Os cuento. Hace un tiempo publiqué en este blog una entrada con unas memorias
sobre un hecho concreto (el de Giribaile) que, en el fondo, no pretendían sino ser un
modesto acto de desagravio a la figura de Georges Servajean (geólogo y director de
unas excavaciones arqueológicas llevadas a cabo hace medio siglo en el poblado
ibérico y oppidum de Giribaile, en la provincia de Jaén), injustamente tratado por ciertos
personajes defensores (?) de nuestro pasado y sus huellas (o, al menos, eso dicen en
sus diatribas). Esta iniciativa tuvo sus consecuencias en lo personal; por un lado,
gracias a la magia de las Redes Sociales, esa entrada en el blog permitió recuperar
cierto contacto (que hay que valorar muy positivamente), condicionado, obviamente,
entre otras cosas, por la lejanía física, con el entorno cercano de Monsieur Servajean.
Por otro, más etéreo, el episodio me alentó a recuperar información del mundo de los
iberos, más allá del caso concreto de la experiencia en Giribaile, de la época de las
excavaciones y posterior, y provocó las siguientes reflexiones sobre la “matrioska” (un
enigma dentro de un misterio dentro de un secreto) que contiene a los iberos, muy
superficiales, que comparto con vosotros.
En los textos de Historia de España, se acostumbra a despachar con suma ligereza los
años de cultura ibérica en la península, citando, en el mejor de los casos, que el
territorio estaba ocupado por tribus de iberos y de celtas que dieron lugar, en el centro
de la península a los celtíberos, todo ello abonado por el relato épico de episodios
como los de Viriato, Numancia, Sagunto, la revuelta menos conocida de Indíbil y
Mandonio, y poca cosa más1; nada que ver con las páginas y páginas dedicadas a la
subsiguiente dominación romana y, no digamos de los ríos de tinta dedicados a la
mitificación de Castilla como crisol de lo que ahora dicen que somos. Craso error
histórico porque la civilización ibera fue una de las más importantes de la edad del
hierro europea durante buena parte del primer milenio a. C. y mereció la atención de
algunos historiadores grecolatinos, pero cayó en el olvido hasta que en el siglo XVII
comenzó a abordarse empezando por el estudio de la lengua2, y los descubrimientos
arqueológicos de finales del siglo XIX3, rodeados de polémica (identificados, en
principio, como visigodos, porque, a entender de los “expertos”, como se trataba de
obras de mérito, solo podían ser posteriores a los romanos, que fueron quienes trajeron
la civilización a España), rebasaron los círculos eruditos para ser objeto de atención
general. Desde entonces, son muchos los datos que se han encontrado, pero aún
quedan muchos más por averiguar. Es el rompecabezas de los íberos, un mundo
perdido que quisimos, en Giribaile, volver a la vida.
Los íberos son un conjunto heterogéneo de pueblos (geográficamente, en la España
actual, abarcaría desde los ceretanos – haciendo frontera con Francia – hasta los
turdetanos – en la provincia de Huelva, lindando Portugal -, pasando por ilergetas,
oretanos – donde se encontraba Giribaile -, layetanos, etc.) que, entre los siglos VI y I
a. C, ocuparon la vertiente mediterránea de Europa, con una breve ocupación atlántica,
entre el Algarve portugués y el Languedoc francés, por lo que la formación y la
evolución de esta cultura son muy diversas a lo largo del territorio y responden a
múltiples factores, entre los que cabría destacar las influencias procedentes del
Mediterráneo oriental a través del contacto con los fenicios, en un primer término, y los
griegos más adelante. La existencia de los iberos está atestiguada por la arqueología y
por diversas fuentes clásicas escritas grecolatinas, pero hay que tener en cuenta que a
menudo éstas son sesgadas, contradictorias o incluso erróneas y que, mayoritariamente,
hacen referencia al último periodo de esta cultura. Los iberos, pues, a diferencia de los
romanos, los godos, los árabes,…, que vinieron con propósitos bélicos, para dominar
un territorio y sojuzgar a su gente (lo de extender la cultura viene después), ya estaban
aquí, tras las grandes migraciones, posiblemente del Asia Central, de cientos de años
antes. Ganaron fama en el Mediterráneo, según las crónicas, por su destreza en la
lucha4, pero sus intercambios comerciales, sistemas de escritura y arte demuestran
que fueron mucho más que guerreros.
En un principio, los pueblos ibéricos vivían en comunidades tribales, personas
relacionadas con lazos de parentesco, teniendo un antepasado común que bien podía
ser real o supuesto. Es decir, si bien en muchos casos todos eran familia, otros podían
creer en la existencia de un hombre muy anterior a ellos a quien se le atribuía haber
sido el fundador de un linaje o una casta que bien podía ser pura leyenda y mitología.
Pero con el paso del tiempo estos pueblos fueron organizándose en torno a ciudades,
lo que supuso implantar nuevos tipos de vínculos, y llegados a este estadio, la
estructura tribal evoluciona a una sociedad puramente urbana, siendo la ciudad el
núcleo básico de la sociedad ibérica más desarrollada. Estas ciudades tenían alta
densidad demográfica y parece que tuvieron lugares en los que intercambiar bienes.
Tenían plazas públicas cuya función era idéntica a la de los foros de las ciudades
romanas, algo bastante llamativo que nos permite saber que entre los iberos, al menos
los que vivían en ciudades, existía una conciencia pública materializada en forma de
un mercado. Las familias tendrían sus objetos y bienes preciados en sus casas, pero
también podían vender y comprar manufacturas.
Los íberos trabajaban la tierra. Su actividad agrícola era sobre todo el cultivo extensivo
del olivo y la viña, que se cree que fueron introducidos a través de sus contactos con
los fenicios. También cultivaban cereales, aunque habían diferencias según la zona,
habiendo más de este tipo de cultivos cerca de los ríos, sobre todo en el Ebro, el
Segura y el Guadalquivir. Entre las frutas que también cultivaban estaban las granadas,
las cerezas y las manzanas. En cuanto a la ganadería, los iberos explotaban todo tipo
de animales, entre los cuales no podían faltar los caballos, las ovejas, los toros, los
bueyes y los asnos. También cazaban, aunque era una práctica más común cuando se
tenía que satisfacer las necesidades momentáneas de la población. Además de la
agricultura y la ganadería, la tercera actividad económica más importante era la minería
y la metalurgia. Sus tierras eran muy ricas en minerales, entre ellos oro y plata, además
de cobre, hierro y plomo. Estos pueblos aprendieron a trabajar los metales a través de
los fenicios y con ellos fabricaban armas y herramientas para trabajar la tierra. Por
último, tenemos el comercio. Los íberos establecieron múltiples rutas comerciales con
los pueblos de la época y, para hacer que los intercambios fueran más justos y ágiles,
adoptaron la moneda, originalmente griega pero también llegaron a acuñar una propia.
Sin duda, una parte importante de la economía del mundo ibero fueron los intercambios
comerciales primero con fenicios y griegos y después con cartagineses; mercadeaban
con metales, cereales, aceite y vino a cambio de productos de lujo para sus élites
(cerámicas decoradas, telas, joyas...). Los contactos con estas culturas permitieron
desarrollar las técnicas alfarera y escultórica iberas.
Una de las cosas que llama la atención de los iberos es que se trató de un pueblo
alfabetizado que poseía escritura propia. En total, se conocen aproximadamente un
par de millares de inscripciones, en monedas, cerámicas, objetos de prestigio, estelas
funerarias y láminas de plomo pero pocas poseen una extensión amplia que posibilite
un análisis filológico detallado, y ninguna forma parte de un texto bilingüe que aporte
pistas para su desciframiento, al permitir comparar el ibero con alguna lengua conocida
de la época, como el fenicio, el griego o el latín. Y es que la lengua ibera tiene una
peculiaridad, aparte de su origen desconocido: sabemos cómo leerla y pronunciarla,
pero no cómo traducirla... al menos, no todavía. El desciframiento de su fonología se
realizó en 1922, cuando se identificó como una escritura mixta, en parte alfabética (las
vocales) y en parte silábica (consonantes oclusivas). Sus trece signos alfabéticos y
quince silabogramas se escribían de izquierda a derecha (como nosotros).
Por lo que respecta a la religión, se conocen los nombres de los dioses Betatum, Neitin,
Sestum y Salaecom y se sabe que existía la creencia en una diosa-madre primigenia
(¿tomada, quizá de la Astarté fenicia?), tal como era frecuente en muchas culturas del
Mediterráneo precristiano, y se sabe que estaban familiarizados con el El (dios-padre de
los fenicios), el Zeus griego, etc.; los sacrificios tuvieron gran relevancia en su religión, a
diferencia de los templos, no muy significativos, toda vez que no son muchos los que
se conocen, pero los lugares de culto sí son muy numerosos. En las zonas urbanas
podemos encontrar alguno de esos pocos templos, capillas domésticas y santuarios
empóricos, donde tenían lugar los intercambios comerciales bajo la protección de los
dioses; los santuarios estaban situados cerca de las ciudades pues fuera del recinto
urbano se encontraban los templos supraterritoriales, vinculados a grandes territorios y
no a una única población.
Aunque el mundo ibérico aceptó muchos influjos culturales del Mediterráneo oriental, lo
hizo adaptándolos a sus propias necesidades ideológicas, una característica de las
culturas con un carácter definido. Los importantes beneficios económicos que obtenía
Cartago de su relación con el mundo ibero no tardaron en generar las envidias de Roma,
de modo que ésta buscó la menor de las excusas para desencadenar una serie de
enfrentamientos que, a duras penas, le permitieron librarse del único competidor de
talla existente en el Mediterráneo occidental. A partir del siglo III a. C., la llegada de la
cultura romana a la península dio comienzo a un importante proceso de aculturación
que acabó con la cultura ibera y con sus miembros convertidos en romanos.
Aprovechando el triunfo final de los romanos sobre el general cartaginés Aníbal en la
batalla de Zama, y el aplastamiento de las últimas revueltas iberas, Roma triunfó en el
campo militar y en todos los ámbitos; a partir de entonces, el Derecho será romano, la
cultura, latina, la religión, la de Júpiter, y la lengua, el latín: nace en la Historia la
Hispania romana ocultando, incluso, las raíces iberas de los lugares (antes que la
Barcino romana fue la Barkeno ibera, antes que la imperial Tarraco, capital de la
provincia romana Hispania Citerior, la ibera Kesse-Tarakon, etc.)
Hay más, mucho más, naturalmente, para quien quiera profundizar, que se va
descubriendo en las investigaciones, pero dejémoslo en este somero acercamiento a
raíz del interés despertado en Giribaile. Una reflexión final: la actuación de los romanos
con la cultura ibera no es un caso aislado, sino que aparece como una constante a lo
largo de los siglos de una debilidad (sí, debilidad) humana que hace aniquilar todo lo
que tiene que ver con el vencido militarmente: su lengua, su cultura, su religión,… Eso
pasó con las culturas precolombinas de América (del sur y del norte), los aborígenes
australianos, además de la mayoría de países de lo que hoy es Europa y Asia.
Pero eso merece otras reflexiones.
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1No deja de resultar llamativo el hecho de que se haya prestado más atención a darle vueltas a enigmas como Tartessos o la Atlántida que a investigar lo que desconocemos de nuestros antepasados auténticos.
2En realidad, nuestro conocimiento de la existencia de los iberos viene de lejos. La primera vez que aparecen mencionados es en la Ora maritima (Las costas marítimas) del poeta Rufo Festo Avieno, un texto del siglo IV, que se supone basado en un itinerario doscientos años más antiguo escrito por marinos de Massalia (la moderna Marsella). Según el poeta latino, los iberos son las gentes que habitan la costa mediterránea de Hispania , claramente diferentes de las gentes del interior, que, a su decir de romano, estaban menos “civilizadas”. Curiosamente, pese a que el de Avieno fue un texto muy leído en España durante el Renacimiento –las referencias romanas daban caché histórico al por entonces país más poderoso del mundo–, la identificación arqueológica de la cultura ibera solo se produjo a finales del siglo XIX.
3El primer gran hallazgo vinculado al mundo ibérico se produjo a mediados del siglo XIX en el Cerro de los Santos (Montealegre del Castillo, Albacete), donde aparecieron cientos de esculturas en piedra, sobre todo damas oferentes, que en un primer momento no se supo ubicar desde un punto de vista cultural. Además de objetos originales también hubo falsificaciones, algunas de las cuales, incluso, se exhibieron en las exposiciones universales de Viena (1873) y París (1978), lo que generó una gran polémica y afectó la credibilidad del hallazgo posterior de la Dama de Elche en La Alcudia. Sin embargo, el arqueólogo e hispanista Pierre Paris, autor de Ensayo sobre el arte y la industria de la España primitiva, supo valorarla y enseguida la compró para el Museo del Louvre, y fue también el primero en divulgar a escala europea la existencia de esta cultura.
4Parece que guerrear era una actividad estacional de los iberos que tenía lugar durante la temporada de buen tiempo en primavera-verano. Se ha de descartar que fuera la guerrilla el método preferido de combate, pues ya antes de la llegada de los cartagineses se produjeron enfrentamientos entre unidades cerradas. Las potencias mediterráneas reclutaron grupos de combatientes iberos como auxiliares de sus unidades por su arrojo, e incluso los romanos, con los que guerrearon con frecuencia, no entendían que un pueblo tenido por inferior y salvaje demostrara tanta disciplina y lealtad jerárquica en el combate. Por cierto, en cuanto a armamento, hay que señalar que la famosa falcata ibérica no es sino uno de los cuatro tipos de espadas conocidas y utilizadas por los iberos.
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