Una de las grandes figuras de las letras en el conocido como Siglo de Oro de la literatura
castellana es Don Francisco de Quevedo y Villegas, identificado popularmente sólo como
Quevedo, que cultivó todos los géneros literarios de su época, dedicándose a la poesía desde
muy joven, y escribiendo obras satíricas y burlescas (como las numerosas “dedicadas” a su
eterno enemigo, Don Luis de Góngora), a la vez que graves poemas en los que expuso su
pensamiento, algo típico del Barroco. La mayor parte de la producción poética de Quevedo es
satírica, pero con sátiras mal dirigidas y, aunque consciente de cuáles son las causas
verdaderas de la decadencia general, la sátira es para él más un mero ejercicio de estilo que
otra cosa y la vierte contra el pueblo bajo más que contra la nobleza. Es autor de la letrilla
satírica Poderoso caballero es don dinero, un poema sobre el poder del dinero a la hora de
transformar, manipular e “ igualar” a todos, y que viene como anillo al dedo para reflexionar
sobre la pandemia, la vacuna y todo eso. Y siguiendo la tendencia de lo que algunos llaman
periodismo (?) en lo que es más importante el titular, aunque sea tendencioso, escogido
generalmente sólo por razones comerciales de vender más/llegar a más lectores, que todo el
desarrollo de la noticia/entrevista, nos guiaremos en esta ocasión sólo por el título de la letrilla.
Si algo hemos visto meridianamente claro es que esta pandemia, en general, no es que ella
en sí haya producido nuevos males, sino que ha mostrado descarnadamente lo que ya antes
iba mal (y que ahora va peor, claro) pero se consideraba “normal” y no se hacía nada. ¿O no
llamaba la atención en el campo sanitario, ya antes, que las camas de UCI en los hospitales
de todo un país como Mozambique (30 millones de habitantes), ex-colonia portuguesa, no
llegaran a la veintena1? ¿Se ha ”descubierto” ahora y toca poner el grito en el cielo? El
coronavirus, primero por la propia pandemia y ahora por las vacunas, está exponiendo
crudamente las brechas que existen entre quienes tienen y quienes no tienen, tanto dentro de
los países como entre ellos. El virus ha encontrado un terreno favorable para avanzar en un
momento en el que más de la mitad de la población mundial carece de servicios sanitarios
esenciales y tiene poca o ninguna protección social. Cerca de 100 millones de personas se
están viendo empujadas a la pobreza extrema por no poder costear una atención médica.
Las pandemias sacan a la luz las deficiencias de cada sociedad. La desigualdad continua y
creciente ya estaba presente en casi todos los países, incluso antes del brote de Covid-19.
Apenas estamos percibiendo las primeras consecuencias económicas y sociales del virus. Las
bases de datos revelan enormes diferencias en la capacidad de preparación y respuesta de
los países de forma que los países en desarrollo y los que están en situación de crisis sufrirán
el mayor deterioro, junto con los grupos que ya de por sí son vulnerables en todo el mundo: las
personas que dependen de la economía informal, las mujeres (las mujeres están
particularmente expuestas durante las crisis de salud. Además de conformar la mayor parte del
personal sanitario de primera línea, si trabajan desde casa, es probable que deban asumir una
carga aún mayor de trabajo doméstico y de cuidado de los hijos, y, en muchos casos, corren
un mayor riesgo con sus parejas. Hay cada vez más datos que indican que la violencia
doméstica está aumentando en todo el mundo a raíz de los confinamientos), las personas con
discapacidad, los refugiados y desplazados, y los que, por la causa que sea, padecen
estigmatización.
Poderoso caballero es don dinero. O “don voto” que para el caso es lo mismo. Y si no, que se l
o digan a esa Presidenta de esa Comunidad Autónoma española (y su coro mediático,
naturalmente) que, para atacar al Gobierno Central (que tampoco está libre de culpa, ojo, pero
ese es otro tema), engaña en tiempos de pandemia a sus votantes prometiéndoles una vacuna
que ni está autorizada por la Agencia Europea del Medicamento ni tiene ella competencia
(aunque le sobre el dinero, según dice) para adquirirla, competencia que corresponde, ni
siquiera al Gobierno español, sino a la Unión Europea (UE), que la distribuye, aunque
ciertamente países soberanos (no regiones) pueden comprar al margen de la UE y en lugar
de ella. ¿Brindis al sol sólo para crispar? Pero la clave, no obstante, está en el dinero. Y ahí
está el “ejemplo” de algunos países, modelo de solidaridad, en los que no hay ningún
problema para vacunarse, incuso eligiendo la marca de vacuna, ni tienes esperas, ni has de
hacer colas… si lo pagas. Aquello de las desigualdades. ¿Os suena?
Poderoso caballero es don dinero. Pese a las abundantes y “bien documentadas” teorías
negacionistas que corren por ahí2, el virus existe, causa miles de muertos en todo el mundo y
su propagación no entiende de fronteras (que es una cosa artificial, de carácter hoy,
básicamente, administrativo, entre países o entre regiones de un mismo país), razas, credos,...
¿y clases sociales? Ya se ha visto, desde hace meses, que el virus acentúa las desigualdades,
y que un entorno económicamente privilegiado hace más difícil la propagación de la
enfermedad, por la sencilla razón de que puede disponer de más y mejores medios para
evitarla, en lo que se incluye el acceso a la vacunación, único instrumento que se ha revelado
eficaz contra la pandemia3. Somos así a nivel individual; si yo puedo costeármelo…. Pero, ¿y
a nivel colectivo?¿También la solución es diferente?
Pues algo de eso se barruntaba la Organización Mundial de la Salud, OMS, cuando ya se veía
que la investigación en la(s) vacuna(s) estaba dando sus frutos y empezaba a asomar el
problema de la distribución. Por ello, junto a la Comisión Europea y Francia4 lanzó una
iniciativa de colaboración mundial con la que acelerar el desarrollo de tratamientos, pruebas y
vacunas contra el Covid-19 llamada Covax, cuyo objetivo es "garantizar un acceso justo y
equitativo a las vacunas para todos los países del mundo" como “única solución
verdaderamente global para esta pandemia porque es el único esfuerzo para garantizar que
las personas en todos los rincones del mundo tengan acceso a las vacunas Covid-19 una vez
que estén disponibles, independientemente de su riqueza5" ya que de nada vale estar
vacunado en un territorio si en el vecino el virus campa a sus anchas. Covax está actuando
como una plataforma de apoyo tanto para la investigación como para el desarrollo y fabricación
de varios candidatos a vacuna y, además, se encarga de negociar su precio para que todos los
países participantes puedan acceder a la vacuna contra la Covid-19, independientemente de
sus ingresos. El objetivo que se ha marcado Covax en un periodo inicial es tener 2.000
millones de dosis de vacuna frente al Covid disponibles para finales de 2021, con lo que
pretenden proteger, sobre todo, a las personas más vulnerables o que tengan un riesgo más
alto, como son los profesionales sanitarios.
Esa es la teoría. En la práctica, las grandes potencias tratan de buscar soluciones para
incrementar su ritmo de vacunación y lograr proteger a su población antes de que finalice este
año. Sin embargo, el escenario es mucho más negro para la mayor parte de los países pobres.
Un estudio económico ha advertido que 85 estados con escasos recursos no podrán inmunizar
de forma generalizada a su población al menos hasta el año 2023. Pero eso ya se sabía
porque esta alianza lo único que hace es donar las vacunas a los países, cuando muchas de
las vacunas en desarrollo necesitan de una costosa infraestructura para su aplicación, sobre
todo debido a que se deben a mantener guardadas en temperaturas muy bajas, temperaturas
que no pueden garantizar la mayoría de sistemas sanitarios de los países más pobres y
poseer esta infraestructura es requisito para acceder a las vacunas. El contraste, pues, entre
los países ricos y los más pobres es grave. Según algunos informes, la mayoría de los países
en desarrollo no tendrán acceso generalizado a las vacunas antes de 2023 como muy pronto,
como se ha apuntado, con el problema añadido de que algunos de estos países, en particular
los más pobres con un perfil demográfico joven, pueden perder la motivación para distribuir
vacunas, especialmente si la enfermedad se ha propagado ampliamente o si los costes
asociados resultan demasiado altos. Y eso, sin contar las demoras y retrasos en la producción
y entrega de las vacunas que, si para un país rico es eso, un incómodo retraso que le obliga a
rehacer la planificación, para un país pobre representa la eternización del problema.
Ya se ve que, cuando toca la realidad, cae de bruces una de las maniobras de manipulación
más geniales jamás realizadas, una auténtica obra maestra en el arte de manejar la
adormecida mente de la población el poner de moda ser pobre. Y sí, “se pondrá de moda”,
porqué en eso consiste precisamente la genialidad de esta manipulación: en vendernos la
escasez y la precariedad como si fueran un “producto” a desear. Puede parecer algo increíble
o incluso surrealista, pero de hecho, la maniobra ya ha empezado de forma muy sutil durante
la pasada crisis, antes de esta pandemia, y ya está calando, gota a gota, en la mente de
muchas personas. Y es que el mundo, con pandemia o sin ella, está entrando en una fase
radical de transformación hacia un nuevo paradigma socio-económico, en el cual la mayoría
de la población vivirá en una situación mucho más precaria que la vivida hasta ahora y para
mantener el sistema en pie durante esta delicada transición, será necesario que los
ciudadanos lo acepten de forma dócil y controlada. Es por esta razón por la que se llevará a
cabo esta obra maestra de la manipulación mental y social de la que ya anticipábamos algo
en una entrada reciente de este blog pues esta manipulación consiste en asociar a la pobreza
y a la escasez de recursos una serie de valores y actitudes que impliquen algún tipo de
prestigio social pre-fabricado; convertir la precariedad en algo “cool”, “guay”, que “mole” y
sobre todo, asociarle un sentimiento de superioridad moral.
Pero no, ser pobre es no poder hacer nada, nada en absoluto; en el mejor de los casos es no
poder ir a comer fuera, no poder llevar a los niños al cine, no poder comprarles juguetes o
llevarlos al centro de la ciudad,… o no poder vacunarse ante una pandemia letal. Poderoso
caballero es don dinero. Dinero aparte, pero siguiendo/acabando estas reflexiones con la
no-vacunación, es inevitable detenerse y parar cuentas de la carrera de obstáculos emocional
en que han convertido las Administraciones el programa de vacunación (aunque algo tienen
que ver también los medios de comunicación en general y algunos determinados en particular).
Empezando, tal vez, por el sainete de las marcas autorizadas por las autoridades médicas (de
las de, recordemos, casi dos centenares en proceso en todo el mundo), sus diferentes
condiciones de conservación, su precio, distinto para cada una, sus variados niveles de
producción y suministro, su eficacia, el número de dosis que precisa para ésta, sus riesgos de
efectos secundarios (riesgos que son debidamente magnificados por los medios,
particularmente los negacionistas o simplemente anti-gobiernos, pues resultan ser riesgos
menores que los de, casi, cualquier medicamento que se adquiere en la farmacia sin receta y,
desde luego, muy inferiores a los, no secundarios, sino directos, de un posible contagio del
virus sin vacuna, aunque no nos engañemos, a quien le toca, le toca, pese a que el porcentaje
sea irrisorio), el confuso baile de edades y prioridades (diferentes en cada país, eso sí,
recomendadas en todos ellos por expertos médicos), etc., todo ello no hace sino disparar la
desconfianza, el rechazo y el miedo a recibir la vacuna. La pregunta es ¿habría esos mismos
recelos si el problema real fuera el de no poder acceder a la vacuna, personalmente o como
país?
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1Según los datos del PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo), los países desarrollados tienen 55 camas hospitalarias, más de 30 médicos y 81 enfermeros por cada 10.000 habitantes.; en los países digamos que menos adelantados, en cambio, hay siete camas, 2,5 médicos y seis enfermeros para el mismo número de habitantes. Incluso algunos elementos básicos, como el jabón y el agua limpia, son un lujo para muchísimas personas. Además, los confinamientos han hecho más evidente la brecha digital. Miles de millones de personas (el 86% de la población mundial) no tienen una conexión fiable a Internet de banda ancha, lo que limita su capacidad para trabajar, continuar con su educación o sociabilizar con sus seres queridos.
2Los negacionistas rechazan la existencia del coronavirus en diferente grado. Para algunos no existe en absoluto y para otros puede existir, pero no con la gravedad que las autoridades sanitarias le confieren. En palabras de Alexandre López-Borrull, profesor experto en fake news de la Univertitat Oberta de Catalunya (UOC), "Algunas de las teorías negacionistas que hemos visto ante la Covid-19, podían tener y han tenido un coste en vidas. De la misma forma que ocurrió en África con el SIDA, crear un estado de desconfianza hacia las evidencias científicas genera descrédito y lleva a tomar decisiones erróneas".
3Según un estudio publicado en Catalunya, la vacuna ha hecho caer ¡un 92 %! el riesgo de muerte en las residencias de la tercera edad, tanto de residentes como de empleados.
4Conviene saber que durante la administración del presidente Donald Trump, Estados Unidos boicoteó la iniciativa y no fue sino hasta enero de 2021, que la administración de su sucesor, Joe Biden, anunció que Estados Unidos se incorporaría al fondo Covax lo antes posible
5Un caso especialmente sangrante es el de la India, uno de los reconocidos primeros fabricantes mundiales de vacunas, y uno de los que no disponen de unidades para su propia población.
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