Hoy, jornada de reflexión tras una (para ser benévolo) agitada campaña preparatoria de las
votaciones en las Elecciones Generales de mañana, 28 de abril, y aprovechando que
Barcelona ciudad literaria es estos días invitada de honor en la Feria internacional del libro de
Buenos Aires (Argentina) que se celebra estos días -¿ha salido la noticia en las teles? -, es el
día indicado para alentar ese ejercicio de reflexión de ANTES de votar con la relajación de
ánimo que proporciona la música, en este caso un tango (como indicador de la conexión
cultural con la Argentina) que forma parte de la historia y la cultura argentina, La última curda.
La última curda es un tango compuesto en 1956 con letra de Cátulo Castillo y música de
Aníbal Troilo. La palabra "curda" es un vocablo lunfardo1 de origen gitano que significa
borrachera2. No hay que engañarse con la utilización del alcohol en las letras de los tangos;
la curda es un subterfugio, es el modo de ocultar la verdadera razón de la discrepancia sobre
la que se conversa, la herramienta para poder confesar la verdad - copa a copa, pena a pena,
tango a tango - y ayuda a enfrentar cualquier desenlace – incluso la muerte - que se vea
cercano.
Destaca la letra de esta pieza por la riqueza del lenguaje, por sus hallazgos lingüísticos, por
la destreza para construir imágenes con una precisión maravillosa como las que resultan de
“la ronca maldición maleva” del bandoneón3, o “la lágrima de ron” o “el hondo bajo fondo
donde el barro se subleva”, la de proporcionar conceptos que luego se han popularizado
como “la vida es una herida absurda” o “es todo, todo, tan fugaz, que es una curda, nada
más, mi confesión”. Como se dijera en algún momento - medio en broma medio en serio -, “La última curda” es un
poema que podría haberlo firmado Jean-Paul Sartre. ¿Un tango existencialista? Puede ser,
pero también podríamos decirle tango discepoliano4 y no nos equivocaríamos, aunque, para
qué buscarle otras fuentes si no hay mejor presentación que decir que lo escribió el propio
autor, Cátulo Castillo, en toda su obra porque los grandes poetas son creadores de una obra.
Ése es el rasgo que los distingue y valen sobre todo porque en la totalidad de su obra hay una
visión del mundo, una mirada sobre la vida y sobre la muerte que los hace diferentes, como
puede decirse de Cátulo Castillo. “La última curda” en ese sentido es el eslabón, el último
eslabón, de una obra perfecta por su coherencia interna, aunque sea un perfecto desconocido
por estas latitudes. Es como que el tango agotara sus posibilidades poéticas. No es un
problema de inspiración, es una cuestión de ciclos, de ciclos internos que se cumplen y que
en este caso lo hacen con una expresión que clausura un tiempo, una sensibilidad, una
manera de percibir la vida y el dolor de la vida. ¿Complicado? Tal vez. Pero Castillo era un
tipo complicado. Si no lo hubiera sido no habría escrito lo que escribió.
Se dirá que estamos ante el tango que se solaza con el espectáculo de un hombre derrotado,
de un hombre vencido. Puede ser. Pero, aunque a algunos amigos de cierta literatura de
autoayuda esta verdad les moleste, nunca está de más recordar que, en la vida, el dolor, el
fracaso y la culpa existen. También la derrota y la muerte, la sensación de que la función
termina y la caída del telón es eso, el final. En “La ultima curda” no hay lugar para la sonrisa o las distracciones livianas. Es un poema
que a sus oyentes no les da tregua. Se canta con los labios apretados y en todos los casos
la ceremonia se cumple al pie de la letra; presenciar una interpretación de “La última curda”
se convierte en un caso serio porque el oyente sabe que está viviendo un momento sagrado,
escuchando una confesión: “Contame tu condena, decime tu fracaso, ¿no ves la pena que
me ha herido? Y hablame simplemente de aquel amor ausente tras un retazo del olvido. ¡Ya
sé que te lastimo!, ¡ya sé que te hago daño llorando mi sermón de vino!, pero es el viejo
amor que tiembla, bandoneón, y busca en el licor que aturde, la curda que al final termina la
función corriéndole un telón al corazón”. Y después ese final que es una metáfora de la
soledad, la pena y la melancolía, pero también, por qué no, una metáfora de los ciudadanos
ante las elecciones: “No ves que vengo de un país que está de angustia, siempre gris, tras el
alcohol”. (dándole al alcohol el significado con que se aplica al tango). No es fácil cantar este tango. No es un problema de dar con la nota justa, sino con la
interpretación precisa. La tentación de caer en la sensiblería o el sentimentalismo es fuerte.
Y para algunos cantores, irresistible. ¿Cómo cantar el dolor, el fracaso, la derrota y ser al
mismo tiempo sobrio y trágico? Ésa es la gran pregunta que debe hacerse un cantor a la hora
de cantar “La última curda”, y realmente la pudieron responder muy pocos entre los que se
encuentran históricamente Edmundo Rivero, Roberto Goyeneche, Susana Rinaldi o el grupo
Quilapayún, que es precisamente el que recordamos aquí para ayudarnos a reflexionar.
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1El
lunfardo es una jerga desarrollada en Buenos Aires y otras ciudades
de la región del Río de la Plata como Rosario (Argentina) y Montevideo (Uruguay) y es un habla popular
compuesta de palabras y expresiones que no están registradas en los
diccionarios castellanos corrientes; los lunfardismos son propios
del habla subestándar del pueblo y de ninguna manera los cultismos y
otros términos elevados pueden incluirse en esa categoría".
2Los
estudiosos del tango y las conexiones en él del lunfardo con lo gitano
ubican el nacimiento del significado de "curda" en 1912;
se dice que ese año Italia arrebató a los turcos la región de
Trípoli y que entre las informaciones que se hicieron populares en
el país estaba la que decía que dentro del ejército turco los
soldados provinentes de Curdistán, o sea los curdos, no podían
pelear si no se les daba alcohol en abundancia.
3El
bandoneón es un instrumento musical de viento parecido al acordeón
pero sin teclado y con los armazones laterales cuadrados o
rectangulares. Se dice que su uso fue inicialmente como órgano
portátil para ejecutar música religiosa; de ahí su sonido sacro y
melancólico único. Al llegar a la zona del Río de la Plata de la
mano de marineros e inmigrantes, fue adoptado por músicos de la
época y fue así como colaboró en la formación del sonido
particular del tango rioplatense, constituyéndose en un verdadero
símbolo de éste.
4Relativo
a Enrique Santos Discépolo, compositor, músico, dramaturgo y
cineasta argentino, recordado especialmente por componer varios de
los llamados «tangos fundamentales» o «tangos de oro», entre los
que destacan Yira, yira , Cambalache, Uno y Cafetín
de Buenos Aires (1948), en los que cristalizó su vena lírica
y que terminaron por brindarle un gran prestigio.
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