Ya conté hace algún tiempo en este blog la anécdota de un compañero que tuve, chicharrero
militante por más señas, que tenía un perfil, vocacional y trabajado, de “inasequible al
desaliento”: Pues bien, en actitud coherente con ello, Rafael (que así se llamaba) mantenía
que, cuando alguien, que no sea el médico, te pregunte “¿Cómo estás?”, la mejor respuesta
siempre es “Bien” porque, decía, si quien lo pregunta es un amigo, se alegrará, y si es un
enemigo, se fastidiará (bueno, en honor a la verdad, él usaba un verbo más corto, sonoro y
contundente). Pero, puestos a cavilar sobre el tema, ¿qué pasa cuando la respuesta va dirigida a uno
mismo, que nunca se sabe bien si se es amigo o enemigo?. Por eso estas líneas están
encabezadas por un fragmento de la conocida poesía de Lope de Vega, de nuestro "siglo del
oro" literario, A mis soledades voy, para comprobar que, a veces, no bastan los pensamientos.
Para reflexionar sobre ello tomaremos como referencia lo que sostienen los neurólogos y
expertos psicólogos de que la respuesta del cerebro, lo que procesa, es distinto
(¿complementario?) ante lo que se piensa que ante lo que entra por el oído.
Hablar con uno mismo evidencia un alto funcionamiento cognitivo de la persona y le permite
centrarse mejor en lo que hace. En un experimento realizado en la prestigiosa Universidad de
Bangor, Gales, Reino Unido, por los neuropsicólogos Paloma Mari-Beffa y Alexander Kirkham
se determinó que hablar con uno mismo desarrolla el monólogo interior lo cual permite
perfeccionar los pensamientos, emociones y la memoria, lo que a su vez contribuye a
planificar las acciones que llega a tener el ser humano. La mecánica del experimento fue que
se le dieron a 28 participantes voluntarios determinadas instrucciones escritas y se les pidió
que las leyeran a su elección, en silencio o en voz alta. Midieron la concentración y
rendimiento en las tareas a hacer relacionadas, y ambos aspectos mejoraron en gran parte
cuando fueron leídas en voz alta. El beneficio parece provenir de simplemente oírse a sí
mismo, porque órdenes de ejecución auditivas parecen ser mejores controladores de
comportamiento que las escritas. Así se explica por ejemplo, cuando jugadores de tenis se
hablan a sí mismos durante la etapa crucial de un juego, expresando: “¡Vamos!” en voz alta,
lo que les proporciona mejor control cognitivo y concentración. A la vez, sin embargo, en un estudio fascinante1, los investigadores descubrieron que el
cerebro humano puede funcionar como el de los monos si dejamos de hablar (con sentido)
con nosotros mismos, ya sea en voz alta o interiormente. En el experimento, los expertos
pidieron a los participantes que repitieran en voz alta sonidos sin sentido (tales como «bla,
bla, bla») mientras llevaban a cabo tareas visuales y auditivas. Debido a que el cerebro nos
impide realizar dos actividades al mismo tiempo (aunque esto sea objeto de numerosas
bromas), murmurar estos sonidos hizo que los participantes no fueran capaces de decirse a sí
mismos qué tenían que hacer en cada tarea. En estas circunstancias, los humanos se
comportaron como los monos, activando de manera separada las áreas visuales y auditivas
del cerebro para resolver cada tarea. Paralelamente, el psicólogo suizo Jean Piaget, considerado el padre de la epistemología2, ya
había observado cómo los niños van controlando mejor sus acciones tan pronto como
empiezan a desarrollar el lenguaje. “Al acercarse a una superficie caliente, el niño dirá
‘caliente, caliente’ en voz alta y comenzará a alejarse. Este tipo de comportamiento puede
continuar en la edad adulta”, es decir que al hablar en voz alta un adulto, en lugar de ser un
enfermo mental, lo puede hacer intelectualmente más competente. Según eso, “El estereotipo
del científico loco hablando solo, perdido en su propio mundo interior, podría reflejar la realidad
de un genio que utiliza todos los medios a su alcance para aumentar su capacidad cerebral”,
señaló.
Nuestros estados de ánimo están siempre ahí, cómo un ruido de fondo. Conviene que nos
paremos de vez en cuando para escucharlos, para sentirlos. Es importante que los
identifiquemos, que les pongamos nombre: (“me siento tenso, triste, enfadado,
desesperanzado…”). Al principio, si no estamos entrenados, nos costará focalizar la atención
en nuestro interior. Estamos acostumbrados a “tapar” nuestras sensaciones. Escucharse a si
mismo significa conocerse, experimentar el misterio de lo que realmente se es. Supone un
cierto dominio de los estados anímicos, de los pensamientos, deseos, sentimientos,
aspiraciones y motivaciones. Cuando te vuelves capaz de escucharte a ti mismo y entrenes a decir lo que piensas, tras
cribarlo, en voz alta, para que el cerebro lo oiga desde fuera, se hace posible la apertura al
otro, su comprensión, su aceptación. Al tiempo que sepas escucharte bien a ti mismo,
comprenderás un poco más a los demás, empezarás a ponerte en el lugar del otro, empezarás
a comprender cómo se siente, todo ello, solo por el simple hecho de que te sabes escuchar
de forma correcta. Aprender a escucharse a uno mismo es el primer paso para identificar qué nos decimos,
pero no es un proceso necesariamente fácil. Es cierto que no dejamos de hablarnos, de
darnos mensajes, es cierto que nuestro diálogo interior es permanente, pero ¿Cómo
podemos tener consciencia de nuestra voz interna, si para empezar, no sabemos
escucharnos a nosotros mismos?. Tomar consciencia de nuestro diálogo interior es la base
del cambio en nuestra comunicación, y hacerlo es algo que podemos hacer practicando.
Pero para oírse desde fuera a uno mismo hay que partir de la base de que se habla en voz
alta. ¿Hablar a uno mismo en voz alta? ¿Acaso eso no significa que estás mal de la azotea?
¿Qué te estás volviendo loco? No, en absoluto. Esta práctica incluso puede resultar
beneficiosa, como confirman los estudios de prestigiosos neuropsiquiatras, si se sabe cómo
realizarla.
La mayoría de los estudios al respecto suelen centrarse en niños pequeños, ya que hablar
solos forma parte de su desarrollo normal. Los niños piensan más en voz alta que los adultos
-esto seguramente no hace falta que ningún estudio nos los diga-. Cuando un niño aprende
a hacer cosas, generalmente las narra en voz alta, y también se habla a sí mismo cuando
tiene éxito o algo le parece muy difícil. Es quizás por esto que a muchos les parece que los
niños nunca se callan. Al crecer, comenzamos a internalizar ese discurso y lo convertimos
en pensamientos. Sin embargo, mantener todo dentro de nuestra cabeza y no decirlo en voz
alta no es la mejor manera de aprender. Cuando hablamos con nosotros mismos nuestros
procesos cognitivos mejoran significativamente. Seguramente alguna vez has encontrado
que hablar solo te ayuda a recordar mejor algo, a tener más ideas, a concentrarte mejor en
una tarea y hasta a convencerte de que puedes lograr algo. Antes de continuar estas reflexiones conviene aclarar que en ciertas ocasiones, hablar uno
solo, efectivamente, puede ser un signo de enfermedad mental (junto a otros indicadores,
claro está), pero en dichos casos, el sujeto suele, además, escuchar voces a las que
contesta. En otras palabras, la persona, por lo general, no dialoga consigo misma, sino que
lo hace con un interlocutor que él considera real, pero que realmente no existe. Asimismo,
estos mensajes suelen ser incomprensibles o bien presentan poca lógica. Si nos ceñimos al hecho de hablar con uno mismo como muestra de la externalización de
ese consciente y necesario diálogo interior, el fenómeno tiene ventajas evidentes: Mejora la memoria ("Es más fácil recordar algo que dijimos, que algo que solo pensamos").-
Cuando estudiamos en voz alta tendemos a recordar mucho más lo estudiado; cuando
repetimos las palabras en voz alta el proceso para internalizar la información parece ser más
efectivo (algunos estudios han observado el efecto separando grupos de personas que leen
en silencio y otros que leen en voz alta, y las palabras que se leyeron en alto fueron mucho
mejor recordadas que las demás. Este efecto no tiene simplemente que ver con el sonido al
hablar, sino que al traducir el discurso en palabras habladas, el cerebro tendrá no solo la
información de escucharlas sino de producirlas, lo que hace más intenso y distintivo el
recuerdo de aquello que se dijo en voz alta. Es decir, no solo se recuerda lo que se leyó,
sino a uno mismo diciendo las palabras en voz alta y escuchándolas) Mejora la concentración.- Si se habla con uno mismo y además se dan instrucciones en
voz alta, la capacidad de concentración mejora y ayuda a evitar distracciones, haciendo más
sencillo el proceso de toma de decisiones cuando se es capaz de visualizar lass opciones al
repetir las palabras y escucharlas. No es de locos, es de mentes sanas.- Hablar solo en voz alta puede ser estigmatizante; ya
hemos apuntado que mucha gente lo asocia con estar loco y con la esquizofrenia, en cuyo
caso sería sólo un síntoma entre muchos otros, que juntos hacen el diagnostico de una
patología psiquiátrica que, por cierto, es tratable.
Hablar contigo mismo es excelente para mantener una mente sana, puede hacer que alivie
la soledad que sientes cuando pasas días sin compartir tiempo con alguien más, y hasta
puede hacerte más inteligente cuando hablas contigo mismo en voz alta de forma positiva.
En especial, cuando necesitas tomar decisiones importantes. Hablar con uno mismo en voz alta no solo alivia la sensación de soledad, sino que también
permite desahogarse y ordenar las ideas; muy simple: ayuda a aclarar los pensamientos, a
tomar decisiones o a reafirmar las que ya se han tomado. En la práctica, según los neuropsicólogos que han estudiado el tema, existen cuatro
modalidades para hablar con uno mismo que ayudan a sentirse mucho mejor: 1. Pensar sobre tus opciones en voz alta.- Esto es útil, especialmente si te está costando
tomar alguna decisión, cuando te encuentras en una encrucijada y te resulta difícil el proceso
de elección. Si puedes escuchar lo que piensas, pondrás tus ideas en orden fácilmente,
podrás ver con más claridad las alternativas posibles y podrás tomar la decisión que te haga
sentir mejor. 2. Motivarte.- Es una buena manera para alentarte a hacer cosas que tal vez no tienes
muchas ganas de hacer, pero que son necesarias. Puedes decirte (y oírlo), por ejemplo,
“Buenos días, Hoy es un día magnífico para aprovecharlo en ordenar la casa”. También
«Hola, hoy sin falta tienes que ponerte al día con el papeleo, antes de que multen”.
Igualmente, del tipo «¡Ánimo! Puedes hacer eso porque te has preparado para este
momento y saldrá bien». 3. Felicitarte.- ¿Por qué esperar cumplidos de los demás? Si te los mereces, siempre
puedes brindártelos tú mismo. Además, la mayoría de las personas no son conscientes o ni
siquiera caen en los pequeños logros que van alcanzando. Por ejemplo, cuando pasan ante
la pastelería sin comprar nada, porque han decidido bajar de peso, o cuando finalmente
lograron terminar esa tarea que hace tanto tiempo querían finalizar y que les ha costado
noches y noches en vela. ¿Acaso eso no se merece un “¡Buen trabajo!”? Claro que sí, los
niños escuchan este tipo de cosas todo el tiempo, y los adultos casi nunca. ¡Corrijamos eso
ahora! 4. Establecer objetivos.- Supongamos que estás tratando de planificar tus vacaciones.
Establecer un objetivo y hacer un plan (dónde ir, cuándo ir, etc.) puede ser de gran ayuda.
Claro que simplemente podrías hacer una lista con esas cosas, pero decirlo en voz alta
puede ayudarte a concentrar tu atención, a reforzar el mensaje, a controlar tus emociones y
a eliminar las distracciones.
Hay que tener en cuenta, con todo, un detalle: hablar en voz alta a uno mismo solo es
positivo y favorece cuando se hace con respeto y sensatez, sabiendo qué ayuda y qué no y
practicando, por tanto, sólo aquello que beneficia, porque hay que saber que no siempre es
bueno para uno (hacemos abstracción de lo que piense un tercero, testigo de ese discurso
privado) ¿Cuándo es malo hablar solo? Cuando hablas contigo mismo en voz alta para criticarte, es en ese entonces que deberías
darte cuenta y detenerte. El discurso privado negativo, como cuando gritas "¡Soy un idiota
por no haber visto...!" no es nada bueno para ti. Cuando hables solo, trata de conversar
contigo mismo como si fueses tu propio mejor amigo, di cosas que te ayuden a pensar que
todo estará mejor, y visualiza como puedes lograr tus metas mientras lo traduces en palabras
que escuches. Decirte a ti mismo en voz alta que eres estúpido tiene un efecto tanto o más
negativo que cuando otra persona te lo dice. El discurso privado es poderoso y se queda
clavado en tu mente, por eso es importante usarlo siempre de forma positiva. Se amable
contigo mismo como serías con otros. Lamentablemente, hay personas que constantemente, a sí mismas y a su entorno, se
reprochan cosas y se tratan mal a sí mismas alimentando la creación y mantenimiento de un
estado de ánimo siempre negativo. Se dicen cosas “inocuas” (con la mejor voluntad, por
descontado) tales como: “Debiste haberte dado cuenta antes de eso” o “Deberías haber
hecho/dicho eso de esta manera tal o cual cosa” contribuyendo a crear un ambiente
difícilmente armónico. Suele ser el mismo perfil que habla en voz alta sólo de lo que le
provoca crítica o rechazo (¿para apuntalar su opinión al oír otro rechazo?) y nunca de lo que
le satisface o agrada. Hablarte de esta manera es peor que el silencio total. De modo que si
éste es tu estilo, haz el esfuerzo para dejar de hablarte así inmediatamente. Dirígete a ti
mismo como si fueras tu mejor amigo, pues lo eres. Perdónate, repétate, entiéndete y confia
en ti mismo.
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1Con
un título no menos fascinante: Domain-specific distribution of
working memory processes along human prefrontal and parietal
cortices: a functional magnetic resonance imaging study
(Distribución específica del dominio de los procesos de memoria de
trabajo a lo largo de las cortezas prefrontales y parietales
humanas: un estudio de resonancia magnética funcional),
publicado en el número 297 de la revista Neuroscience Letters,
el 5 de enero de 2001.
2Jean
William Fritz Piaget (1896-1980) fue un psicólogo y biólogo
reconocido por sus aportes al estudio de la infancia y por su teoría
constructivista del desarrollo de habilidades y la inteligencia. Se
conoce como epistemología genética la generación de nuevos
atributos fruto del desarrollo de funciones establecidas
genéticamente, que solo requieren de estimulación o ejercitación.
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