Reconozco que no soy consumidor habitual de televisión salvo emisiones muy concretas;
con ese perfil, y por motivos que no vienen al caso, me he visto prácticamente obligado a
permanecer todo un día (se ve que yo estaba “desentrenado” porque ¡qué largo se hizo,
Señor!) ante la pantalla televisiva como única distracción y, en mi opinión basada en la
experiencia de ese día, de una parrilla disponible de centenares de cadenas, y después de
varios barridos (eso que se conoce como zapping), bastaban los dedos de una mano para
contar las que emitían algo que merecía la pena; dejando a un lado las que emitían películas
o series variopintas, para las que aquello de “sobre gustos… “ viene como anillo al dedo, las
musicales, las deportivas y todas las temáticas, si lo que se buscan son cadenas generalistas
con programas puramente televisivos de calidad, el resultado es deprimente y me ahorro los
calificativos. En una época como la nuestra, en la que casi se sacralizan las fechas,
aniversario o referencia de tal o cual cosa o hecho, no deja de resultar curioso que fechas
que han marcado un antes y un después de acontecimientos cotidianos queden en una
ambigua difuminación cuando no en un total desconocimiento. Es lo que me ha recordado
esta experiencia si hacemos caso a la aceptación como normal de una programación que
críticos expertos llamaron en su día televisión-basura y situaron sus inicios concretamente el
27 de enero de 1993 con la emisión en directo por Antena 3 del programa sobre las niñas de
Alcàsser1, a partir del cual quedó inaugurado el todo vale para captar audiencia.
Ahí está, posiblemente, la clave: si con los programas-basura, sean o no televisivos, se gana
audiencia/lectores2, es decir, hay personas que los buscan, lo razonable que se puede hacer
es analizar por qué y, seguramente, el morbo3, entendido como curiosidad morbosa, que es
un instinto más en el ser humano, un área con la misma relevancia que el sueño, el hambre
o el sexo, nos puede dar pistas. El morbo, visto así, es tan viejo como la humanidad; ya hace
2000 años, el filósofo moralista griego (con ciudadanía romana) Plutarco decía que “El morbo
es la desobediencia de la razón”. El morbo es uno de nuestros impulsos básicos. Tiene que ver con nuestro paquete instintivo,
ese en el que también están todas las necesidades fundamentales como comer, dormir,
socializar y tener sexo. Es más, corroborando a Plutarco, estudios como el llevado a cabo en
la Escuela de Medicina de la Universidad estadounidense del Estado de Carolina del Norte
Wake Forest, nos señalan que el interés por lo mórbido, por ese lado más oscuro de la
conducta humana, siempre ha estado presente en nuestro cerebro formando parte de
nuestra sombra, a decir del psicólogo Carl Jung, que indica que una de nuestras obligaciones
como seres humanos es aceptarla. Por higiene mental, debemos conocer, aceptar y sacar a
la luz esas áreas que mantenemos en la penumbra de nuestra personalidad para poder
conocernos mejor.
El morbo puede definirse como la necesidad de ver, sentir, oír, oler o interactuar de alguna
manera con lo que socialmente se cataloga como prohibido o proscrito. Se trata, en esencia,
de una fuerza que impulsa a entrar en contacto con ello y a experimentar placer al hacerlo.
El placer de trasgredir normas o entrar en el mundo de lo prohibido. Las formas en que se
expresa son muchas. La pornografía, por ejemplo, satisface la curiosidad, pero también
permite ir “más allá” de una relación sexual común y corriente. Atrae porque trasgrede los
límites habituales y eso mismo le confiere un plus de placer. La clave en el morbo es la
transgresión como fuente de placer. El diccionario dice que el morbo es una tendencia obsesiva hacia lo prohibido. En principio
se le asocia con algo insano, pero también con el placer, casi siempre de tipo sexual. Sin
embargo, esto debe ser matizado. No todo impulso morboso es dañino. A veces simplemente
es lúdico y forma parte de nuevas formas de explorar el placer. Lo que usualmente despierta
el morbo es todo aquello que encierra un misterio o proyecta la idea de lo inescrutable. En
condiciones normales, esto corresponde a todo aquello que no se experimenta habitualmente
o que implica la ruptura de lo llamado “normal”. En casos patológicos, significa atracción por
objetos prohibidos por las normas del parentesco, la salud mental o el orden social. Son los
casos de atracción por personas de la familia o por niños, etc. En estos casos el morbo sí se
ubica en el terreno de la perversión.
Pero sería un error, si lo que se pretende es un acercamiento al fenómeno de la telebasura,
ceñir el problema al morbo y su derivación hacia lo erótico y sexual, no, la telebasura tiene
múltiples tentáculos, algunos ya aparentemente interiorizados como “normales” por la
audiencia ya que, en el fondo, va mucho más allá; telebasura es un término aplicado por
extensión a determinados modelos televisivos, definido en el DRAE como «conjunto de
programas televisivos de contenidos zafios y vulgares» y aplicado a una manera de concebir
la televisión basada en el uso del sensacionalismo, los acontecimientos impactantes,
excesiva atención hacia los quehaceres privados y personales de personajes conocidos y
absoluta carencia de contenido cultural. A decir de los expertos, se puede considerar telebasura el conjunto de programas en los que
aparece cualquiera de los siguientes ‘síntomas’ o características: "la vulneración de derechos
fundamentales, la falta de consideración hacia los valores democráticos o cívicos –como por
ejemplo, el desprecio de la dignidad que toda persona merece–, el poco o nulo respeto a la
vida privada o a la intimidad de las personas, o la utilización de un lenguaje chillón, grosero e
impúdico. Todo esto se lleva a cabo con la «intención de convertir en espectáculo la vida de
determinados personajes que, generalmente, se prestan a ser manipulados a cambio de la
celebridad que les da la televisión o a cambio de contraprestaciones económicas». Y por su
parte, la Asociación de Usuarios de la Comunicación define la telebasura en España como
cualquier espacio, sea cual sea su género (magazines y reality shows principalmente, pero
también concursos e incluso debates), «en el que prima el mal gusto, lo escandaloso, el
enfrentamiento personal, el insulto y la denigración de los participantes y la agresión a/de la
intimidad (es decir, la invasión de la intimidad de los que participan pero, sobre todo, la
imposición a los espectadores de la intimidad de los que participan)». Dicha asociación
aclara que no debe verse su labor de denuncia como “coartada preparatoria de la censura
desde planteamientos morales reaccionarios o políticamente correctos”, puesto que su labor
se fundamenta “en el entendimiento de la telebasura como un fenómeno televisivo que
atenta contra la función social del medio; que menoscaba sus posibilidades expresivas y de
contenido en términos tanto de información y formación como de entretenimiento, y que
conculca valores constitucionales como el derecho a la veracidad, a la intimidad, a la dignidad
de las personas, a la no discriminación y a la protección de la infancia”. Según un estudio
publicado por el Centro de Investigaciones Sociológicas en junio de 2010, siete de cada diez
españoles consideraban que la programación de la televisión tenía poca o ninguna calidad.
Recordemos que siempre se nos ha dicho que los fines de la televisión eran formar, informar
y entretener a los tele espectadores; sobre los dos primeros corramos un piadoso (y tupido,
muy tupido) velo, y sobre el tercero, otra de las características observadas sobre este
modelo televisivo de entretenimiento (?) ‘alienante’ es el elevado porcentaje de programación
del mismo que ocupan en las parrillas televisivas, en detrimento de programas con otro tipo
de contenido (o quizá cabría decir, simplemente, «con contenido»). El asunto ha promovido
a comienzos del siglo XXI cierto debate académico y, en uno de los libros específicamente
dedicados al tema, Telebasura y periodismo (2004) del periodista y catedrático Carlos Elías,
el autor critica a los periodistas de prestigio que se pasan "al lado oscuro" de la telebasura
para dotarla de "prestigio" ante la opinión pública y para confundir periodismo con
espectáculo. Considera que las televisiones pagan a estos periodistas telebasureros «sumas
astronómicas de dinero con el que compran su deontología profesional». Según Elías, el
problema derivado de esta práctica es que el público se confunde y de tanto oír que lo es,
acaba por creerse que se trata de periodismo. Pero los comentaristas más incisivos y
sangrantes son, precisamente, los no periodistas. Populares a base de repetición, se
distinguen por ofrecer su opinión personal como hechos ciertos y verídicos. Se mueven por
varios programas y un día fueron manager de alguien o concursantes televisivos, pero les
damos todo el crédito porque ellos saben… ¿o no? La telebasura, pues, suele compararse con la prensa sensacionalista, con la que comparte
algunas características: - Manipulación de la información, o la confusión de información y opinión. - Ningún respeto del derecho a la privacidad. - Conversión de dolor y miseria humana en espectáculo. - Especial atención al escándalo (particularmente sexual) y la violencia. - Uso del cuerpo humano desnudo, especialmente el femenino(“cosificación” de la mujer) - Discurso minimizando las consecuencias del consumo de drogas. - La aberración, presentada como un modelo a imitar. - Discusión acalorada en lugar de diálogo. - Lenguaje ofensivo, gritos e insultos. - Carencia o relativismo cultural, y difusión de una subcultura. - Promoción de la zafiedad, la pseudociencia y ciertas. - Tratamiento obsesivo de la vida privada de los “famosos y famosillos”. - Exaltación del ridículo.
Preocupa comprobar que vivimos con la primera generación de adolescentes “educados”
viendo telebasura. Según un estudio de la agencia TNS Media Intelligence presentado en
Francia, los reality shows atrapan a los adolescentes y los enganchan a la televisión -el 37%
de los jóvenes franceses tiene un televisor en su cuarto, según ese estudio-, en conclusiones
que coinciden con el Estudio General de Medios en España. Para el citado anteriormente
profesor Carlos Elías, sería necesaria la creación de un Consejo Audiovisual plural
compuesto por gente de la política, la universidad y los medios de comunicación en el que,
sin minar la libertad de expresión, se regule la ética que mueve a los programas que se
hacen llamar periodismo televisivo. La televisión, si es pública en particular, debe disponer
de mecanismos de control para que se cumplan los principios de protección a la infancia y a
la intimidad, así como las recomendaciones sobre el tratamiento televisivo de los procesos
judiciales, la violencia o las tragedias personales. Pero las cadenas privadas son eso,
privadas. Si no te gustan, no las veas. Pero es importante que la batalla contra la telebasura
no termine convirtiéndose, como en otros paises, en telecensura. Como define el Manifiesto contra la telebasura que firman diferentes asociaciones de
consumidores y de telespectadores, se trata de una forma de hacer televisión caracterizada
por explotar el morbo -interés malsano por acontecimientos desagradables-, el
sensacionalismo y el escándalo como palancas de atracción de la audiencia. Es
perfectamente reconocible por los asuntos que aborda, por los personajes que exhibe y
coloca en primer plano y, sobre todo, por el enfoque distorsionado desde el que se aborda
todo. Cualquier tema sobre el comportamiento humano, cualquier acontecimiento político o
social se convierte en excusa, y bajo una apariencia de preocupación o de denuncia estos
programas se regodean con la exhibición de sentimientos y comportamientos íntimos. Para
los firmantes del Manifiesto, la telebasura cuenta con una serie de ingredientes que la
convierten en un factor de aculturización y desinformación:
- Es reduccionista, pues transmite explicaciones simplistas de los asuntos más
complejos. - Es demagoga, porque presenta meras opiniones como hechos fundados,
independientemente de los conocimientos sobre los que se sustentan. - Desprecia de forma habitual derechos fundamentales como el honor, la intimidad, el
respeto, la veracidad o la presunción de inocencia; y practica la televisión de lo trivial,
basada en la vida privada de personajes del mundo rosa, sus nimiedades y sus conflictos
sentimentales.
Partiendo de la premisa “sin basura no podríamos vivir”, el filósofo Gustavo Bueno realizó un
brillante análisis del fenómeno en su libro Telebasura y democracia (Ediciones B, 2002)
teniendo presente, parafraseando al cineasta Fellini, que la basura muchas veces está en el
que ve televisión y no en el propio medio: En una sociedad democrática, la audiencia es la
que manda, y la televisión basura obedece a esta demanda, no ya por razones éticas o
morales, sino por razones de pura supervivencia democrática. Contra la telebasura, sin embargo, hay -y no es el único- un antiguo remedio infalible al hio
de los avances técnicos: un objeto generalmente en forma de paralelepípedo, que se coloca
delante de los ojos, de fácil manejo digital y con infinidad de modelos llamado mando a
distancia. Descubrir que el botón de apagado de la tele funciona también antes de
medianoche puede ser una maravillosa experiencia. Pero de vez en cuando apetece -y
hasta relaja- dejarse atontar por la caja sucia. ¿Y qué? No es un delito divertirse con la
televisión y no es incompatible con ir al teatro, charlar con amigos, escuchar a Bach, salir de
copas o leer a los clásicos. Un día puede apetecerte admirar Las Meninas y otro, enterarte
de lo que ha hecho una folclórica. Sé consciente de lo que ves y escoge.
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1Un
poco de memoria. Se conoce como crimen de Alcàsser (o crimen de las
niñas de Alcàsser) al secuestro, violación, tortura y asesinato
de Míriam, Toñi y Desirée, tres adolescentes de catorce y quince
años de ese municipio valenciano.
Las adolescentes desaparecieron la noche del
viernes 13 de noviembre de 1992, cuando se dirigían haciendo
autoestop a una discoteca de la vecina localidad de Picasent donde
se celebraba una fiesta de su instituto. Su búsqueda tuvo una
fuerte repercusión en los medios de comunicación nacionales. El 27
de enero de 1993, setenta y cinco días después de su desaparición,
dos apicultores encontraron los cadáveres semienterrados en una
fosa en el barranco de la Romana, un paraje de difícil acceso
próximo al pantano de Tous, a unos 50 kilómetros de Alcàsser. El
hallazgo de los cuerpos y el conocimiento posterior de las
vejaciones a las que fueron sometidas conmocionaron profundamente a
la sociedad.
Desde el punto de vista mediático, durante
los meses en que las adolescentes se encontraban desaparecidas,
prácticamente todos los medios de comunicación se hicieron eco de
la noticia. Programas de televisión como Quién sabe dónde
(TVE-1) de Paco Lobatón sensibilizaron al país durante su
búsqueda. Sin embargo, muchos analistas coinciden en señalar que
la noche del 27 de enero de 1993 fue el inicio de la telebasura en
España. Esa noche se conoció el hallazgo de los cadáveres y el
programa De tú a tú (Antena 3), presentado por Nieves
Herrero, trasladó su plató a Alcàsser. El programa contó con la
presencia de los familiares de las desaparecidas, cuyo dolor fue
retransmitido en directo a medida que se iban conociendo los
macabros detalles de la recuperación de los cuerpos. Herrero llegó
a mostrar una gran falta de tacto durante la emisión, al decirle a
la madre de una de las víctimas que sostenía una de sus
fotografías «abrace a su hija, abrace a su hija». Además, el
público asistente, que se componía de vecinos del pueblo, aplaudía
enfervorecido a medida que se iban conociendo las primeras
detenciones esa misma noche. El programa y la propia Nieves Herrero
fueron enormemente criticados por estos hechos durante años.
Una vez abierta la veda, por otro lado,
cuatro años después, durante el juicio a Ricart, uno de los
acusados del horrible crimen, único al que se pudo atrapar, los
programas Esta noche cruzamos el Mississippi (Telecinco) de
Pepe Navarro y El juí d'Alcàsser (Canal Nou, televisión
autonómica valenciana) de Amalia Garrigós también generaron mucha
polémica por centrarse en los aspectos más morbosos de los
asesinatos con el fin de conseguir buenos datos de audiencia. En
ellos se mostraron fotografías de los cadáveres y se discutieron
temas escabrosos, como si las muchachas tenían la regla o si se les
habían quemado los pezones. Alguno de los padres de las niñas
usaban estos programas como plataforma para difundir su teoría de
la conspiración.
El periodismo basura no se limitó a la
televisión y alcanzó también a la prensa escrita. En abril de
1997, el polémico abogado Emilio Rodríguez Menéndez firmó y
publicó una supuesta entrevista con Antonio Anglés (otro de los
asesinos, huído) en el diario Ya, del que era editor. Las
fotografías de Anglés que aparecían en la entrevista fueron
analizadas por la Guardia Civil, que desde el primer momento negó
que se tratase del fugitivo. Dos meses más tarde, la revista
Interviú desveló
que se trataba de una manipulación informativa tramada para
aumentar las ventas del diario que atravesaba una fuerte crisis
económica. El falso Anglés resultó ser un modelo argentino que
aseguraba desconocer la intención con la que le fueron tomadas las
fotografías. El director del diario, José María de Juana, dimitió
de su cargo.
2Paradigmático,
y anterior a la televisión, es el ejemplo de El Caso, semanario
especializado en noticias de sucesos, que se editó 1952 y 1997. A
lo largo de sus cuarenta y cinco años de existencia la publicación
tuvo una gran audiencia, pasando de una tirada de poco más de
10.000 ejemplares del primer número hasta progresivamente ir
abarcando una tirada de casi medio millón de ejemplares.
3Si
hemos de hacer caso al significado definido por el DRAE, es 1.-
Enfermedad o alteración de la salud., y 2.- Atractivo que
despierta una cosa que puede resultar desagradable, cruel, prohibida
o que va contra la moral establecida, acepción que cuadra más con
estas reflexiones.
En su primera acepción, en el área de la
medicina, se habla de estados “mórbidos”, por extensión, todo
aquello que nos remite a la enfermedad mental, identificado
comúnmente con la perversión.
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