18 de julio hoy, por decir algo, fecha aún glorificada por algunos y de funesto recuerdo para
otros. Eso de las efemérides tiene ventajas e inconvenientes; entre las primeras cabe señalar
la referencia a una fecha mítica y aparentemente incuestionable que adquiere, casi, la fuerza
indestructible del dogma apoyada en las opiniones de un ejército de “expertos”; los segundos
se centran en la necesidad de abandonar los matices en favor de una pretendida verdad oficial
que no se puede ni discutir. Hablemos, pues, de otra cosa, por ejemplo, aprovechando que
este año (que sigue siendo raro por eso de la pandemia) se cumplen los 125 años de 1896,
considerado el pistoletazo de salida de tebeo en España (aunque para otros se identifica como
la primera historieta española la "Historia de las desgracias de un hombre afortunado",
publicada en 1857, casi cuarenta años antes, en Cuba), hablemos de cómics. Muchas
narraciones e historias pueden leerse en lo que se conoce como cómic, tebeo o historieta. La
sola mención de estos tres nombres para el mismo género trae a cuento el interminable
debate por elegir el apropiado, evidencia de su lucha por legitimarse como una forma artística
y cultural de importancia. Se mire por donde se mire, la historia del cómic es también la de su
lucha contra el poder, contra las formas constituidas de lo que se puede y no se puede decir
(y mostrar). Es probable que ninguna otra forma de las Bellas Artes haya sido tan controlada,
censurada y despreciada incluso dentro del mundo artístico como esa que Will Eisner1 prefirió
llamar «el arte secuencial». Las razones de origen detrás de semejante censura estriban tal
vez en el carácter satírico, vulgar e informal de la viñeta política, en la que el contenido sexual
era frecuente; o en el ingenuo folclorismo de los cuadros de costumbres y los catecismos
ilustrados que les hacían contraposición. La revisión que esta genealogía excede estas líneas
pero sí que viene a colación pues interesa en tanto evidencia del innato carácter subversivo
de la historieta; algo que los japoneses supieron vislumbrar desde sus inicios, a juzgar por lo
que “manga”2 se traduce como: «dibujos irresponsables». Convengamos ya, pues, en que lo
mejor del arte en Occidente (y no sólo cómic) ha sido producto de una irresponsabilidad
semejante. No de otra forma puede amasarse la libertad creativa. Se sabe que el miedo y la
vergüenza son eficaces disipadores de las energías expresivas, y son a menudo alentados
por los regímenes políticos y sociales más conservadores: aquellos que buscan inducir en el
artista el temor a las consecuencias de su obra.
Giovanni Bocaccio, el Marqués de Sade, Oscar Wilde y una larga lista de creadores y artistas
de todos los tiempos vivieron en carne propia la vigilancia moral sobre el contenido de sus
obras, usualmente encarnada en la figura de algún agente censor o inquisidor. Pocos fueron,
no obstante, en el campo de los cómics, tan explícitos y puntuales como la Comics Code
Authority (CCA) estadounidense, creada en 1954 para regular el contenido de las revistas de
historietas que tenían acceso a la distribución oficial en quioscos y tiendas. Entre los
mandamientos que este código imponía a los creadores se hallaban no solo la eliminación de
palabras como «horror» o «terror» en la portada, de escenas «soeces» o de violencia
«excesiva», de lenguaje procaz y situaciones de lujuria, depravación o sadismo, sino también
de cualquier mención de relaciones sexuales «ilícitas», de escenas explícitas o poses
indebidas, de escenas de seducción, violación o perversión sexual de ningún tipo. Incluso el
«amor violento» o las «sexualidades anormales» tenían su lugar entre las prohibiciones del
código. Distinciones todas que se establecían a partir de los preceptos más puritanos de la
clase media estadounidense de la época: blanca, macartista y heterosexual. Semejante
control moral y sobre todo sexual del contenido, además, obligaba a los creadores a conducir
tramas en las que el mal fuera siempre castigado y representado de modo ejemplarizante, y
en las que no hubiera vestigio de entusiasmos eróticos, a menos que tuvieran lugar como
preludio a un respetuoso y correctísimo amor romántico correspondido: la entrega de la mujer
como recompensa al heroísmo masculino y siempre en el marco de las relaciones monógamas,
adultas y heterosexuales. Todo lo que se interesara por los vastos márgenes de esta visión
descafeinada del sexo y el erotismo (por no decir de la vida), como podía ser la obra de un
genial Robert Crumb3, era desterrado a un mercado semi-clandestino de la historieta,
desprovisto no sólo del acceso a la distribución oficial, sino además del debido reconocimiento.
Sumemos a ello la aparición de publicaciones condenatorias del cómic como Seduction of the
innocents (La seducción de los inocentes), de Frederick Wertham en 1954, que motivó incluso
quemas públicas de revistas de historietas, y nos haremos una idea del esfuerzo que supuso
sumar la voz del género a la inminente revolución sexual de los años 60. Una oportunidad que
sería, en ese sentido, un episodio más en su prolongada marcha hacia la constitución de un
mercado adulto, capaz de explorar sus contenidos artísticos en completa e irresponsable
legitimidad. Situaciones semejantes, o aún peores, vivieron los historietistas españoles,
vigilados y castigados por la dictadura, ávida de interpretar política o moralmente el contenido
de sus creaciones. La imposición del orden familiar patriarcal, de una sexualidad falocéntrica y
del culto al caudillo de turno son siempre incompatibles con las preguntas que un artista está
motivado a hacerse. Caída finalmente la mordaza, cuando acabó la dictadura en España, el
cómic no sabría sino gritar. Claro que a nadie sorprende ya que el sexo sea un campo de
batalla política como cualquier otro. La aparición en las décadas del 60 y 70 del género
fantaerótico expuso el territorio en disputa y permitió el nacimiento de heroínas como Barbarella
(1962) o Modesty Blaise (1963), que rompieron con la tradicional damisela en apuros o la fiel
compañera enamorada, para dar pie a una femineidad mucho más activa sexual y
narrativamente. Esta renovación arquetípica, de una heroína desprovista de un protector o
acompañante masculino, sin embargo, no estuvo acompañada de una ilustración igualmente
revolucionaria. De hecho, la mayoría de las situaciones se representaban más o menos
tangencialmente, aunque con abundantes alusiones directas. No era poca cosa, hay que decir.
Aun así, es posible hallar escenas de cama en donde el lugar del hombre (no así el de la mujer)
es ocupado por un robot: un gesto bastante elocuente en la distribución de los roles dentro de
la historieta.
Si bien el erotismo va dejando de ser con el tiempo el único foco fundamental de identificación
de la historieta como adulta, es evidente que su presencia ayuda a un rápido alejamiento de la
consideración infantil. De hecho, la apertura sexual será la excusa para que muchos autores
procedan a un cambio, de colaborar en la revista Pilote a hacerlo en su escindida L’Éecho des
Savanes, considerado ésto como el establecimiento definitivo de la edad adulta de la historieta
francesa y europea. Así, publicaciones de orientación clásicamente reservada al público
infantil, como Pilote, cambian su estrategia y acogen historietas para lectores adultos, pero no
pueden evitar que los autores, ahora conscientes de su papel de motor de renovación
sociocultural, reivindiquen un papel predominante. Aprovechando el momento de confusión
que existe en revistas tradicionales como la citada Pilote, autores de importante significado en
el medio fundarán una editorial colectiva que pronto lanzará una revista que revolucionará
profundamente las bases de la historieta, tomando como manifiesto fundacional los referentes
ahora establecidos: uso del género fantacientífico, erotismo, reivindicación de la psicodelia y el
pop art, concienciación política y planteamientos contestatarios frente a la cultura establecida.
Reciben, además, las influencias del movimiento underground nacido a finales de los años
sesenta y liderado por Robert Crumb, pero sin renunciar a las nuevas concepciones de
clásicos de la historieta que nacen desde la naciente investigación académica y sin la
categorización alternativa que este movimiento expresaba como identitaria. A diferencia de las
americanas, de las que tomarán préstamos ideológicos y formales, las iniciativas europeas
nacen como una evolución de la oferta existente que se amplía hacia el lector adulto, en
igualdad de condiciones que la presente en otras formas culturales. Un espíritu de mixtificación
y diversidad que permitía albergar desde experiencias formales y narrativas a la evolución del
underground, pero sin dejar de lado la presencia de clásicos de la historieta, historietas
eróticas de temática sadomasoquista o incluso propuestas atrevidas que impregnaban de
estética pop el género de superhéroes americano. Una oferta diversificada que sólo se puede
entender a la luz de iniciativas anteriores, que las hace evolucionar y se establecen como una
oferta decisiva para el lector de la época. La asimilación de la historieta como propuesta
artística y cultural adulta ya no tiene marcha atrás y durante los años siguientes se produce un
doble fenómeno de importancia fundamental: por un lado, la generalización de aproximaciones
a la historieta desde los círculos académicos de toda Europa y, por otro, la aceptación
entusiasta de un público que reconoce en la historieta un lenguaje adoptado desde la infancia
y que ahora acopla sus contenidos a sus necesidades adultas. Una integración y aceptación
en la esfera cultural que pronto arrastraría a las editoriales a la creación de nuevas propuestas;
Pilote se dirige definitivamente al lector adulto, en un fenómeno editorial que recorrerá toda
Europa, incluyendo España, recién estrenada su democracia pero que se agregó a esta
tendencia de reconocimiento de la historieta como forma de expresión adulta.
Un ejemplo del nuevo cómic adulto, su rigor y su documentación formal, lo encontramos en las
andanzas de todo un clásico como el Teniente Blueberry. aventuras del Teniente de Caballería
americano Mike Steve Donovan, alias "Blueberry". La narración de historias del far west
americano (y no sólo del far west, claro) suele llevar implícito el dejar de lado los referentes
históricos, en este caso, de la colonización y centrarse en el aura mítica que estos relatos
evocan con fuerza. La historia (real) de los colonos y cazadores, de los caballos, bisontes y
castores, de los indios o de la caballería puede resultar interesante a un cierto sector de
población que sepa buscar manuales sobre esta disciplina histórica en los anaqueles de las
librerías generales o especializadas. Pero la ficción en los relatos de la frontera suele tener un
tirón de aceptación superior; la cultura popular ha acudido con frecuencia a estos contenidos
para contar supuestas historias que en absoluto se basan en una realidad histórica. La
cinematografía, la novela popular y la historieta beben continuamente de esas fuentes
argumentales. Estados Unidos como país escenario e inventor del género ha sabido importar
esta narrativa a todo su entorno de influencia, existiendo una dilatada nómina de autores no
yanquis que se mueven con relativa facilidad en este medio. Uno de los más dotados fue el
guionista belga Jean Michel Charlier, coautor de Blueberry que contó como diseñador de su
épica a uno de los mejores dibujantes que ha dado el cómic mundial: el francés Jean Giraud
(Gir, más conocido por el nombre que adoptó después: Moebius). Esa extraordinaria mezcla de
talentos -una narrativa épica que abraza la leyenda y declina la realidad, y una realización
gráfica realista y detallada, plena de matices- ha originado la que es la más fascinante y
sugestiva saga del western jamás realizada en historieta. La serie principal ha derivado en
otras complementarias que a lo largo de los años han adquirido una cierta complejidad.
Los autores del cómic demuestran que han investigado y conocen los acontecimientos y el
contexto en los que están situando al protagonista. Lo cual se nota, entre otras cosas, por las
píldoras que irán dejando caer por el camino a través de los diferentes diálogos y
acontecimientos. Blueberry está considerada una de las más importantes historietas ilustradas
del western por sus tramas cautivadoras dignas del mejor filme de John Ford, y por los dibujos
que contribuyen a la contraposición de la ambientación ruda y polvorienta del viejo oeste. Un
trabajo que, además de mostrar la vida del salvaje oeste, de los vaqueros, de mostrar sucesos
históricos, es, en sí misma, una recopilación de la evolución del cómic europeo. Blueberry ha
sido una gran influencia en el mundo de la narrativa gráfica demostrando que se pueden hacer
historias adultas en cómic, que es donde queríamos llegar.
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1William Erwin Eisner (1917 - 2005) fue un dibujante de historietas estadounidense, creador del famoso personaje The Spirit en 1941 y popularizador del concepto de novela gráfica a partir de 1978 con unos relatos costumbristas, rebosantes de ternura por la condición humana que reflejan al maestro en un período de serenidad, madurez e infinito dominio del cómic Además de su carrera como historietista, Eisner enseñó las técnicas del cómic en la Escuela de Artes Visuales de Nueva York, y escribió dos obras fundamentales acerca de su creación: El cómic y el arte secuencial y La narración gráfica. La obra de Eisner tuvo una importancia decisiva para sacar al medio de su confinamiento como herramienta de entretenimiento para niños y adolescentes
2Palabra japonesa para designar las historietas en general. Fuera de Japón, se utiliza para referirse a las historietas de origen japonés.
3Robert Crumb es un historietista estadounidense, uno de los fundadores del cómic underground y quizá la figura más destacada de dicho movimiento. Aunque es uno de los más conocidos autores de cómic, su carrera se ha desarrollado siempre al margen de la industria. Las opiniones sobre su obra están muy divididas.; para algunos críticos, es uno de los grandes artistas del siglo XX, comparable a escritores satíricos como François Rabelais, Jonathan Swift y Mark Twain, o a pintores como Brueghel y Goya. Otros, en cambio, desde posiciones feministas, han tachado su obra de pornografía misógina, degradante e inmadura. Es cierto que el autor no se ha preocupado nunca de mantenerse fiel a lo políticamente correcto, por lo que su lectura puede resultar incómoda y hasta ofensiva para algunos. Es indudable, sin embargo, que el trabajo de Crumb ha tenido una repercusión enorme en la historia del cómic mundial, abriendo para la historieta temáticas anteriormente vedadas
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