Otero Silva,
Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges, Rómulo Gallegos,
Miguel Ángel Asturias, Juan Rulfo o Pablo Neruda eran autores de
culto)
Su obra Cuando era feliz e indocumentado
(libro
tremendamente difícil de encontrar hoy),
publicada en 1973, recoge diversas crónicas, artículos y
reportajes periodísticos de entre los años 1957 y 1959 en
Caracas., donde se encontraba el autor ejerciendo el periodismo, y
narra las vicisitudes de la época, ya que durante ese intervalo de
tiempo, suceden muchas cosas a su alrededor que el escritor
colombiano supo reflejar con su pluma. Su lectura es obligada, con
ese título, tan actual y explicativo de un mundo en el que se
promueve la ignorancia y un estado de felicidad artificial como
mecanismo para establecer un régimen totalitario, omnímodo y
despótico.
2
Ética a Nicómaco es el nombre dado a la obra más conocida
de Aristóteles sobre ética, en la que se asume que con el título
se refiere a su hijo Nicomachus. escrita en el siglo IV a. C. Se
trata de uno de los primeros tratados conservados sobre ética y
moral en la filosofía occidental. Este escrito consiste en diez
libros, originalmente pergaminos, y su entendimiento está basado en
notas de sus disertaciones sobre el mismo en el Liceo.
La obra abarca un análisis de la relación
del carácter y la inteligencia con la felicidad. Junto con el
mensaje bíblico judeocristiano, constituye uno de los pilares
fundamentales sobre los que posteriormente se erigió la ética
occidental. El texto está dividido en 10 libros de los que el VIII
está dedicado al tema de la amistad, que define como un fenómeno
universal y necesario a todo humano y el IX, que se conoce como
continuación del VIII, y en el que, tras analizar la definición de
la amistad, Aristóteles quiere mostrar sus características y el
modo en que se relaciona con la ética. La amistad es recíproca, y
lo que uno da el otro lo debe de pagar de alguna manera. La
desigualdad y la decepción rompen las amistades y este efecto sirve
para mostrar la raíz de la amistad.
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