sábado, 27 de abril de 2019

Reflexión con música

Hoy, jornada de reflexión tras una (para ser benévolo) agitada campaña preparatoria de las 
votaciones en las Elecciones Generales de mañana, 28 de abril, y aprovechando que 
Barcelona ciudad literaria es estos días invitada de honor en la Feria internacional del libro de 
Buenos Aires (Argentina) que se celebra estos días -¿ha salido la noticia en las teles? -, es el 
día indicado para alentar ese ejercicio de reflexión de ANTES de votar con la relajación de 
ánimo que proporciona la música, en este caso un tango (como indicador de la conexión 
cultural con la Argentina) que forma parte de la historia y la cultura argentina, La última curda.  
 
 
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La última curda es un tango compuesto en 1956 con letra de Cátulo Castillo y música de 
Aníbal Troilo. La palabra "curda" es un vocablo lunfardo1 de origen gitano que significa  
borrachera2. No hay que engañarse con la utilización del alcohol en las letras de los tangos; 
la curda es un subterfugio, es el modo de ocultar la verdadera razón de la discrepancia sobre 
la que se conversa, la herramienta para poder confesar la verdad - copa a copa, pena a pena, 
tango a tango - y ayuda a enfrentar cualquier desenlace – incluso la muerte - que se vea 
cercano. 
 
Destaca la letra de esta pieza por la riqueza del lenguaje, por sus hallazgos lingüísticos, por 
la destreza para construir imágenes con una precisión maravillosa como las que resultan de 
la ronca maldición maleva” del bandoneón3, o “la lágrima de ron” o “el hondo bajo fondo 
donde el barro se subleva”, la de proporcionar conceptos que luego se han popularizado 
como “la vida es una herida absurda” o “es todo, todo, tan fugaz, que es una curda, nada 
más, mi confesión”.

Como se dijera en algún momento - medio en broma medio en serio -, “La última curda” es un 
poema que podría haberlo firmado Jean-Paul Sartre. ¿Un tango existencialista? Puede ser, 
pero también podríamos decirle tango discepoliano4 y no nos equivocaríamos, aunque, para 
qué buscarle otras fuentes si no hay mejor presentación que decir que lo escribió el propio 
autor, Cátulo Castillo, en toda su obra porque los grandes poetas son creadores de una obra. 
Ése es el rasgo que los distingue y valen sobre todo porque en la totalidad de su obra hay una 
visión del mundo, una mirada sobre la vida y sobre la muerte que los hace diferentes, como 
puede decirse de Cátulo Castillo. “La última curda” en ese sentido es el eslabón, el último 
eslabón, de una obra perfecta por su coherencia interna, aunque sea un perfecto desconocido 
por estas latitudes. Es como que el tango agotara sus posibilidades poéticas. No es un 
problema de inspiración, es una cuestión de ciclos, de ciclos internos que se cumplen y que 
en este caso lo hacen con una expresión que clausura un tiempo, una sensibilidad, una 
manera de percibir la vida y el dolor de la vida. ¿Complicado? Tal vez. Pero Castillo era un 
tipo complicado. Si no lo hubiera sido no habría escrito lo que escribió. 
 
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Se dirá que estamos ante el tango que se solaza con el espectáculo de un hombre derrotado, 
de un hombre vencido. Puede ser. Pero, aunque a algunos amigos de cierta literatura de 
autoayuda esta verdad les moleste, nunca está de más recordar que, en la vida, el dolor, el 
fracaso y la culpa existen. También la derrota y la muerte, la sensación de que la función 
termina y la caída del telón es eso, el final.

En “La ultima curda” no hay lugar para la sonrisa o las distracciones livianas. Es un poema 
que a sus oyentes no les da tregua. Se canta con los labios apretados y en todos los casos 
la ceremonia se cumple al pie de la letra; presenciar una interpretación de “La última curda” 
se convierte en un caso serio porque el oyente sabe que está viviendo un momento sagrado, 
escuchando una confesión: “Contame tu condena, decime tu fracaso, ¿no ves la pena que 
me ha herido? Y hablame simplemente de aquel amor ausente tras un retazo del olvido. ¡Ya 
sé que te lastimo!, ¡ya sé que te hago daño llorando mi sermón de vino!, pero es el viejo 
amor que tiembla, bandoneón, y busca en el licor que aturde, la curda que al final termina la 
función corriéndole un telón al corazón. Y después ese final que es una metáfora de la 
soledad, la pena y la melancolía, pero también, por qué no, una metáfora de los ciudadanos 
ante las elecciones: “No ves que vengo de un país que está de angustia, siempre gris, tras el 
alcohol”. (dándole al alcohol el significado con que se aplica al tango).

No es fácil cantar este tango. No es un problema de dar con la nota justa, sino con la 
interpretación precisa. La tentación de caer en la sensiblería o el sentimentalismo es fuerte. 
Y para algunos cantores, irresistible. ¿Cómo cantar el dolor, el fracaso, la derrota y ser al 
mismo tiempo sobrio y trágico? Ésa es la gran pregunta que debe hacerse un cantor a la hora 
de cantar “La última curda”, y realmente la pudieron responder muy pocos  entre los que se 
encuentran históricamente Edmundo Rivero, Roberto Goyeneche, Susana Rinaldi o el grupo 
Quilapayún, que es precisamente el que recordamos aquí para ayudarnos a reflexionar.
 
 
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1El lunfardo es una jerga desarrollada en Buenos Aires y otras ciudades de la región del Río de la Plata como Rosario (Argentina) y Montevideo (Uruguay) y es un habla popular compuesta de palabras y expresiones que no están registradas en los diccionarios castellanos corrientes; los lunfardismos son propios del habla subestándar del pueblo y de ninguna manera los cultismos y otros términos elevados pueden incluirse en esa categoría".

2Los estudiosos del tango y las conexiones en él del lunfardo con lo gitano ubican el nacimiento del significado de "curda" en 1912; se dice que ese año Italia arrebató a los turcos la región de Trípoli y que entre las informaciones que se hicieron populares en el país estaba la que decía que dentro del ejército turco los soldados provinentes de Curdistán, o sea los curdos, no podían pelear si no se les daba alcohol en abundancia.

3El bandoneón es un instrumento musical de viento parecido al acordeón pero sin teclado y con los armazones laterales cuadrados o rectangulares. Se dice que su uso fue inicialmente como órgano portátil para ejecutar música religiosa; de ahí su sonido sacro y melancólico único. Al llegar a la zona del Río de la Plata de la mano de marineros e inmigrantes, fue adoptado por músicos de la época y fue así como colaboró en la formación del sonido particular del tango rioplatense, constituyéndose en un verdadero símbolo de éste. 

4Relativo a Enrique Santos Discépolo, compositor, músico, dramaturgo y cineasta argentino, recordado especialmente por componer varios de los llamados «tangos fundamentales» o «tangos de oro», entre los que destacan Yira, yira , Cambalache, Uno y Cafetín de Buenos Aires (1948), en los que cristalizó su vena lírica y que terminaron por brindarle un gran prestigio.

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