miércoles, 28 de agosto de 2019

Pequeñas historias de la música

En este año 2019, más de veinte años después de que nos dejara Frank Sinatra, se cumple 
justo medio siglo (lo hizo hace unas semanas) de la primera interpretación pública (no de la 
grabación del disco que la contiene, dedicado a versiones de temas populares de otros 
intérpretes, como Yesterday de The Beatles, Mrs. Robinson de Simon & Garfunkel, Hallelujah 
de Ray Charles o If you go away/Ne me quitte pas de Jacques Brel, que fue el 30 de 
diciembre de 1968) de una pieza que el cantante declaró más de una vez públicamente que 
aborrecía pero que, sin embargo, se convirtió en su segunda piel, asociada absolutamente a 
él y de interpretación “obligatoria” e indispensable en cada actuación prácticamente desde 
entonces. Esa pieza es My way, con una historia curiosa detrás.

« Je me lève et je te bouscule, tu ne te réveilles pas, comme d'habitude... » o " And now, the 
end is near... " estas palabras se han entonado repetidamente en todo el mundo en uno u 
otro idioma. 
 
 
Esta exitosa canción tiene una historia llena de giros y revueltas. La melodía está compuesta 
primero por Jacques Revaux con un texto en inglés titulado "For me" pero, habiendo 
presentado la maqueta a Claude François dos veces, el cantante finalmente propone una 
nueva temática para la letra: la rutina de la vida cotidiana en la vida de una pareja. A partir de 
esta propuesta, el letrista Gilles Thibaut crea lo que se convierte en "Comme d’habitude” 
(“Como de costumbre"). Al igual que "La Mer" de Charles Trenet, "La Vie en Rose" de Édith 
Piaf, "Ne me quitte pas" de Jacques Brel o "Feuilles Mortes" de Prévert y Kosma, "Comme 
d'habitude" es una de las canciones francesas más famosas, una de las pocas que ha 
recorrido el mundo, que ha sido traducida a todos los idiomas y que ha sido grabada por 
multitud de  artistas prestigiosos. Pero el caso de "Comme d’habitude" es bastante especial, 
ya que su éxito internacional sigue siendo tal, en su versión angloamericana, firmada por 
Paul Anka, que incluso en Francia hoy, mucha gente imagina que es, de hecho, solo la 
adaptación francesa de "My Way". Además, es bastante significativo notar que la mayoría de 
sus versiones están más inspiradas en el texto de Paul Anka que en la letra original de Gilles 
Thibaut y Claude François. Las dos canciones no cuentan, de hecho, la misma historia: "My 
Way" pinta a un hombre haciendo un balance de su vida, mientras que "Comme d’habitude" 
evoca la indiferencia progresiva hacia la cual se encuentra en proceso desliza un final de 
amor. 
 
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Comme d'habitude...

 
Creada por Claude François en febrero de 1967, la canción solo conoce un éxito relativo. De 
hecho, en la Francia de mayo del 68, nada es "como de costumbre" y la canción se cae de las 
listas cuando recién llegados como Julien Clerc proclaman: "¡Aboliré el aburrimiento! ". 
Mientras Paul Anka, de paso por París, trae una copia del CD de Claude François en su 
equipaje y compra los derechos de adaptación de la canción. De vuelta en los Estados 
Unidos la reescribió con un tema diferente, el que hoy conocemos, una especie de mirada 
retrospectiva a la vida de un hombre de mediana edad y reflexivo que dice, sobre cada uno 
de los aspectos más destacados de su vida: "Lo hice a mi manera" y se lo presenta a su 
amigo Frank Sinatra, que con apenas 53 años, estaba cansado, harto; quería retirarse y se 
lo dijo abiertamente a su protegido, el joven Paul Anka, al que doblaba la edad. Pero Sinatra 
al conocer la canción inmediatamente la graba y se convertirá en el mayor éxito de su carrera. 
"My Way" tiene una buena aceptación pública en el disco, que le valió un puesto 27 en el 
ranking de la revista especializada Billboard en marzo de 1969.

La canción fue un éxito aunque no a la primera. La popularidad de «My Way» creció con el 
eco de artistas como Nina Simone o Elvis Presley que adaptaron a sus circunstancias un 
tema que habla de pedir perdón sin pedirlo, que funciona como una autojustificación que no 
implica la menor autocrítica. La identificación de la canción con Sinatra se fortaleció 
muchísimo con el paso de los años, hasta que la canción se transformó en un símbolo 
musical y cultural en todo el mundo. Incluso en 1989 el régimen soviético de Mijaíl Gorbachov 
se refería a su política de no intervencionismo en los asuntos internos de los demás países 
firmantes del Pacto de Varsovia como la «Doctrina Sinatra», debido a que la URSS 
reconocería a esos países el derecho de implementar políticas «a su propia manera», 
aludiendo a la línea I did it my way del tema de Sinatra. 
 
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Es menos conocido que, antes de que Anka hiciera su versión de «Comme d’habitude», en el 
Reino Unido, un veinteañero David Bowie se enfrentó a la adaptación del tema al inglés. Sin 
embargo, el resultado, «Even a Fool Learns to Love», no fue apta para ser grabado pero al 
menos supuso el germen de «Life On Mars», que apareció publicado dos años después. La 
canción es, pues, un caso especial, que comparte el raro privilegio de cruzar la barrera del 
idioma en el campo de la música pop siguiendo el ejemplo de otras de Chevalier, Piaf, Brel, 
Bécaud, Aznavour y algunos otros. Pero su estrella de la suerte empuja aún más: la 
adaptación estadounidense es grabada por Elvis Presley poco antes de su muerte y el single 
alcanza esta vez la posición 22 en el Billboard de noviembre de 1977. A partir de ahí, las 
versiones se multiplican por una multitud de artistas de todos los estilos; mientras que 
muchos toman de referencia la versión del “King” Presley, otros hacen "My Way" a la manera 
punk (Sex Pistols, Nina Hagen), con un colorido flamenco (Gipsy Kings) o en el formato 
clásico (Pavarotti). En su libro de 1997, Todas las canciones tienen una historia, Frédéric 
Zeitoun habla sobre más de mil interpretaciones diferentes.

Puede decirse que hoy es uno de los himnos oficiosos de Estados Unidos, que encarna ese 
espíritu individualista y autoindulgente que tan bien representa los ideales del país. Hasta su 
muerte tres décadas después, Sinatra la cantó miles de veces y, según parece, cada vez con 
menos ganas. «No puedo soportarla», llegó a decir durante un concierto en el Albert Hall en 
1984 en un gesto de honradez (y descuido con un micrófono). Le gustase o no, el tema que 
recibió prestado le permitió seguir viviendo, como de costumbre («Comme d’habitude»), a su 
manera. Cuando murió en 1998, optó por no seguir a los millones de personas que ya habían 
usado My Way como su epitafio. Inscrito en su tumba, en cambio, es el título de un temazo 
anterior: Lo mejor todavía está por venir. 
 

domingo, 25 de agosto de 2019

Un mito sigue siendo un mito.

He recibido un mensaje de una amable comunicante a raíz de la publicación en el blog de la 
referencia sobre el libro del historiador Catlos, crítico con lo que se nos ha enseñado de la 
España musulmana, la época de la llamada Reconquista. En el mensaje se reivindica la 
inmutabilidad de los personajes históricos porque son, dice, la esencia de lo que somos. 
Respeto absoluto ante tal criterio, pero, sin entrar en polémicas estériles, este comentario 
nos permite profundizar en los mitos, qué son, qué representan y la necesidad de ellos. 
Después, naturalmente, cada quien llega a sus propias y respetables conclusiones. 
 
 
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El códice del Cantar de Mío Cid.

Ya decíamos en la entrada objeto del mensaje que ...se puede discutir sobre la parte más o 
menos real del mito, sobre la parte fabulada, sobre su conveniencia o sobre un millón de 
cosas más pero, nos guste o no, si de verdad queremos entender ese período histórico, lo 
primero que hemos de hacer es desmitificarlo… sin olvidar algo importantisimo como que 
...no en vano el mito es la herramienta de quienes, ayer y hoy, pretenden imponer sus 
criterios (en general, simples y erróneos) sobre problemas que requieren soluciones 
inteligentes y elaboradas…

La historia de España (como todas las historias oficiales) está salpicada de numerosos 
personajes míticos y épicos… que conforman nuestro escenario cultural y de los que parte 
de lo que se nos ha transmitido es verdad y parte invención, usualmente sesgada según los 
vientos (políticos) que soplan en cada momento.

La palabra “mito”, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, se 
puede referir a:

 1. Narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por 
personajes de carácter divino o heroico.
        2. Historia ficticia o personaje literario o artístico que encarna algún aspecto universal de la condición humana.
        3. Persona o cosa rodeada de extraordinaria admiración y estima.
         4. Persona o cosa a la que se atribuyen cualidades o excelencias que no tiene.

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En cualquier caso, algo o alguien no absolutamente real y con lo que se busca dar una explicación a un hecho o un fenómeno. Los mitos forman parte del sistema de creencias de una cultura o de una comunidad, donde son considerados como historias verdaderas y es común el uso de los términos mito y mítico (o leyenda y legendario) para referirse a personajes históricos o contemporáneos que se pretenden cargados de prestigio. A menudo se suele confundir el mito con otro tipo de narraciones como los cuentos, fábulas o leyendas. Sin embargo, no son iguales pues, mientras que los cuentos se presentan directamente como ficciones, los mitos se plantean como historias verdaderas. En cuanto a su función: el mito se esfuerza en aclarar/justificar cómo se llegó a una determinada situación, mientras que el cuento popular trasmite valores, habitualmente mediante el uso de moralejas. En cuanto a las leyendas, se presentan, al igual que los mitos, como historias verdaderas y tienen a menudo una función de explicar las causas de algo (por ejemplo, para explicar cómo un linaje alcanzó el poder, sustentando así su legitimidad política); sin embargo, a diferencia de los mitos, suceden en un tiempo real, histórico, en lugares reconocibles por el oyente o lector y a menudo con protagonistas reales (por ejemplo las leyendas sobre el Cid). A veces, la frontera entre estas figuras es asaz difusa, de forma que una misma trama puede aparecer en un mito, un cuento o una leyenda, dependiendo de cómo se quiera que presente la historia (como verdadera o ficticia).

Todas las historias oficiales tienen sus mitos fundacionales, enfocados a explicar el origen de cualquier grupo, costumbre, creencia, filosofía, disciplina, idea o nación. En este sentido, el final de la Reconquista con la toma de Granada por los Reyes Católicos se suele considerar el hito fundacional de la España moderna; aunque para la historiografía tradicional o "goticista" es más bien la culminación de la "restauración de España" que había comenzado Don Pelayo al inicio de la Reconquista (batalla de Covadonga, año 722), lo que pone en valor el trabajo del historiador Catlos aludido en la anterior entrada de este blog referente al intento de desmitificación de ese período histórico.

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Los mitos se extienden a una infinidad de aspectos de la convivencia política y social. Son ideas o criterios rectores vigentes en diversos momentos de la historia, que pasan por verdades incontrovertibles pero que en realidad obedecen únicamente a convicciones, más o menos fundamentadas, sin más apoyo objetivo que el resto de los mitos, aunque su manera de presentarse y justificarse tenga una apariencia más racional.

Tales conceptos arraigados son, por otra parte, absolutamente necesarios para fundamentar la convivencia en una colectividad, y al igual que los de origen religioso o épico lo son para responder a las interrogantes trascendentales del ser humano, este otro tipo sirve para ubicar al individuo y sus congéneres en un marco social con unos objetivos comunes. Todo mito posee un elemento de realidad profunda y obedece a un objetivo, no es un puro acto de voluntarismo irracional, por ello cuando nos estamos refiriendo a esta segunda clase de mitos: los sociales, políticos o económicos, es tan difícil deslindar su naturaleza, ya que al estar nosotros mismos inmersos en esa sociedad, en ese momento determinado, tales mitos disfrutan de una consideración tan predominante que la opinión mayoritaria los descartaría como conceptos de naturaleza “mitológica”. Solo con el paso del tiempo, a medida que vaya transformándose esa sociedad, cuando pase la “moda”, será posible distinguirlos.

Los mitos (relatos, cuentos, fábulas, historias) han sido durante mucho tiempo, y aún lo son en gran medida, los vehículos de comunicación de sentido, los mapas que inscribían a los individuos en la profundidad del tiempo y el espacio, las figuraciones que daban cuenta de la experiencia individual y de la historia colectiva, la argamasa que mantenía una sociedad unida (aun en los conflictos y los desgarros más agudos). En definitiva, los mitos se consideran necesarios porque procuran dar a una sociedad, que los alimenta y los altera constantemente mientras está viva, un sentido, una orientación y sobre todo la confianza en sí mismos frente a todos los poderes que se presentan como necesarios, ineluctables, inamovibles, irreversibles, etc.


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El mito es necesario, ya que el ser humano actúa motivado por impulsos y sentimientos tanto como por razones, deseos e ilusiones, reales o no, y este tipo de conceptos responden mejor a esa necesidad atávica que los humanos necesitan para dar sentido a sus vidas. De ahí que sea tan peligroso, difícil y casi imposible criticarlos o ponerlos en duda, ya que constituyen una columna vertebral emotiva de la colectividad. Por eso los eslóganes, proclamas simples y primarias, que transmitan ideas elementales apelando a instintos básicos, son tan bien acogidas y seguidas por la masa de ciudadanos.

Los mitos son necesarios en la creación de una identidad, la mayoría de los humanos necesitan creer y aspiran a unos ideales que les den un sentido a su vida, si nos cargamos los valores tradicionales, sin que los nuevos que se pretenden imponer, no solo no calan en la mayoría de la población sino que son rechazados por amplios sectores de la misma, el desastre es inevitable. La partida está sobre la mesa: las actuales estructuras políticas propuestas están haciendo aguas, será cuestión de más o menos tiempo, lo que no es prudente ni aconsejable es achatarrar las tradicionales fórmulas y tratar de imponer de golpe unos nuevos “paradigmas” incapaces de satisfacer las profundas y verdaderas necesidades, aspiraciones y emociones de los seres humanos.

Pero eso no debe ser obstáculo para que se conozca y reconozca cuándo un mito es eso, un mito, y no la realidad, con independencia de que, después, tome cada cual la decisión que estime oportuna, faltaría más. Es, salvando las distancias, como lo que ocurre con la Síndone1 (sábana santa o santo sudario) de Turín y las dudas sobre su autenticidad; habrá quien la considere directamente falsa y la ignore, y habrá quien, aún teniendo toda la información científico/técnica, decida seguirla venerando como auténtica.

Por último en estas reflexiones, hay que apuntar que se ha ser muy prudente y respetuoso a la hora de enaltecer un personaje mítico porque, a veces, la parte real (no de leyenda) del mismo contradice este enaltecimiento, sin contar con la posibilidad de que un mismo personaje sea un héroe para unos y un despreciable villano para otros. Y bien sabemos todos que hay casos, antiguos y recientes. Para no herir susceptibilidades, vayamos, para desarrollar la hipótesis, a un caso de hace unos cuantos siglos.

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Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”. Esta célebre frase fue supuestamente pronunciada un día de 1369 dentro de la tienda del mercenario francés Bertrand Du Guesclin, que se hallaba al servicio del entonces pretendiente al trono de Castilla, Enrique de Trastámara (que después sería Enrique II, “El Fratricida”), quien venía luchando para arrebatar la corona a su hermanastro, el rey legítimo Pedro I (“El Cruel” o “El Justiciero”, según quién escribe las crónicas). El francés había convenido con Pedro celebrar un encuentro aquella noche en su tienda con el señuelo de que iba a cambiar de bando (con sus tropas). Pedro, que sufría un durísimo asedio por su hermano en el castillo de Montiel, abandonó la fortaleza y acudió a la cita en a la tienda, donde encontró a Enrique y otros nobles esperándolo. Los hermanos lucharon y Pedro, más fuerte y corpulento, tumbó a Enrique y fue entonces cuando se produjo el famoso episodio en el que intervino Du Guesclin forzando el cambio de posiciones que decidió la suerte fatal de Pedro.

En las crónicas de la época, que glosaban el inicio de la dinastía Trastámara en los reyes de Castilla, nunca se dio el nombre del personaje (al fin y al cabo un traidor aunque fuera de “los buenos”, es decir, del bando de los que después escriben y justifican la historia) autor de la determinante intervención, y la historiografía francesa, muy pródiga con los hechos de armas de Du Guesclin (no es motivo de estas líneas, pero el personaje tiene una biografía ciertamente apasionante), al que tiene por héroe nacional, ni siquiera menciona el episodio, y mucho menos, claro, se lo atribuye a él. La autoría fue documentada y fijada en el siglo XIX y el nombre de Bertrand Du Guesclin fue por ello y a partir de entonces asociado al arquetipo del más ruin y malvado de los traidores, en pugna con el de leal servidor hasta las últimas consecuencias. 


Ciertamente, sí, así se escribe la historia y a tanto llegan las paradojas y los contrastes en la valoración lineal de sus protagonistas; el que ahora nos ocupa, en España prototipo e traidor miserable alternado con el de súbdito leal, en su país de origen, Francia, ocupa lugar de honor de leyenda, casi a la par de Juana de Arco, con multitud de monumentos, espacios públicos, incluso restaurantes con su nombre en su Bretaña natal.

Es lo que tiene saber las verdades. Estos días, el periódico The New York Times ha publicado una investigación sobre el período de esclavitud en los Estados Unidos, y cierta derecha se ha apresurado a echársele encima ferozmente, con lo que cabe preguntarse: ¿analizar los males de la esclavitud es atacar el 'sueño americano'? ¿dar a conocer verdades incómodas es un ataque a la convivencia hoy? Si la respuesta es "sí", ¿por qué? Porque, desde luego, no puede ser por conocer más objetivamente fragmentos del pasado. Cámbiese, por ejemplo, "esclavitud" por "franquismo" y pensemos.

Pero un mito siempre es un mito.

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1La Síndone, Sábana Santa o Santo Sudario es una tela de lino que se custodia en Turín, en la capilla de la Sábana Santa, y muestra la imagen de un hombre que presenta marcas y traumas físicos propios de una crucifixión.
Los orígenes del sudario y su figura son objeto de debate entre científicos, teólogos, historiadores e investigadores. Algunos sostienen que el sudario es la tela que se colocó sobre el cuerpo de Jesucristo en el momento de su entierro, y que el rostro que aparece es el suyo. Sin embargo, la tela ha sido datada mediante radiocarbono y sitúa su origen en la Edad Media. En 1988 la Santa Sede autorizó la datación por carbono-14 de la sábana, que se realizó en tres laboratorios diferentes, y los tres laboratorios dataron la tela entre los siglos XIII y XIV (1260-1390).
Aún así, hay quien considera la imagen como un efecto secundario de la resurrección de Jesús, sugiriendo efectos seminaturales que pudieron haber sido parte del proceso. Afirman que puesto que la lógica obliga a descartar todas las hipótesis, hay que pensar en un hecho sobrenatural único para una imagen única: la Resurrección de Jesús. A todo esto hay que añadir la existencia de todo el conjunto de datos que aporta la sábana que obligan a pensar que el hombre de la sábana es Jesús: antigüedad, tipo de heridas, etc. Estas teorías son inverificables y pueden darse como explicación a cualquier anomalía que vaya contra la autenticidad del sudario, así que desde un punto de vista científico no son una explicación válida.

domingo, 18 de agosto de 2019

Los mitos son mitos.

No es usual utilizar este espacio, dedicado a la reflexión, para recomendar directamente 
lecturas aunque sí se haya hecho alguna vez concreta y aunque, obviamente, en algunos 
temas, es posible que la referencia a algún libro haya invitado a su conocimiento y propiciado 
su lectura. Esta vez, sin embargo, utilizaremos el tímido desmenuzamiento del contenido de 
un libro como base de nuestras reflexiones. 
 
 
 
Hace pocas semanas cayó en mis manos el libro “Reinos de fe. Una nueva historia de la 
España musulmana”, que abarca desde el año 711 a la expulsión,de los moriscos, de 1614, 
del historiador canadiense Brian Catlos1 (Catlos, con “t”, no Carlos, con “r”), que supone una 
nueva manera de entender siglos de civilización islámica en la península. Ni el campo de un 
choque de civilizaciones, ni un idílico paraíso de la convivencia pacífica, al-Ándalus fue, 
según el autor (recogiendo, por cierto, los argumentos de un sector de la historiografía 
española), una construcción política y religiosa muy compleja que tuvo que buscar equilibrios 
entre facciones enfrentadas y muy a menudo estableciendo importantes lazos de 
conveniencia con los poderes cristianos. 

Un inciso: ¿por qué un autor canadiense? Una de las consecuencias del aislamiento 
intelectual de España durante muchos años ha sido, en el campo de la historia, la inusual 
presencia de extranjeros entre los más destacados investigadores de nuestro pasado, con la 
inhibición subsiguiente de los historiadores españoles a la hora de escribir grandes síntesis 
sobre periodos amplios de la historia peninsular, de modo que a menudo se abandona este 
aspecto, que es capital para la formación de la opinión de los ciudadanos y para la imagen 
exterior real de España. Ese problema no parecen tenerlo muchos hispanistas extranjeros, 
quienes no están influenciados por el temor a que se les reprochen las inevitables lagunas en 
sus estudios que parecerían imperdonables en un español. Quizá por ello los mejores y más 
objetivos análisis de historia de España, hasta hoy, suelen ser obra especialmente de 
franceses y anglosajones, en una medida que no se da en ninguna otra historiografía 
avanzada de Occidente, pese a que no es menos cierto que uno de los hechos que explican 
el arrojo de los estudiosos foráneos para la síntesis histórica es el aura de prestigio que 
todavía concedemos en España a todo lo que nos venga de fuera. Ese plus hace mucho más 
fácil que sus interpretaciones prevalezcan y gocen de una aceptación y difusión que se 
presta a muy pocos indígenas. 
 
 
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Como se reconoce en el prólogo, este libro pretende desacreditar lo que llama “rancios 
postulados y trasnochados enfoques historiográficos”, desprenderse de las “identidades” que 
han dado lugar al sustrato de las naciones modernas, en este caso España, y avanzar en 
una visión basada en la “pluralidad”. Para que no quede lugar a dudas de lo que eso implica, 
la conclusión es que mientras que las sociedades cristianas medievales se cerraban al otro, 
en las musulmanas la “convivencia” era posible. Cierto es que ya nadie, tampoco Catlos, se 
atreve a presentar esa pretendida “convivencia” como idílica.

La Reconquista es un mito. Un mito hermoso si se quiere, un mito necesario, un mito que ha 
servido para unificar a un país, a una serie de pueblos, en torno a un destino histórico, sí, 
pero un mito y, como tal, una invención. Se puede discutir sobre la parte más o menos real 
del mito, sobre la parte fabulada, sobre su conveniencia o sobre un millón de cosas más pero, 
nos guste o no, si de verdad queremos entender ese período histórico, lo primero que hemos 
de hacer es desmitificarlo.

El autor observa la escena desde la distancia sin apriorismos y sin la necesidad de justificar 
nada desde el hoy ni de sumarse a ninguna tendencia histórica o bando. Así, frente a una 
tradición histórica que todo lo pinta de blanco o negro, dibuja una España rica en colores y 
matices en la que las traiciones, las luchas fratricidas, las ambiciones personales, el honor, la 
tierra, las riquezas y las pasiones juegan un papel, al menos, tan importante como la religión 
desde antes, incluso, de en aquel mes de julio del año 711, en la Batalla de Guadalete, los 
musulmanes pusieran la primera piedra de una construcción que duraría ocho siglos.

Echando por tierra personajes como Don Rodrigo, Don Pelayo, Muza, el Cid, Tariq, 
Abderramán I o Almanzor, el autor ofrece un retrato de la España musulmana en la que la 
convivencia basada en el equilibrio del poder y del interés, tanto de los dominadores como 
de los dominados, es la norma. El libro también nos enseña cómo cada época, sea la que 
sea, es siempre más compleja de lo que normalmente estamos dispuestos a aceptar, lo que 
vale también para nuestro tiempo, en el que hay tanta gente dispuesta a utilizar los mitos 
para dar salida fácil (e inútil a la postre) a problemas complejos. No en vano el mito es la 
herramienta de quienes, ayer y hoy, pretenden imponer sus criterios (en general, simples y 
erróneos) sobre problemas que requieren soluciones inteligentes y elaboradas. Es posible 
que esta visión no contente ni a unos ni a otros, lo que puede ser señal de que es un trabajo 
riguroso, algo que en estos tiempos de pseudo-historiadores oficiales se echa en falta. 
 
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Corán del siglo XII usado en Al-Andalus.
 
Algunos extractos: Si miramos la historia desde mucha distancia, podemos decir que primero hubo un 
crecimiento del poder musulmán en la península que después fue desplazado por los 
cristianos. Pero si acercamos un poco el foco, esta perspectiva pierde relevancia, porque 
vemos que, en realidad, la política diaria es que los musulmanes veían a otros musulmanes 
como una amenaza a su legitimidad. Y también pasaba entre los cristianos. Es un efecto 
curioso: si alguien es un infiel, es que ya has decidido que está equivocado y, por eso, no 
significa nada, como cuando es una persona de la misma cultura y no está de acuerdo 
contigo. Eso requiere una respuesta más contundente. El otro está equivocado, pero si una 
persona que es de tu bando te disputa la razón, es más peligrosa”.La gente no estaba pensando todo el rato: yo soy musulmán, tú eres cristiano2. Es como 
que estamos hablando como dos amigos y si yo te compro alguna cosa y tú me compras una 
a mí, la idea de la identidad religiosa no entra en nuestro intercambio ni en nuestra 
conciencia. Pero a veces se despierta esta idea. Porque vivían en una sociedad con gente 
de la otra fe. La gente de distintas religiones seguía distintas leyes, pero la religión no fue 
siempre la idea que los motivaba al escoger aliados, enemigos o hacer negocios. Además la 
sociedad estaba muy mezclada, había matrimonios mixtos, gente que seguía las dos 
religiones...”.En el caso de la conquista y la reconquista, la ideología o la religión funcionan como una 
red para entender y poner orden en este proceso y también para elevarlo, para que tenga 
una dimensión moral. No olvidemos que se mataba a gente y eso requiere que creas, cuando 
matas, que sirves a un bien superior. Cuando los musulmanes salieron de la península árabe, 
en el siglo VII, la religión no era la causa. Lo hicieron porque vieron la oportunidad para 
expandirse, ante la debilidad del imperio romano y persa, y no fue la religión lo que lo impulsó, 
aunque sí dio forma al concepto y a las instituciones que utilizarían para gobernar el mundo 
que conquistaban”. 
 
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La expulsión de los moriscos (Gabriel Puig Roda)

 
El problema de utilizar “moro” o “morisco” para referirse a los musulmanes de la España 
medieval es que implica que estos eran extranjeros y étnicamente diferentes de la población 
nativa. La realidad es que los musulmanes extranjeros que llegaron a la península Ibérica 
fueron relativamente escasos. Al-Ándalus se islamizó a través de la conversión, y la inmensa 
mayoría de los conversos eran autóctonos: no eran ni más extranjeros ni menos europeos que 
los cristianos de España”Mandaban los intereses de todo tipo. Aunque había conflictos entre el islam y el cristianismo 
a nivel político, los reinos cristianos y los reinos musulmanes vivían dentro de uno mundo 
diplomático, político, económico en el que tenían que colaborar constantemente y por eso no 
querían subir la retórica al nivel de la religión, al menos en su diplomacia internacional”.La relación del judaísmo con el islam y el cristianismo es diferente. El hecho clave es que 
para el cristianismo es un problema que el judaísmo no reconozca a Jesús como Mesías. La 
verdad del islam no depende de las equivocaciones de los judíos, pero la verdad del 
cristianismo sí. Y por eso hay una hostilidad inevitable, entre el cristianismo y el judaísmo, que 
no existe entre el islam y el judaísmo.La Inquisición sólo podía actuar contra cristianos y, por eso, no afectaba ni a los judíos ni a 
los musulmanes hasta que se convertían al cristianismo. Si hablamos de los mudéjares, 
cuando eran musulmanes vivían como súbditos en los reinos cristianos y, por lo tanto, con 
menos derechos que los cristianos, que sentían que no eran competidores. Es un poco como 
pasaba en EE.UU. con los afroamericanos en los años 50 y 60: eran libres, pero en una 
posición de inferioridad, lo cual hacía que los blancos no vieran los negros como una amenaza. 
¿Qué pasó? En la España medieval, los mudéjares se esforzaron en convertirse en moriscos, 
es decir, en cristianos. Una vez que eran cristianos este techo de cristal desaparecía y podían 
competir directamente con los cristianos de siempre. El tendero musulmán –morisco– es igual 
a ti, puede competir en condiciones de igualdad contigo. Y por eso se tenía que inventar un 
nuevo motivo, un nuevo mecanismo para suprimirlo. Así es como la Inquisición ganó poder 
como mecanismo para suprimir esta población ex-musulmana que ahora es cristiana”..

La historia de España (como todas las historias oficiales) está salpicada de numerosos 
personajes míticos y épicos cuya autenticidad se fía a las fuentes, y en casos como la época 
de la Reconquista, los hechos y personajes, desde la historiografía españolista, especialmente 
castellanista, se han tratado casi exclusivamente desde las fuentes escritas desde el lado 
cristiano, bastante alejadas en el tiempo, en general, del momento en que sucedió el hecho 
histórico. Y las fuentes escritas musulmanas que tratan estos asuntos de estos siglos casi 
nunca han sido consideradas por los historiadores cristianos. Las terceras fuentes, en algunos 
casos, serían las arqueológicas, que son escasas pero interesantes pues las fuentes escritas 
pueden mentir y las arqueológicas no, sabiéndolas interpretar, que ése es el papel del 
historiador, pese a que a veces se convierten relatos de ficción en hechos irrefutables. Así se 
escribe la historia antigua. En otras palabras, siguiendo la línea del libro que recomendamos, 
aunque sin ceñirse a él, a figuras como El Cid y Don Pelayo hay que cogerlas con pinzas, y no 
porque estos y otros nombres figuren en la obra de Catlos. 
 
 
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Don Pelayo en Covadonga (Luis de Madrazo)

José Luis Corral, historiador, catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Zaragoza y 
divulgador de la historia, sostiene que la batalla de Covadonga es uno de los mitos, sobre todo 
de Asturias, que no es sino una leyenda. Esta falsa batalla fue una creación de la corte de 
cronistas del rey de León Alfonso III el Magno, primer rey de León, apoyando la reivindicación 
según la cual eran los herederos de los derrotados reyes visigodos y, por tanto, los 
gobernantes por derecho de toda la Península; las fuentes musulmanas, que que han sido 
poco consideradas oficialmente, son muy contundentes en este sentido y ninguna de las 
veinticinco escritas cita esta batalla pero también las primeras fuentes cristianas, como La 
crónica mozárabe escrita veinte años después de la presunta batalla, muy interesada en 
mostrar que no hubo acercamientos entre cristianos y mulsulmanes y, sin embargo, no cita ni 
una sola vez la batalla de Covadonga. Y, en cuanto a Don Pelayo, es una figura muy difícil de 
saber quién fue realmente pues las crónicas son muy contradictorias. Para unos podría ser el 
hijo de Pedro de Cantabria, el dux, para otros es una especie de soldado de fortuna de los 
godos. Parece que sí existió pero creo que nunca sabremos quién fue exactamente, si un 
caudillo astur, un caudillo cántabro, un visigodo…"Don Pelayo es una de esas figuras de la 
historia a los que yo llamo nombres vacíos. Un personaje del pasado del que sabemos poco 
más que su nombre. Lo máximo que podemos decir de Don Pelayo es que probablemente 
existió". 
 
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De la vida y obra del Cid, en España se conoce su parte más mítica, la más irreal, la que relata 
el "Cantar de Mio Cid", una obra compuesta por algún juglar o trovador hacia 1307, según 
Menéndez Pidal3, cuando el personaje vivió entre 1048 y 1099, y que se reconoce como la 
primera obra narrativa de la literatura española. Nada de la Estoria del Cid ni de la Historia 
Roderici. El caso cierto es que Rodrigo Díaz de Vivar fue un guerrero excepcional en su difícil 
época, con aspiraciones propias de gran envergadura y como buen vasallo no dudó en poner 
precio como mercenario a sus míticas espadas, La Colada y La Tizona, y rendir con ellas 
servicios tanto a moros como cristianos.

 Javier Peña Pérez, profesor de Historia Medieval de la Universidad de Burgos, desmenuza 
alguna de las leyendas construidas alrededor de su figura:Jura de Santa Gadea. Cuando el rey Sancho muere, el Cantar habla de la Jura de 
Santa Gadea: ante el rumor de que Alfonso VI había matado a Sancho para llegar al trono, el 
Cid le hizo jurar tres veces que no lo había hecho antes de reconocerle como heredero de la 
corona. Este episodio nunca ocurrió. El destierro. Según la literatura, el rey le desterró por traición y el Cid sintió gran pena 
por aquello. En realidad había recaudado una gran riqueza y el destierro no le supuso ningún 
problema. Hubo un segundo destierro del que no se habla en el libro. El castigo ocurrió 
después de que el Cid no acudiera a una batalla junto al rey Alfonso VI.Príncipe cristiano en reino musulmán.  Su intención es ser príncipe de Valencia. Para 
ello presionaba a los dueños de los castillos, que debían pagarle a él los tributos, bajo 
amenaza de arrebatarles sus propiedades. De este modo la población se rebelaría contra el 
rey de Valencia. Además, construyó un barrio propio donde se vivía mejor que en la ciudad. 
Cuando llegó al poder, respetó la religión y la ley musulmana. El catolicismo del Cid queda, 
pues, en entredicho. No perdió una batalla, perdió la guerra. Cuando muere, es su mujer, doña Jimena, 
quien asume el poder. Políticamente dirigió Valencia con maestría pero en lo militar, cuando 
los musulmanes querían recuperar la ciudad, exhuman los restos mortales del Cid, y queman 
la ciudad antes de que llegaran los musulmanes. Las hijas. La historia sobre sus hijas es pura ficción. Primero por los nombres. Se 
llamaban Cristina y María, no Elvira y Sol como en el libro y, contrariamente al destino narrado, 
las casó muy bien, con un conde de Barcelona y un príncipe de Navarra. También tuvo un hijo 
varón que murió en el campo de batalla cuando era muy joven y que, como otras cosas, no 
aparece en el Cantar. 
 
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Todos los países tienen mitos fundacionales y en ellos un elemento repetido es una batalla, y 
un guerrero, a veces reales, a veces legendarios, pero que alimentan el mito. Las historias no 
son siempre como parecen. Ni los cuentos de hadas existen. 
 
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1Brian A. Catlos, doctorado en Estudios Medievales en la Universidad de Toronto, y actualmente Profesor de Estudios Religiosos en la Universidad de Colorado e Investigador Asociado en Humanidades en la Universidad de California Santa Cruz. Sus trabajos se centran en las relaciones musulmanas-cristianas-judías y la identidad etno-religiosa en la Europa medieval y el mundo islámico, y la historia del Mediterráneo premoderno ya que, afirma, “No se puede entender la historia de España, ni la de Europa, sin Al Ándalus”. También codirige The Mediterranean Seminar, una iniciativa importante y un foro para la colaboración internacional e interdisciplinaria en el campo emergente de los estudios mediterráneos. Ha publicado una serie de libros y numerosísimos artículos entre los que destacan Los vencedores y los vencidos: cristianos y musulmanes de Cataluña y Aragón, 1050–1300 (Cambridge, 2004), Musulmanes de la cristiandad latina medieval, 1050 – ca. 1615 (Cambridge, 2014) y, no traducido al castellano, Infidel Kings and Unholy Warriors: Power Faith and Violence in the Age of Crusade and Jihad (Farrar, Straus & Giroux, 2014). Ha impartido cursos para profesores universitarios y universitarios en Barcelona y ha colaborado en investigaciones y publicaciones con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas a través de la Institució Milà i Fontanals, de Barcelona,

2Aunque sea ajeno al libro, es significativo en este punto el ejemplo de Maimónides (Córdoba, 1135-El Cairo, 1204), médico, filósofo, rabino y teólogo judío que tuvo gran importancia en el pensamiento medieval, que siempre se definió como sefardí (español) antes de decir que era judío.

3Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), miembro erudito de la generación del 98. fue un filólogo, historiador, folclorista y medievalista creador de la escuela filológica española, Se considera como el mayor conocedor y experto del Cantar de Mio Cid, al que define como la partida de nacimiento de la literatura española.