Recientemente he encontrado la desagradable sorpresa de que mi banco (al que no haré ningún
tipo de publicidad, ni positiva ni negativa, diciendo su nombre) ha cargado unas comisiones en
la cuenta. Puesto en contacto con ellos, toda vez que la cuenta se aperturó con exención por
escrito de todo tipo de comisiones, la conclusión es que las condiciones han cambiado (en
virtud de una cláusula que figura en la letra pequeña del contrato que faculta a la entidad a
cambiar las condiciones de las cuentas poco menos que cuando le venga en gana, sin aviso al
cliente y sin encomendarse a Dios o al diablo) y que la razón última del cargo de comisiones
recibido es PORQUE SÍ, habida cuenta de que los diferentes amables empleados que me
atendieron tampoco supieron explicar el motivo. Más allá de las cuestiones éticas (o de simple
desvergüenza) que rodean el asunto, la situación conduce a unas reflexiones sobre el ayer y el
hoy de nuestro sistema bancario, alrededor del dicho de que la banca siempre gana, que los
bancos tienen, en el fondo, la culpa de todas las crisis y que nunca pagan ninguna condena;
en definitiva, un negocio privilegiado porque nunca pierde: si asume altos riesgos y obtiene
beneficios, éstos se privatizan, y si lo que obtiene son pérdidas (aunque sean por una gestión
nefasta), éstas, en lugar de privatizarse, se socializan. ¿Cuál es el origen de la banca? Y
¿cómo ganan dinero los bancos? ¿y en el futuro?
El origen de la banca se remonta al antiguo Egipto. En el milenio IV a.C., el pago de impuestos
se centralizaba en almacenes estatales donde se guardaba el grano de las cosechas para el
pago de deudas y, de este manera, los agricultores dejaban su cosecha en los almacenes de
la misma forma que hoy los ahorradores depositan su dinero en depósitos bancarios, aunque
no fue hasta el milenio II a.C. cuando se dieron los primeros préstamos en forma de grano
entre agricultores y mercaderes en ciudades de Fenicia, Asiria y Babilonia: el grano se
guardaba en los palacios y su cuantía se anotaba en tablillas de barro. No obstante, los
primeros protobancos públicos llegaron en el siglo IV d.C. de la mano del Imperio romano.
Éstos no solamente aceptaban depósitos, sino que también prestaban con un interés,
cambiaban moneda y aceptaban órdenes de pago, las primeras transferencias de dinero. Los
banchieri, cambistas que operaban sentados en bancos de las plazas públicas de Lombardía,
Italia, fueron el origen de la banca moderna, y de su nombre, en el siglo XII. Los primeros
bancos privados, como el Banco de San Giorgio, surgieron ofreciendo una gran variedad de
operaciones, así como la separación de actividades financieras de las comerciales. Debido a
la prohibición canónica de la usura y, en general, a los préstamos con interés, los primeros
banqueros fueron exclusivamente judíos, porque no estaban subordinados a las leyes de la
Iglesia.
Durante el siglo XIII, los templarios sustituyeron a los judíos como potencia bancaria en
Europa: crearon una red de comercio religioso-militar en aras de proteger al peregrino que iba
a Tierra Santa, lo que permitió que se convirtieran en tesoreros de la Iglesia y de los reyes
europeos, facilitando su apogeo. No fue hasta el siglo XIV cuando la Iglesia levantó el veto a
la usura permitiendo la creación de los llamados montes de piedad, instituciones que velaban
por los intereses de las clases más pobres; más tarde, éstos se reconvirtieron en banca
privada y algunos siguen funcionando en la actualidad, como el Monte dei Paschi di Siena:
creado en 1472, el banco más antiguo del mundo en activo. El sistema bancario se extendió
por toda Europa ya en los siglos XVI y XVII, cuando también surgió el primer banco nacional,
el Banco de Inglaterra (si bien este banco nació como entidad privada, Inglaterra prohibió el
establecimiento de nuevos bancos en 1844 y nacionalizó el Banco de Inglaterra, que se
convirtió así en el primer banco central del mundo, encargado principalmente de controlar la
emisión de moneda en el país). La figura de los bancos centrales no tardó en extenderse por
los demás países europeos; con ellos se buscaba crear agencias independientes del Gobierno
para evitar que la política monetaria cambiara con cada Administración y mejorar así la
estabilidad económica. Mientras, la banca privada jugaba el papel de intermediaria financiera
entre empresas, particulares y los bancos centrales, que ejercían de “banco de bancos”
prestando dinero a la banca privada.
En el desarrollo de este rol, el modelo de negocio fundamental de la banca ha sido prestar
dinero con una tasa de interés superior a la pagada por los ahorros depositados, de forma que,
a mayor margen de interés, mayor rentabilidad del banco en proporción a los ahorros
depositados y créditos concedidos. El hecho de que los bancos presten a un interés mayor del
que ellos pagan se justifica en la teoría en el riesgo asumido tanto en plazos como en
cantidades (pensemos por ejemplo en una hipoteca: tanto la cantidad prestada como el plazo
de devolución son mucho mayores que la gran mayoría de cuentas de ahorro, sin cantidad
mínima y generalmente con disponibilidad inmediata para el depositante). Sin embargo, en la
actualidad este modelo de negocio apenas es rentable. Llevamos ya varios años con tipos de
interés cercanos a cero (e incluso por debajo) y aunque los bancos siguen prestando a tasas
mayores de las que ellos pagan por los depósitos, la diferencia lleva años reduciéndose, tal
como indican los datos. Si los márgenes bajan, habrá que aumentar los volúmenes (es decir,
dar más préstamos y captar más ahorros), pero esto no es posible en el contexto actual: por
un lado, el enfriamiento de la actividad económica implica menos demanda de crédito y por
otro lado, para evitar quiebras bancarias como la de Lehman Brothers u onerosos rescates
públicos como el de Bankia, los bancos centrales están obligando a las entidades financieras
a aumentar sustancialmente sus reservas de capital. Es decir, ahora los bancos tienen que
mantener mucho más dinero 'aparcado' para hacer frente a posibles pérdidas, lo que también
recorta sus posibilidades de ofrecer crédito.
En este contexto, ¿cómo consiguen los bancos mantener la rentabilidad? Aunque no hay
'magia', las entidades financieras sí han tenido que agudizar el ingenio para sobrevivir a la
reducción de su principal fuente de ingresos y las comisiones son una de las nuevas fuentes
favoritas de ingresos para la banca ya que no implican riesgo, al contrario que, por ejemplo,
los pagos de intereses de un préstamo. En el pasado, incluso reciente, los mayores márgenes
de interés compensaban la gratuidad de ciertos servicios que son costosos para los bancos
(por ejemplo el uso de tarjetas o las transferencias a otras entidades) mientras que en la
situación actual son muchos los bancos que han empezado a cobrar por servicios que antes
eran gratuitos (con especial impacto en un país como España, el segundo de la Unión
Europea con los servicios bancarios más caros, después de Italia). Notablemente, han subido
las comisiones cobradas por servicios a clientes de otros bancos, como en el caso de los
cajeros automáticos. Además de cobrar comisiones por los servicios prestados, en el contexto
actual a los bancos le resulta especialmente interesante ejercer de intermediarios. Es posible
que el banco haya ofrecido contratar con ellos un seguro, un plan de pensiones o un fondo de
inversión: no es casualidad que publiciten precisamente esos productos. En este caso, los
bancos ejercen de meros intermediarios de la compañía de seguros o gestión de activos (que
son quienes realmente venden el producto), y se llevan su comisión sin incurrir en riesgos.
Los que peinan canas (por peinar algo) recordarán que, hace décadas, la banca,
acostumbrada a crecimientos anuales de dos dígitos, le tenía auténtico pavor a escuchar que
los modelos de negocio de intereses altos estaban en revisión en todo el mundo y
particularmente en esa Europa que nos había abierto recientemente las puertas a través del
Mercado Común, lo que se traducía en que la banca extranjera y su operativa eran “el coco”
que vete a saber por donde saldría, aunque todo apuntaba (y se decía en voz baja) que era
necesaria una profunda reconversión, particularmente del número de sucursales y de
empleados. Era la época en que, como los bares, había una lujosa oficina de un banco o una
caja de ahorros en cada esquina y en cada núcleo habitado, lo que contrastaba con lo que
comentaban los viajeros de que en el extranjero apenas se veían por las calles sucursales
bancarias. Sin embargo, pasadas dos décadas del siglo XXI, una crisis financiera y una
pandemia, ya no se destaca tanto sobre nuestros vecinos europeos. Ahora, la digitalización y
la presión de los supervisores para la concentración bancaria (desaparecieron por ensalmo
en poco tiempo una cincuentena de cajas de ahorro, gran cantidad de cooperativas de crédito
y numerosos bancos en rápidos procesos de fusión/absorción) unidos al cambio de hábitos de
los clientes, la baja rentabilidad (ya apuntada) y la caída del negocio por el parón económico
forzado por el coronavirus está llevando a las entidades a afrontar una nueva reconversión de
sus estructuras, que a la postre servirá para adelantar la revolución bancaria que debería
haberse producido con mucha más calma y sin agobios. Pero, desde el inicio de la crisis
financiera de 2008 y hasta finales de 2021 se perderán 112.000 puestos de trabajo directos en
la banca, según las previsiones de los analistas.
En esto, llegó el coronavirus. Después del susto de la crisis del 2008, la gran banca afrontaba
los primeros compases del año 2020 con la esperanza de recoger resultados positivos gracias
al giro en su modelo de negocio, tras apostar por el aumento de su partida de comisiones,
pero la pandemia truncó sus planes y provocó una contracción anual del beneficio. Todas las
entidades cayeron a doble dígito, excepto una, CaixaBank, que solo redujo su beneficio en un
8,2%, por la reestructuración de plantilla que había realizado en 2019. Respecto a los ingresos
recurrentes los grandes bancos cayeron igualmente por la disminución del negocio habitual
como consecuencia de las restricciones a la actividad empresarial. En esta situación de
retroceso económico, a las entidades solo les queda la opción de evolucionar y de adaptarse
a los nuevos tiempos, en los que el mercado digital es el futuro y el modelo de negocio de la
banca tradicional está quedando totalmente obsoleto, y aunque es cierto que aún quedan
clientes (sobre todo, de edad) que apuestan por ello, mantener toda la estructura para ese
segmento de clientes resulta ineficiente. La digitalización, consecuencia de una adaptación del
modelo de negocio del sector, el cual se ve obligado a competir con nuevos jugadores no
bancarios que están robando una buena parte de su base de clientes, es la única salida que
les queda a los bancos para sobrevivir en el siglo XXI, en un proceso de cambio que todo
indica que ha venido para quedarse definitivamente. El terreno de juego ha cambiado y
competir en este entorno es muy difícil. La banca, al parecer, está practicando una huida hacia
adelante, tratando de sobrevivir en un entorno hostil. Es un tema generacional y de tiempo.
Todavía hay segmentos de la población que no pueden o no quieren adaptarse a los nuevos
modelos. Pero la siguiente generación jamás pisará una sucursal bancaria y todo se hará vía
app, con o sin bancos tradicionales.
Esa revolución tecnológica ha traído, pues, una plétora de apps y webs de servicios
financieros ajenas a la banca tradicional: agregadores que permiten a los clientes gestionar
sus finanzas desde el móvil, tarjetas de créditos virtuales, brókers low-cost e incluso bancos
100% on-line que aprovechan sus bajos costes operativos para ofrecer servicios, ahora sí, sin
comisiones. Esta competencia es otra amenaza más a la ya limitada rentabilidad de los
bancos tradicionales. Sin embargo, la banca ha optado por seguir el refrán 'si no puedes con
tu enemigo, únete a él', y son muchas las entidades que están dedicando importantes
recursos a adquirir competidores digitales o lanzar los suyos propios y decenas de bancos han
creado sus propias incubadoras de startups financieras para asegurarse su parte del pastel.
De este modo, los bancos están consiguiendo atraer a nuevos clientes nativos digitales y
'millenials' que si bien no se sienten atraídos por la banca tradicional, sí lo están por estas
'marcas blancas' online. Gracias a esta competencia interna, buena parte de los clientes
'robados' por la banca digital a la banca tradicional acaban quedando en casa.
Lo que parece claro es que la forma de gestionar el negocio ha cambiado. Y si los bancos no
lo ven, ya pueden ir subiendo comisiones.
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