¿Vuelta a la casilla de salida en la pandemia? Hace unos días supimos que, según hizo público
la Universidad estadounidense Johns Hopkins, de referencia en estos asuntos, y con datos
contrastados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), desde el inicio de la pandemia
que estamos sufriendo, se han registrado en todo el mundo más de 185 millones de casos de
infección por coronavirus Covid-19 y 4 millones de muertes (de ellos, 4 millones y 81.000
respectivamente en España) mientras los gobiernos, hemos de pensar que con la mejor
intención, no paran de dar palos de ciego en un continuo ejercicio de ensayo/error y en un
agravamiento/levantamiento sin tregua de restricciones que crea cada vez mayor confusión y
desconfianza. Está demostrado que la vacuna, por sí misma y siendo importantísima, no es
solución milagrosa, como nos recuerda el fabricante Pfizer-BioNTech, que pedirá autorización
para uso de emergencia de una tercera dosis de su vacuna con el objetivo de ofrecer una
mayor protección ante la variante delta del virus (la más contagiosa y agresiva de las
mutaciones registradas hasta ahora; se estima que las mutaciones del virus, cada vez peores,
se producen en su mayoría por las “alegrías” de pensar que lo malo ya ha acabado con la
vacuna, tomando “inmunidad ante el virus” - que, recordemos, se adquiere en su caso
semanas después de la vacunación – por “invulnerabilidad ante todo”, se baja la guardia y se
facilita la transmisión de la enfermedad), y con el argumento de que los anticuerpos de una
persona aumentan de cinco a diez veces después de una tercera dosis.
La pandemia, además y según la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico
(OCDE) ha dejado en los países industrializados a 22 millones de personas sin empleo, siendo
los sectores más afectados el de los jóvenes y el de las personas poco cualificadas, y eso sin
mencionar la catástrofe en el terreno psicológico y de salud mental que se espera (ya se
observa) en la situación en muchas personas. Y ahora sabemos que esta pandemia de
coronavirus que ha afectado, y afecta, a todo el planeta pudo evitarse (o al menos, minimizar
en mucho sus consecuencias) y no habría sido necesario tener que lamentar millones de
muertes y afrontar las graves consecuencias económicas y sociales. Es la principal conclusión
del informe elaborado por expertos independientes para la OMS, que critican la actitud de los
principales líderes mundiales. Habría bastado actuar antes. El informe señala febrero de 2020
(!!!) como el mes de las oportunidades perdidas, cuando los países prefirieron esperar a actuar
(claro que, en honor a la verdad, sensibilidad social ante el problema entonces, ninguna; eran
los días de la rechifla insensata contra Catalunya, esta vez a cuenta de las tímidas
cancelaciones de participantes en el Mobile World Congress, a celebrar en Barcelona, debido a
la propagación de un virus desconocido aparecido en la lejana China). Los protocolos de la
OMS se vieron superados, por ejemplo, a la hora de recomendar cierres rápidos de fronteras.
Esa medida fue descartada en varios países como España en las primeras semanas porque se
entendía que sólo retrasaba levemente los acontecimientos. Ahora se sabe que ganar tiempo
es vital. "Cada día cuenta", dice el informe.
Pero, si hay un aspecto que nos ha cogido a todos con el paso cambiado ha sido, en los
momentos más duros, la necesidad/obligatoriedad de morir sólo, sobre lo que reflexionaremos,
a poder ser, sin pasión. Si bien el alcance de la actual pandemia no tiene antecedentes en la
historia moderna de la humanidad, no es la primera vez que las emergencias de salud pública
priorizan la seguridad colectiva y que el bienestar individual pasa a un segundo plano. En este
caso, sin embargo, la amenaza que supone el Covid-19 se ha visto incrementada a causa de
la elevada tasa de contagio hasta el punto de amenazar con colapsar los servicios sanitarios.
Esta situación sin precedentes ha puesto de manifiesto una serie de necesidades hasta ahora
ocultas que requieren ser tratadas con prioridad. Una de las urgencias más sensibles y
excepcionales de esta pandemia es el fallecimiento en soledad de personas enfermas,
concretamente, en un contexto hospitalario, lo que se debe al estricto protocolo de aislamiento
de pacientes, una medida implementada desde las fases más tempranas de la pandemia. El
desconocimiento inicial de la infección junto con los primeros contagios de profesionales
sanitarios por falta de Equipos de Protección Individual (EPIs) adecuados precipitó el miedo
generalizado ante una amenaza de alcance imprevisible. Ante esta situación, la respuesta de
los centros hospitalarios fue el cierre de puertas como medida preventiva y la priorización de los
profesionales.
El protocolo de aislamiento de pacientes infectados es eficaz en la prevención de contagios y
protege eficientemente al personal sanitario. Sin embargo, se trata de una medida
implementada como primera respuesta ante el desconocimiento inicial del virus y previa a
otras medidas de prevención eficaces como el uso de EPIs adecuados. Además, es
incompatible con el respeto a la muerte digna y a la libertad del paciente de decidir cómo
quiere pasar sus últimos momentos de vida. La situación excepcional que estamos
atravesando no justifica por sí sola el abandono de los derechos de los pacientes al final de
vida ni la desatención de sus deseos. Negar el acompañamiento de pacientes terminales no
debe ser en ninguna circunstancia la recomendación sanitaria a seguir. No obstante, existen
herramientas y maneras de evitar la soledad del enfermo terminal asumiendo un riesgo
mínimo de propagación del virus.
Todos los pacientes tienen derecho, en teoría, a estar acompañados en la fase terminal de
sus vidas por familiares, conocidos, representantes o incluso personas ajenas que puedan
ofrecerles auxilio espiritual; siempre de acuerdo con las preferencias del paciente y siempre
que no suponga un riesgo para la salud de este último. Es un derecho universal que se incluye
en las bases de los cuidados paliativos que constituyen un sistema de apoyo tanto para el
paciente como para la familia. Garantiza el cumplimiento de los derechos fundamentales de las
personas, entre el que se encuentra un final de vida en su forma más digna y optimiza su
bienestar No solamente se refiere a la mejora de la calidad de vida evitando el sufrimiento
físico, sino del alivio de su malestar psicosocial y espiritual. La muerte, incluso en los
ambientes sanitarios, constituye un tabú social que contrasta con el tratamiento mediático
trivial que recibe. La cultura occidental tiende a olvidar la muerte también en los contextos
sanitarios en que se tiende a ocultar a los ojos de los demás pacientes, moribundos o no.
Desconocemos mucho acerca de cómo mueren las personas y de qué manera desearían
hacerlo, por lo que es difícil saber cuáles son los tipos de atención física, espiritual o
psicológica óptimos. En un contexto de pandemia como el actual es todavía más fácil
ampararse en el bien colectivo, la urgencia de la situación o la carencia de recursos a la hora
de relegar a los enfermos para quienes ya no hay nada que hacer. Sin embargo, este
incumplimiento de las bases del cuidado paliativo del enfermo no hace más que agravar el
impacto psicológico tanto desde la propia experiencia como por parte de las personas más
cercanas. El paciente, al serle denegados recursos para afrontar la muerte, percibe su
integridad emocional amenazada. Dicha amenaza despierta una impotencia que puede
amplificar la intensidad o presencia de sus síntomas y estado de salud general, lo cual, a su
vez, acentúa la falta de control sobre la situación y aumenta de nuevo el sufrimiento.
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Obra de Juan Giménez.
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El contexto externo de alarma social tampoco resulta inocuo para los pacientes ingresados,
sino que suma desconcierto y pérdida de control a la ya existente ansiedad y miedo causada
por la sensación de abandono, lo que tiene un coste en el bienestar psicológico de los
enfermos, mucho mayor en aquellos casos en los que no hay pronóstico de recuperación; hay
sentimiento de invalidez y miedo originado por el enfrentamiento inevitable de la muerte. Sin
duda se trata de una combinación de factores que agravan la situación de vulnerabilidad del
enfermo por Covid-19, pero hay que reconocer que esta vulnerabilidad siempre es/ha sido así,
con o sin pandemia. Es más, mirado sin apasionamiento, la reacción personal ante la evidente
inminencia de la muerte en el hospital, nada tiene que ver con sus causas clínicas, sino, en el
fondo, con la propia persona y, aunque parezca un sarcasmo, con su actitud vital. Un ejemplo:
Juan Giménez, excelente dibujante argentino (suya es la serie La casta de los Metabarones,
con el chileno Alejandro Jodorowsky como guionista), residente desde 1992 en Sitges
(Barcelona, España), regresó días antes de su fallecimiento a la provincia argentina de
Mendoza, para morir donde había nacido, ya infectado por coronavirus, del que falleció en el
Hospital Central de la Ciudad de Mendoza. Vale, en este caso era por Covid pero no todo es
Covid. ¿Hubiera variado algo en su decisión si el mismo pronóstico de NO recuperación
estuviera fundamentado en otra enfermedad? ¿hubiera tenido la misma repercusión al
saberlo el público?
Mira por dónde, con el caso de Juan Giménez, hemos aterrizado en el mundo de los cómics;
pues sigamos en él para nuestras reflexiones de que el mundo no se acaba (aunque, para
quien le toque, obviamente sí se acaba) con esta pandemia. Recordemos, hablando de
cómics y sin hacer demasiada historia, que, en España, se produjo una auténtica explosión en
la producción de historietas concretamente tras la muerte de Franco (con unas cotas de
libertad, por cierto, inimaginables hoy, cuarenta años después) gracias a la iniciativa de
editores como Josep Toutain y con autores que hoy forman parte del olimpo de los cómics
(algunos reconocidos y multipremiados, particular y tristemente en el extranjero) como Carlos
Giménez, Esteban Maroto, Pepe González, Adolfo Usero, Josep Maria Beà, Luis García,
Fernando Fernández, Ivá, Ja, Víctor de la Fuente, Antonio Hernández Palacios, Ventura y
Nieto, Enric Sió, etc. La saturación del mercado fue pronto evidente, agravada por una
recesión económica internacional que encareció el precio del papel y por el auge de nuevos
medios de entretenimiento, como los videojuegos. Poco a poco, las antiguas revistas en papel
son sustituidas por publicaciones electrónicas así como por multitud de blogs, con una nómina
de autores/dibujantes, obviamente, renovada.
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Obra de Richard Corben.
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Pero, a lo que íbamos; el paso del tiempo es inexorable, con o sin pandemia, y de las figuras
históricas citadas, nos han dejado Antonio Hernández Palacios, Pepe González, Fernando
Fernández, Enric Sió, Ivá y otros. ¿Por el virus Covid-19? No, pero igualmente nos han dejado,
síntoma evidente de que no todo es pandemia. Hace unos meses falleció uno de los grandes,
el estadounidense Richard Corben, con un particular e inconfundible estilo en su obra; pues
bien, la primera pregunta, ciertamente morbosa, que suscitaba la noticia de su desaparición
era indefectiblemente de si había sido víctima del Covid, y al saberse que no, que había muerto
como consecuencia de unas complicaciones médicas aparecidas después de someterse a una
operación de cirugía del corazón, parece que su desaparición dejaba de contabilizarse, y no
sólo en las estadísticas de la pandemia, era de “otra competición”, como si la soledad obligada
al interno, el sufrimiento y la sensación de abandono no fueran los mismos, sea el que sea el
diagnóstico médico, en aplicación de unos estrictos protocolos comunes. Al final, no todo es
Covid, aunque, ciertamente en estos momentos, la lucha es para que nada sea Covid. No
rehuyamos nuestra responsabilidad a nivel personal.
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