Si hay algo, además de su afectación sanitaria cuando por desgracia ha tocado, que ha dejado
una huella indeleble de la época más dura de esta pandemia por el coronavirus Covid-19 , ha
sido la imposibilidad duradera en el tiempo de mantener un mínimo contacto físico con las
personas que se quieren; en plata, la prohibición radical de los abrazos y de cualquier muestra
efusiva que represente contacto. La pandemia nos ha cambiado tanto el marco de vida, el marco
relacional, nuestras actividades, nuestras aficiones, que no podemos diferenciar cuál de todos
estos cambios es el que nos está provocando esas emociones, ya no podemos separar una
cosa de otra; el malestar no es solo por la distancia social, tan de actualidad ahora, es que
toda nuestra vida es diferente a la de antes, y si la habíamos escogido a conciencia, si nos
gustaba la vida que llevábamos, ahora la hemos perdido, la vivimos de forma muy limitada. A
pesar de todo, esta pandemia, hace 25 años, habría sido mucho peor; ahora tenemos muchas
interconexiones a través de la tecnología; las redes sociales, Zoom, Teams y otras muchas
herramientas informáticas nos permiten un nivel de relación insospechado; ¡suerte tenemos de
estos instrumentos!.Y ahora que todo apunta que ha comenzado el principio del fin de la etapa
más oscura de esta pesadilla (lo cual no debe interpretarse, ni mucho menos, como que ya se
pueda bajar inconsciente y alegremente la guardia), parece oportuno hacer unas reflexiones
sobre eso de los abrazos. A millones de personas les están pasando factura los meses sin
contacto físico, sin besos ni abrazos. Y no siempre porque estén solos. Muchos se ven
periódicamente con familiares y amigos, pero ¡eso de no tocarles! Echan de menos besar y
abrazar a sus padres, a sus nietos, a sus hermanos...Al abrazar a esas personas te sientes
bien, compruebas que las sigues queriendo, que te siguen queriendo... y para ello hay millones
de neuronas trabajando, y se segregan hormonas que potencian esos lazos y ese placer. Las
caricias, los apretones de mano, los “choca esos cinco”. ¿Por qué esa sensación de carencia,
ese hambre de piel? Eso del hambre de piel no es una forma de hablar, una frase hecha, sino
un fenómeno neurofisiológico que explica por qué la falta de contacto acrecienta el malestar
psicológico que ya venía ocasionando la pandemia y está afectando a la salud mental de
tantas personas.
Evolutivamente, dado que somos animales sociales, cuando ese componente social no existe
o se reduce drásticamente (y el ritual de saludo es muy importante en el grupo social), el
organismo se resiente; es mucho lo que se consigue con un abrazo, como han demostrado
diversas investigaciones que vinculan el tener apoyo social a una mejor salud y mayor
longevidad. Desde el ámbito de las neurociencias, hay componentes biológicos en ese echar
de menos los besos y los abrazos ya que el tacto juega un papel muy importante en nuestras
vidas; entre otras cosas, genera encefalinas y endorfinas, unas sustancias que producen
placer. Abrazos hay entre hombre y mujer; entre padre e hijo; entre amigos. Pueden significar
amor, pasión, contención, simplemente cariño, o compasión. Lo cierto es que el abrazo es
necesario, nos hace bien. Y las preguntas surgen, inevitables: ¿es una simple trasmisión de
emociones, en la que el contacto físico se impone, o es un complejo proceso químico que nos
despierta diferentes sensaciones? ¿Qué rol ocupa la otra persona? ¿Cómo percibimos,
nosotros, su significado? En palabras del doctor Walter Ghedin, médico psiquiatra,
psicoterauta y sexólogo clínico argentino, “El abrazo es una conducta fraternal, de ternura o de
amor, que activa la función del apego, además de inhibir la ansiedad social que produce la
existencia de otro. El contacto de los cuerpos incrementa sentimientos agradables de cariño,
pasión, alegría, altruismo o incita el deseo sexual”.
Que los abrazos son fundamentales para la persona es algo indiscutible. Y lo son en todas las
etapas de nuestra vida. En nuestra evolución y en nuestro desarrollo aprendimos que a partir
del contacto sentimos que somos queridos; los bebés no comprenden si como papás les
queremos o no, pero sí comprenden que, a través de la piel, reciben de nuestra piel unos
cuidados, un cariño, una ternura, que solo llega a su cerebro a través de ese contacto piel con
piel, y eso no lo olvidan ya jamás. Estudios científicos realizados con bebés y niños pequeños
demuestran que la ausencia de contacto físico no solo genera la muerte de neuronas en sus
cerebros sino que, también, impide la producción de una cantidad suficiente de hormona del
crecimiento dando lugar a un problema que se conoce como “enanismo psicosocial”. Como si
esto fuera poco, otras investigaciones recientes revelan que los cerebros de los bebés que no
son acariciados son un 20% más pequeños que los de los que son cuidados con gestos
afectuosos. Pero a medida que los años pasan seguimos necesitándolos. Y, tal vez, aún más.
“Se ha comprobado que durante el abrazo se liberan hormonas reductoras del estrés y
potenciadoras de bienestar y placer. La oxitocina (conocida como “la hormona del amor”) tiene
el beneficio de disminuir los niveles de cortisol (la hormona del estrés), por lo tanto, baja la
ansiedad, relaja, atenúa las preocupaciones, disponiendo los cuerpos para el encuentro”,
detalla el citado doctor Ghedin.
Y ya puestos, ¿qué pasa con el erotismo y los abrazos? La aludida oxitocina interviene en todo
tipo de apego o unión física. Es una hormona que ayuda a tomar la iniciativa y dispone el
cuerpo y las emociones a la experiencia erótica, Se ha comprobado, además, que ayuda a
“olvidar” las conductas de aversión, favoreciendo al encuentro sexual en personas fóbicas o
temerosas. Además, el abrazo libera también endorfinas, potentes analgésicos y potenciadores
de los centros del placer que se incrementan con las caricias, el juego erótico, la risa, la
eyaculación y el orgasmo y producen sensación de bienestar.
El contacto físico con otras personas es una necesidad biológica, de modo que si uno no lo
tiene debería buscarlo, aunque sea a través las pantallas o con sustitutos de otras especies,
como una mascota. De hecho, estudios recientes han constatado los beneficios y efectos
terapéuticos que ha tenido compartir con mascotas el confinamiento: quienes vivieron su
reclusión con animales en casa mostraban una mejor salud mental y menor sensación de
soledad, algo que los investigadores atribuyen al vínculo con el animal. Lo más preocupante en
esta pademia (salud aparte) es el aislamiento social, y hay que buscar fórmulas alternativas
para mantener la cercanía. Es importante generar oportunidades de contacto, aunque sea a
través de la pantalla de un ordenador, y explicar y explicar y volver a explicar la situación, para
que la distancia no se interprete como abandono y se transmita cercanía. En definitiva, los
abrazos son necesarios, esenciales en el encuentro con los otros, más allá de los procesos
químicos y hormonales que desencadenan, los abrazos son transmisores de amor y afecto.
Abraza, pues, y déjate abrazar.
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