Lo que el viento se llevó (Gone with the wind) es una película estadounidense de 1939,
adaptación de la novela homónima de Margaret Mitchell, producida por David O. Selznick y
dirigida por Victor Fleming, que aglutina los géneros épico, histórico y romántico. Está
considerada como una de las mejores películas de todos los tiempos; aparece entre las diez
primeras de la lista del American Film Institute de las 100 mejores películas estadounidenses
desde su creación en 1998; en 1989 la película fue considerada «cultural, histórica y
estéticamente significativa» por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos y seleccionada
para su preservación en el National Film Registry. La película fue inmensamente popular, y si
se ajustan sus ingresos de acuerdo a la inflación, sigue siendo la película de mayor éxito en
taquilla de la historia. Situada en el sur de Estados Unidos con el telón de fondo de la Guerra
de Secesión y la reconstrucción, la película narra la historia de Scarlett O'Hara (Vivien Leigh),
hija de los propietarios de una plantación de Georgia, desde su romántica persecución de
Ashley Wilkes (Leslie Howard), prometido con su prima, Melanie Hamilton (Olivia de Havilland),
hasta su matrimonio con Rhett Butler (Clark Gable). Recientemente ha sido retirada por la
plataforma HBO que posee sus derechos de exhibición en un gesto como contribución al
movimiento antirracista Black Lives Matter, HBO ha anunciado que la película regresará "con
una exposición de su contexto histórico y una denuncia de esas representaciones, pero lo hará
como fue creada originalmente, porque hacerlo de otro modo sería lo mismo que asegurar que
esos prejuicios nunca existieron", una explicación que también ha causado ampollas, puesto
que muchos consideran que el cine debería exponerse sin manual de instrucciones, aunque
puede que el problema sea, precisamente, que quien vea la película necesite ese manual de
instrucciones, pero aquí no entraremos.
En otro orden de cosas, París, la capital de Francia, la Ville Lumière (Ciudad de la Luz), así
llamada por su destacado papel en ese movimiento cultural e intelectual conocido como la
Ilustración (llamada así por su declarada finalidad de disipar las tinieblas de la ignorancia de la
humanidad mediante las luces del conocimiento y la razón), es famosa por sus bulevares
flanqueados de monumentos, museos repletos de tesoros, bistrós clásicos y casas de alta
costura, a lo que se une una ola de galerías multimedia, tiendas de diseño y start-ups
tecnológicas, que reafirman su posición como ciudad visionaria e internacional. En definitiva,
que atrae, enamora y no decepciona. ¿Y qué tienen en común la película “Lo que el viento se
llevó” y la ciudad de París? Pues eso, que enamoran y no decepcionan para una gran mayoría
de personas, con lo que la disensión sobre ellas es, prácticamente, imposible o, lo que es lo
mismo, se divulga una idea preconcebida de ellas que facilita los prejuicios, en uno u otro
sentido, a favor o en contra. Pues hablemos de prejuicios.
Técnicamente, un prejuicio es una predisposición axiomática para aceptar o rechazar a algo o
alguien por sus características, bien sean reales o imaginarias. Desde la psicología, es una
condición humana que inclina a responder de cierta manera frente a un estímulo de acuerdo a
un precepto o canon anterior. Usualmente, cuando se habla de personas, el prejuicio tiene una
connotación negativa hacia un grupo, lo que implica sentimientos o creencias de
desvalorización hacia el mismo, expresando un desacuerdo explícito, que muchas veces
conlleva al desprecio hacia condiciones o características del grupo. De acuerdo a las teorías
modernas, el prejuicio es una actitud aprendida, en base a las experiencias que la persona ha
tenido a lo largo de su vida y especialmente, durante su infancia. Los niños pequeños aprenden
en primer lugar, lo que la familia o la sociedad piensan del mundo, antes de conocer dichos
eventos por sí mismos. Por ello, un prejuicio puede tener consecuencias negativas, pues se
parte de un juicio de valor negativo ante un grupo, basado en información insuficiente o
incompleta.
Al final, un prejuicio es una forma distorsionada de interpretar la realidad, puesto a que tiene
una base real, pero a su vez, contiene información errónea, exagerada o generalizaciones
accidentales ocasionadas por una experiencia previa o ajena. Por esta razón es resistente al
cambio y hay mucha dificultad para eliminarlo, ya que las personas lo creen con veracidad,
incluso cuando se le muestren pruebas contrarias en la realidad. Nuestro ya conocido William
James decía que “un gran número de personas piensan que están pensando cuando no hacen
más que reordenar sus prejuicios”. El prejuicio puede surgir (¿por qué no?) a raíz de una
conveniencia. En los casos más graves, prejuzgar tiene como finalidad la sumisión de un grupo
concreto. Comúnmente se originan a partir de actitudes negativas hacia un grupo del que se
tiene poco conocimiento real; también puede ser el resultado de una generalización en base a
una experiencia negativa pasada. Es decir, la persona que posee una visión estereotipada
sobre, por ejemplo, los rumanos, puede defenderla por el hecho de haber sido atracada en el
pasado por otra persona de esta nacionalidad. Los factores culturales adquieren un gran peso
en la generación de prejuicios. Es habitual que en la familia o en una cultura concreta se
promuevan comentarios y creencias equivocadas sobre ciertas personas, las cuales pueden
ser vistas como ‘correctas’ o que se podrían englobar dentro de la expresión del ‘piensa mal y
acertarás’. Además, casi por inercia, se fomenta el criticar a los demás antes que tomar una
visión empática y tratar de ponerse en el lugar del otro.
No hay que confundir, sin embargo, el prejuicio (individual) con su primo hermano, el
estereotipo (colectivo), imagen mental muy simplificada, con pocos detalles, acerca de un
grupo de gente que comparte ciertas cualidades características y que puede ser tanto positivo
como negativo, aunque normalmente es negativo. Suele ser un conjunto de creencias
compartidas y magnificadas socialmente sobre las características de una persona que suelen
exagerar un determinado rasgo que se cree o se quiere hacer creer que tiene un determinado
grupo. Los estereotipos son ideas semejantes a los prejuicios; estereotipar consiste en
simplificar, en asociar un conjunto simple de ideas sencillas, generalmente adquiridas de otro.
Asumir como propios prejuicios y estereotipos es síntoma de ignorancia y gandulería, pues
supone dejarse llevar “por lo primero que se escucha” y considerarlo verdadero sin
contrastarlo o buscar más información. Los prejuicios, basados en estereotipos, no son más
que generalizaciones sobre algo de lo que no se tiene demasiado conocimiento; de esta
manera, se simplifica el mundo, aunque se haga de una forma que pueda estar muy
equivocada y generar daño a los demás.
Los prejuicios y los estereotipos pueden influir de manera negativa en las relaciones entre
grupos sociales y dificultar su convivencia, son la base de actitudes discriminatorias y pueden
tener graves consecuencias en la convivencia hasta convertirse en un absurdo móvil para
emplear la violencia y la agresión hacia otros seres humanos. El estereotipo y el prejuicio,
como una predisposición personal, se traducen en comportamientos negativos hacia una
persona o grupo de personas que (reales y observables), son llamados discriminación, que
supone maltratar o limitar posibilidades a personas por tener características especiales que
definen su pertenencia a un grupo. La discriminación refuerza el prejuicio y éste a su vez
suele crear y sustentar la discriminación.
Las actitudes negativas hacia otros grupos sociales, tienen múltiples consecuencias en la vida
de las personas, tanto de las víctimas como de los victimarios siendo una de ellas la
discriminación anteriormente mencionada. Para las personas discriminadas, actitudes de este
tipo generan exclusión y aumentan las brechas sociales de los grupos humanos. Las personas
discriminadas por ejemplo suelen tener menos acceso a servicios sociales, oportunidades
educativas o de promoción profesional. Esta ha sido la situación, por ejemplo, de muchas
mujeres, y continúa siendo un problema en culturas tradicionales. Desde el punto de vista
moral son una injusticia hacia las personas y grupos víctimas del prejuicio pues se basan,
como hemos visto, en conocimientos insuficientes. En cuanto a los sujetos que tienen los
prejuicios, influyen en la manera de percibir la realidad, en la forma de aprender, en el tipo de
información que se retiene, etc.; todo ello tiene como consecuencia una limitación en las
relaciones sociales, crean una cerrazón hacia determinados conocimientos de las
características del grupo discriminados, generan actitudes de rechazo hacia las personas que
integran los grupos discriminados; los prejuicios pueden incluso llegar a generar violencia
hacia a las personas pertenecientes a un grupo, y a su vez encuentros violentos entre grupos.
Las personas con menos prejuicios tienen más facilidad para relacionarse con personas
distintas y tener vínculos “más sanos” con otros/as, ya que esto permite tener buenas
relaciones independientemente de las características de los demás, favoreciendo un disfrute
mayor de las diferencias en términos de creencias y valores, incluso en relación a temas
difíciles como la religión o la política. Además de la discriminación de otros grupos y personas,
los estereotipos y los prejuicios pueden tener otras consecuencias más o menos graves en
nuestra vida cotidiana:
- La evitación; evitar al grupo o a la persona, no hablarle, no querer verlo/a.
- El abuso verbal o insulto: hablar negativamente del grupo y al grupo o la persona
que identificamos con el grupo.
- El empleo de la violencia.
- El acoso: anular la personalidad de una persona mediante el insulto y la violencia
de grupo.
- El asesinato o el genocidio: la destrucción física de una persona o grupo humano.
« ¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio».
Albert Einstein (1879 – 1955)
Sin embargo, no hay nada como el conocimiento de la realidad para combatir los prejuicios;
en el ejemplo que poníamos al inicio, de las ideas preconcebidas sobre París, basta con bajar
paseando de la colina del Sacre Coeur a través de la Plaza Tertre y Montmartre (después,
seguramente, de haber visitado la Torre Eiffel, el Arco de Triunfo, Notre Dame, el Louvre,… )
para echar de menos la música de Aznavour y su vida bohemia a medida que nos vamos
acercando sin prisas al centro y darnos cuenta de lo que nos limitaban los prejuicios para no
verla/vivirla. En este caso, inocentes.
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