No es usual utilizar este espacio, dedicado a la reflexión, para recomendar directamente
lecturas aunque sí se haya hecho alguna vez concreta y aunque, obviamente, en algunos
temas, es posible que la referencia a algún libro haya invitado a su conocimiento y propiciado
su lectura. Esta vez, sin embargo, utilizaremos el tímido desmenuzamiento del contenido de
un libro como base de nuestras reflexiones.
Hace pocas semanas cayó en mis manos el libro “Reinos de fe. Una nueva historia de la
España musulmana”, que abarca desde el año 711 a la expulsión,de los moriscos, de 1614,
del historiador canadiense Brian Catlos (Catlos, con “t”, no Carlos, con “r”), que supone una
nueva manera de entender siglos de civilización islámica en la península. Ni el campo de un
choque de civilizaciones, ni un idílico paraíso de la convivencia pacífica, al-Ándalus fue,
según el autor (recogiendo, por cierto, los argumentos de un sector de la historiografía
española), una construcción política y religiosa muy compleja que tuvo que buscar equilibrios
entre facciones enfrentadas y muy a menudo estableciendo importantes lazos de
conveniencia con los poderes cristianos.
Un inciso: ¿por qué un autor canadiense? Una de las consecuencias del aislamiento
intelectual de España durante muchos años ha sido, en el campo de la historia, la inusual
presencia de extranjeros entre los más destacados investigadores de nuestro pasado, con la
inhibición subsiguiente de los historiadores españoles a la hora de escribir grandes síntesis
sobre periodos amplios de la historia peninsular, de modo que a menudo se abandona este
aspecto, que es capital para la formación de la opinión de los ciudadanos y para la imagen
exterior real de España. Ese problema no parecen tenerlo muchos hispanistas extranjeros,
quienes no están influenciados por el temor a que se les reprochen las inevitables lagunas en
sus estudios que parecerían imperdonables en un español. Quizá por ello los mejores y más
objetivos análisis de historia de España, hasta hoy, suelen ser obra especialmente de
franceses y anglosajones, en una medida que no se da en ninguna otra historiografía
avanzada de Occidente, pese a que no es menos cierto que uno de los hechos que explican
el arrojo de los estudiosos foráneos para la síntesis histórica es el aura de prestigio que
todavía concedemos en España a todo lo que nos venga de fuera. Ese plus hace mucho más
fácil que sus interpretaciones prevalezcan y gocen de una aceptación y difusión que se
presta a muy pocos indígenas.
Como se reconoce en el prólogo, este libro pretende desacreditar lo que llama “rancios
postulados y trasnochados enfoques historiográficos”, desprenderse de las “identidades” que
han dado lugar al sustrato de las naciones modernas, en este caso España, y avanzar en
una visión basada en la “pluralidad”. Para que no quede lugar a dudas de lo que eso implica,
la conclusión es que mientras que las sociedades cristianas medievales se cerraban al otro,
en las musulmanas la “convivencia” era posible. Cierto es que ya nadie, tampoco Catlos, se
atreve a presentar esa pretendida “convivencia” como idílica.
La Reconquista es un mito. Un mito hermoso si se quiere, un mito necesario, un mito que ha
servido para unificar a un país, a una serie de pueblos, en torno a un destino histórico, sí,
pero un mito y, como tal, una invención. Se puede discutir sobre la parte más o menos real
del mito, sobre la parte fabulada, sobre su conveniencia o sobre un millón de cosas más pero,
nos guste o no, si de verdad queremos entender ese período histórico, lo primero que hemos
de hacer es desmitificarlo.
El autor observa la escena desde la distancia sin apriorismos y sin la necesidad de justificar
nada desde el hoy ni de sumarse a ninguna tendencia histórica o bando. Así, frente a una
tradición histórica que todo lo pinta de blanco o negro, dibuja una España rica en colores y
matices en la que las traiciones, las luchas fratricidas, las ambiciones personales, el honor, la
tierra, las riquezas y las pasiones juegan un papel, al menos, tan importante como la religión
desde antes, incluso, de en aquel mes de julio del año 711, en la Batalla de Guadalete, los
musulmanes pusieran la primera piedra de una construcción que duraría ocho siglos.
Echando por tierra personajes como Don Rodrigo, Don Pelayo, Muza, el Cid, Tariq,
Abderramán I o Almanzor, el autor ofrece un retrato de la España musulmana en la que la
convivencia basada en el equilibrio del poder y del interés, tanto de los dominadores como
de los dominados, es la norma. El libro también nos enseña cómo cada época, sea la que
sea, es siempre más compleja de lo que normalmente estamos dispuestos a aceptar, lo que
vale también para nuestro tiempo, en el que hay tanta gente dispuesta a utilizar los mitos
para dar salida fácil (e inútil a la postre) a problemas complejos. No en vano el mito es la
herramienta de quienes, ayer y hoy, pretenden imponer sus criterios (en general, simples y
erróneos) sobre problemas que requieren soluciones inteligentes y elaboradas. Es posible
que esta visión no contente ni a unos ni a otros, lo que puede ser señal de que es un trabajo
riguroso, algo que en estos tiempos de pseudo-historiadores oficiales se echa en falta.
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Corán del siglo XII usado en Al-Andalus. |
Algunos extractos:
“Si miramos la historia desde mucha distancia, podemos decir que primero hubo un
crecimiento del poder musulmán en la península que después fue desplazado por los
cristianos. Pero si acercamos un poco el foco, esta perspectiva pierde relevancia, porque
vemos que, en realidad, la política diaria es que los musulmanes veían a otros musulmanes
como una amenaza a su legitimidad. Y también pasaba entre los cristianos. Es un efecto
curioso: si alguien es un infiel, es que ya has decidido que está equivocado y, por eso, no
significa nada, como cuando es una persona de la misma cultura y no está de acuerdo
contigo. Eso requiere una respuesta más contundente. El otro está equivocado, pero si una
persona que es de tu bando te disputa la razón, es más peligrosa”.
“La gente no estaba pensando todo el rato: yo soy musulmán, tú eres cristiano. Es como
que estamos hablando como dos amigos y si yo te compro alguna cosa y tú me compras una
a mí, la idea de la identidad religiosa no entra en nuestro intercambio ni en nuestra
conciencia. Pero a veces se despierta esta idea. Porque vivían en una sociedad con gente
de la otra fe. La gente de distintas religiones seguía distintas leyes, pero la religión no fue
siempre la idea que los motivaba al escoger aliados, enemigos o hacer negocios. Además la
sociedad estaba muy mezclada, había matrimonios mixtos, gente que seguía las dos
religiones...”.
“En el caso de la conquista y la reconquista, la ideología o la religión funcionan como una
red para entender y poner orden en este proceso y también para elevarlo, para que tenga
una dimensión moral. No olvidemos que se mataba a gente y eso requiere que creas, cuando
matas, que sirves a un bien superior. Cuando los musulmanes salieron de la península árabe,
en el siglo VII, la religión no era la causa. Lo hicieron porque vieron la oportunidad para
expandirse, ante la debilidad del imperio romano y persa, y no fue la religión lo que lo impulsó,
aunque sí dio forma al concepto y a las instituciones que utilizarían para gobernar el mundo
que conquistaban”.
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La expulsión de los moriscos (Gabriel Puig Roda) |
“El problema de utilizar “moro” o “morisco” para referirse a los musulmanes de la España
medieval es que implica que estos eran extranjeros y étnicamente diferentes de la población
nativa. La realidad es que los musulmanes extranjeros que llegaron a la península Ibérica
fueron relativamente escasos. Al-Ándalus se islamizó a través de la conversión, y la inmensa
mayoría de los conversos eran autóctonos: no eran ni más extranjeros ni menos europeos que
los cristianos de España”
“Mandaban los intereses de todo tipo. Aunque había conflictos entre el islam y el cristianismo
a nivel político, los reinos cristianos y los reinos musulmanes vivían dentro de uno mundo
diplomático, político, económico en el que tenían que colaborar constantemente y por eso no
querían subir la retórica al nivel de la religión, al menos en su diplomacia internacional”.
“La relación del judaísmo con el islam y el cristianismo es diferente. El hecho clave es que
para el cristianismo es un problema que el judaísmo no reconozca a Jesús como Mesías. La
verdad del islam no depende de las equivocaciones de los judíos, pero la verdad del
cristianismo sí. Y por eso hay una hostilidad inevitable, entre el cristianismo y el judaísmo, que
no existe entre el islam y el judaísmo.
“La Inquisición sólo podía actuar contra cristianos y, por eso, no afectaba ni a los judíos ni a
los musulmanes hasta que se convertían al cristianismo. Si hablamos de los mudéjares,
cuando eran musulmanes vivían como súbditos en los reinos cristianos y, por lo tanto, con
menos derechos que los cristianos, que sentían que no eran competidores. Es un poco como
pasaba en EE.UU. con los afroamericanos en los años 50 y 60: eran libres, pero en una
posición de inferioridad, lo cual hacía que los blancos no vieran los negros como una amenaza.
¿Qué pasó? En la España medieval, los mudéjares se esforzaron en convertirse en moriscos,
es decir, en cristianos. Una vez que eran cristianos este techo de cristal desaparecía y podían
competir directamente con los cristianos de siempre. El tendero musulmán –morisco– es igual
a ti, puede competir en condiciones de igualdad contigo. Y por eso se tenía que inventar un
nuevo motivo, un nuevo mecanismo para suprimirlo. Así es como la Inquisición ganó poder
como mecanismo para suprimir esta población ex-musulmana que ahora es cristiana”.
….
La historia de España (como todas las historias oficiales) está salpicada de numerosos
personajes míticos y épicos cuya autenticidad se fía a las fuentes, y en casos como la época
de la Reconquista, los hechos y personajes, desde la historiografía españolista, especialmente
castellanista, se han tratado casi exclusivamente desde las fuentes escritas desde el lado
cristiano, bastante alejadas en el tiempo, en general, del momento en que sucedió el hecho
histórico. Y las fuentes escritas musulmanas que tratan estos asuntos de estos siglos casi
nunca han sido consideradas por los historiadores cristianos. Las terceras fuentes, en algunos
casos, serían las arqueológicas, que son escasas pero interesantes pues las fuentes escritas
pueden mentir y las arqueológicas no, sabiéndolas interpretar, que ése es el papel del
historiador, pese a que a veces se convierten relatos de ficción en hechos irrefutables. Así se
escribe la historia antigua. En otras palabras, siguiendo la línea del libro que recomendamos,
aunque sin ceñirse a él, a figuras como El Cid y Don Pelayo hay que cogerlas con pinzas, y no
porque estos y otros nombres figuren en la obra de Catlos.
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Don Pelayo en Covadonga (Luis de Madrazo) |
José Luis Corral, historiador, catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Zaragoza y
divulgador de la historia, sostiene que la batalla de Covadonga es uno de los mitos, sobre todo
de Asturias, que no es sino una leyenda. Esta falsa batalla fue una creación de la corte de
cronistas del rey de León Alfonso III el Magno, primer rey de León, apoyando la reivindicación
según la cual eran los herederos de los derrotados reyes visigodos y, por tanto, los
gobernantes por derecho de toda la Península; las fuentes musulmanas, que que han sido
poco consideradas oficialmente, son muy contundentes en este sentido y ninguna de las
veinticinco escritas cita esta batalla pero también las primeras fuentes cristianas, como La
crónica mozárabe escrita veinte años después de la presunta batalla, muy interesada en
mostrar que no hubo acercamientos entre cristianos y mulsulmanes y, sin embargo, no cita ni
una sola vez la batalla de Covadonga. Y, en cuanto a Don Pelayo, es una figura muy difícil de
saber quién fue realmente pues las crónicas son muy contradictorias. Para unos podría ser el
hijo de Pedro de Cantabria, el dux, para otros es una especie de soldado de fortuna de los
godos. Parece que sí existió pero creo que nunca sabremos quién fue exactamente, si un
caudillo astur, un caudillo cántabro, un visigodo…"Don Pelayo es una de esas figuras de la
historia a los que yo llamo nombres vacíos. Un personaje del pasado del que sabemos poco
más que su nombre. Lo máximo que podemos decir de Don Pelayo es que probablemente
existió".
De la vida y obra del Cid, en España se conoce su parte más mítica, la más irreal, la que relata
el "Cantar de Mio Cid", una obra compuesta por algún juglar o trovador hacia 1307, según
Menéndez Pidal, cuando el personaje vivió entre 1048 y 1099, y que se reconoce como la
primera obra narrativa de la literatura española. Nada de la Estoria del Cid ni de la Historia
Roderici. El caso cierto es que Rodrigo Díaz de Vivar fue un guerrero excepcional en su difícil
época, con aspiraciones propias de gran envergadura y como buen vasallo no dudó en poner
precio como mercenario a sus míticas espadas, La Colada y La Tizona, y rendir con ellas
servicios tanto a moros como cristianos.
Javier Peña Pérez, profesor de Historia Medieval de la Universidad de Burgos, desmenuza
alguna de las leyendas construidas alrededor de su figura:
• Jura de Santa Gadea. Cuando el rey Sancho muere, el Cantar habla de la Jura de
Santa Gadea: ante el rumor de que Alfonso VI había matado a Sancho para llegar al trono, el
Cid le hizo jurar tres veces que no lo había hecho antes de reconocerle como heredero de la
corona. Este episodio nunca ocurrió.
• El destierro. Según la literatura, el rey le desterró por traición y el Cid sintió gran pena
por aquello. En realidad había recaudado una gran riqueza y el destierro no le supuso ningún
problema. Hubo un segundo destierro del que no se habla en el libro. El castigo ocurrió
después de que el Cid no acudiera a una batalla junto al rey Alfonso VI.
• Príncipe cristiano en reino musulmán. Su intención es ser príncipe de Valencia. Para
ello presionaba a los dueños de los castillos, que debían pagarle a él los tributos, bajo
amenaza de arrebatarles sus propiedades. De este modo la población se rebelaría contra el
rey de Valencia. Además, construyó un barrio propio donde se vivía mejor que en la ciudad.
Cuando llegó al poder, respetó la religión y la ley musulmana. El catolicismo del Cid queda,
pues, en entredicho.
• No perdió una batalla, perdió la guerra. Cuando muere, es su mujer, doña Jimena,
quien asume el poder. Políticamente dirigió Valencia con maestría pero en lo militar, cuando
los musulmanes querían recuperar la ciudad, exhuman los restos mortales del Cid, y queman
la ciudad antes de que llegaran los musulmanes.
• Las hijas. La historia sobre sus hijas es pura ficción. Primero por los nombres. Se
llamaban Cristina y María, no Elvira y Sol como en el libro y, contrariamente al destino narrado,
las casó muy bien, con un conde de Barcelona y un príncipe de Navarra. También tuvo un hijo
varón que murió en el campo de batalla cuando era muy joven y que, como otras cosas, no
aparece en el Cantar.
Todos los países tienen mitos fundacionales y en ellos un elemento repetido es una batalla, y
un guerrero, a veces reales, a veces legendarios, pero que alimentan el mito. Las historias no
son siempre como parecen. Ni los cuentos de hadas existen.
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