Seguimos con los mercados en Barcelona, después de la evocación del de Sant Antoni, a cuentas
del hallazgo en él de un libro descatalogado de Noel Clarasó. Es un hecho de que en todas
partes hay mercados que nada tienen que ver con productos alimentarios sino que se dedican a
la compra y venta de “cosas” (todo cabe aquí), preferentemente de segunda mano o usadas,
y así a la mayoría nos suenan el Waterlooplein de Ámsterdam, Portobello en Londres, el
mercado del Porta Portese en Roma, o el Rastro de Madrid. Y en Barcelona, los Encantes o
Els Encants Vells, oficialmente Mercat Fira de Bellcaire o Feria Bellcaire. Aunque su
precedente no queda del todo claro, si hay noticia de que hacia el año 1200 se celebraban
subastas públicas y ventas en la barcelonesa plaza Sant Jaume. Traperos, libreros y
chatarreros convergían allí para comerciar y subastar los bienes de los difuntos con el objetivo
de conseguir capital para pagar las deudas y sobrevivir. Con el tiempo, en los actuales
Encants se puede encontrar de todo, desde ropa o herramientas hasta obras de arte.
Su ubicación ha ido cambiando a lo largo del tiempo; estuvieron ubicados inicialmente fuera
de la muralla de la ciudad, después se desplazaron a la Plaza Nova, a Drassanes (atarazanas),
a la Rambla de las Flores, a las proximidades del de Sant Antoni y, finalmente, a la plaza de las
Glòries. Para ser exacto, su origen se remonta al siglo XIV y se trataba de un mercado nómada
e informal de objetos usados. Su precedente fue la Feria de Bellcaire, ubicada en la Plaza Sant
Jaume en el año 1200. En 1358, ya bajo el nombre Els Encants, el mercado se trasladó a la
Plaza Nova, pero fue cambiando de ubicación con el paso de los años. Las reformas por la
Exposición Internacional de Barcelona, en 1929, provocaron el traslado de els Encants a la
Plaza de las Glòries y, pese a tratarse de un emplazamiento provisional, se mantuvieron en ese
lugar hasta 2006, cuando se aprobó su traslado al otro lado de la plaza, junto al Teatro
Nacional. En el año 2013 se estrena el nuevo edificio icónico donde se ubica actualmente y
cuyo rasgo más característico es la cubierta de espejos dorados situados a 25 metros de altura.
El edificio queda abierto a los cuatro vientos, de manera que se puede disfrutar del aire libre.
El Mercat dels Encants, el más grande de su categoría, es un mercado de referencia que
combina excepcionalmente tradición y modernidad, y en él se han encontrado auténticas
maravillas que hoy en día pertenecen a coleccionistas, museos y particulares afortunados.
“Els Encants” fueron algo así como el Ikea de la transición: los inmigrantes de la gran ola de
los sesenta, los universitarios de los setenta, los jóvenes que se independizaban (solos o en
compañía) en los ochenta o los nuevos inmigrantes de los noventa encontraban allí los
muebles “funcionales” más baratos y objetos de segunda mano a muy buen precio. Abundaba
la formica blanca, la madera de pino y las sillas con los asientos de enea. Pero el diseño sueco
de principios de los años dos mil acabó con todo ello y las tiendas de los Encants dejaron de
ser una referencia, de forma que acabaron siendo un mercado de aluvión, lleno de cachivaches,
que incluso vio crecer a su alrededor un submercado que fue llamado “mercado de la miseria”.
Habrá que ver qué ambiente se crea en torno a los actuales ‘contenedores’ que, en diversos
niveles, albergan las paradas situadas bajo el espectacular palio. Porque en los viejos Encants
había un caos aparente que en realidad no era tal. En las polvorientas callejas que formaban
las tiendas se podía encontrar a un lado una tienda con óleos, vírgenes, muñecos de
“geyperman”, collares y cajitas y en el otro, justo enfrente, sostenes y bragas de colores
chillones (rojo, amarillo, violeta…) que se vendían, ya en nuestra época, a un euro.
Para algunas paradas de los viejos Encants el tiempo parecía haberse detenido a principios
de siglo, deducción resultante de ver los precios en pesetas pero, sobre todo, de la cantidad
de polvo acumulado en las estanterías visibles. Con el tiempo, el acento predominante, el que
usaban los gitanos que abundaban en los Encants, fue sustituido por otros acentos; se podía
escuchar el sonido de unas castañuelas, pero cuando uno se daba la vuelta, aparecía una
tienda repleta de trajes de faralaes a cuyo frente estaba un señor que procedía del sur del sur
de otro continente. Y aún se oía, pero cada vez menos, el inconfundible grito gitano de
“¡Guapa, te lo regalo!”. El sonido dominante en el mercado era el de las vendedoras y
vendedores, acompasado por el murmullo de las voces de los compradores, y el run run del
entrechocar de cuerpos y de los pies que se arrastraban por el polvo o sobre el castigado
pavimento de cemento. ¿Y el olor? El olor era un cóctel de polvo, sudor y vapores de los
extractores de las casetas de comida. No era un olor desagradable, no olía a fritanga ni nada
que obligara a evitar según qué zonas. Era, simplemente, ‘el olor’ de los Encants que ya son
historia. El mercado más antiguo de Barcelona y uno de los más longevos de Europa cambian
de época. Pero nadie nos quitará unos instantes de nostalgia.
Este pequeño repaso a la pequeña historia cotidiana (que, en definitiva, es la que cuenta,
importa y deja poso para las personas, más que las grandes gestas bélicas que nos cuentan)
no es casual porque en época de pandemia vuelven a estar de moda; por un lado por su cierre,
recurrido ante la Justicia, y es que nadie puede discutir la peculiaridad del mercado de los
Encants y los paradistas dicen que no son un centro comercial al uso, sino una prolongación
de la calle totalmente al aire libre y que, aún así, se enfrentan a una medida con restricciones.
Eso es precisamente a lo que se agarran los paradistas de la feria de Bellcaire para intentar
revocar la orden de cierre impuesta en el marco de las restricciones que consideran "injusta" al
haber sido incluidos en una categoría que no es la suya, aunque el mercado quiere dejar claro
de entrada que no está en contra de las medidas adoptadas para contener el virus "porque hay
muchas vidas en juego y debemos poner todos los medios que estén a nuestro alcance" para
lo que, afirman, llevan tiempo aplicando medidas para combatir la pandemia: control del aforo,
refuerzo de la vigilancia, uso obligatorio de mascarilla y gel hidroalcohólico y reducción del
número de accesos.
Por otro lado, también motivado por los efectos de la pandemia, el otro motivo de actualidad
está ligado al sistema de funcionamiento del mercado y es que, con la que está cayendo, se
quiere perpetuar en él el sistema de las subastas de los lotes de las “cosas” a vender, un caso
único en Europa que se repite tres veces por semana, casi cuando aún no ha salido el sol, y en
la que se oyen las voces de los paradistas en busca de las mejores ofertas. Cada puja
comienza con la misma frase por parte del ‘speaker’. “Material tal cual lo ven” (ahora en fotos,
por el virus). Así es. Los lotes, cuando se mostraban físicamente, ocupaban un rectángulo de
unos 10 metros cuadrados sobre el suelo; lo que se ve es lo que hay. A veces el ‘speaker’
aclara si a una silla le falta una pata y si esta está por ahí, para que quede claro que es una
incidencia reparable. Después, comienza la venta. ¿Y por qué es esto motivo de actualidad?
Pues por la procedencia de los lotes, generalmente de pisos vaciados. Y aquí es donde el
maldito y aún desconocido virus causante de la pandemia asoma el feo hocico.
Antes de la situación de ahora, por lo general, siempre se vaciaban pisos donde una persona
que fallecía vivía sola, o que, al faltar una persona, la pareja marchaba a vivir con la familia o
en alguna residencia, pero lo que estamos viviendo ahora por culpa de la pandemia es que se
vacían viviendas donde la pareja falleció con poca diferencia de tiempo, es decir que no
estábamos acostumbrados a ver que se realiza el vaciado de un piso en el cual las personas
que lo habitaban murieran (y no en un accidente) con pocos días o hasta incluso horas de
diferencia. Cuando eso ocurre, si la vivienda es de propiedad quizá se pueda esperar por los
familiares el tiempo que sea necesario para entrar y dar el paso de realizar el vaciado, pero
cuando la vivienda es de alquiler y el propietario solicita la finalización del contrato por
fallecimiento de los inquilinos, la familia tiene que realizar este servicio de manera rápida ya
que de no hacerlo tendrían que seguir pagando cada mes el recibo del alquiler. Y, en ese caso,
hay varias opciones, la de utilizar un servicio municipal de recogida de enseres dejando los
muebles (sobre todo los muebles) en la calle para que la brigada municipal los recoja,
venderlos en alguna tienda de segunda mano o subastarlo todo en los Encants. Ya hemos
llegado a los Encants y a las subastas. Años atrás, en los antiguos Encants, estas subastas
también se llevaban a cabo, pero entonces aquello era un pandemonium. Los compradores se
quedaban el lote entero, pero solo se llevaban luego los objetos que suponían que revenderían
con facilidad y el resto se quedaba ahí disperso, sobre el cemento, a veces bajo la lluvia, hasta
que pasaba la brigada municipal y lo trituraba todo, recuerdos, muebles, cuadros y fotos de la
primera comunión, quizá algún tesoro.
Uno de los pasos más duros después de enterrar a un ser querido es entrar a la vivienda donde
vivía y recoger las pertenencias que se quieran guardar (¿cuáles?) para realizar después, si
es necesario, el vaciado completo de la vivienda. Pero, ¿qué se subasta? Pues, la respuesta
es que TODO: una cómoda, un armario, los libros, los discos de vinilo, el álbum de fotos
abierto por la página de las del día de la boda, la colección de sifones, platos decorativos de
plata bien bruñida, la vieja máquina de escribir Underwood de cuatro filas de teclas, la vajilla
de porcelana, una santa cena de baldositas cerámicas, una mesita de noche de tres patas,
con su lámpara de tulipa glaseada, y decenas de objetos más; la vida de alguien, sus muebles,
sus fotos, sus libros, sus recuerdos,... Cada vida es un lote en venta . Y los tiempos pasan.
Algún día llegaran a la subasta los muebles de Ikea, las fotos en discos duros o en lápices de
memoria, el monopatín que ya nunca salió de casa desde que comenzó a fallar la cadera,
pero de momento el patrón común es otro, muchas vírgenes y santos, porcelanas, recuerdos
de la mili, colecciones de búhos, objetos ligados a la profesión del finado, y otras cosas que
se descubren porque, aunque este no sea lugar para decirlo, en los funerales, laicos o
religiosos, se despide a un amigo. En los Encants se le conoce a fondo incluidos sus vicios
pues, al final, la subasta del contenido de los pisos en ese 'marché aux puces' barcelonés que
son los Encants es una suerte de impúdico funeral laico. La subasta de una vida. Y con esta
pandemia, más.
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